Cristina Pedroche es un Ferrari: no todo el mundo sabe conducirlo. Todo lo que dice o hace está sujeto a polémica, a persecución o a chanza capciosa, pero ella es una piedra dura de Vallecas que no se pué aguantá, como diría Lola Flores.
En las distancias cortas se le nota la estrella rutilante que la mueve, que la lleva en volandas por la vida y la eleva frente a los malos: algo parecido a la alegría renovada a cada frase, al pizpiretismo cañí, a la fortaleza colindante con la sensibilidad. Habla con naturalidad apabullante. Su belleza tintinea. Deja ver su herida. Es esa honestidad la que la hace ganadora.
Lo demuestra de nuevo en Gracias al miedo (Espasa), un libro diarístico donde comparte la fascinación, la hermosura y el vértigo de su experiencia más radical: la maternidad. Casi la arrolla, dice. La angustia se volvió un monstruo. Se sintió "loca y sola" hasta que sacó la artillería para domar a la bestia: meditación, terapia, abuelos, colegas-tribu y la paciencia de su gran amigo y amor, Dabiz Muñoz. Ahora cuenta que está "reventada", pero que prefiere jugar con su hija porque ya dormirá cuando se muera.
¿Cómo no iba a sortear una miura como ella las desventurillas de la vida? Es mucho más que Cristina: es La Pedroche (así, como "La Jurado" o "La Pantoja"), un nervio vivo que no para de comerse el mundo.
Pregunta.- ¿Cómo era el miedo que conocías antes de ser madre y cómo ha sido el miedo de después?
Respuesta.- Antes tenía un miedo mucho más asequible, más fácil. Y ahora los miedos se me desbordan. A mí la maternidad me ha atropellado. Y aunque lo estoy llevando mejor, todavía me cuesta. Los primeros meses fueron miedo tras miedo. Antes al menos me venían de uno en uno y era más fácil enfrentarse a ellos, ahora me vienen de cuatro en cinco y me quedo en shock, no sé ni por dónde moverme.
P.- Háblame de los miedos más grandes.
R.- A todo, a todo… a bañarla, a que se me cayera, a que estuviera comiendo bien, a que estuviera creciendo bien, a que no tuviera ninguna enfermedad, a que se le curara bien el ombligo, a limpiarle bien la caca, a cambiarle de pañal, a que durmiera bien…
P.- La culpa rondándote hasta la extenuación, como a todas las mujeres...
R.- Eso es. Pero de forma brutal, ¿eh? Un puto tornado de culpa en casa constante. La culpa al final te lleva a la soledad, porque era tan arrollador lo que sentía, la culpa tan inmensa que tenía, que no era capaz de compartirla. Me sentía sola, sola… ni siquiera compartía mi dolor con mi marido.
P.- En el libro decías “me siento sola y loca”. Y yo te entendía bien. ¿En qué se canjeaba esa locura?
R.- Era una locura paranoica, de decir “voy al pediatra, estoy esperando en la sala y veo que la gente me está mirando, está mirando a mi niña”… O ir a la calle y pensar que se me va a caer del carrito, y si se pone a llorar y la cojo, se me puede ir el carro, y si alguien viene y se lleva el carro… todo, todo. Me da miedo. Que le hagan una foto, que la miren, que alguien le pueda hacer el mínimo daño.
P.- Ya te pones irascible y crees que todo el mundo conspira en tu contra…
R.- Totalmente, pero es que siempre me ha pasado: todo lo que hago se critica, y ahora me imagino que se hará aún más. Es una putada, porque yo a veces me canso de ser Cristina Pedroche.
P.- Es maravilloso… y agotador, supongo.
R.- Sí. Lo es (ríe). He llegado a pensar de mi hija “qué pena ser hija de la Pedroche, qué pena tener esta madre”, y a veces lo sigo pensando. Por un lado es muy guay, por otro lado es una mierda, porque yo querría que estuviese siempre bien y no tener miedo de que nadie la esté mirando, de que nadie haya cogido el móvil para grabarla ni para hacerle una foto. No quiero que nadie se le acerque. Aún es niña muy pequeña, pero cuando la niña venga corriendo a ver a su madre, yo le voy a decir “no, no te acerques”, y joder, ¿cómo le vas a decir a tu hija que no se acerque porque hay una cámara? No lo va a entender.
"A veces me canso de ser Cristina Pedroche y he pensado: qué pena que mi hija tenga que tener esta madre”
P.- Te he escuchado decir que alguien te dijo por redes que no enseñabas a la niña porque era fea. La acabo de ver y es la cosa más bonita del mundo, pero, aunque fuera fea, ¿qué hacemos con esa infamia de comentarios?
R.- Eso digo yo, qué hacemos. Es que alucino de que haya tanto control en las redes sociales, por ejemplo, tú ponías la palabra “vacuna” cuando el COVID y enseguida te salía una parte de abajo donde se contextualizaba la información, y eso era responsabilidad del propio Instagram. Para eso sí hay filtros, ¿no? Pero no hay cuando alguien me pone “me cago en tu puta madre” o “te voy a matar, hija de puta”, o “tu hija es fea”…
P.- Qué barbaridad.
R.- Eso es lo continuo. Hay días que lo llevo mejor y días que lo llevo peor.
P.- ¿Y no te entran ganas de hacer un día un Pérez Reverte y responder con un exabrupto, del estilo “cállese, analfabeto hijo de puta”?
R.- (Ríe). Hace muchos años me dijeron “ojalá se muera la puta de tu abuela” porque yo había dicho que mi abuela tenía cáncer. Ahí me salió una rabia brutal y me salió decirles de todo, quería denunciarles… pero entendí que si una persona me estaba diciendo eso era porque su vida tenía que ser muy triste. Seguro que se siente muy solo y tiene un enorme vacío de amor. Entonces le di la vuelta y cada vez que alguien me dice algo así de grave lo que quiero es que alguien le dé un abrazo. No yo, otro.
P.- No, es que eso sería lo siguiente. Ya el santificarnos, el poner la otra mejilla… las buenas samaritanas.
R.- (Ríe). Cansa, ¿no? No, pero creo que si hubiera más amor en el mundo, o más amor propio, al menos, estas cosas pasarían menos. El problema es que nos sentimos muy solos, tenemos una sociedad que nos empuja a sentirnos solos e inmersos en la rutina del trabajo, ya no sabemos ni buscar nuestra propia felicidad. La gente hace cosas, llega a su casa y fin. Oye, ¿eres feliz? No. Ah, pero, ¿haces algo para cambiarlo? Y lo que te responde la gente es que no tiene tiempo. No tiene tiempo siquiera para elaborar una estrategia para ser feliz.
P.- ¿Cómo conseguiste dejar de sentirte sola, cómo pudiste hablarlo con Dabiz? Mira que es poderoso vuestro amor, mira que da gusto verlo, y aun así no es fácil domesticar al miedo…
R.- Él es maravilloso y no ha podido tener más paciencia. Me ha dado todo el espacio que yo quería, aunque a veces, al darme ese espacio, yo me sentía sola. Era una dualidad. Todo el rato le decía “es que no puedo, déjame, ¿vale?”, y cuando se iba, yo le decía “no, no me dejes”. Vamos, complicadita. Pero él es mi gran amigo y es mi gran amor y ha sabido lidiar con esas cosas, con esas contradicciones, con ese no saber qué me estaba pasando y decirle que se vaya si quiero que esté pero cuando está ya no me está gustando… ha sido todo muy raro para mí.
P.- ¿Cómo lleva todo esto una pareja tan exitosa, cada uno en su trabajo? Con vuestra propia presión mental, vuestro curro, la niña en la casa…
R.- Ayudándonos mucho de los abuelos. Porque yo no quiero tener ayuda externa. Vivo paranoica de si entra alguien en mi casa o le puede hacer una foto, o lo que sea.
P.- ¿En quién confiar?
R.- Pues es muy complicado. Si me cuesta confiar en amigos… imagínate para dejar a mi hija. Estoy reventada.
P.- En una ocasión dijiste que no sabías si podrías querer más a un hijo que a tu marido, porque estabas tan enamorada de Dabiz que no veías más allá. La gente, como siempre, lo sacó de quicio. Hija, ¿no podrás querer tú a quien te salga del arco del triunfo…? (Risas). Quería preguntarte si esa idea ha mutado después de atravesar la maternidad.
R.- Me he dado cuenta de que no es que se pueda querer más o menos, es que el amor se multiplica. Ese amor no se divide. El amor que yo sentía por Dabiz en aquel momento, cuando me hicieron esa pregunta, que, lógicamente, estaba totalmente sacada de contexto (pero me parece bien que saquemos el tema porque es guay explicarlo)… iba por “buf, es imposible que pueda querer más a nadie”. ¡Y es lo mismo que pienso ahora con mi hija! Si tengo otro hijo, a lo mejor no le quiero tanto.
"Antes pensaba que no podía amar a nadie más de lo que amo a Dabiz. Ahora me pasa lo mismo con mi hija. El amor se multiplica"
P.- Mi tía está embarazada y dice justo eso respecto a su primera niña. “No sé si a quien venga le podré querer tantísimo como a ella”.
R.- Es que es así. El amor se multiplica, y es maravilloso, y por eso sé que quiero tener más hijos, aunque ahora dude y tenga miedo de que pueda querer a alguien más que a mi hija ahora mismo…
P.- Amamos lo que conocemos. Tiene sentido: no podemos amar en abstracto.
R.- ¡Tal cual! Yo cada día estoy más enamorada de Dabiz, y sé que es mi compañero de vida, y no puedo comparar el amor que siento por mi hija con el que siento por Dabiz. Pero tampoco lo comparo con el que siento por mis padres. Es que son amores totalmente distintos.
P.- ¿La quieres más que a ti? Dicen que la maternidad o la paternidad es eso: querer por primera vez a alguien más que a ti mismo.
R.- Sí. Las prioridades han cambiado. Antes esto iba de mi felicidad y de mi bienestar, y ahora no, ahora es el suyo. Y hago lo que tenga que hacer para que ella esté bien.
P.- ¿Estamos ante un caso de “yo, por mi hija, mato”?
R.- Te lo digo de verdad (ríe). Yo sé que es fuerte, pero si alguien le hace algo a mi hija, sería capaz de matarlo.
P.- Le descabezamos rápidamente.
R.- Tú conmigo, ¿no? (Ríe) A ver, yo esto antes no me lo planteaba, y no es que me guste, porque la violencia lógicamente nunca está justificada… no la está hasta que toquen a mi hija, claro. Ahora entiendo perfectamente la mítica frase de Belén Esteban. Cobra más sentido que nunca.
P.- ¿Qué tipo de madre tuviste tú y qué tipo de madre quieres ser? A veces tenemos el reflejo maravilloso de la nuestra… y también sabemos reconocer qué cosas no querríamos imitar. Generaciones diferentes, educación diferente, valores diferentes.
R.- Es así. La información que había antes no la hay ahora. Mira, me dice mi madre ayer “¿cuándo se le pueden dar yogures de sabores a la niña?”. Y le digo: “¡Nunca!”. Y me dice “qué fuerte”. Y le digo: “Pero, ¿tú me ves a mí comerme un yogur de sabor?”. O sea, dale un yogur y un plátano, o un yogur y una fresa, y lo mezclas, porque el yogur de plátano no lleva plátano, lleva saborizantes, lleva azúcar, lleva edulcorantes, lleva muchísima mierda. “Pues yo a ti te he dado y no te ha pasado nada”, me dice.
P.- “Bien criada que estás”.
R.- (Ríe). Sí que estoy bien criada, pero yo he tenido muchos problemas con el azúcar porque estaba muy enganchada a las chucherías, muy enganchada al chocolate y a la comida industrial, y mi madre para desayunar me daba tres donuts y un Cola-cao, y “hala, hala, cariño”. Para mí era un desayuno de la hostia.
P.- Continental.
R.- Claro, con ese subidón salía yo a la calle… loca perdida. Y ahora mi madre me pregunta qué le damos de desayunar a la niña y le digo que galletas no, y lo va entendiendo. Quiero decir: mi madre ha sido la mejor madre que se puede tener, y yo quiero pensar que mi hija pensará lo mismo de mí algún día cuando le hagan esa pregunta. Pero el tiempo cambia y cada vez hay más información, y cuando le hagan la pregunta a mi hija, a lo mejor sabemos muchas más cosas que ahora no sabemos y que yo estoy haciendo mal sin querer. Como lo del gorrito cuando nacen.
P.- Cuéntame qué es eso.
R.- Pues antes decían que te venía bien que te pusieran un gorrito cuando naces para mantener el calor y ahora dicen que no. Nunca ha habido estudios sobre esto y se están empezando a hacer estudios. Hay que leer todo el rato, hay que estar atenta, es una oposición casi para tomar las mejores decisiones. Es complicado y abruma.
"No voy a educar a mi hija en la izquierda ni en la derecha, sino en el esfuerzo y el sacrificio: quiero que sepa que el dinero no llueve, no quiero que sea una caprichosa"
P.- ¿Cómo quieres educar a tu hija teniendo en cuenta que te has manifestado como una mujer feminista y de izquierdas con conciencia de clase obrera? ¿Qué quieres inculcarle?
R.- Me gustaría pensar que el feminismo no es una cosa de derechas o de izquierdas. Además creo que lo de ser de izquierdas o de derechas ya me parece muy antiguo, yo no hablo ya de si soy de esto o de lo otro, porque no, porque soy de las buenas personas, y buenas personas hay en todos sitios. Luego es que da rabia, ¿no? Porque ves a los políticos de cara al público haciendo como que se llevan fatal y luego están por ahí de comilona y se llevan increíble y comparten muchas más ideas de las que nos hacen ver al público en general.
Por eso ya paso, y porque no quiero opinar de todo ni tengo que ser experta en todo. Tengo opinión, pero tengo derecho a que sea una opinión de mierda y a no querer compartirla, me parece. Pero por lo que me preguntas: no voy a educar a mi hija para que sea de derechas ni de izquierdas, la voy a educar en el sacrificio y en el esfuerzo. Ella ha nacido en circunstancias muy distintas a las mías. Yo vengo de una familia humilde y obrera, y ella ya no. Dabiz igual, yo soy de Vallecas, él de La Elipa, y nos hemos criado en barrios… pero ahora mi hija nace en otro sitio y tiene otro tipo de casa y de educación y de colegio y otro tipo de cosas, ¡y quizá tenga más cosas…! Pero yo quiero que se entere de que el dinero no llueve, que el dinero hay que ganarlo y sudarlo.
P.- ¿Cómo de fácil es volvernos gilipollas?
R.- Mucho, y lo más fácil es que los niños se vuelvan caprichosos y consentidos. No, no, no quiero. Lo que sí quiero ser es una madre presente, quiero que mi hija sepa que estoy siempre como mi madre siempre está para mí. Vamos, me monto en el avión y estoy “mamá, que estoy a punto de despegar”. Y tengo 35 años y una hija y un marido increíble y no doy un paso sin que mi madre lo sepa. “Mami, la niña ha comido esto”… Yo cada noche le mando un mensaje a mi madre en plan “teta, teta”, o “ya estoy despierta porque quiere jugar”. Cada vez que le doy teta, se lo pongo a mi madre a modo de diario (sonríe).
P.- ¿Cómo has vivido tú el tema de la lactancia? ¿Te has sentido presionada?
R.- Es que hay mucha puta desinformación. O sea, el 80 o 90% de las mujeres cuando se quedan embarazadas dicen que quieren dar el pecho y a los tres meses ya no pueden más.
P.- Eso tiene que doler mucho, ¿no?
R.- No duele nada. La lactancia no debe doler.
P.- ¡Aquí tienes el ejemplo de desinformación!
R.- (Ríe). Pero es normal, si aún no has sido madre. Claro, es que la lactancia no tiene que doler, y si duele es que no está teniendo un buen agarre. El problema es que no tenemos acceso a asesores de lactancia, que deberían estar subvencionados por el puto Estado, porque si el Estado quiere que las mujeres lactemos nos vendrá que ayudar, ¿no? Casi todas las mujeres quieren lactar, pero ¿cuándo? ¿Cómo? A los tres meses ya nadie lacta porque han tenido problemas y nadie les ha ayudado. Además, nos tienen como máquinas, y tienes que estar sacándote la teta, y amamantando a tu niño, y si lo haces también te dicen “oye, que estás renunciando a tu vida, a tu profesión”…
P.- Al final, la cosa es que hagamos mal algo. Porque si no lo hicieras, te dirían “cómo pasas del bebé, ¿no? Vaya cenitas te pegas fuera”.
R.- Exacto, y si te quedas en casa, es que estás descuidando tu vida y tirando tu juventud. Yo lo que estoy intentando es hacer las cosas que me hagan bien. A lo mejor hoy estoy hablando contigo y me dices “ay, mañana nos tomamos un café”, que me viene bien, porque a esta hora la niña suele dormirse, pero de repente el día siguiente llega y no puedo, porque la niña no se ha dormido, o aunque se haya dormido, sinceramente, no me apetece salir de casa. Lo noto.
Y te digo “oye, que no voy a poder ir”, y quien lo entienda bien y quien no lo entiende, pues se irá. ¿Por qué nadie tiene que obligarme? Si estoy llorando y me está dando un ataque de ansiedad, a lo mejor es que no tengo que hacerlo, ¿no? Sé que me puede venir bien, pero no me apetece. Ya tendré tiempo. Ya habrá tiempo para salir con las amigas, para hacer viajes sola, o para hacerlos solos Dabiz y yo, pero ahora mismo no, a día de hoy no he dormido nunca sin mi hija y no lo concibo. Estoy reventada, pero sólo pienso en meterme en la cama con ella.
"La lactancia no debe doler, pero no lo sabemos: los asesores de lactancia deberían estar subvencionados por el puto Estado, no tenemos información”
P.- ¿Es eso ahora la felicidad?
R.- Sí. La veo dormida y me digo “dios mío, qué puto placer”, la miro y pienso que lo estoy haciendo bien, y ese sentimiento es muy guay.
P.- En el libro dices que conoces el pozo. ¿Cómo es?
R.- Negro.
P.- Tal y como lo imaginé.
R.- Es un tornado de miedos que llegan y nublan la vista. Lo ves todo negro. Hace falta paciencia y la ayuda de gente que te quiera.
P.- Y meditación.
R.- Sí. Te la recomiendo, créeme, por favor, la meditación es todo: es conocerte, y si no te conoces, no sabes cuáles son tus límites, no sabes lo que te gusta o lo que no, no sabes si estás haciendo algo porque te apetece o por inercia. Con la meditación también aprendes a saber si hay algo que no está bien en ti, y a decir que no. “Oye, no quiero hacerlo”. Y ser capaz de deshacer planes. Que iba a ir al cine este sábado y mis padres se iban a quedar con la niña, pero no me apetece, me siento mal, y no voy a ir al cine, y me va a dar igual haber comprado ya las entradas. La gente que no se conoce no sabe dónde está su límite y se van al cine y luego allí están incómodos. Yo he aprendido a no llegar al cine (ríe).
P.- En el libro mencionas a Amaya, tu psicóloga.
R.- Sí. Es increíble. Ella es parte de mi tribu. Y es la terapeuta también de Dabiz. Me hace sentir que no estoy loca, y que no estoy sola, y siento como si me estuviera dando la mano y me sostuviera para que no me caiga, aunque yo no me dé cuenta.
P.- ¿Cuánto tiempo llevas con ella?
R.- Pues siete meses y medio. Empecé a los tres meses de dar a luz. Y creo que los medios relacionados con la maternidad siempre los voy a tener. Antes creía que no me hacía falta terapia porque quizá no me había enfrentado a cosas tan graves, pero hacer terapia es muy guay, porque es volcar todos tus sentimientos y pensamientos y cosas que no puedes contarle ni a una amiga.
P.- Es autocuidado. Hablamos de autocuidado al ponernos pestañas o hacernos las uñas, pero iba de esto.
R.- Exacto, es mucho más autocuidado la terapia que estar a dieta o cortarte el pelo. Estoy feliz de cuidarme la mente y de haberme quitado ese tabú.
P.- ¿Has tenido que recurrir a medicación para la ansiedad o para dormir?
R.- No, eso no, fui a un psiquiatra para que me diagnosticaran si tenía depresión postparto y no me recetó nada. Me hicieron una serie de preguntas. Está muy bien normalizar ir al psiquiatra, que te receten lo que consideren y tú ya eliges si tomártelo o no. A mí me dijo que con la terapia estaría bien, que iba a ser suficiente, y yo fui a varios profesionales, porque soy muy pesada… y nada, me quedé muy bien y muy tranquila. El psiquiatra me pareció un hombre increíble, yo tenía prejuicios y pensaba que al ser hombre igual era más complicado entendernos, ¿no? Y decía “al menos, que tenga hijos”. Es una tontería. Tú no tienes hijos y me estás entendiendo perfectamente porque lo importante es la empatía.
P.- ¿Has sentido la presión sobre tu cuerpo?
R.- La siento, pero a veces la más crítica he sido yo misma. Me veo cosas, defectos… que la gente a lo mejor no me ve. Vengo aquí y pienso “no me tenía que haber puesto esta falda”. O “no me tenía que haber expresado así”, eso también.
P.- Sobreanalizas.
R.- Mucho, mucho. Me han presionado también por haberme recuperado rápido del parto, yo a las tres semanas estaba recuperada perfectamente, me mostré y me dieron por todos sitios. ¿Qué haces si te quedas con unos kilos de más? ¿Eres mejor madre que yo por eso o qué? Yo creo que no, que eso es irrelevante. Todas vivimos en una vorágine d miedos, de estrés, de ansiedad… yo muchísimo. Normal que me quedara tísica. Chupada. Estaba todo el rato activa, no dormía. Y la gente decía “ah, qué fácil lo tiene ella, está delgada porque tiene ayuda y tiene a seis personas en casa”. Eso es mentira: no tengo a nadie en mi casa que me ayuda con mi hija, a nadie, sólo a mis padres y a los padres de David. A los abuelos.
P.- Si ganas peso te dirán que te has echado a perder.
R.- Ya me lo han dicho, ¿eh?
P.- Mentira…
R.- Te lo juro. Me dicen que no soy lo que era, que se me ha quedado el ombligo fofo. Y tienen razón un poquito, ¿no? Se me ha quedado un poco descolgado. ¡Y divinamente! ¿Sabes por qué? Porque esto que me cuelga me ha dado a mi hija. Y estoy feliz.
P.- ¿Cómo quieres que tu hija piense en ti cuando sea mayor? “Oye, que mi madre es Cristina Pedroche”. Tía: eso es mucha suerte.
R.- (Ríe) Yo sólo quiero que se sienta orgullosa, que sepa que lo ha hecho lo mejor posible, aunque me equivoque muchas veces… quiero darle todas las herramientas para que sea feliz y sea una mujer independiente, una mujer sin miedos o como yo, con miedos pero valiente a la vez. Quiero que tome sus propias decisiones y que haga la vida que quiera. Tarde o temprano, mi hija volará.
P.- No te vayas a poner a pensar ahora en el síndrome del nido vacío, ¿no? Que aún no anda…
R.- (Ríe). Es verdad, queda mucho, pero llegará. Y es algo que me repito mucho cuando estoy todo el rato pendiente de la niña y me olvido un poco de Dabiz. Pienso “algún día mi hija va a volar…”.
P.- “Y tendré que hablar con este caballero tan majo”.
R.- (Ríe). Sí. Con él me quiero quedar y es quien quiero que me dé la mano.