No es cierto que los altercados en el barrio de Gràcia hayan enturbiado el primer aniversario del triunfo electoral de Ada Colau en Barcelona. Eso son insidias. Por el contrario, están suponiendo la mejor celebración posible: un espectáculo con los fuegos artificiales de las contradicciones del sistema, que ha entrado en alegre fase de chisporroteo.
La coreografía con destrozos y heridos de los okupas y los mossos puede interpretarse como una tomatina revolucionata; alineada además con el deseo que ha manifestado en varias ocasiones la alcaldesa: espantar a los turistas. Los okupas se han comportado como unos buenos chicos: ejemplares en lo suyo.
Algo sí ha ensombrecido un poco el resplandor de la fiesta, sin embargo: la noticia de que con el anterior alcalde se alcanzó un límite irrebasable en ese terreno de las contradicciones. El sistema pagándoles el alquiler a los antisistema, para que jugaran a okupas mientras eran ya inquilinos, es una de esas cosas de la realidad catalana (o catalanista) que ni siquiera se le habían ocurrido al malvado Boadella.
Vázquez Montalbán habría llorado de emoción con este programa de revoluciones pagadas por el Ayuntamiento. Con todo, hay un dato que hace renacer a estas alturas la admiración por el instinto de la vieja burguesía catalana. El alcalde Trias se gastó 65.500 euros en los okupas. En el momento en que escribo este folio, los daños causados se tasan en 67.500. Casi lo cuadra. Para ser precisos: le salió barato.
Pero aunque Colau no alcance el extremo de Trias en cuanto a contradicciones, es ella la que las está viviendo más, con el “corazón partío”, porque lo suyo es el sentir. En la llamada nueva política es decisivo lo sentimental, lo vivencial, y el carrusel en que anda Colau en sus festejos debe de ser de lo más emocionante.
Cuando el día a día erosiona la fe en la revolución, y el trato cotidiano con el sistema capitalista hace ver que quizá era más duro de pelar de lo que se pensaba, ¿no es motivo de alborozo sentir sus contradicciones en las propias carnes? De eso no puede dudar: “siento las contradicciones del sistema, luego tales contradicciones existen”.
La situación de Colau es parecida a la de aquel personaje de El hombre que fue Jueves de Chesterton que (¡y este spoiler se lo merece quienes aún no la hayan leído!) era a la vez jefe de los anarquistas y jefe de la policía. Apuesto a que Colau ahora debe de arrepentirse de haber disuelto los antidisturbios de su Guardia Urbana, porque es menos intenso jugar a complacer tanto a sus amigos okupas como a los mossos, en los que no manda, que haberlo hecho con los guardias que dependen de ella. Así habría quedado ya perfecto el gran guiñol de la activista antidisturbios.