Refugiada ucraniana en A Coruña: "Veo un pájaro y pienso en bombas o un militar en paracaídas"
Tras una semana en la que vivieron el viaje más peligroso de sus vidas, la ucraniana Anna Bukarova y el pequeño Yegor de 20 meses viven actualmente en A Coruña, aunque con la mirada puesta en su país, del que decidieron alejarse para no vivir el horror de la guerra y donde les queda familia y los recuerdos de toda una vida
15 marzo, 2022 06:00Una semana de intenso e incierto viaje con un niño de 20 meses a su cargo, un carrito y una pequeña mochila con lo básico. Todas las vivencias y recuerdos quedaron atrás. Esta es la experiencia que la ucraniana Anna Bukarova de 36 años, se vio obligada a vivir hace unos días junto a su pequeño Yegor, con quien vivía con normalidad en la ciudad de Odesa (la tercera mayor de Ucrania) hasta hace tan solo 19 días. Una vida rutinaria que cambió para siempre con el inicio de la ofensiva rusa que está destruyendo el país, separando familias y rompiendo vidas.
Madre e hijo ahora están a salvo, en el barrio de Monte Alto de A Coruña en la vivienda de Masha Pavlenko, ucraniana de 36 años que lleva siete en Galicia por amor y que removió cielo y tierra para traer a su íntima amiga de la universidad y a su hijo a un lugar seguro lejos del conflicto bélico. Anna intenta aún asimilar todo lo que ha pasado en tan poco tiempo, con el bienestar de su hijo como principal prioridad. El pequeño fue la razón por la que decidió salir de Ucrania, ya que reconoce que si la guerra hubiera estallado en un momento de su vida en el que no fuera madre, no hubiera dudado en quedarse para defender a su país.
El padre del menor se ha quedado en Ucrania para ayudar al ejército, además de que está colaborando para sacar a la gente de Odesa y la ciudad cercana de Mikolaiv (que actualmente está siendo bombardeada) y trasladarles a la frontera con Moldavia para que salgan del país. Tras unos días en Galicia, el pequeño Yegor se recupera cada día de una fuerte tos provocada por las temperaturas bajo cero que tuvo que soportar en la huida de Ucrania junto a su madre, mientras ella aún sigue con el temor en el cuerpo.
Tanto es así que tiene que tomarse unos minutos cuando ve pájaros por la ventana para autoconvencerse de que no son bombas ni ninguna amenaza similar. "Veo un pájaro y enseguida pienso que es una bomba o un militar que se acerca en paracaídas, mi cerebro responde así porque todavía está en alerta. Tras unos segundos me detengo a pensar y ya me doy cuenta de donde estoy y que no hay peligro", explica. Los planes más inmediatos de esta abogada se centran en aprender castellano lo más rápido posible para poder trabajar y colaborar con la asociación AGA-Ucraina, además de matricular a su hijo en una guardería.
Sus padres, otros familiares y muchos amigos siguen en Ucrania, por lo que está pendiente a cada minuto de su móvil para acompañarles como puede y asegura que tiene intención de volver. "Si este conflicto acaba me gustaría volver a mi vida en Ucrania, aunque está por ver si tenemos adónde", expone con preocupación mientras esboza una sonrisa mirando a su hijo jugar despreocupado con varios juguetes.
Días viviendo en un pasillo y llegada a la frontera con Rumanía
La noche del 23 al 24 de febrero Anna y su hijo estaban en casa y ella no podía dormir pero no pensaba en la guerra, porque se rumoreaba entre la población que nunca empezaría. A las seis de la mañana estaba escuchando música con cascos y de repente sonó fuera una explosión, que la puso en alerta y confirmó el inicio de la guerra. Cuando se vio en esta situación, rememora que empezó a pensar lo que sabía sobre la guerra, lo que le habían contado sus abuelos sobre qué hacer y lo primero que hizo fue pasar todas sus cosas y las del niño al pasillo del piso.
"Sabía que entre las ventanas y donde estás tiene que haber dos paredes de separación y los primeros días vivimos en el pasillo y el baño", cuenta Bukarova. Los vecinos del edificio se organizaron por WhatsApp para habilitar dos sótanos con mantas, agua y comida, con especial atención a los mayores del inmueble y las familias con niños pequeños. "Era un poco peligrosos, porque los sótanos no eran refugios antiaéreos y tenían una sola entrada. Si caía una bomba sobre el edificio o cerca hubiera sido peligroso porque nos quedaríamos atrapados", aclara, sobre lo que matiza que "hay refugios antiaéreos habilitados en la ciudad pero todo fue tan rápido que la gente no tuvo tiempo a prepararse".
Tras unos días de terror escuchando las sirenas que alertan de bombas, la ucraniana decidió que tenía que abandonar el país cuando una noche escuchó un bombardeo cercano cuando dormía abrazada a su hijo en una de las habitaciones de su casa. "Se escuchaban las bombas como un silbato, no explotan de repente, algo parecido al ruido de un avión a lo que sigue la explosión", detalla. Su expareja se unió a ella y el niño para llevarlos en coche y él quedarse con el vehículo. "Lo iba a necesitar más que yo", admite Anna. Entre las opciones del lugar adonde dirigirse, valoraron la ciudad de Ternópil, al oeste del país, donde vive su madre, al igual que los abuelos de Yegor, que residen en otra urbe en la misma zona.
Una llamada de una amiga cuando ya habían comenzado el camino en esa dirección ayudó a que su viaje tuviese un final feliz, ya que les ofreció quedarse en su casa en Chernivtsi, una población a 45 kilómetros de la frontera con Rumanía. Bukarova recuerda estos días como turbulentos, ya que salió de Odesa al tercer día de la guerra, cuando los rusos estaban bombardeando bases militares por todo el país. "Ir en coche fue bastante peligroso, de hecho si hubiera ido a casa de los abuelos de Yegor nos podría haber pasado algo, porque justo ese día cayeron bombas sobre una base militar cercana que podría habernos pillado en medio", asegura.
Anna no puede evitar tener su cabeza en Ucrania, en su vida anterior, de la que solo conserva un vídeo del piso donde vivía que grabó minutos antes de abandonarlo. "Cuando salimos de Odesa los rusos bombardeaban desde el aire toda Ucrania, pero aún no se habían desplegado los militares en las calles", comenta. Se le pone la piel de gallina y se emociona cuando recuerda historias que le cuentan amigos que siguen en Ucrania.
"Una amiga mía que vive en Jersón, que está ocupada desde hace días, me contó historias horribles sobre lo que hacen allí los militares rusos. Me comentó sobre una familia que intentaba salir de la ciudad en coche cuando ya estaba bloqueada y rodeada por los rusos. Pararon a unos padres y a una niña de 17 años y mataron a los adultos mataron inmediatamente, mientras que a la chica la violaron y la mataron después", dice con la voz quebrada. "Las chicas en Jersón no salen solas a la calle porque tienen muchísimo miedo", subraya.
"Por la noche hay toque de queda y las ciudades apagan las luces para que no se vean desde el aire"
Cuando Anna y Yegor salieron de la que era su casa y a la que no saben si podrán regresar, la ucraniana recuerda que "no cogió apenas nada". "Pensé solo en coger lo mínimo porque si nos bombardeaban de camino tenía que ir andando muchos kilómetros y debía llevar algo ligero y pequeño", explica, mientras lamenta que cuando llegó a A Coruña se dio cuenta de que se había dejado en casa una fotografía en la que se podía ver a ella de pequeña junto a sus padres (su progenitor murió cuando ella era una niña).
"Estaba tan preocupada por el niño que no podía concentrarme. Había algunos bombardeos en terrenos cercanos y pensaba que estaba segura, pero tenía miedo", reconoce, al mismo tiempo que se le vienen a la mente los momentos de toque de queda nocturno en los que los pueblos y ciudades apagan las luces para que no se les vea desde el aire. "Me impresionaba mucho y estaba aterrada, por eso decidí que teníamos que salir de Ucrania", afirma.
Masha, la ucraniana residente en A Coruña que actualmente está acogiendo a Anna y su hijo, organizó el viaje de ambos desde Rumanía a Galicia pero hasta allí el trayecto corría de parte de la madre y del pequeño. Los taxis de Chernivtsi solo llevaban a la gente hasta el punto donde empezaba el atasco de coches que querían huir en dirección a la frontera rumana y caminar era inviable para ella porque eran 10 kilómetros sola con su hijo, el carrito y sus pocas pertenencias. Finalmente su amiga les trasladó en coche lo más cerca posible saltándose el atasco yendo en dirección contraria por la carretera (el sentido de ida está vacío desde hace días porque apenas nadie entra en Ucrania).
Aún con esta ayuda, Anna y Yegor se demoraron tres horas en poder cruzar desde Ucrania a Rumanía y el proceso no fue sencillo. "Hacía un frío horrible, temperaturas bajo cero y mucho viento. La frontera eran unos campos y dos puntos de control y no había edificios ni nada que proteja ante el mal tiempo", cuenta. "Veía a niños en la frontera como estaban en las fotos que se hicieron en la Segunda Guerra Mundial, con mantas y abrigados con todo lo que podía ponérseles encima", expone y recuerda que "había gente que al verle con el niño le dejaba avanzar en la cola y otros no". "Cuando rompió a llorar ya me facilitaron más el camino y cuando logré cruzar y entrar en Rumanía vinieron inmediatamente voluntarios y nos llevaron a unas carpas para refugiados donde nos ofrecieron de todo (pañales, comida, ropa…)", dice emocionada.
La solidaridad de mucha gente en este tipo de situaciones no tiene límites y prueba de ello es el buen hacer de la hija de un cliente de la pareja de Masha, la amiga ucraniana de Anna residente en Galicia, que se ofreció a acoger en su piso compartido de estudiantes a ella y a su hijo. Hasta allí, una población ubicada a cinco horas de la frontera rumana, llegaron gracias a un taxi responsable de un conocido actor rumano que está echando el resto para ayudar a quien lo necesita. "No pagué ni un euro, fue él mismo quien me llevó hasta la casa de la conocida de Masha donde estuvimos dos días. Posteriormente nos llevó al aeropuerto de Cluj-Napoca que estaba a un par de horas", cuenta.
El destino inicial en España iba a ser Madrid pero cuando Masha hizo las gestiones para que Anna y su hijo pudiesen volar los billetes a la capital española estaban agotados y para ir debían esperar cuatro días más, una opción que desecharon. En su lugar, consiguieron billetes a Barcelona y de ahí a Santiago. En el Prat les pusieron dificultades en su llegada dado que el niño carece de pasaporte y procedieron a traducir la partida de nacimiento. Una demora que les hizo perder el enlace a Santiago y permanecer durante 12 horas en el aeropuerto hasta que volaron el pasado miércoles por la noche. "No había dormido nada, había salido de la casa de la amiga de Masha a las 02:30 horas de la madrugada, estuvimos más de 24 horas sin descansar", lamenta.
"Los primeros días de guerra no comimos ni dormimos, el cuerpo dejó de dar señales"
Bukarova se traslada a los primeros días de guerra, cuando aún estaban en Odesa, y asegura que "era como si el cuerpo dejase de dar señales". "Los primeros dos días no comimos ni dormimos, no sentíamos hambre y nos olvidábamos de meter alimento dentro. Estuve 48 sin dormir desde que estalló la guerra y luego dormía horas alternas, miraba las noticias y que estuviese todo tranquilo y dormía otra hora y así progresivamente", detalla.
"El nivel de ansiedad es tan alto que no puedes pensar en nada, era imposible hacer cosas básicas en casa como limpiar, cambiar el pañal al niño o darle de comer. Llegas a un sitio y no te acuerdas de lo que ibas a hacer, la ansiedad y el estrés eran horribles", dice, mientras apunta que la primera vez que durmió cuatro horas seguidas fue el séptimo día de guerra, cuando estaba en Chernivtsi.
Asimismo, dado que ha conseguido continuar su vida, algo que muchos compatriotas desgraciadamente no han podido, Anna se plantea crear un grupo de ayuda psicológica para los refugiados ucranianos como ella porque conoce a numerosos psicólogos. Todo ello con el apoyo de Masha, que además de darle un techo en el que vivir, mantiene con ella una bonita amistad desde que compartieron carrera y residencia en Odesa cuando eran universitarias. Cuando el conflicto estalló, Masha se pasó días contactando con Anna y otros amigos y familiares para ofrecerles toda la ayuda posible.
"Si decidís salir, avisadme y contar conmigo, os ayudo en todo y os espero en mi casa", dijo a sus allegados que están en Ucrania. Lleva cinco años trabajando como abogada y el primero en Galicia lo dedicó a aprender español. Sin saberlo, ha evitado a su madre la experiencia de estar cerca de una guerra tan cruda como la iniciada por los rusos contra Ucrania, ya que su progenitora está en Galicia desde hace un año para cuidarla de cerca debido a la enfermedad que padece. Ahora Masha y su pareja, su madre, Anna y Yegor forman una pequeña familia unida por sus orígenes y día a día se esforzarán para salir adelante sin perder de vista a su país y a los seres queridos que les quedan en él.