Ofrecido por:
Un edificio modernista en la calle Barrera de A Coruña
Ricardo Boan y Callejas es uno de los arquitectos más notables del modernismo coruñés. A pesar de su corta carrera profesional, sus obras son excepcionales y exuberantes como el número 23-25 de la calle Barrera construido entre 1906 y 1907.
21 agosto, 2024 05:00La mirada puede volverse ceguera son perder visión. La repetición constante de las imágenes que construyen el día a día hace desaparecer la sorpresa y la curiosidad. El fotógrafo de origen checo Josep Koudelka decía no quedarse en un país más de tres meses “¿por qué? Porque me interesaba ver, y si me quedo más tiempo me quedo ciego”. La mirada se acomoda al lugar, se adapta de tal manera que deja de percibir los pequeños detalles, pero también anula la voluntad de la curiosidad. Observar no es lo mismo que fotografiar, pero existe un paralelismo entre aquello que la memoria recuerda a través de la mirada y aquello que la cámara congela en forma de imagen. Y a pesar de ser una acción paralela, ambas se tocan en un punto del que Diane Arbus decía “la fotografía es un secreto de un secreto. Cuanto más te dice, menos sabes”. La acomodación de la mirada a la ciudad no necesita descifrar sus secretos, sino reconocer que existen para así caer de manera voluntaria en su relato.
La arquitectura que construye la ciudad como espacio común del hábitat humano, es un conjunto de secretos que se encuentran a la vista de todos sus ciudadanos. Los secretos no son ajenos a ella, pero sí a quienes la pasean, porque su vida es más larga que la de cualquier ser humano. La arquitectura como la fotografía o la escritura es algo que sucede mientras existe, antes es imposible hacerlo, incluso a pesar de la intuición, el conocimiento o la certeza de que existen secretos con los que crear un relato.
“Si se supiera algo de lo que se va a escribir, antes de hacerlo, antes de escribir, nunca se escribiría. No valdría la pena. Escribir es intentar saber qué escribiríamos si escribiésemos- sólo lo sabemos después-antes es la cuestión más peligrosa que podemos plantearnos. Peor es la más habitual” Marguerite Duras. Escribir, 2000
Hacer arquitectura mientras se hace arquitectura. A veces, la construcción de la ciudad es sólo eso, como el dibujo, la fotografía, la escritura, son expresiones naturales que solo suceden mediante la acción, no antes, tampoco después. Lo que sucede después es una nueva historia en la que, quienes observan la obra, realizan un ejercicio de interpretación natural e involuntario. La ciudad puede definirse a través de una infinidad de realidades, y todas ellas se encuentran alejadas de la monotonía. La tendencia a la diversidad de tejido urbano crea una ciudad compleja, a la que es necesario adaptarse, por ello quizás el ser humano apaga algunas de esas capas que la componen para evitar el ruido excesivo y con ello, altera la naturaleza viva y enérgica intrínseca a la dinámica urbana. Pero de cuando en cuando, es necesario leer, mirar y oponerse de forma irreverente a la ceguera de lo cotidiano, lo aburrido y lo repetitivo. Mirar a la ciudad como una fotografía que tiene olor: “Si puedes oler la calle al mirar la foto, es una fotografía de la calle” Bruce Gilden.
En A Coruña, la ciudad está sometida a los cambios naturales a este tipo de construcción colectiva, pero también a la condición topográfica creada por el mar. Su posición, su clima, e incluso la presencia fenomenológica del mar como elemento cultural, moldean un espacio público y un lenguaje arquitectónico que sólo se somete a matices, pero no a cambios profundamente fracturadores. También porque dentro de ese mecanismo cultural, se encuentra otra de las condiciones inherentes a una ciudad así, y es que aquello que no resiste la dureza del mar es eliminado sin más. Dentro de los múltiples matices que pueda contener la arquitectura de la ciudad, el lenguaje arquitectónico es uno de los más visibles. La arquitectura moderna, neoclásica, monumental, racionalista o modernista, a pesar de ese matiz lingüístico, también se adapta sin excepción a las condiciones del lugar. A pesar de la posible ceguera de quien ya se ha adaptado de forma inequívoca al lugar, los matices son los secretos a la vista que desvelan la imagen.
La arquitectura de la calle Barrera
La calle Barrera es una de las más populares de la ciudad. Situada en el corazón del barrio de la Pescadería, alberga dentro de sí varios siglos de memoria urbana que han construido la identidad cultural de la ciudad. Al igual que otras calles próximas, en ella se encuentran algunas obras singulares que, después de tanto tiempo parecen haber desaparecido bajo la costumbre de la mirada. En la calle Barrera se encuentran dos obras notables del arquitecto Ricardo Boan y Callejas (La Habana 1879- A Coruña 1915). Boan y Callejas tuvo una trayectoria lamentablemente corta debido a su pronto fallecimiento a los 36 años. En su corta carrera profesional fue arquitecto municipal de Lugo (1906-1907), arquitecto de hacienda en Lugo (1907-1911) y arquitecto auxiliar de A Coruña (1911-1915). Fue en Coruña donde comenzó a utilizar el lenguaje modernista junto con Antonio López Hernández.
El número 23-25 de la calle Barrera, fue construido en 1906 por Ricardo Boan y Callejas (en su fachada figura el año de su finalización, 1907). Su imagen inacabada responde a una situación coyuntural que obligó a la ejecución en dos fases. En 1906, la propiedad encargó al arquitecto la obra que daba únicamente a la calle Barrera número 25, apenas dos meses después adquieren la parcela adyacente, el número 23. Con el proyecto ya redactado y listo para comenzar la obra, Boan y Callejas decidió realizar un nuevo proyecto definitivo en lugar de una modificación u otro documento independiente. A pesar de esta unificación a través del proyecto definitivo, la fachada hacia la calle estrecha de San Andrés era muy diferente a la vertiente que daba a la Barrera. El edificio presenta una fachada de 13,80 m de largo, lo que permite que, a pesar de la poca profundidad de la parcela, se puedan distribuir dos viviendas por planta. Durante el proceso de construcción se realizaron algunas modificaciones destinadas a unificar el conjunto, de tal manera que la fachada hacia la calle estrecha de San Andrés comenzó a asemejarse más a aquella de la calle Barrera.
El lenguaje modernista de este edificio de viviendas es uno de los pioneros de la ciudad. De hecho, incluye elementos que hoy en día se perciben como rasgos consolidados, pero entonces eran experimentales o especulativos. La fachada hacia la calle Barrera se articula como un lienzo central tripartito enmarcado con galerías que sobresalen del plano de fachada a ambos lados. Al igual que en muchas otras obras modernistas, la jerarquía es fundamental en la composición de la fachada, algo que en su adaptación a la ciudad incorpora la galería como elemento regionalista. En esta organización basada en la importancia de la ornamentación vinculada a la composición arquitectónica, el lienzo central se sitúa como centro de la fachada incorporando cierto carácter monumental, mientras que el bajo y el bajocubierta se sitúan en un segundo plano. Tanto es así, que el bajocubierta ocupaba un plano retrasado respecto de la línea de fachada, hasta unas décadas después en que fue adelantado de tal manera que el remate superior de la fachada actuase como balcón.
Un edificio doble
El edificio original estaba formado por dos plantas, bajo y bajocubierta que, adelantado posteriormente crea el efecto de tres alturas. Y a pesar de la unificación lingüística realizada durante el proceso de obra, ambas fachadas aún resultan ligeramente diferentes. Hacia la calle Barrera, el edificio incorpora el ladrillo dentro de una materialidad neutra basada en la integración de la ornamentación en la propia envolvente. Pero es que, además, este material aparece no sólo como fábrica vista, sino que se muestra desde un punto de vista genético, es decir, poniendo de manifiesto las características de la tecnología constructiva con ladrillo. Boan y Callejas sitúa en el centro de la composición de su fachada un arco de ladrillo que es metafóricamente absorbido por la ornamentación modernista de aspecto vegetal. El punto medio de este arco articula el centro del conjunto en el que se sitúan los balcones con motivos florales y geométricos. A ambos lados de estos se encuentran el resto de los huecos con ventanas balconeras cuya protección responde a la jerarquía del conjunto, la inferior se ejecuta en obra, mientras que la superior utiliza defensas de forja al igual que las del bajocubierta. El dibujo de las defensas se repite en toda la fachada, tanto en los balcones como en los antepechos acristalados de las galerías.
Las galerías son un trabajo de carpintería excepcional, en ellas no solo existe un equilibrio excepcional entre escuadrías que posibilita percibirlas como un elemento esbelto y ligero, sino que además incorporan una ornamentación elegante y delicada que completa la estética del edificio. Las ventanas de las galerías siguen la tipología tradicional coruñesa, con apertura de guillotina y acristalamiento de pequeñas dimensiones (el único posible según la tecnología del momento). La ornamentación de todo el conjunto es muy rica, incluyendo elementos florares formados por hojas y flores. También aparecen otros motivos geométricos que simulan simplificaciones vegetales, gotas o estrellas, siguiendo el lenguaje modernista. El ladrillo parece desaparecer poco a poco a medida que el edificio crece en altura, pero se recuera mediante tres franjas en la última planta. El edificio sería una excepcional muestra de envolvente con lenguaje modernista, una de las más notables de la ciudad, pero además incorpora un apéndice hacia la calle estrecha de San Andrés con una composición paralela que completa el conjunto.
La fachada que da a la calle estrecha de San Andrés utiliza una composición adaptada a su escala, es decir, el arquitecto analizó las proporciones del frente de parcela y, en lugar de hacer encajar la composición previa de la otra calle, decidió utilizar los mismos elementos con una organización diferente. El centro de la fachada está formado por la galería, que es idéntica a las de la calle Barrera. Este elemento que se configura como argumento lingüístico de la fachada hacia la estrecha de San Andrés, sirve también como eje de simetría horizontal que deja por encima y por debajo dos huecos con balcones de forja. Los huecos superiores siguen la misma lógica compositiva que en la calle Barrera, mientras que los inferiores utilizan un dintel decorativo que remeda el arco de ladrillo presente en la otra cara. En esta fachada aparece además un pequeño matiz anatómico del edificio, y es que aún se aprecia la piedra que construye sus muros de carga en la proximidad de la medianera.
¿Cuál era el secreto?
El modernismo introdujo un lenguaje de apariencia desbordante. Un estilo cuyo centro de gravedad descansa en la estética como parámetro crítico y reflexivo a partir del cual enfrentar el contexto a través de la arquitectura. La dramaturga Dorothy Parker decía que “la creatividad es una mente salvaje y un ojo disciplinado”, en este sentido, la arquitectura es capaz de responder de manera precisa a dicha afirmación. Por salvaje, exuberante y desbordantemente utópico que pueda ser un planteamiento, la disciplina arquitectónica con sus condiciones técnicas y materiales descarga la irrealidad sobre el terreno creando una construcción sólida.
“Hay una clara analogía entre el proceso de fabricación de una película y el de un edificio… como los realizadores los arquitectos conciben grandes proyectos que ponen en juego importantes presupuestos y que acaban por no realizarse nunca. Además, en torno a las dos profesiones se encuentra la misma muestra heterogénea de personajes: productores, financieros, organizadores, críticos, público, etc. Después de haber empleado tiempo, dinero, e imaginación, tanto el arquitecto como el realizador, pueden, a fin de cuentas, ver cómo se echa a perder su proyecto” Peter Greenaway
El cine, al igual que la arquitectura, parte de un conjunto de pensamientos irreales o abstracciones emocionales que se materializarán en un relato que se concretará en una obra cerrada. La presencia consciente de esta idea al pasear por la ciudad desvela una realidad en la que la ceguera adaptativa carece de sentido, porque de forma repentina, la enorme complejidad de la obra construida palpable y la aparente idea utópica que se esconde en su génesis se encuentran. Y ese era el secreto que escondía la mirada.