Mi cara te suena
La asombrosa y muy real historia de cómo una broma entre amigos puede acabar dando la vuelta a España. Los orígenes de la cara que todavía puede verse tatuada en las paredes de A Coruña, contada por su dueño.
17 abril, 2021 11:56Amanecí la mañana de mi cuarenta cumpleaños con Martín preguntándome “papá, ¿porqué está tu cara en los contenedores de basura?”.
La madrugada anterior, un grupo de anónimos, supuestos amigos o amigas, pensaron que sería un buen regalo graffitear a lo Banksy la silueta de mi cara por toda la ciudad de A Coruña incluyendo aceras, escaparates abandonados, vallas de obra, paradas de autobús e incluso la fachada de la Concellería de Cultura.
Todavía no he logrado saber con seguridad quién o quiénes fueron los golfos apandadores (aunque tengo mis sospechas) pero reconozco que, pese a lo ilegal e incívico de la acción, me pareció el regalo más innovador y disruptivo del mundo.
La innovación se basa en la originalidad, en la capacidad de generar algo lo suficientemente diferente para conseguir un cambio reconocible que perdure en el tiempo aportando un valor añadido o transmitiendo unos valores de marca que, en este caso, era yo mismo.
Al cabo de unos días recibí el primer mensaje. Era S.V. que me enviaba una foto con una copa de vino desde A Taberna de Cunqueiro en la Calle Estrella y me preguntaba “¿eres tú ese que me está mirando desde la pared?”.
El siguiente reconocimiento fue de J.S que venía desde Santiago por primera vez a la oficina de Ingenyus en la Calle Real y al subir nos comentó “he conseguido encontrar el portal gracias a que he visto la cara de Pedro justo enfrente”.
Y así, un sinfín de fotos y mensajes, como el de X.O., el mejor amigo de mi hijo, ilusionado al reconocerme en los cristales del abandonado “El Molino”, mítico bar en el que me pasé el 50% de mi adolescencia.
Tan especial y única parecía ser mi cara que un día pensé que era la mejor acción de personal branding que podría tener jamás. Era reconocible y contribuía al recuerdo, dos de las claves más importantes del marketing y es por ello que desde entonces utilizo esta imagen como avatar de mis redes sociales.
Pero toda innovación conlleva riesgos y resulta ser que mi cara no era tan especial y única como yo consideraba. Parece ser que mi silueta facial en blanco y negro es lo suficientemente versátil como para representar también a otros que no tienen por qué compartir conmigo otra cosa que no sea un relativo parecido físico.
La primera vez que vi mi reflejo suplantado por la identidad de otro fue en un mensaje de remitido por mi adorado C.S. en el que me comunicaba haber visto en sus redes sociales la foto del amigo de un conocido preparándose para una despedida de soltero en la que habían hecho… ¡camisetas con mi cara! Ante la evidente pregunta, los autores argumentaron que el protagonista guardaba gran similitud conmigo o, al menos, con mi yo ilustrado.
La siguiente sorpresa vino al poco tiempo, cuando mi amiga I.G. circuló desde Madrid en el grupo de nuestros amigos del colegio un pantallazo del perfil de Instagram de Robert Bodegas, el cómico mitad de Pantomima Full, reivindicando su cara en una de las fotos de mi rostro tatuado por las paredes de la ciudad. Casi 400 personas confirmaban el equívoco con su “like”.
Hasta este momento, las suplantaciones siempre fueron anécdotas generadoras de sorpresa pero sobre todo de risas entre mi círculo de confianza, sin ningún efecto perjudicial severo. A veces, los efectos adversos de una innovación mal planteada pueden tardar en notarse.
La semana pasada, recibí un Whatsapp de V.L. (uno de esos pequeños clientes que terminan convirtiéndose en grandes amigos) junto a una fotografía, en el que me preguntaba “Perdona, es que me enviaron esto. ¿Les has hecho algo malo a los Riazor Blues?”.
Sólo pude responder: “Obviamente no soy yo. Ya sabes que sería incapaz de causarle daño a un mosquito y mucho menos aún a gente más fuerte que yo”.
En realidad, la fotografía nada tiene que ver con los Riazor Blues sino que es la pancarta con la que recibieron, hace unos días, al líder de Vox en el barrio madrileño de Vallecas… Santiago Abascal y yo, pero… ¿en qué nos parecemos? Físicamente creo que en nada y mentalmente menos todavía, y eso es un hecho.
Este ejemplo ilustra claramente que el posicionamiento puede llegar a convertirse en un arma de doble filo. Te permite ser reconocible pero también imitable, y no siempre los sucedáneos comparten la imagen o los valores que tú pretendes transmitir.
Me recuerda a otro ejemplo claro, salvando las distancias pues aún no he llegado a la categoría de icono, es la famosa fotografía del Che Guevara tomada por el fotógrafo Alberto Díaz Korda en 1960 y versionada a dos colores por el artista irlandés Jim Fitzpatrick. Esta imagen pasó de ser un símbolo de los movimientos sociales del 68 en Europa a convertirse en referencia del Pop Art (mérito de Gerard Marlange, uno de los asistentes de Warhol), ejemplo del merchandising capitalista en millones de camisetas (por arte de magia de múltiples marcas low cost) e incluso ilustrar glorietas y rotondas (por obra y gracia del Ayuntamiento de Oleiros), pero… ¿Son esos los valores que defendía el retratado?
Así que, la próxima vez que te suene mi cara (o la de alguien) piensa si realmente es él/ella y si representa los valores que pretendía transmitir. Tal vez sea puro marketing o tal vez, puro teatro.