Mis 7 pecados capitales como emprendedor
Emprender es, sobre todo en momentos de incertidumbre económica, una tabla de salvación para muchos de nosotros, pero es necesario, y a veces inevitable, no cometer ciertos errores si no queremos acabar hundiéndonos en el intento
25 diciembre, 2021 11:52No hace mucho tiempo tuve la oportunidad de bajar de visita a los infiernos. Afortunadamente fue sólo una excursión temporal, pero me sirvió sin duda para ser consciente de los múltiples pecados cometidos a lo largo de mi vida profesional como emprendedor.
Sólo ahora, con la perspectiva del tiempo soy capaz de analizar mis errores y ponerles nombre, conjugando el pasado imperfecto desde un presente simple:
1. Soberbia
Pese a que siempre me he considerado humilde y poco vanidoso (salvo estéticamente), lo cierto es que el emprendimiento acentuó en mí el sentimiento de poder con todo por mí mismo. En realidad creo que el desencadenante fue mi obsesión por liberar a otros de atravesar por el sacrificio y el esfuerzo que invertí hasta llegar a punto muerto, pero lo cierto es que el que casi muere soy yo mismo al dejar de dejarme ayudar por la mayoría de mi entorno con la idea (obviamente equivocada) de que nadie conocía tan bien mi mundo empresarial como yo mismo.
2. Avaricia
A los 2 años de montar mi primera empresa, me autoconvencí de que podría compaginarlo con la constitución de una segunda. Tras ella, me autoconvencí de 10.000 imbecilidades más, arrastrado más por la ambición profesional que por la económica (pues en muchas de esas nuevas aventuras profesionales era consciente de que había más gasto que beneficio) pero lo cierto es que olvidé que tan importante como hacer muchas cosas era concentrarse en las cosas que haces para que el crecimiento sea gradual y sano.
3. Envidia
Me cuesta, pero reconozco que quería muchas cosas que tenían o aparentaban tener los demás. Algunas económicas pero la gran mayoría inmateriales. Envidiaba, sobre todo, la capacidad de otros para equilibrar sus vidas y llegar a todo, poder ser el mejor yo para mi entorno personal y para mi círculo profesional. Desgraciadamente, de tanto buscar ser el mejor yo para todos, me olvidé de intentar ser el mejor yo para mí mismo.
4. Ira
Durante casi 1 año fui una bomba de relojería, pasando de la sonrisa a la tristeza en milésimas de segundo a medida que mi sueño se iba reduciendo hasta una media de 3 horas diarias. Los últimos meses, con el fantasma de un luto personal mal gestionado y cuando ya notaba el calorcito del infierno a mi lado, pasaba en realidad de la carcajada al llanto desconsolado con tan solo una palabra y, por desgracia, mi entorno más inmediato recibió mucho más de lo último que de lo primero.
5. Lujuria
Cada día me inventaba nuevas frutas prohibidas que anhelaba conseguir. Metas en su mayoría inalcanzables, que no sólo consiguieron aumentar mi frustración, sino que además anularon mi capacidad de disfrutar de los logros y progresos que íbamos consiguiendo. Trasladé, por desgracia, este irrealismo a mi equipo en determinados momentos (afortunadamente puntuales) intensificando el stress conjunto y apuñalando de muerte relaciones laborales que consideraba irrompibles.
6. Gula
Tanta hambre tenía, que terminé empachándome de trabajo. devoraba horas y horas de tareas delante del ordenador, 7 días a la semana sin festivos y mis conversaciones siempre terminaban, de un modo u otro, girando alrededor de la mesa profesional. Mientras tanto, mi cuerpo adelgazó más de 10 kilos consecuencia del tapón de ansiedad y un descenso de serotonina que anuló por completo mi apetito.
7. Miedo (nunca fui perezoso)
La acumulación de pecados desarrolló en mí, que siempre he sido extremadamente valiente y asertivo, un profundo miedo emocional. Tenía la estúpida y dañina necesidad continua de explicar mis sentimientos y mis comportamientos, quisieras (o merecieras) escucharlos o no. Tanto me desnudaba que tenía la sensación continua de ir en pelotas por el polo norte e incluso recuerdo que, en ocasiones, me temblaba el cuerpo del mismísimo miedo. Terror a la decepción, a dar más de lo que recibía, a la incomprensión y, en resumen, al fracaso. Obviamente, fui decepcionado, incomprendido y fracasé varias veces con anterioridad (y con posterioridad) pero nunca había sentido tanto miedo a ello.
Aunque fuera involuntariamente y en aquella época no supiera ponerle ni siquiera nombre concreto a muchas de estas actuaciones, aunque muchas de ellas pudieran ser incluso justificables y algunas sólo momentos extremadamente puntuales, lo cierto es que la montaña rusa del emprendimiento me hizo pecar en numerosas ocasiones y por poco me quemo el flequillo de tanto jugar con fuego.
Para mi fortuna, varios ángeles de la guarda (a los que nunca podré estar suficientemente agradecido) aparecieron para rescatarme de lo que podría ser una penitencia mucho más dura de lo que fue. Gracias a esos ángeles, que me devolvieron al limbo del equilibrio, volví a disfrutar de nuevo del paraíso y la satisfacción de construir un equipo, de evolucionar un negocio y, en definitiva, de ser emprendedor.