A Einaudi
Una reflexión sobre el concierto de Einaudi y el camino recorrido
El pasado lunes 24 de Julio A Coruña acogió al famoso compositor y pianista, Ludovico Einaudi. La ciudad herculina fue una de los lugares elegidas por el autor para dar a conocer su álbum más reciente, llamado “Underwater”. El Coliseum abrió sus puertas a un numeroso público expectante por escuchar al genio. Un incesante murmullo, que recordaba a una clase de primaria a la que todavía no ha llegado el profesor, se extendía por la sala. El compositor, llegó, portando un peculiar sombrero y como un director que pone orden simplemente con quedarse en el quicio de la puerta, se sentó al piano, y el público enmudeció. Era un tanto sobrecogedor el silencio que se instauró a su llegada, pese a lo multitudinario del evento. Sin embargo, pese a haber tanta gente, tengo la secreta convicción de que para Einaudi solo existía su piano.
Mientras recorría el teclado, dando vida a notas, que juntas significaban lo inabarcable, pensaba en cuántas horas habría pasado para componer piezas tan únicas. El público saborea el resultado de las horas de ensayo sin duda, pero también es digno de mención los esfuerzos que se pasan hasta poder conseguir la melodía definitiva. Esa que, para el autor existe, está latente, donde los demás solo ven símbolos.
Cada melodía cuenta una historia diferente. En algunas saltas, corres, nadas en las cristalinas aguas de un lago. En otras, te detienes, miras el paisaje, descansas, respiras, sueltas. El público observa cómo las notas describen movimientos como las cintas que en gimnasia rítmica se agitan en el aire acompañando las acrobacias.
Mientras todo eso sucede, no puedo evitar pensar esta vez, ¿cuántas veces le habrán dicho a este señor con sombrero que nos tiene admirados, tú no vales? ¿Pianista? Dedícate a una cosa seria y deja de perder el tiempo. Pienso si habrá aporreado el piano, frustrado, cuando las críticas de los otros le hacían dudar de su valía. Pero pese a ello, a los obstáculos, a las zancadillas siguió adelante con sus locas ideas de dar vida al piano y contar historias con las notas.
Pienso en “Intocables”, que también interpreta. Cada partitura que interpreta es un recorrido. Te lleva y descubres lugares, a veces apasionantes, a veces tristes, a veces soñados. Cuando te das cuenta te deposita en el punto de partida, listo para empezar de nuevo. Hasta que llega la última melodía.
Saluda al público y con un tímido “Grazzie Galicia”, conquista al auditorio, que sale del trance para aplaudir vigorosamente. Es hermoso, y pienso que, menos mal que ha seguido adelante. No pienso solo en él, sino en todas las personas que apuestan todo por un sueño y lo defienden a capa y espada, aunque nadie lo entienda. El público se pone de pie y aunque nos da vergüenza nos miramos a los ojos. Brillan. Eso es todo lo que importa.