A Cunquiña: vino de barril con Humor desde 1956
Muchas generaciones han pasado por este pequeño local, donde el culto a la cunca se mantiene gracias a las tres Rosas.
24 mayo, 2019 14:24En la plaza del Humor, Cunqueiro, Castelao e incluso el Gatipedro, si pudiesen, se pedirían un vino de A Cunquiña. Esta vieja tasca lleva toda la vida aquí. Ya estaba cuando el lugar era conocido como la plaza de los Huevos. Fue Rosa Álvarez la que inauguró este bar en 1956 junto a su marido. Ahora, es su hija, Rosa Ferreiro, la que regenta un local que cada vez atrae más gente.
De rosas va la cosa, pues Ferreiro se apoya en sus dos inseparables amigas: Rosa Elena Pose y Rosa Núñez, conocida como Rose. Juntas llevan dos años como responsables máximas de que nadie se quede sin su cunca. A la semana se despachan en esta tasca 600 litros de Ribeiro de barril. El mismo que servía su madre, que todavía visita el que fue su bar y a su hija, que se crió entre raciones de chicharrones, empanada y queso. Todavía hoy los clientes se encuentran estos aperitivos en la barra.
Este pequeño local mantiene la esencia de sus orígenes. Mantiene sus cuadros, sus barriles de madera o su cocina. Mantiene incluso a Marcelino, a Antonio o a Ramón. Clientes de toda la vida a los que se les llama por el nombre y no hay que preguntar qué van a tomar. Una cunca de Ribeiro, por supuesto.
A Cunquiña es uno de esos secretos en boca de todos en la ciudad. Un lugar donde convergen generaciones, alejado de lo moderno y la innovación. Quizá, tras unos cuantos vinos, te apetezca cantar aquello de: Vivir na Coruña que bonito é!
Una tasca de las de siempre, para los de siempre
Llevas solo dos años al frente de A Cunquiña.
Rosa Ferreiro: Lo cogí el 7 de febrero del 2017. Es curioso, porque la inaguración fue el mismo día de 1956. Lo abrieron mis padres, y mi madre estuvo aquí hasta el 2000. Luego, lo cogieron Eduardo y Pedro, que eran clientes que pasaban por una mala racha y quisieron alquilarlo. Ellos se jubilaron en el 2017 y desde entonces lo llevo yo, con la ayuda de las Rosas. Da la casualidad que empezamos el mismo día que mis padres abrieron el bar.
Las casualidades no acaban ahí, pues tanto tu madre, como tú y tus amigas que te ayudan en el bar os llamáis Rosa.
Todas somos Rosa. Hay mucho cachondeo con el tema de los nombres, pero siempre les decimos a los clientes: "Nosotros lo tenemos complicado para aprendernos vuestros nombres, pero vosotros gritáis ‘Rosa’ y contesta siempre alguien".
¿Cómo surgió la idea de coger A Cunquiña?
Yo trabajé muchísimos años para Inditex y después lo hice para una empresa catalana. Hicieron un ERE y creí que era el momento de hacerme cargo de esto. Llevaba un año pensándolo, porque los inquilinos ya pensaban en jubilarse. Mi madre cuando se enteró me preguntó si sabía dónde me metía. Le contesté con un sí rotundo.
Al no llegar a cerrar, supongo que seguirán viniendo los clientes de toda la vida.
La verdad es que en A Cunquiña hemos conseguido una fusión muy buena. Aquí se juntan todavía los clientes de mi madre. Como Marcelino [señala a un hombre mayor que apura los últimos sorbos de vino de una cunca], que lleva muchos años viniendo. Esta gente abrió el local con mi madre, y la ha acompañado durante muchos años. Se juntan con gente de nuestra edad y, por la noche, también con pandillas de niños de 20 años. Hay chiquillos que vinieron con los padres antes. Confluyen muchas personas.
¿Los clientes son también la esencia del local?
Aquí todo funciona como lo hacía antes. Sigue viniendo la misma gente, se sigue sirviendo el mismo vino, nos lo suministra la misma persona… Sigue habiendo queso, chicharrones o empanada. Ponemos pinchos variados para los clientes. Y los domingos tenemos los mejores callos de la ciudad. Lo puso gente hasta en Instagram.
También hay un gran ambiente en las sesiones vermú.
Hacemos sesión vermú en directo los sábados. Vienen diferentes artistas y abarrotamos, tanto dentro como fuera. Si hace bueno, hay más gente en la plaza que aquí. La plaza del Humor es súper acogedora. A lo largo del año celebramos muchas fiestas. Como San Juan, organizado por todos los bares de la zona, o la Feria de Abril, que acabamos de terminar. También hacemos queimadas, como el Día de la Mujer Trabajadora o el Día das Letras Galegas, que leemos textos del homenajeado. Ahora tenemos cada dos viernes cantos de taberna.
Otra esencia de A Cunquiña es su decoración.
Las cosas que están son, la mayoría, las que tenía mi madre. Pero vamos añadiendo cosas, como cuadros que nos regala un cliente. También es un regalo el letrero de "Plaza da Cunquiña". Tenemos también el pendón de carnavales de los Kilomberos de Monte Alto. Yo misma fui kilombera, pero ahora ya no puedo salir a desfilar. Lo traen cuando acaban el paseo, pero se queda aquí hasta que se acuerdan de llevarlo [bromea].
Aquí hay gente desde las 12 de la mañana hasta la madrugada.
Abrimos de 12 a cuando no haya gente. No podemos cerrar ni los lunes, que tenemos unas pandillas que se reúnen ese día. Hay días que tengo que decirles: "Niños, yo me piro. Aquí os dejo la caja y las llaves; bebed y echad dinero ahí". Pero la gente que hay es muy maja. Son muy respetuosos con el tema del ruido. Notamos mucho cuando hay actividades en la zona: el pregón, la feria medieval o los conciertos en María Pita. El día de la reinauguración estaba esto a tope, igual que los viernes o sábados cuando hay alguna cosa cerca. Hay clientes que nos dicen: "Es la tercera vez que intento entrar a pedir".
¿Existe mucho más que una relación tabernera-cliente?
Eso sí, tenemos nuestra gente habitual, de todos los días. Si llegamos a las 12 y 10, hay gente esperándonos en los bancos de la plaza. Cuando alguno de nuestros habituales falla un par de días ya estamos rayadas pensando que le habrá pasado algo. Yo les digo que al que falte dos días, le quito la pensión.
¿Quedan muchos locales que sigan manteniendo esa cultura de la cunca de vino?
En la zona aún quedan locales. Está el Sanín, el bar del Humor… Aquí procuramos mantener la esencia. No hemos tocado nada de lo relativo al vino. Pintamos y arreglamos todo, pero el vino sigue siendo de barril de madera.
Tienes clientes como el exalcalde Carlos Negreira, Bea Mato o algún concejal de la Marea Atlántica, que tiene aquí al lado su sede. ¿Casan bien?
Es cierto que viene gente como Negreira, que aparece incluso en el dibujo que nos hizo un amigo. Bea viene porque antes lo hacía con sus padres. También es cliente la concejala de Medio Ambiente, María García. Se junta gente de todo tipo, todos muy majos y no hay problema. La gente, tenga las ideas políticas que tenga, viene y se toma su vino.
Supongo que tendréis miles de anécdotas.
Se ha liado parda muchas veces. Aparecieron un día una pareja de suecos. Estaban en un barco en la ciudad. La mujer era cantautora y se arrancó a cantar. Era una delicia escucharla. Tenían que coger ese día un vuelo a Suecia, que era el cumpleaños del padre de ella, que hacía 90 y pico. También era el cumpleaños de Rosa Elena. Pues, al final, el sueco se quedó. Prefirió este cumpleaños. Hizo una videollamada desde A Cunquiña con Suecia. Todos cantando como locos.
Otra anécdota es que yo tenía un noviete cuanto tenía 17 años, de esos con los que no acabas teniendo nada serio. Y a raíz de coger A Cunquiña lo he vuelto a encontrar y nos hemos hecho amigos. Es muy bonito. Este local ha valido para reencontrarnos con gente que llevábamos tiempo sin ver y ahora somos inseparables. Eso es A Cunquiña: amistad.
Lo que une A Cunquiña, que no lo separe nadie.
Bueno, de aquí han salido ya tres parejas. Una ya se casó y las otras dos siguen juntas. Pero no te hablo de gente joven, son personas mayores, de más de 70. Se juntaron en la sesión vermú y hasta ahora. Yo siempre les digo que les voy a cobrar.