Muchos los comparan con John Lennon y Yoko Ono por su fotografía desafiante en la plaza de la República. Pero Aurélie Ruby y Hamid Sulaiman no tienen la fama de los iconos del pacifismo mundial.  

La noche de los atentados estaban en el cine. Al salir, vieron 20 mensajes de la gente que no lograba dar con ellos y se dieron cuenta de lo que estaba ocurriendo. Unos días después, se fotografiaron en la plaza de la República con sus pasaportes en la mano y un cartel desafiante: "Como pareja francosiria, cada día pagamos el precio del terrorismo, el fanatismo, el racismo, las fronteras y las armas. Que os jodan. El amor siempre vencerá". 

Viven en una casa repleta de luz, a pie de calle, cerca de la Gare du Nord, la estación ferroviaria más grande de París. Tienen una fila de teteras apiladas sobre la cocina y suena de fondo una melodía suave, Ikara Wayra. Las paredes blancas agrandan el lugar, incluyen rastros de distintas culturas y tienen huellas de una vida nómada. Hamid reconstruyó la suya en 2012 junto a Aurélie. Los dos tienen 30 años y fue la cultura lo que les unió.

Aurélie es actriz. El día que conoció a Hamid, acababa de ser acogido en el Teatro de l'Aquarium como artista refugiado, recién llegado de Alemania. “Yo vivía ahí. ¡Ésa era mi casa!”, sonríe el risueño Hamid.

“Yo estaba preparando unas prácticas sobre Corneille con mi director", dice Aurélie. "Interrumpieron el ensayo para presentarnos a un artista sirio y era él”.

Hamid es artista. Pinta cuadros que ha llegado a vender al Museo Británico y crea cómics que reivindican la educación como motor de una sociedad en paz. Una temática de denuncia que no tuvo cabida en la Siria de Bachar Assad.

UNA FAMILIA SIRIA

Hamid estudió arquitectura en Damasco, donde ejerció su profesión antes de que la guerra le empujase a hacer las maletas acompañado de su madre. Viajaron primero a Líbano y luego a Egipto y a Alemania.

Su hermano médico vive hoy en El-Ihsaa, al sudeste de Arabia Saudí. Su padre, a 2.000 kilómetros de distancia, en Sakaka, también en suelo saudí.

El padre de Hamid es ingeniero. Dirigía su propia empresa en Damasco y fue el último miembro de la familia en huir de la ciudad. “Mi padre no puede venir a Alemania con mi madre porque no le dan el visado", explica el artista sirio. "Llevo sin verle más de tres años. Es un hombre respetado en su profesión”.

La madre de Hamid es una abogada especializada en la defensa de los derechos humanos. “Fue una de las primeras mujeres abogadas en mi país”, dice. Ese trabajo es una de las razones por las que abandonaron Damasco. Hamid vino a París para seguir ejerciendo como artista desde esta ciudad.

“Mi madre todavía vive en Alemania y va cada cierto tiempo a ver a mi padre a Arabia Saudí”, explica Hamid. Cuenta que ella ha aprendido alemán, vive en un apartamento y ayuda en una tienda de antigüedades en la ciudad renana de Bielefeld. “Ella está bien porque le encantan las antigüedades, quizá consiga ser abogada o asistente social”, cuenta mientras friega los platos y prepara café. 

"SÍ, ERA RICO"

Sin pretensión alguna, Hamid me explica que su familia vivía bien antes de dejar Siria: “Teníamos cinco o seis casas”. Aurélie le mira y abre los ojos: “¡¿Ah ,sí?!” Los dos se ríen. “¿Ves? Cada día aprendo algo nuevo de él", explica. "Cuando le conocí, pensaba que era rica a su lado con mi pequeño sueldo de actriz”.

Hamid cuenta su historia con firmeza. Es alto y muy corpulento. Lleva una chaqueta de punto, tiene una barba frondosa y una sonrisa muy blanca. Lleva gafas de pasta. Le gusta escuchar. Dice que va al cine o al teatro aunque sea en un idioma que no comprende “porque siempre es interesante”. Le encantó Dheepan, la última película de Jacques Audiard.

Hamid tiene una voz muy grave y un acento marcado. Le gusta que Aurélie le corrija cuando conjuga mal un verbo.

“Teníamos mucho dinero invertido en casas o coches", dice Hamid. "En Siria no existen las clases medias. Nosotros éramos ricos. Cuando pasamos por Líbano al salir de Siria, me robaron un par de veces. Allí saben que los sirios llegan con su casa sobre los hombros. El racismo también lo sufrimos en Líbano. No es sólo cosa de Europa. Si te pegan una paliza, te puedo asegurar que la policía ni siquiera se molesta en escucharte, lo he visto con mis propios ojos”.

Aurélie no parpadea. Es una espectadora más. Muchas de las cosas que cuenta Hamid las ha escuchado antes. Otras las descubre cada día.

“No olvidaré el día que me contaste que habías llegado a Francia con 20 euros en el bolsillo”, le dice Aurélie. “Recuerdo que me dijo algo así como... He conocido la riqueza, y he conocido la pobreza extrema. ¡Y te puedo asegurar que prefiero ser rico!”. Los dos se vuelven a reír.

La pareja francosiria.

DOSTOYEVSKI Y LA COMIDA SIRIA

Al llegar al Teatro de l'Aquarium, Hamid sólo hablaba inglés. “Yo me acerqué a él porque no paraban de hablar de su país en la televisión y tenía ante mí a alguien de mi edad que conocía eso de primera mano", explica Aurélie, que se sonroja y agita las manos. “Luego iba a verle porque él dormía allí y yo sabía dónde encontrarle. Me di cuenta de que iba al teatro más que antes a charlar con él”.

Hamid interrumpe a su pareja: “Nuestra primera conversación fue sobre el vídeo contra el islam que terminó con un asalto a la misión estadounidense de Bengasi. Después hablamos de arte, de Dostoyesvski y del ateísmo”.

Aurélie confiesa con timidez que se dio cuenta de que tenía que estar con él cuando se fue a pasar un fin de semana con su familia y no se le borraba la sonrisa de la cara: “Ahí me dije: 'Ah. Esto no lo has sentido nunca'. Hamid es un hombre libre, fue libre en un país como Siria, con lo que eso conlleva. Me enamoró eso... su libertad. ¡Eso y cómo cocina!”. Su plato estrella son las ''feuilles aux raisins”, un plato sirio-turco.

UNA BOFETADA DE REALIDAD

Aurélie y Hamid son felices. Pero ambos recuerdan que el amor no fue suficiente. Hamid se planteó dejar a Aurélie poco después de conocerla. Creyó que existía entre sus mundos una brecha demasiado grande para crear una vida común.

“En 2012 me di cuenta de que no conocía el racismo", explica Aurélie. "Desde que estoy con él sí lo conozco”. Hamid quería proteger a Aurélie de las huellas de una vida rota, del estigma del refugiado, de la amalgama que se hace con el terrorismo islamista que hoy ataca a los dos países. Aurélie quería ahorrarle a Hamid el racismo del que iba a ser víctima en su país.

“Yo tenía que hacerle un hueco muy grande en mi vida", recuerda ella. "Eso suponía abrir mi día a día a una persona de una cultura diferente. Introducir esa historia en mi círculo de amigos, ayudarle a aprender francés, acompañarle en todo cuanto necesitase”.

No se arrepiente pese a que la acogida en la familia de Aurélie añadió una capa de sufrimiento al de Hamid. “Mi abuela le preguntó cuántas mujeres tenía, si yo era una de muchas esposas y si tenía contacto con los de Al Qaeda”, explica. Después, con semblante triste explica que su padre sigue sin aceptar la relación. “Cada vez que hay atentados en Francia, la cosa va a peor”.

Hamid ve el gesto cabizbajo de Aurélie y enseguida cambia de conversación. “¡Por eso hicimos la foto de la plaza de la República! Para decir basta. Para decir: si nosotros hemos podido con esto, el amor sí es un camino”.

EL TAXISTA DE BEIRUT

“Cuando decidimos seguir adelante con nuestra relación", dice Aurélie, "yo ya sabía que quería casarme con él porque era mi hombre”.

Necesitaba el certificado de islam de Hamid para casarse. “Sí, sí", dice Aurélie. "Somos un país laico, pero existe ese pacto entre Francia y algunos países. Para que Hamid se casase conmigo aquí, necesitaba entre otras cosas, el documento que testificase que su religión era el islam. No importaba que fuera ateo. También necesitaba documentos como el certificado de nacimiento y todo estaba en Siria”.

Cuando llegó a los oídos del padre de Hamid su intención de casarse, se las ingenió para regresar a Siria en medio de la guerra y metió los papeles en un taxi que envió camino de Beirut. Allí los recogió un conocido de la familia, que recogió los documentos y los envió en dirección a París. “Cuando tuve su certificado de nacimiento entre mis manos, pensé: 'Es ahora o nunca'”.

Fue una boda íntima y se celebró en febrero de 2014.

Encontrar un testigo para Hamid también fue complicado. El joven quería que fuese alguien de su entorno cercano. “Mi mejor amigo acababa ser asesinado en Damasco”, recuerda. "Cada semana desde hace tres años pierdo a alguien. Ya casi no me queda familia. Mis amigos cuelgan en Facebook las fotos de los que van cayendo con una tira negra encima de sus caras. Los veo pasar en mi muro constantemente. No sé... Es algo que se ha banalizado, que forma parte de mi día a día”.

Su mujer lo corrobora: “Ya ni siquiera me cuenta cuando pierde a un amigo”.

Hamid comprende el miedo de Aurélie tras los atentados del viernes en París: “Entiendo que para ella esto es nuevo y es muy duro. Es triste decirlo, pero yo desde el viernes me siento más en mi país que nunca. Así era mi vida antes de irme de Siria”.

Desde los atentados, Aurélie ha vivido algunas situaciones surrealistas con Hamid. “Por ejemplo, cuando sus amigos de Damasco nos llamaron para saber si nosotros estábamos sanos y salvos, y no al revés. O ayer, cuando mi pandilla pedía consejos a Hamid sobre lo que debes hacer cuando te encuentras en medio de un tiroteo. ¡De locos!”.

A LAS ARMAS

Aurélie explica que acompañó al joven a la prefectura una y mil veces para ayudarle con el papeleo. Al haber sido acogido en un primer momento en Alemania, Francia ponía problemas para aceptar su demanda de asilo. La actriz recuerda esas horas en las colas de una oficina francesa: “Conocí el desprecio en primera persona. Qué mas da el sufrimiento que traen con ellos. Vamos a tratarles peor. Ésa es la impresión que tuve. La primera vez que le acompañé, salí llorando”.

Hamid se ríe a carcajadas cuando me cuenta su experiencia en los cursos de integración. “Éramos 30 refugiados y una americana: la mujer de un embajador", explica. "Una tal Lady Mc Carthy. Era rúbia y tenía 45 años. ¡Era súper chic!".

Hamid cuenta entre risas que no olvidará la cara de la americana cuando el encargado de esos cursos les dijo: “Lo mejor para vosotros, los hombres, es que busquéis trabajo como obreros. La segunda opción es que os alistéis en el Ejército. Las mujeres deberíais daros de alta como autónomas para ser niñeras o buscar a alguien que necesite una limpiadora”.

Aurélie vuelve a hacer ese gesto con los ojos. Está escandalizada. “¿Eso es integración?”. 

“Yo tuve la suerte de tener estudios y de aprender inglés en Siria", explica. "A día de hoy, sigo viviendo de mi trabajo y de mis exposiciones”.

Nunca ha pedido una de las ayudas económicas que se ofrecen a los refugiados. "Aquí en Francia tienen suerte”, dice Aurélie. “En Alemania no sólo te obligan a dedicarte a esos empleos que te proponen. Además tienes una ciudad asignada por defecto”. Cuando las miradas de lástima o los desprecios se acumulan, el joven sirio se ha visto obligado a decir: “Pon en Google mi nombre. ¡No sabes quién soy, pero yo soy alguien! Soy Hamid Sulaiman”.

El artista sirio y la actriz francesa tienen proyectos y trabajan juntos en una obra de teatro, Winter Guests, que sube al escenario del Teatro de la Alianza Francesa a los protagonistas de historias como la de Hamid. “Quiero que cuenten sus vidas, que nos hagan viajar, que dejemos de imaginarles como cifras", dice Aurélie. "¿Cómo han llegado aquí? ¿Qué hacen ahora? ¿Cuál era su trabajo en Siria?”.

La joven recuerda lo mucho que le dolió que personas de su entorno le preguntasen si Hamid se casaba con ella por los papeles: “Me casé por amor. ¿Tan difícil es de comprender? Me da la impresión de que en un mundo en el que gastamos tanta energía en hacer la guerra resulta imposible pensar que hacemos cosas por amor”.

Hamid la mira y le da la mano. Explica que cuando sale de fiesta en París todo va bien hasta que le preguntan de dónde viene. La reacción suele ser siempre la misma. Se lleva las manos a la cara y la imita: “¡Pobre! Eres sirio. Lo que has tenido que sufrir...”. Mira a Aurélie. “¿Te acuerdas de la chica que se puso a llorar cuando le dije de dónde venía? ¡No sabía qué hacer! Me da la impresión de que les cuesta imaginar que tengo dos brazos y dos piernas como ellos”.

Carteles en la plaza de la República. Eduardo Suárez

HISTORIA DE UNA FOTO

Desde el viernes, las redes sociales se han llenado de fotografías de parejas mixtas que siguen el ejemplo de estos dos artistas a los que los que empiezan a llegarles amenazas islamistas. “Ayer me escribieron en Facebook que era un hijo de perra, que darían conmigo”, dice Hamid. Otro chico le dijo que era un nigga y que volviese al desierto de donde nunca debió salir.

Aurélie y Hamid se dejaron inmortalizar por Jérémie Lortic en la plaza de la República el sábado tras los atentados de París. Lo hicieron para lanzar un mensaje de paz y esperanza en un momento de caos. Ambos han querido contar los baches de dos mundos opuestos bajo el mismo techo para mostrar lo que el amor al otro es capaz de hacer. “Una mirada en el metro o decir buenos días a un joven de los suburbios en lugar de mirarle con miedo o con desprecio", explica ella. "Todos esos gestos cuentan para construir una nueva generación en este mundo que se nos está yendo de las manos”.

Un estudio del Instituto Montaigne revelaba en octubre que un ciudadano francés llamado Mohamed tenía cuatro veces menos posibilidades de recibir una respuesta a su currículum que uno llamado Michel. “Yo en realidad me llamo Abdulhamid y no Hamid, pero prefiero acortarlo porque Abdulhamid se llamaba uno de los terroristas del 11 de septiembre y también uno de los de París”.

Aurélie le mira preocupada: “De verdad, Hamid... ¡No sé cómo lo haces para vivir con eso, viendo tu nombre siempre por todas partes!” Él se encoge de hombros. “¡Me llamo así!”

A Aurélie le entristece el cierre de fronteras. “¿Así? ¿En bloque? ¡Los refugiados no son una entidad! Los habrá simpáticos y los habrá imbéciles como ocurre en cualquier país europeo. Porque tienen derecho a ser todo eso, son personas con una vida detrás. Pero incluso el más imbécil no merece pagar las consecuencias de los ataques del Estado Islámico. Incluso el más antipático de los refugiados no merece morir ahogado en el Mediterráneo”.

Cuenta que una mujer se acercó a ella después de ver el espectáculo que dirige. “Me dijo: 'Lo que he oído aquí esta noche me ha dado ganas de ayudar. ¿Qué puedo hacer? Tengo una cama en mi casa'”.

Desde ese día, uno de los chicos sirios que cuenta su testimonio en la obra de Aurélie duerme en casa de esa señora. Ese chico quiere ser actor, quizá porque es la única puerta que le han abierto por ahora. “Es emocionante", dice la actriz. "Desde que la mujer lo supo, le lleva al teatro todas las noches”.

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