A David le gustaría ser actor pero por ahora trabaja como tramoyista en el teatro Antoine: una sala cómica en el bulevar de Estrasburgo que nació con otro nombre en 1866. Allí se representaba este viernes delante de unas 800 personas la comedia Fleur de cactus protagonizada por la famosa actriz Catherine Frot.
“No dijimos nada a los actores sobre los ataques hasta el final de la obra”, recuerda David aún afectado. “Después de los aplausos, el director del teatro salió al escenario para explicar lo que había ocurrido y algunos espectadores optaron por quedarse unas horas en el teatro antes de partir. Les dimos agua, infusiones y por supuesto vino. ¡Esto es Francia!”.
Veinte horas después, David se ha decidido a venir a la plaza de la República. El teatro ha suspendido la función a petición de las autoridades municipales y se ha acercado a pie desde su casa, en un barrio a las afueras de la ciudad. “Quería venir aquí porque es el lugar donde la gente se reunió después de los ataques contra Charlie Hebdo y porque la plaza tiene un nombre simbólico: es un homenaje a la república. Es el lugar perfecto para mostrar apoyo a las víctimas y decir que nada destruirá nuestra democracia. Estamos aquí contra el oscurantismo y el fanatismo y para decir que nunca olvidaremos lo que ocurrió”.
David nació en Nantes pero vive en París desde hace unos años. Tiene los ojos verdes, el pelo marrón y un cierto aire de dandi con unos zapatos bicolores, una corbata granate, una trenca cruzada y una bolsa de mano de color celeste.
A la espalda lleva colgada una bandera tricolor como si fuera la capa de un superhéroe. No es uno de esos trapos insulsos que venden en las tiendas de recuerdos de Notre Dame sino una de las banderas de la liberación de París. “La compré hace unas semanas en un mercadillo de antigüedades y desde entonces la tengo colgada en la habitación. Lo que ha ocurrido esta vez es aún más grave que lo de Charlie Hebdo. Han atacado a unas personas que habían ido a un concierto. ¡Yo conozco a esa banda y quizá habría estado allí si no hubiera tenido que trabajar!”.
Un lugar simbólico
El Monumento a la República lo levantó el concejo de París en 1879 en una plaza que acababa de remodelar el barón Hausmann y donde antes se erigía una fuente. Se trataba de rendir homenaje a la tercera república francesa, que acababa de emerger de entre las ruinas de la derrota en la guerra franco-prusiana y del impulso revolucionario de la Comuna de París.
El espíritu indómito de aquellos días se percibe en la estatua de bronce de Marianne, que sostiene la Declaración de los Derechos del Hombre con la mano izquierda y enarbola en la derecha una rama de olivo como símbolo de paz.
Aquí se celebran a menudo concentraciones cuyos organizadores buscan refugio debajo de esta mujer con facciones serenas, gorro frigio y túnica romana. La última vez ocurrió unas horas después del ataque contra la revista Charlie Hebdo.
Entonces se concentraron en esta plaza decenas de miles de ciudadanos indignados en un acto silencioso y sin discursos. Hoy los parisinos dejan sus mensajes pero no se quedan, persuadidos por los altavoces blancos de un coche de policía que cada cuarto de hora resuena en sus oídos: “Señoras y señores, les rogamos que abandonen la plaza por su seguridad”.
Ha empezado a oscurecer pero muchos se resisten a ponerse a cubierto en esta noche húmeda de noviembre, tan similar y a la vez tan distinta de la noche mortífera del viernes. Las velas que los parisinos encienden en torno a la columna iluminan los ramos de flores, las pancartas y los mensajes que van dejando quienes visitan este lugar.
“Nosotros lloramos pero no tenemos miedo”, proclama una frase escrita con témpera blanca en una cartulina negra. Una viñeta de cómic muestra a un señor cabizbajo que dice: “La gente que ha muerto estaba ahí fuera para vivir, beber y cantar. No sabían que alguien les había declarado la guerra”.
En el extremo occidental de la plaza cinco jóvenes ultiman un graffiti con el hashtag del día: #PrayforParis. El más joven apura un cigarrillo mientras perfecciona los bordes de las letras con un spray de aroma penetrante. “Nací en Marsella y no vivo demasiado lejos de la plaza”, explica antes de decir que prefiere no dar su nombre. “He venido aquí porque es un lugar especial y porque es donde nos reunimos en enero. Es mi forma de desafiar a quienes hicieron esto”.
El lema de la ciudad
Al otro lado del muro, hay un segundo graffiti con el lema oficial de la ciudad: “Fluctuat nec mergitur”. Una frase que hace referencia a un barco que no se hunde pese a ser zarandeado por las olas y que los ciudadanos de este lugar de esplendor y zozobra siempre recuerdan en las horas bajas de París.
Por supuesto también hay extranjeros junto a la estatua de bronce de Marianne. Camareros de los restaurantes de los bulevares cercanos y albañiles que trabajan en las obras que han brotado en torno a la transformación del barrio del canal St. Martin. Están aquí porque se sienten también herederos de esa república que no siempre les acoge como debe pero que les ha rescatado de las masacres de sus países de origen.
“Yo llevo 10 años viviendo aquí”, explica Paran, que llegó a París desde Sri Lanka. “Aquí hay mucha gente peligrosa pero estoy a gusto porque en mi tierra tenía muchos problemas”.
En torno a Marianne no sólo hay frases en francés. “Warum? [¿Por qué?]”, se pregunta alguien en alemán entre dos velas rojas y junto a un folio con un poema del poeta Louis Aragon: “Nada es tan fuerte, ni el fuego ni el rayo, como mi París desafiando los peligros”.
El Monumento a la República incluye 12 relieves de bronce que envuelven el pedestal sobre el que se levanta la estatua de Marianne. Todos representan hitos revolucionarios como la toma de la cárcel de la Bastilla, la supresión del feudalismo o la abolición de la esclavitud.
El primero representa el Juramento del Juego de Pelota: el momento en el que los representantes del pueblo desafían a Luis XVI y se conjuran para escribir una constitución. Alguien ha colgado una bandera tricolor del brazo de uno de los revolucionarios y ha pegado “Nous sommes la République” sobre el lomo del león de bronce que se yergue custodiando la estatua de Marianne.
A los pies del león aún perviven varias portadas de Charlie Hebdo que los parisinos pegaron en enero y que han resistido a los elementos para gritar este sábado que no se rinden. En torno a ellas jóvenes como Chloé y Hugo (15 años), que han venido aquí porque saben que deben estar: “Vinimos para demostrar que no tenemos miedo”, dice ella. “No hace falta dejar flores ni velas”, dice él. “Lo importante es venir aquí. Este lugar es nuestro símbolo”.
Anochece sobre el gorro frigio de Marianne y los leones de la república siguen llegando a esta plaza para llorar por las víctimas, dejar sus recuerdos o desahogarse en una ciudad en estado de shock.
El viernes David quería volver del teatro a pie pero el director del teatro se empeñó en pagarle un taxi. “Quería volver a casa caminando porque el mejor modo de mostrar que no tenemos miedo es seguir haciendo lo mismo. Yo seguiré cogiendo el metro y andando por las calles. No cambiaré mis hábitos porque unos tipos nos ataquen. Esta seguirá siendo mi ciudad”.