Cada tarde, cuando anochece, salen a la calle a protestar. Son unos 50 y la mayoría están jubilados. Usan silbatos, cacerolas y cualquier objeto contundente que haga ruido. La procesión dura cerca de media hora. Recorren todo el Besòs, un barrio obrero de viviendas protegidas que se construyó en los años 60 de Sant Adrià (Barcelona).
A su paso, otros muchos vecinos salen a los balcones y desde ahí se unen a la “cacerolada de las ocho”. No se atreven a bajar porque es peligroso pero participan en la protesta porque están cansados de que el barrio se haya convertido en un punto de venta de droga.
En los balcones cuelgan pancartas que piden: “Fuera los okupas y los camellos”. Abajo los vecinos que han tenido el valor de salir a manifestarse hacen un ruido ensordecedor. Saben que hay gente que ha ocupado pisos y los utilizan como puntos de venta de drogas.
Pasan por delante de los edificios ocupados e increpan a los inquilinos ilegales. “No tenemos miedo”, asegura el hombre que lidera la cacerolada. “Aunque esta guerra ya se ha cobrado una vida, tendrán que matarnos a todos si quieren callarnos”.
La muerte de Cristian
Es 3 de diciembre y en el Hospital del Mar ha nacido Alejandro. Es un bebé prematuro que ha pesado sólo dos kilos. Está en la incubadora pero evoluciona bien. A la madre, Consuelo, han tenido que hacerle una cesárea. El padre, Cristian, no lo conocerá porque un mes antes lo mataron a puñaladas.
Cristian era rumano y acababa de cumplir los 30 años. Llevaba casi una década viviendo en el barrio. Todos los vecinos se refieren a él como “una persona amable, trabajadora y plenamente integrada”. Lo asesinaron después de la protesta del 9 de noviembre. Los autores de las puñaladas fueron dos okupas que provocaron a los manifestantes al principio de la marcha. Sucedió mientras la comitiva pasaba por la puerta del Bar Porras.
“El piso ocupado está al lado del bar. Cuando pasamos por allí, los dos okupas empezaron a insultarnos. Uno de ellos incluso se bajó los pantalones y nos enseñó el culo”, cuenta Eduardo Araujo, el presidente de la Asociación de Vecinos que promueve las protestas. La intervención de la policía evitó que el incidente pasase a mayores en esa primera fase.
Acabó la manifestación y Cristian se paró en el Bar Porras a tomar una cerveza con su suegro. Los dos okupas salieron a provocarlo. “Lo único que Cristian les contestaba era que debían pagar el alquiler como hacemos las personas honradas”, recuerda su suegro, Dumitru. “Yo le pedía a Cristian que los dejase, pero eran los otros tontos los que le provocaban”.
De los insultos pasaron a las manos y empezó una reyerta desigual. “Eran dos contra uno pero Cristian era fuerte y no podían con él”, recuerda. “Entre patadas y puñetazos salieron trastabillados. Abandonaron la puerta del Porras y cruzaron la calle. Allí, entre dos coches aparcados, los okupas mataron a Cristian.
“Uno de ellos cogió una silla que no sé de dónde salió y le pegó un golpe en la cabeza. Cuando lo tuvieron en el suelo, lo apuñalaron hasta la muerte”, recuerda Dumitru.
Cristian deja un hijo de ocho años y una esposa embarazada de siete meses. “Mi hija está mal desde entonces”, dice Dumitru. “Al hijo mayor no le hemos dicho la verdad. El psicólogo recomendó que le dijésemos que su padre se había muerto de un infarto por hacer mucho esfuerzo trabajando”.
Usaron a una anciana
Los presuntos asesinos de Cristian salieron huyendo dejando un reguero de sangre. Ni siquiera soltaron las armas pero los Mossos d'Esquadra enseguida los detuvieron. Tenían 18 y 20 años y llevaban medio año ocupando uno de los inmuebles del Besós.
“Son dos delincuentes de La Mina y no los querían ni en su clan”, dice un vecino indignado. La Mina es el barrio de al lado, tal vez el más conflictivo de toda la provincia de Barcelona. Un gueto construido en los 70 para albergar a residentes en poblados chabolistas.
Estos okupas llegaron al Besós porque hay pisos sin habitar desde hace dos años. Eligieron una vivienda vacía, le pegaron una patada a la puerta y allí establecieron su base para traficar con drogas. “Metieron con ellos a una anciana para que no los desalojasen. Decían que era su abuela. Si te metes en un piso con un niño o un anciano, la policía no te echa. Aseguraban que la mujer no podía moverse. Un mes después, la anciana desapareció y no hemos vuelto a verla. Pero ellos siguieron allí vendiendo droga y plantando marihuana. Esa gente no ocupa un piso vacío del banco porque lo necesitan para vivir. Lo hacen para traficar. Contra este perfil de okupas es contra el que nos manifestamos a diario. Al final han acabado asesinando a una persona”, resume José, uno de los miembros de la asociación de vecinos.
"Nos conocemos casi todos"
Cristian es la primera víctima de la guerra que mantienen los vecinos del barrio de Besòs contra los okupas desde hace dos años. “Nunca habíamos tenido problemas de convivencia. Nos conocemos casi todos”, explica Ricardo Gómez, que nació en Huelva hace 78 años y llegó al barrio en los años 60 durante una fuerte oleada migratoria.
Cientos de miles de personas llegaron del resto de España y se instalaron en la periferia de la capital. "Sant Adrià de Besòs pasó de 10 mil a 36 mil habitantes en una década", cuenta el historiador local José Luís Muñoz. La planificación urbanística franquista construyó barrios de viviendas protegidas como Besòs para poder dar vivienda a todos los recién llegados. "En los antiguos países comunistas, a este tipo de construcciones se les llamaba "Kumiblocks". Aquí se les llamó "Francoblocks"; grandes edificios idénticos de hormigón, levantados en zonas sin equipamientos. La planificación urbanística consistía en aprovechar al máximo todos el espacio disponible para construir vivienda", cuenta el historiador.
Muñoz asegura que "El barrio de Besòs siempre ha tenido un ADN guerrero. Tal y como acabaron las obras de construcción en los 60, la gente ya protestó por falta de equipamientos". También recuerda que se trata de un barrio en el que la mayor parte de la gente llegó en aquella oleada migratoria y no se han movido del barrio.
“Somos los vecinos de siempre. Los mismos que llegamos en los 60 no nos hemos movido de nuestras casas” confirma el vecino Ricardo Gómez. Eso ha provocado que ahora, 50 años después de la creación del barrio, la media de edad de sus habitantes sea muy elevada. “Los okupas se instalan aquí porque somos un barrio de viejos. Se aprovechan de nuestra edad”, lamenta Ricardo.
Los vecinos reconocen que la ocupación es un problema contra el que no pueden luchar: “El protocolo de actuación no es ágil ni rápido. Uno denuncia pero pueden pasar años hasta que desalojen a alguien de los pisos”, cuenta el presidente de la Asociación de Vecinos.
Eso ofrece a los okupas una impunidad que les lleva a ocupar pisos habitados. Lo sufrió Bernardo, un vecino jubilado que se marchó 20 días a Palma de Mallorca a visitar a su hija y se encontró gente dentro de casa cuando volvió.
Durante cuatro años ha estado peleando por su vivienda y ha tenido que irse a otro inmueble de su propiedad. Al final consiguió que los ocupas se fuesen pero ilusión sólo le duró unos días. Cuando hubo limpiado y adecentado el piso para volver a habitarlo, se lo volvieron a ocupar.
Habla la policía
Desde el asesinato de Cristian, la policía acude a menudo al barrio. Los agentes han intensificado la vigilancia y se interesan por las reivindicaciones vecinales. Un agente de los Mossos d'Esquadra comparte la opinión de los vecinos: “Habría que establecer un protocolo de intervención mucho más ágil. El ejemplo debería ser el de violencia machista. Hemos logrado evitar desgracias porque funciona bien. Si una mujer denuncia, llegamos enseguida. Con los casos de ocupación el proceso es lento y confuso”.
Esta pasividad ha convertido a este barrio en uno de los objetivos predilectos de los camellos: “Saben que hay pisos vacíos, vecinos viejos y una la ley que les ampara. Empezaron a ocupar pisos hace dos años y convirtieron el barrio en un punto de venta de droga. No usan los pisos para vivir sino para traficar y plantar marihuana”, cuenta José, otro de los miembros de la Asociación de Vecinos de Besòs.
La asociación ha abanderado esta lucha desde el principio. Desde el inicio de las ocupaciones hace dos años, los vecinos han ido protestando sin demasiada coordinación pero hace tres meses decidieron organizarse mejor. Empezaron a colgar pancartas en los balcones, a denunciar ante la policía y a increpar a los okupas. Desde septiembre a partir de las ocho, quedan en la puerta de la asociación y hacen una cacerolada por todo el barrio. ¿Por qué eligieron este método de protesta? “Porque funcionó en 1990 contra los Mossos d'Esquadra y la policía nacional”.
La intifada del Besòs
Hace exactamente 25 años, los vecinos de Besòs protagonizaron una auténtica batalla campal. En aquella ocasión no se levantaron contra los okupas sino contra las fuerzas de seguridad. Los medios bautizaron aquellos disturbios como la “Intifada del Besòs” y los definieron como “el motín urbano más importante declarado en el país desde la Guerra Civil”.
Corría el año 1990 y Barcelona se preparaba para los Juegos Olímpicos. La Generalitat, el Ayuntamiento de Barcelona y el de Sant Adrià decidieron unilateralmente emplear un solar del barrio llamado “La Palmera” para construir viviendas donde pretendían realojar allí a familias que residían en barrios chabolistas de Barcelona.
“Querían hacer de nuestro barrio otro gueto”, recuerda José Paredes, que participó en aquellos disturbios. Los vecinos protestaron. Pidieron que se utilizase el espacio para construir equipamientos porque la zona carecía de ellos. Pedían guarderías, espacios deportivos y residencias de ancianos. Las autoridades desoyeron las peticiones y desplazaron las excavadoras hasta el solar para construir pisos.
La noche del 20 de octubre, los vecinos se colaron en la zona y desarmaron las estructuras preparadas para edificar.
A las cinco de la madrugada, los policías tomaron el solar para permitir a las máquinas que empezasen a construir las viviendas y evitar que los vecinos volviesen a actuar.
Fue entonces cuando los vecinos levantaron barricadas, quemaron contenedores y contestaron con piedras y cócteles molotov. “La policía utilizaba cartuchos de verdad”, recuerda Paredes. “Pegaron a diestro y siniestro y ni siquiera dejaban entrar a la ambulancia. Un vecino perdió un ojo y una mujer embarazada perdió a su hijo”.
La guerra entre vecinos y policías duró cinco largos días. “Resistimos. Les dijimos que nos tendrían que matar a todos si querían salirse con la suya. Cuando vieron que no podían con nosotros, optaron por ceder”, rememora Ricardo Gómez.
Al final las fuerzas de seguridad se retiraron y en aquel solar se construyeron diversos equipamientos. Hoy, un mural de la asociación de vecinos recoge los cartuchos que disparó la policía.
La chispa revolucionaria
“El recuerdo de aquellos días es duro pero lo tenemos muy presente y nos ayuda a no rendirnos”, cuenta Eduardo Araujo, el presidente de la Asociación de Vecinos. Reconoce que “lo acontecido estos días nos ha hecho recuperar la chispa revolucionaria”.
Muchos de los vecinos que vivieron aquella revuelta ciudadana siguen viviendo en el barrio. “Si no nos achantamos en su momento contra la policía, no lo vamos a hacer ahora por unos camellos”, explica Ricardo, que sigue protestando cada día a las ocho y cada lunes celebra una asamblea que ha llegado a congregar a 400 personas.
Ahora tienen el respaldo de las fuerzas de seguridad. Cada concentración está escoltada por efectivos de la Policía Local de Sant Adrià y a menudo por los Mossos d'Esquadra.
Mientras, el Ayuntamiento parece mantenerse ajeno a esta problemática. No quieren hablar del tema. El alcalde, por medio de su secretaria, declina hablar porque argumenta que el caso está bajo investigación.
Con policía o sin ella, con el Ayuntamiento implicado o al margen, los vecinos aseguran que no tienen miedo. Ricardo lo advierte al final de la cacerolada: “Somos mayoría. Los propietarios legítimos contamos con la razón y con espíritu guerrero. Igual ya no somos tan jóvenes, pero estamos dispuestos a llegar hasta donde sea para defender lo que es nuestro”.