Otra vez cocaína. Otra vez en toneladas. Y otra vez Galicia. La Policía Nacional ha anunciado este martes la aprehensión de 3.000 kilos de cocaína en una nave industrial de Barro, un municipio pontevedrés a 17 kilómetros de Vilagarcía de Arousa.
La incautación, llevada a cabo en el marco de la operación Dulce, es la más voluminosa realizada en suelo gallego (que no mar) desde que en 1999 la Policía -con apoyo del Servicio de Vigilancia Aduanera (SVA)- se hiciera con 5,1 toneladas de cocaína almacenadas en la localidad coruñesa de A Pobra do Caramiñal.
Aquella operación, denominada Temple, terminó con el asalto por parte de los GEO del buque Trammsaare, un carguero panameño que portaba en sus entrañas 10 toneladas de fariña (harina), como suele denominar a la cocaína en Galicia.
Eran otros tiempos. Tiempos en los que los clanes gallegos dominaban el transporte de droga a nivel europeo y en los que Galicia era la puerta de entrada de la cocaína en el continente. Imponían su ley las organizaciones de Laureano Oubiña (todavía en la cárcel desde que fue detenido en el año 2000), Sito Miñanco (actualmente en segundo grado con la prohibición de pisar Galicia) o el clan de Los Charlines, cuyos jefes actuales están en prisión mientras que Manolo Charlín, el viejo patriarca, disfruta de la libertad en Vilanova de Arousa ya como anciano.
En aquellos años el volumen de negocio era estratosférico. El juez José Antonio Vázquez Taín, azote del narcotráfico durante esa etapa, estima que entre los años 2001 y 2003 entraron por Galicia 150.000 kilos de cocaína: más del 80% del total introducido en Europa. Hoy, el poder de los gallegos es mucho menor. Pero sigue presente.
¿Holandeses en planeadora?
La Policía explicó ayer que los 3.000 kilos de cocaína aprehendidos en Barro pertenecían a una organización de narcotraficantes holandeses que introdujo la mercancía por Galicia para vendérsela a una red de narcos británicos que operan en España.
Los holandeses, según fuentes policiales, compraron la cocaína a un cartel colombiano, que acercó los fardos (de 30 kilos cada uno) a la costa gallega a bordo de un pesquero. Desde allí, la mercancía se introdujo en tierra a bordo de planeadoras, lanchas rápidas y ligeras con capacidad para cargar gran cantidad de droga y combustible.
Una vez en tierra, la cocaína se almacenó en una nave en Barro donde aguardaba ser trasladada por tierra a Málaga, centro de operaciones de los británicos, que ya habían pagado la droga. Sin embargo, lo que sí ponen en duda los investigadores es que estos intermediarios gallegos hubieran cobrado el 30% pactado del precio de la mercancía. El 14 de diciembre la furgoneta cargó los primeros 700 kilos de cocaína y salió de Barro rumbo a Málaga. Antes de que abandonase la provincia de Pontevedra fue interceptada por coches de la Policía Nacional, que fueron apoyados durante toda la operación por la DEA (agencia antidroga estadounidense) y la NCA (agencia británica).
El asalto no fue fácil: la furgoneta, acompañada de un vehículo escolta, intentó huir y acabó embistiendo contra los coches de los agentes. Finalmente fueron reducidos y esposados en la cuneta misma de una carretera cercana a Vigo. Otra escenita para la colección de narcohistorias gallegas. Después, los agentes encontraron el resto de mercancía: llevaban vigilando la operación desde hacía semanas.
Colombianos que venden cocaína a holandeses quienes, tras introducirla en tierra a través de la costa gallega, se la venden a británicos. A la ecuación, difundida de forma pública por la Policía en rueda de prensa, le falta despejar una incógnita. “Es imposible que hayan sido los holandeses quienes hayan metido la cocaína en tierra pilotando planeadoras entre las rías”. Lo dice un agente de la Guardia Civil que trabaja sobre el terreno contra el narcotráfico. “Algo así ni se lo plantean, es imposible”, insiste. Es ahí donde entra en juego la conexión gallega, cada vez más opaca y discreta. Tanto que, de momento, ha pasado desapercibida en esta operación.
Los agentes gallegos se muestran convencidos de que algún clan de las rías ha ayudado a los holandeses a introducir la cocaína en tierra. “Más que ayudar -cuenta un agente de Policía Nacional- es que han tenido que ser gallegos quienes pilotasen las planeadoras. A unos narcos holandeses ni se les ocurre plantarse en Galicia y ponerse ellos a descargar”, añade. La nave industrial de Barro donde almacenaron la cocaína es otro dato que confirma estas sospechas.
Poca discreción
De momento, ni la Policía ni la Guardia Civil tiene nombres. Desconocen qué clan (o clanes) pudieron ejercer de transportistas, aunque la investigación está abierta y casi seguro habrá nuevas detenciones.
Los gallegos han sido involucrados pese a su discreción. Desde hace al menos una década los grupos gallegos son conocidos por su hermetismo y perfil bajo. Lejos queda ya la ostentación de Laureano Oubiña en el pazo de Baión o Sito Miñanco en su yate llegando al campo con los jugadores del CJ Cambados a bordo, el equipo de fútbol que presidía y que a punto estuvo de plantar en Segunda División tras pagar salarios a su plantilla superiores a los de las del Deportivo o Celta de Vigo.
Los varapalos recibidos por la justicia (especialmente por el mencionado juez Vázquez Taín) hicieron mutar a los grupos gallegos: de grandes y ostentosas organizaciones mafiosas, a discretos clanes dedicados exclusivamente al narcotransporte. Una suerte de subcontrata que los grupos colombianos usan para meter la mercancía en tierra.
En la actualidad, la Policía estima que hay entre diez y doce clanes gallegos en activo, con capacidad para el narcotransporte, casi siempre en grandes cantidades y casi siempre a bordo de planeadoras, como ha sucedido en esta operación. “Son especialistas, muy buenos”, explica un agente de la Guardia Civil. “Los preferidos por los carteles colombianos para traer cocaína a Europa”.
Os Lulús, Los Pasteleros, Os Burros o los incombustibles Charlines, son algunos de los clanes más activos en la actualidad. La última vez que las autoridades golpearon a uno de estos escurridizos clanes fue el pasado mes de agosto, cuando desarticularon el grupo de Os Peques. Intentaban meter 600 kilos de cocaína en Vigo a bordo de un velero.
Fue, precisamente, la ausencia de esta discreción la que hizo caer a los holandeses. Los narcos habían llegado a principios de diciembre a Galicia parta cerrar el trato con los británicos, una vez almacenada la cocaína en tierra. Durante las negociaciones, se hospedaron en el Hostal dos Reis Católicos, uno de los mejores hoteles de Galicia, situado en la plaza del Obradoiro de Santiago de Compostela.
Allí, durante varios días, cenaban y tomaban copas mientras fajos de billetes de 500 euros se desparramaban por encima de la mesa. Tanta era la ostentación, que los empleados del hotel alertaron a la policía. Lograron cerrar la venta en medio millón de euros, pero ya estaban 'mordidos', es decir, controlados por la Policía.
El saldo total de detenidos es de dos holandeses, dos españoles (no gallegos y que eran los que conducían la furgoneta que fue interceptada) y ocho británicos miembros de la banda que había comprado la cocaína.
De momento, ningún gallego arrestado. La discreción de la conexión gallega parece dar resultado. Al rompecabezas de la operación Dulce , en opinión de muchos agentes sobre el terreno, le falta una pieza.