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Es mediodía en Alonsotegi y los vecinos se arremolinan en la plaza mayor. Está jugando el Athletic pero los parroquianos salen de los bares y dejan de ver la televisión.
La plaza está llena de banderas rojiblancas, pero hoy todos pasan de los goles de Aduriz y de las paradas de Iraizoz. Es el momento de prestarle atención a otra competición bien distinta. En el centro de la plaza hay troncos, piedras y yunques. Es domingo y se celebra una competición de herri kirolak: deportes rurales vascos. El principal atractivo radica en que hoy toca txikiak. Es decir, los que compiten son niños. Un equipo de la localidad de Mendexa se presenta hoy en sociedad y sus jóvenes miembros debutan ante el público.
“Este equipo salió después de una apuesta contra un burro”, me dice Julen Iturraspe. “Hace cosa de un año, el alcalde de mi pueblo me pidió que organizara algún evento de herri kirolak para celebrar las fiestas. Yo monté una carrera de arrastre de piedras de 600 kilos: competían ocho jóvenes contra un burro. Ganaron los chicos por 25 metros, se motivaron y decidimos montar un equipo. Habría que darle las gracias al burro porque con él empezó todo”.
Iturraspe es el entrenador de Etorbarri, un equipo que es la cantera del deporte rural vasco. Acaba de nacer y la mayor parte de sus miembros son menores de edad. Niños y niñas que casi han nacido con un móvil en las manos pero que se han convertido en la gran esperanza vasca de un deporte ancestral en peligro de extinción.
El último reducto
Los deportes rurales son el último reducto de la tradición del País Vasco. Un símbolo identitario que se ha transmitido de padres a hijos desde hace varios siglos. Los tatarabuelos de los vecinos de este pueblo a 20 minutos de Bilbao levantaban piedras, las arrastraban o cortaban leña en eventos que reunían a pueblos enteros y tenían más seguidores que el fútbol.
Eso pasa poco ahora. Los herri kirolak tienen cada vez menos adeptos. “La juventud ya no quiere saber nada de levantar piedra ni de cortar troncos. Todos prefieren dedicarse al fútbol o a pelota-mano. Si no son gente de caserío, que conoce la dureza a la que se exponen, está jodido encontrar a gente que quiera participar en esto”, lamenta el entrenador.
No es la única causa. Los mayores también se van desinflando. “No es que no dé dinero. Es que es sólo gastar y gastar. No hay apenas ingresos, pero las maderas hay que comprarlas, igual que el resto del material”, dice Zuriñe, veterana del equipo y madre de dos de los niños del equipo.
La llaman Ama Zuriñe porque hace “de madre de todos”. Además de instruir a los jóvenes en estos deportes, también se encarga de buscar subvenciones. No dan para mucho pero mantienen el frágil equilibrio económico del equipo. Esos ingresos y el patrocinio que consiguen de comercios locales se han convertido en las únicas fuentes de financiación.
“Es curioso porque en realidad es un deporte que mueve mucho dinero en apuestas”, dice Iturraspe, que asegura que los espectadores de las competiciones oficiales llegan a jugarse hasta 3.000 euros por evento. Pero ese dinero nunca llega a las arcas del equipo.
Al margen de las estrecheces económicas, Etorbarri acaba de nacer para intentar rescatar la tradición. Un reducto de 18 valientes que se resisten a que estos deportes tradicionales desaparezcan.
Sorprende la juventud de algunos. La benjamina es Magali, que con sólo nueve años ya levanta un yunque de seis kilos hasta 40 veces en un minuto. Es muy pequeña pero ya tiene tics de estrella y no quiere hablar con la prensa.
“Es que le da vergüenza, pero es una cuestión de idioma”, dice una de sus compañeras. “Ella es de Mendexa y allí apenas se habla castellano. Habla con Urko, que es de Santurtzi y se desenvuelve mejor”.
Efectivamente, Urko, con sólo 11 años, ya se defiende de las preguntas como un veterano. Él también levanta un yunque, algo más pesado que el de Magali. “Me encantan estos deportes pero en mi familia no hay tradición. Soy el primero y me piden que tenga cuidado. Tampoco tengo apenas amigos que practiquen este tipo de pruebas, pero todos me apoyan”, cuenta con orgullo mientras pregunta cómo tiene que poner las manos delante de la cámara. Para Urko es la primera vez.
Los integrantes del equipo se cambian en el Ayuntamiento de Alonsotegi, muy cerca de un mural en memoria de los fallecidos por un atentado que la extrema derecha perpetró en el pueblo en 1980. “Dejaron una caja de pastas Gallo en la puerta de un bar. Alguien creyó que había que meterla en la cocina y explotó dentro. Mató a cuatro vecinos”, cuenta el alcalde, del PNV.
Menos fútbol y más carreras
Mientras los chicos se visten, les pregunto de qué equipo son porque Mendexa está situada muy cerca de Bilbao y de San Sebastián. “Menos fútbol y más carreras”, grita Andoni, de 17 años. Es el más alto del equipo y también el más corpulento. Él va a competir en txingas: una disciplina que consiste en correr con unos pesos de hierro en las manos. De todos modos, su prueba favorita es la trontza: “A mí lo que más me gusta es cortar troncos”.
Empieza la exhibición y los bares casi se han vaciado para ver el espectáculo. Mientras, Etorbarri se ha dividido en dos equipos que compiten entre sí. Cinco cortes con una sierra entre dos personas contrarreloj. Acaban tan exhaustos que cuando a Andoni le toca salir corriendo y dar el relevo para empezar la otra prueba, se desploma sobre el suelo.
“En mi familia no gusta que haga esto porque saben que es muy duro y hay lesiones”, cuenta Uxue, una chica de 16 años que empezó con los deportes rurales con apenas ocho.
Su madre y su tío practicaron herri kirolak en su juventud y arrastran alguna herida de guerra. Tienen miedo de que se lastime, pero ella desoye los consejos porque lo suyo es vocacional: “Yo lo dejé con 10 años. Pero no porque me aburriera sino porque no había gente con quien practicar”.
Urko y Magali demuestran tener más fuerza que cualquier niño de su edad y consiguen con menos de 10 años, levantar el yunque más de 30 veces en un minuto mientras el público aplaude a rabiar.
El primer equipo acaba el circuito y le toca el turno a la segunda unidad: son los chicos de más edad pero acaban haciendo peores tiempos que los más jóvenes. Aunque lo de hoy es una exhibición y no es una prueba competitiva, se nota la rivalidad entre compañeros. “Es una de las cosas más atractivas de este deporte: nos juntamos una vez por semana y los entrenamientos se acaban convirtiendo en piques espectaculares”, explica uno de los niños.
No obstante, con esto no es suficiente. El entrenador lamenta “que no se organicen más competiciones de este tipo. Si los chavales ven que sus esfuerzos se quedan en entrenamientos y no hay pruebas donde competir, se les acaba la ilusión y abandonan”.
Niños que arrastran piedras
Todos acaban agotados pero sacan fuerzas de flaqueza para acometer la última prueba: la giza-abere probak. Es decir: el arrastre de piedra. Nueve de los integrantes del equipo se aferran a una plataforma metálica de la que cuelga una enorme roca de 600 kilos. La arrastran calle arriba y calle abajo mientras del asfalto salen chispas que provocan un intenso olor a quemado. Todo sucede ante la atenta mirada delárbitro, que acaba validando la marca.
Es la misma prueba con la que se gestó el embrión del equipo. Hoy no hay enemigo contra el que competir. Ni siquiera un burro. Pero los deportistas lo dan todo entre los gritos de ánimo de los asistentes.
Ama Zuriñe se ha tenido que retirar y descansa en un banco con un pie descalzo e hinchado: “Hoy cogía el alta porque salgo de una lesión. Sufrí arrancamiento de astrágalo y he forzado para poder estar aquí”, cuenta mostrando el tobillo amoratado.
El resto del equipo recoge maderas y piedras. Los parroquianos regresan a los bares, a ver si pueden llegar a tiempo para ver el final del partido del Athletic. Mientras, los miembros del equipo cargan la furgoneta y se marchan a toda prisa “porque esta tarde tocan pruebas contra animales”. Quizá compitan contra aquel burro con el que empezó todo.