Cada primer domingo de agosto, los vecinos de Llodio, un pueblo situado en la provincia de Álava, emprenden la marcha desde la ermita a la parroquia de San Pedro de Lamuza. Completan los poco más de diez kilómetros portando la imagen de San Roque, patrón de este municipio al que los llodianos profesan una gran devoción por su lucha contra una epidemia de peste que asoló el valle de Ayala a finales del siglo XVI. Este año, el santo llegará más lejos gracias a la hazaña de Larisgoitia, Guerrero, Zayas y Garmilla, cuatro jubilados que pensaron que, como buen peregrino, San Roque debía llegar más lejos. ¿A dónde? A la aldea de El Rocío, en Huelva. A más de mil kilómetros. Y así ha sido.
“¡Cómo son los vascos! Se propusieron llegar y ya han llegado”, dice uno de los romeros de la hermandad de Lucena, con la que Andrés Garmilla, José Ramón Larisgoitia, Adolfo Guerrero y Pedro Zayas han finalizado esta aventura al recorrer España en un carro tirado por dos mulas, Txaro y Txula.
De un simple vistazo, los vascos se reconocen en la comitiva repleta de carretas. La suya es austera, no hay telas de lunares, ni flores de papel y Txaro y Txula marcan el paso con mucha ansiedad solo reprimida por las riendas. Será la inercia o que las bestias intuyen que el destino está cercano y apremian al resto a completar los escasos kilómetros que restan para situarse a los pies de la ermita del Rocío. Ya no se asustan por los cohetes, ni por la melodía aguda del pitero, tampoco por la algarabía alegre de las sevillanas.
Ni Pedro, ni Adolfo, José Ramón o Andrés saben llevar el compás. Tampoco lo intentan. En su Llodio natal lo típico es el aurresku, un baile de reverencia; las sevillanas lo son de seducción.
“No nos sabíamos ni la salve rociera”, confiesa Adolfo, que lleva una boina y un pañuelo rojo anudado al cuello. A su alrededor, los romeros visten traje corto y cañero. Ellas, traje de flamenca rociero. Aunque por mor de las intensas lluvias, solo se ven impermeables en el camino. Así los vascos pasan desapercibidos. “Por fin”, replica uno de ellos.
Desde que iniciaron la marcha el pasado 1 de abril, los cuatro jubilados de Llodio se han convertido en objeto de reconocimiento allá por donde pasaban. Un protagonismo que no terminaba de encajar con su propósito: hacer un viaje de amigos sin más repercusión.
“Estamos protagonizando una aventura a la que tal vez no le hayamos dado la importancia que realmente tiene. Muchos nos preguntan: ‘¿Sabéis lo que habéis hecho?’ Y no sabemos qué responder”, explica Adolfo. “La repercusión ha sido tal que se ha convertido en una losa de responsabilidad. Si decimos que somos un grupo de amigos y la aventura se tuerce, pues no pasa nada; pero a medida que se nos iba conociendo, se añadía más presión”, añade. “En cualquier caso, ya estamos aquí”, sentencia.
El mayor, Andrés Garmilla, tiene 70 años; el que menos, Pedro Zayas, al que con 61 años sus compañeros de viaje llaman ‘el Niño’. José Ramón Larisgoitia completa el viaje con 67 años y Adolfo Guerrero, con uno más, 68. Los cuatro son hermanos de la hermandad de San Roque de Llodio, “que tiene 417 años”, puntualiza Joserra.
“Llevamos muchos años preparando el viaje, ahorrando hasta juntar los 1.500 euros que nos ha costado todo, pero esperábamos a que todos estuviésemos jubilados para emprender la marcha”, explica Adolfo, Fito entre los amigos. En su vida laboral han sido empresarios del textil, obreros de la construcción, de la fundición y propietario, Joserra, de una tintorería.
Nada que ver con el trato del ganado. “No sabíamos cómo manejar a las mulas”, detallan. Pero en los 45 días que ha durado la travesía han hecho un máster en el mando de animales de enganche. “Hay que estar muy pendientes de ellas [las mulas] porque ven el peligro antes que tú y se asustan con facilidad. Hay que mirarles mucho las orejas. Si ven algo que les mosquea, hay que bajar, ponerte junto a ellas y hablarles. Hay que ver el peligro por delante de ellas”, detallan.
El cariño con el que tratan a Txaro y Txula contrasta con las críticas de varios ecologistas que han llegado a acusar a los cuatro jubilados vascos de “explotar” a las mulas. La asociación Acción para el respeto animal defiende que los mil kilómetros que separan Llodio de Almonte son excesivos para las bestias que tiran del carro.
“Hemos reducido el peso al máximo, planificado las etapas con detalle para no hacer más de 30 kilómetros por jornada y descansando cada cinco días para no fatigar a las mulas, a las que consideramos dos más de la cuadrilla”, enumera Adolfo, molesto por las críticas. “Hemos estado en todo momento con ellas, no nos gusta separarnos de las dos y solo hemos dormido en albergues donde nos dejaban entrar con las mulas”, añade el vasco, quien afirma no entender las críticas que ha levantado su viaje entre los animalistas.
La actitud de los animalistas choca con la respuesta que los cuatro jubilados vascos han obtenido entre los que se han cruzado en su travesía.
“A mí esta experiencia me ha superado por cómo se ha volcado la gente. Te da que pensar”, revela Pedro, ‘el Niño’. “¿Le darías las llaves de tu casa a cuatro jubilados desconocidos que acabas de conocer? Pues nos ha pasado. ¿Cómo se puede explicar esto en Bilbao? Yo creo que no se puede justificar esa amabilidad desinteresada”, afirma.
“Nos han parado en mitad de la carretera, nos han dado 30 euros para que le pusiéramos velas a la virgen del Rocío en su nombre, y no nos ha pasado en el sur, ha sido ¡en Burgos! ¿Eso cómo se explica? La conclusión que yo saco es que la gente es buena y que hay más gente buena que mala. Y que necesita hacer el bien. Los sentimientos a las personas les salen, no sabemos en qué situación, pero les sale”, argumenta Zayas, visiblemente cansado por los kilómetros.
Izarra, Ruvabellosa, Belorado, San Juan de Ortega, Burgos, Taberna del Cerrato, Cervico de la Torre, Cabezón de Pisuerga… Almadén de la Plata, Guillena, Coria del Río, Villamanrique y El Rocío. “En el 80 por ciento de los pueblos nos ha recibido el alcalde y nos han ayudado mucho”, detalla Adolfo mientras muestra una carta firmada por el alcalde de Llodio en la que insta a sus homólogos a prestar asistencia a los romeros vascos.
Bajas temperaturas y lluvia
Solucionada la logística, el problema principal con el que se han topado los peregrinos jubilados ha sido las bajas temperaturas y las lluvias. Desde su partida en Llodio solo siete días se han librado del agua. “Lo peor del viaje ha sido el tiempo, el frío. Pensábamos que al llegar a Sevilla tendríamos calor pero nos hemos encontrado con mucha lluvia. Es como si le hubiésemos dado la vuelta al mapa”, ironiza Adolfo.
“El viaje ha sido muy duro. Hemos tenido etapas de viento, agua nieve, nieve, temperaturas bajo cero y hemos venido congelados. Lo hemos pasado muy mal. Y en esos momentos hemos visto que la amistad es muy necesaria para afrontar estas dificultades”, certifica José Ramón.
“Amistad férrea, espíritu aventurero y capacidad de sufrimiento”, sintetiza Adolfo. “Y mucho”, añade Pedro, que explica cómo las condiciones climatológicas han afectado al itinerario previsto. “Ha llovido mucho, los caminos por los que íbamos a pasar no estaban acondicionados. Al final, cogimos la general, la carretera nacional 630, en Tordesillas y hasta Sevilla. Nuestros animales respondían bien y no se asustaban al ruido del tráfico”, añade ‘el Niño’.
-Y en mitad de la tormenta, ¿se acuerda uno mucho de la virgen?
[Adolfo] Sí, de la de Begoña y, ahora, de la del Rocío. Somos devotos de la virgen en general. Cuando decidimos venir hasta aquí, el principal objetivo era la aventura. Pero luego, a medida que hemos ido avanzando, nos hemos encontrado con gente que nos ha ido inculcando ese sentimiento rociero. Y el fervor se ha ido contagiando.
¿Qué percepción se tiene del Rocío en el País Vasco?
[José Ramón] Existe un respeto absoluto. Mucha devoción. Por las imágenes se nota el fervor y eso hace esta peregrinación más atractiva que la del camino de Santiago.
Pero ¿cómo se mide el fervor?
[Adolfo] Hemos visto cómo se acrecentaba a medida que nos acercábamos al sur. La gente de aquí nos dicen que hemos hecho algo grande. Que hemos unificado fronteras, regiones, devociones… y eso tiene mucho valor. “Están uniendo el país”, nos dicen.
¿Y lo piensan?
[Andrés] Sí, sí. Tenemos la sensación de haber unido el país.
¿Hay lectura política de esta gesta?
[José Ramón] Para nosotros no, pero para la gente seguro que sí. A nosotros nos gustaría que este viaje sirviera para romper fronteras. Nosotros hemos atravesado regiones, nos hemos topado con distintos paisajes, distintas personas… Somos vascos hasta la médula y, gracias a lo que hemos visto en este andar, podemos decir que España es maravillosa.
Del carro cuelgan una treintena de medallas de distintas hermandades. Las han ido recogiendo por el camino y ahora tintinean al trote de Txula y Txaro.
Un viaje para conocer España
Y haciendo kilómetros a la velocidad de dos mulas la cuadrilla ha descubierto un nuevo país. “A las personas y a los paisajes”, puntualizan. “España es preciosa. Hemos tenido la suerte de que ha llovido mucho y todo estaba verde. España tiene una gran diversidad, desde los cuidados pueblos blancos de Extremadura a los caminos de baches en Salamanca y la ruta de la plata, muy descuidada en esa zona pero muy bella”, detalla Andrés.
“Los españoles queremos conocer Holanda, Francia o Suiza pero no conocemos España. Y gracias a esta vivencia puedo asegurar que no sabemos lo que tenemos. Habría que subrayar la calidad humana de la gente de este país”, añade José Ramón. Todos asienten.
En la aldea, a pesar de la lluvia, los romeros se quitan el sombrero cuando los ven. La hermandad del Rocío de Lucena les cede el primer puesto en la caravana, justo por detrás de la carreta del Simpecado. Vienen de la Raya Pequeña, un camino alternativo a la Raya Real, anegada por las fuertes lluvias.
“El recorrido que hemos hecho de norte a sur ha sido impresionante. La gente nos ha tratado fenomenalmente en todos los pueblos de España. Es un recuerdo que no olvidaré en mi vida”, dice José Ramón. “La idea es que con el tiempo olvidaremos lo malo y recordaremos lo bueno. Y quedarnos con lo positivo”, continúa Adolfo.
Y la experiencia, ¿compensa como para repetir el año que viene?
[Pedro] Rotundamente, al Rocío, no. Garantizado. Y si lo hacemos, en avión. Pero igual, ya digo categóricamente, no.
[Adolfo] Y al País Vasco no nos volvemos con el carro y las mulas.
¿Y qué harán con Txaro y Txula?
[Adolfo] Hay dos opciones: o nos las llevamos en transporte o, como hemos conocido gente que están interesados en comprarlas y que las van a cuidar bien, pues pensaremos si venderlas. Ya lo decidiremos cuando lleguemos al Rocío.
Ya conocen lo que es el salto a la reja, ¿se atreverán?
[Andrés] Nos gustaría participar en la misa de romeros pero no daremos el salto de la reja. Traemos fotos de la familia y trataremos de pasarlas por el manto de la virgen. Estaríamos encantados de poder arrimarnos a la virgen y llevarla a hombros si los almonteños, que son rudos como los vascos, nos lo permiten.