En mitad de la libertad también existen cárceles. En pleno centro de Camas (Sevilla), la pequeña Verzinia vivía en una prisión desde hacía dos meses. Ingresó en ella a mediados de marzo, un par de semanas antes de la Feria de Abril. Una familia rumana de etnia gitana se la trajo de su país después de casarla con uno de los miembros del clan. Su marido pasó a ser Florin, un chico de 17 años. Por ella pagaron a sus padres 1.100 euros.
Hasta que fue liberada por efectivos de la Policía Nacional vivió esclavizada mendigando por las calles del pueblo, haciendo tareas del hogar o ganándose unos céntimos ayudando a aparcar los coches que llegaban al descampado donde vivía.
Allí, bajo un techo de uralita plagado de goteras, entre cartones y muebles recogidos de la calle, Verzinia añoraba a sus padres. Sólo la denuncia de su hermana mayor, de 15 años, también vendida como ella a otra familia por 650 euros, le ha permitido salir de una vida cuyo futuro llevaba escrito las palabras "sumisión" y "yugo".
"Es la primera vez que tenemos constancia de la venta de una menor de tan corta edad que haya llegado a España", afirma José Nieto, inspector jefe de la Unidad Contra las Redes de Inmigración y Falsedad (Ucrif).
Su 'suegro' abre la puerta de la chabola
El jueves, a las doce del mediodía, un hombre chaparro, de prominente barriga y que se suena los mocos en una camiseta azulona, abre un portón de madera carcomida que da acceso a la chabola donde vivía Verzinia. Es su suegro, el cabecilla de la familia que ha pagado por traerse a la niña desde Rumanía. Sobre la cabeza lleva una gorra con el escudo de la selección española de fútbol.
Neru Sali, como dice llamarse, llegó a España hace doce años junto a su mujer, Mariana Sali. La pareja, junto a sus tres hijos, ha recorrido medio país casi como nómadas. Albacete, Madrid, Huelva, Sevilla… El señor accede a hablar con EL ESPAÑOL y nos permite la entrada a la casa donde vivía su última 'adquisición', la niña por la que pagó para casarla con Florin, el menor de sus niños. Dentro sólo están su esposa y su hija.
La chabola es espaciosa y está levantada sobre un antiguo piso piloto de una promotora que pretendía construir viviendas en este descampado reconvertido en aparcamiento. Dentro de la casa hay una pequeña nevera, un infiernillo, varias camas desperdigadas y cuelgan cortinas a modo de puertas de entrada a cada dependencia. En la parte trasera hay colchones amontonados, chatarra, una escalera rota de madera...
En mitad de lo que parece un comedor, Neru, de 41 años y procedente de Bujdru, un pequeño pueblo de Rumanía, niega toda acusación y explica que la niña había venido "de vacaciones durante unos meses". "Queríamos que viviera la Feria de Sevilla", asegura.
Los investigadores sostienen lo contrario: probablemente la trajo antes del inicio de la semana grande en la ciudad para usarla para mendigar por las calles del Real hispalense. La Policía también tiene acreditado que hicieron un pago desde Rumanía, en la moneda local, a los padres de la menor.
"No entiendo todo esto. Era la novia de mi hijo y había venido a verlo. Nada más, no hay problema", dice. "Si hasta tenía autorización de su padre", añade a modo de justificación este rumano de etnia gitana.
Sin embargo, a los diez minutos de conversación con el suegro de Verzinia, irrumpe en la casa el mediano de los tres hijos que dice tener. El chico invita al periodista y al fotógrafo a que se marchen.
"Por favor, váyanse ya. No queremos hablar con la prensa. No hemos hecho nada malo", afirma el chico, cuyo puesto de 'gorrilla' dentro del parking lo ha tomado Florin, el chico para el que habían comprado a Verzinia. Con éste tampoco podemos hablar ya que su hermano nos acompaña hasta la entrada del solar.
La niña, bajo tutela de la Junta
El pasado 20 de abril, agentes policiales se personaron en la chabola donde habitaba el joven 'matrimonio' junto al resto del clan familiar. Desde entonces, la niña se encuentra bajo tutela de la Junta de Andalucía, aunque algunas fuentes apuntan que esta misma semana se preveía el traslado de la niña hasta Rumanía con sus padres.
La liberación de Verzinia se produjo gracias a la denuncia presentada hace un mes por su hermana mayor, de 15 años, comprada como ella por otra familia de gitanos rumanos. Ésta se atrevió a contar el caso de ambas por su novio, un joven marroquí criado en Sevilla que al conocer su historia le recomendó que acudiera a la Policía.
El chico, que la mayor parte de su infancia y adolescencia las pasó en centros de menores bajo tutela del Gobierno andaluz, le recomendó acudir a los Servicios Sociales y después presentar la denuncia. Fue entonces cuando la mayor de las dos hermanas explicó que ella ahora vivía en La Palma del Condado (Huelva) y que sus padres la vendieron hace tres años por 650 euros a otra familia rumana.
La joven explicó que en su país fue obligada a casarse con un varón de 18 años, con el que posteriormente viajó a Sevilla. En su relato, aseguró que sufría con frecuencia malos tratos psíquicos y físicos por parte de su marido, y que estaba siendo presionada para quedarse embarazada. También denunció que la obligaban a recoger chatarra de las calles y a trabajar como jornalera en el campo, para lo que le hicieron pasar por mayor de edad presentando una documentación falsa.
Tras explicar su situación, relató la de su hermana Verzinia. Les explicó a los agentes que sus padres también habían vendido a la menor de las dos por 1.100 euros. El fin de ese dinero era el mismo: casarla con un miembro de la familia que la compraba.
Fue entonces cuando la Policía Nacional se desplazó hasta Camas. En este pueblo sevillano encontraron a Verzinia en la chabola levantada en un solar de la calle Santa María de Gracia convertido en aparcamiento público. Allí estaba el 'gorrilla' Florin, el hombre que habría de dominarla de por vida.
La familia que la compró la obligaba a pedir limosna a los conductores de los coches que aparcaban en el descampado, unos terrenos sobre los que una promotora urbanística proyectaba levantar un edificio de viviendas. Si no mendigaba, Verzinia recogía chatarra por las calles o realizaba tareas de ama de casa junto a la madre de su supuesto novio.
Una vez ambas niñas pasaron a disposición judicial, la Junta de Andalucía puso en marcha un protocolo para prestarles asistencia médica y social. La Policía Nacional detuvo a siete personas, entre ellas al padre y a otro familiar del clan que había comprado a Verzinia. También al marido de la mayor de las hermanas, al que, además de trata de personas y corrupción de menores, se le acusa de malos tratos. En la actualidad todos se encuentran en libertad con cargos.
"Es algo excepcional"
"Lo que ha sucedido con ambas niñas, principalmente con la de 13 años, es algo excepcional", asegura el inspector jefe de la Ucrif. José Nieto explica que la "compra-venta de menores en España es residual". "Además —añade— es de las contadísimas veces que lo hemos podido demostrar porque casi nunca denuncian".
Este experto en el funcionamiento de redes de inmigración sostiene que dentro de los clanes familiares gitanos de origen rumano "es más o menos habitual la venta de menores para la mendicidad". "Incluso los alquilan", apostilla.
Este miembro de la Ucrif explica que, normalmente, "el procedimiento es pagar el dinero en Rumanía" para que la riqueza revierta en el país de origen de la familia vendedora. Nieto aclara que el dinero pagado por ambas hermanas sólo depende de "la oferta y de la demanda" en un país donde el salario medio es de 200 euros.
"Las cogen en edades tempranas para poderlas manipular, meterles miedo y que no se atrevan a denunciar por la dependencia que tienen con sus compradores al estar fuera del país del que proceden".
El servicio, en mitad del solar
Desde la azotea de la casa de un vecino que vive a 100 metros de la chabola, se observa que a un lado, fuera del recinto de 400 metros cuadrados que han hecho suyo, han levantado una estructura con palos y plásticos. Allí, la familia que compró a Verzinia hace sus necesidades.
"El agua —dice el vecino que nos ha permitido acceder a su vivienda— la cogen de las fuentes públicas. Cada día se llevan 20 o 30 garrafas. Supongo que con eso se asean".
Pese a que Francisco, como se llama el hombre, asegura que nunca ha visto a Verzinia en estos dos meses, explica que el que se había convertido en su marido siempre estaba trabajando allí. Si no él, su hermano mayor, el mismo que nos invitó a marcharnos. "Ese era el futuro que le esperaba a la pobre niña", dice el octogenario señor. "Menos mal que la han encontrado".