Una mujer chiquita tocada con un gorro de flores gualdas y granas irrumpió en la grada. Apareció tras una bandera española en la que llevaba escrito el nombre de su pueblo, San Roque (Cádiz). Pese a que un respetuoso silencio se había apoderado de la pista parisina Philippe Chatrie al comienzo del calentamiento entre las tenistas Garbiñe Muguruza y Serena Williams, la señora se puso en pie y empezó a cantar en solitario: “¡Garbiñe, Garbiñe, Garbiñe es cojonuda, cooomo Garbiñe no hay ninguna!”.
El público galo, tan comedido siempre, miró con cara de extrañeza a aquella española menuda e irreverente. “No veas cómo se quedaron los franceses. Es ver a un español y se ponen a temblar”, explica Ana María Núñez Guzmán, una profesora jubilada de 65 años que el sábado pasado, durante la final femenina de Roland Garros, acaparó en numerosas ocasiones la mirada del realizador de la señal internacional de televisión y también la atención de Twitter. En esta red social se convirtió en trending topic durante horas por su peculiar vestimenta y su expresividad corporal.
Los ojos de medio mundo se posaron sobre ella mientras sostenía una estampita de la virgen de su pueblo para darle suerte a la tenista española de origen venezolano, o cuando cruzaba los dedos de las manos cada vez que sacaba su rival norteamericana, número uno del mundo.
“Soy creyente y supersticiosa”, dice la mujer. ¿Por eso hacía esas cosas con los dedos?, le pregunta el periodista. “Le lanzaba los ‘yuyus’ a la negrita. Como tiene tanta fuerza, lo hacía para que no metiera un ace [saque directo] cuando le tocaba sacar. Parece que le di suerte a Garbiñe”, responde la que para muchos ya es la Manolo 'El del Bombo' en versión femenina.
Ana María lleva cinco años, desde que se jubiló, dando la vuelta por medio mundo para asistir como público a campeonatos de tenis. La mujer ha visto al combinado español en 22 eliminatorias de Copa Davis (incluyendo las cinco finales ganadas) y también ha pasado por las gradas de los torneos de Mónaco, Madrid, Roma, Buenos Aires, Río de Janeiro, Barcelona, Hamburgo, Londres… Rafael Nadal, David Ferrer, Carla Suárez o Garbiñe Muguruza ya conocen su rostro de tanto verlo en las gradas de los lugares en que compiten.
“Si juega Nadal, no existe nada más”
“En mi casa siempre hay tenis en la televisión”, dice esta mujer madre de dos hijos, abuela de un par de nietos y separada del que fue su marido durante media vida. “Veo los campeonatos future, los challengers, la WTA [circuito profesional femenino] y la ATP [el masculino]. Si no puedo verlos, los grabo y me los pongo de noche”, añade.
Eso, si no está de viaje, como el año pasado, que se fue a vivir sola durante seis meses a Argentina para ver a Nadal llegar a semifinales del torneo de Río de Janeiro -viajó hasta la vecina Brasil- y ganar el torneo de Buenos Aires, con el que estrenó su palmarés de 2015.
“Tengo obsesión con mi niño”, dice cariñosamente al referirse al tenista de Manacor. “Si estoy en mi casa y no he podido viajar, durante sus partidos apago el móvil, bajo las persianas y me olvido del mundo. Para mí sólo existe él cuando juega. Nada más. Mi familia ya lo sabe”.
La pasión de Ana María por el tenis comenzó cuando tenía 10 años, pese a que en su pueblo no había pistas para practicar ese deporte que le había enamorado viendo los partidos de Manolo Santana por la televisión.
“Me apasiona que sea la inteligencia de un tenista contra la de otro. No hay más. En otros deportes dependes de tus compañeros, pero en este no, salvo en dobles”, dice la mujer, que se reconoce culé -aunque no fanática del fútbol- porque le gustan “las cosas bien hechas y bonitas”.
Profesora de presos en Carabanchel
Ana María Núñez nació en San Roque en 1951. Procedente de una familia bien de esta población gaditana del Campo de Gibraltar, de joven, ya licenciada, se trasladó a Madrid para impartir clases en colegios de la capital de España.
También enseñó a leer y a escribir a paralíticos cerebrales y a presos de Carabanchel. “Fui la primera mujer que entró en esa cárcel, en 1978. Estuve con los preventivos durante casi cuatro años”, explica. Ana María intentó alfabetizar a Juan José Moreno El Vaquilla, aunque no pudo porque casi siempre faltaba a las clases de la prisión.
Años más tarde (entre 1986 y 1993), a petición del Ministerio de Educación Ana María se trasladó a Suiza para impartir enseñanza en un colegio de niños inmigrantes de Italia y de España. Por aquel tiempo, ya disfrutaba cuando su país vencía a los transalpinos en algún deporte. “Soy muy española y era un disfrute tremendo ver a esos niños saltar de alegría”, afirma.
Tras su paso por el país helvético, donde nació el segundo de sus hijos, Ana María volvió a instalarse en Madrid. Lo hizo en Vicálvaro, donde alfabetizó a decenas de adultos iletrados. “Me gusta la enseñanza de retos. Lo simple no me va”, dice con énfasis la mujer que esta semana aún estaba en París pese a que Roland Garros finalizó el domingo pasado. “Aunque ya es la segunda vez que vengo, me gusta disfrutar de la ciudad. Y como durante las dos semanas de torneo ha llovido tanto, aprovecho para hacer turismo”.
Este sábado, Ana María vuelve a su localidad natal, cuyo nombre apareció tantas veces en televisión durante la final femenina del mejor torneo del mundo sobre tierra batida. “Siempre llevo una bandera española en la que escribo San Roque. Lo que quiero es que se conozca cuanto más, mejor”.
4.000 euros para ver Roland Garros
Después de trabajar durante 38 años como profesora, esta mujer ha sufrido una severa enfermedad de estómago que le ha obligado a pasar tres veces por quirófano. Ana María se jubiló a los 60 años y desde entonces, con la pensión que le ha quedado y el dinero ahorrado durante su vida laboral, se dedica a ver tenis y más tenis. Si le llega la cartera, in situ.
Esta gaditana ha visto once jornadas del torneo parisino. Tenía entradas para cada una de ellas. Llegó el jueves de la primera de las dos semanas de campeonato y, como suele hacer cada vez que viaja, asiste a los partidos en los que participan españoles e, incluso, los ve entrenar.
“Siempre pido el orden de juego y el de los entrenamientos diarios”, explica. “Si los veo con algún sparring, me siento cerca de la pista, en silencio y sin molestar. No soy de pedir autógrafos y fotos a los niños. Como mucho, hablo algo más con sus padres. No me gusta atosigar a nadie”.
Ana María reconoce que para hacer lo que ella hace es necesario “tener un bolsillo desahogado”. A continuación, explica el porqué. “En este viaje a París me he gastado unos 4.000 euros. Pronto, a mediados de mes [del 15 al 17 de junio] volveré a viajar a Transilvania para ver la primera eliminatoria de ascenso al Grupo Mundial entre Rumanía y España. Y también quiero ir a ver Wimbledon en julio, que termina el día 10. Me da que allí Muguruza va a triunfar después de llegar a la final del año pasado”. ¿Volverá a lanzar su mal fario contra los rivales de los españoles?, cuestiona el periodista. “Hombre, claro, a mis niños no los puedo dejar solos”, responde.
De los “miles de partidos” vistos por la mujer, ella destaca el cuarto encuentro de la final de la Copas Davis celebrada en 2011 en Sevilla. En aquella ocasión, España ganó ante Argentina. La mujer, que estaba en la grada, “jamás” olvidará cuando, después de que Nadal ganara el tercer y definitivo punto para hacerse con la Ensaladera, su rival, Juan Martín del Potro, se lanzó a llorar desconsolado sobre el hombro del tenista mallorquín. “Aquel hombretón de dos metros parecía un niño. Me impactó mucho ver aquello pero fue una experiencia inolvidable”.
La política, su otra obsesión
Esta trotamundos del tenis reconoce que, más allá del deporte de la raqueta, su otra “obsesión” es la política. En el año 2007, tras retornar a San Roque para impartir clases en un centro de personas con distintas discapacidades, Ana María se presentó a las elecciones municipales de su población como cabeza de lista del Partido Independiente Sanroqueño. “No me gustó cómo vi mi pueblo cuando volví de Madrid y pensé que podía aportar algo para mejorarlo. No gané la Alcaldía, pero valió la pena intentarlo”, dice.
Ana María, que se considera “muy de izquierdas”, no esconde nunca su españolidad. “Jamás he tenido un problema por llevar siempre encima los colores de mi país. Ni siquiera en el trofeo Conde de Godó, en Barcelona”. Allí, explica, hasta los pisteros la conocen y le guardan la bandera cada día para que no tenga que cargar con ella hasta el hotel.
Sin embargo, donde esta exprofesora sí ha notado animadversión hacia los españoles es en Roland Garros. “No nos pueden ver. Llevan desde 1981 sin ganar allí y nos han cogido tirria. Este año se burlaban cuando Nadal se retiró por una lesión. Lo que no se imaginaban -dice con socarronería- es que la Garbi se iba a llevar el torneo a sus 22 añitos”. Tampoco Ana María pensó nunca que acabaría siendo el amuleto de la tenista que ya es número dos del mundo.