Nouris es un chico gay de veintipocos años procedente del sur de Irak. No se llama así de verdad. El nombre lo ha elegido para preservar el anonimato. No es fácil ser homosexual y refugiado. Él y miles de personas con otra orientación sexual que no es la de la mayoría han sido perseguidos, discriminados y encarcelados en sus países de origen. Alemania ha sido el refugio de muchos de ellos. Sólo el año pasado el país de la canciller Angela Merkel recibió 1,1 millones de demandantes de asilo. Se ha estimado que entre un 5% y un 10% de estas personas no son heterosexuales.
En Alemania, la convivencia en hogares de refugiados de estos homosexuales, bisexuales y transexuales con compatriotas y otros demandantes de asilo puede ser dura. Entre ellos hay mucha homofobia. Siendo gay, la reciente matanza ocurrida en Orlando el pasado fin de semana por un hombre supuestamente inspirado por el Estado Islámico tampoco invita a sentirse seguro aun estando lejos de donde reinan los fanáticos.
Nouris va de visita a casa de su amigo, un transexual sirio que aparenta ser algo mayor que él. De camino en el tren, habla con EL ESPAÑOL sobre su nueva morada. El hogar de refugiados donde ahora vive Nouris es una excepción nunca vista hasta ahora en la asistencia a refugiados. Se trata de un centro de acogida para demandantes de asilo y refugiados homosexuales, bisexuales y transexuales.
Sus responsables están en la capital alemana, concretamente en el Schwulenberatung Berlin, una ONG centrada en satisfacer las necesidades del colectivo de lesbianas, gays, bisexuales y transgénero (LGBT).
Ya sabes tú, en mi país la gente como yo no gustamos
En los hogares de refugiados donde las condiciones son más precarias, y en los que no existe la privacidad, tener una orientación sexual diferente a la de la mayoría es un serio problema. “Sus propios compatriotas les han escupido, insultado, golpeado, les han roto huesos y hasta han sido atacados con un cuchillo”, dice a EL ESPAÑOL Stephan Jäkel, trabajador del Schwulenberatung Berlin y principal impulsor del hogar de refugiados en el que vive Nouris.
El joven iraquí alude a esta situación con palabras cómplices: “Ya sabes, en mi país la gente como yo no gustamos”. El caso es que sólo entre agosto y enero de este año se han contado cerca de un centenar de agresiones homófobas contra demandantes de asilo. Este tipo de ataques son más frecuentes en los campos de refugiados.
Hasta hace relativamente poco, a la organización para la que trabaja Jäkel le resultaba fácil ayudar a los asilados a encontrar un hogar en el que vivir. “Encontrar casa no era un problema, pero en 2014 empezamos a ver que refugiados homosexuales que nos pedían ayuda no encontraban dónde vivir”, dice Jäkel, aludiendo al problema de carestía de la vivienda que presenta desde no hace mucho la capital germana. “Por eso se veían obligados a vivir en campos de refugiados”, añade.
Debido en buena parte a la escasa aceptación que tiene la homosexualidad entre los habitantes de estos centros de acogida, y habida cuenta de la falta de intimidad en la que pueden llegar a vivir allí centenares de personas, se dan situaciones como la que llevó al apuñalamiento de un refugiado gay paquistaní a principios de año. Le atacaron al grito de “¡Hey maricas! ¡Qué queréis hacer aquí!” cuando paseaba con su pareja en antiguo aeropuerto internacional de Tempelhoff, un lugar en cuyos hangares residen sin apenas privacidad centenares de refugiados desde el pasado otoño.
Antes de que eso ocurriera, Jäkel y el Schwulenberatung Berlin ya estaban negociando con las autoridades de la capital alemana para abrir un centro de acogida para miembros del colectivo LGBT. Así ocurrió finalmente el pasado mes de febrero, después de que un promotor inmobiliario pusiera en manos del Servicio para la Salud y lo Social de la ciudad-estado de Berlín (Lageso, según sus siglas alemanas) un edificio pensado en principio para apartamentos y oficinas. Allí vive ahora Nouris.
UN BLOQUE PARA ELLOS
El lugar que acoge a estos refugiados y demandantes de asilo es un flamante bloque de siete alturas con 29 apartamentos ubicado en el distrito del oeste berlinés de Treptow. Nada hace pensar que sea un centro de acogida para demandantes de asilo, salvo un pequeño cartel en la entrada al portal en el que se lee “visitas de 08h00 a 22h00”.
Antes de poder ver ese mensaje, los operarios del servicio de seguridad han de abrir al visitante la puerta de una pequeña verja que rodea el edificio. Tres personas han pasado la noche o parte de ella velando por la seguridad del lugar. “Este servicio de protección es de 24 horas al día y también estamos en contacto con la policía, que pasa regularmente por allí”, explica Jäkel. Que el año pasado se contaran al día casi tres ataques contra hogares de refugiados o sus inmediaciones, según datos de la La Oficina Federal de Investigación Federal (BKA por sus siglas alemanas), invita a pensar que toda precaución es poca.
Hay refugiados que han perdido a su pareja, decapitada por el Estado Islámico
A los casi cien residentes que viven actualmente en este moderno edificio se les protege al máximo. No se les expone, por ejemplo, a las preguntas de los periodistas porque, según Jäkel, muchos están traumatizados. El largo viaje que han hecho hasta aquí ya puede ser una experiencia dura, pero el responsable del Schwulenberatung Berlin no oculta que lo peor quedó en sus países de origen. Entre las personas que acoge el proyecto, los hay que han perdido a sus parejas, decapitadas por el Estado Islámico.
Jäkel también cuenta el caso de un muchacho que fue apuñalado por su padre al saber éste que era homosexual. Estuvo herido en el hospital, pero tuvo que abandonar el centro médico y el país al saber que la policía iba a arrestarle por su condición de gay. En la Siria de Bashar al-Assad, por ejemplo, pueden condenar a un homosexual con hasta tres años de cárcel. Por todo eso Nouris habla con EL ESPAÑOL lejos de donde vive, en un tren de cercanías camino de la casa de su amigo transexual.
ESTRÉS POST-TRAUMÁTICO
Sólo después de algo más de tres meses de haber abierto sus puertas, los residentes han comenzado a relatar sus historias a los trabajadores sociales que les acompañan en este lugar. “Ahora tienen confianza para contar lo que han vivido en sus países de origen y en los otros campos de refugiados”, precisa a este periódico Christoph Mann, responsable de la rutina diaria de este centro. Con todo, “todavía están intranquilos, sabemos que la gente que vive aquí tiene, por ejemplo, dificultades para dormir, hay indicios de que muchos están viviendo con estrés post-traumático porque han vivido cosas traumáticas”, agrega.
La existencia de tales casos justifica que próximamente haya en el equipo que se ocupa de este centro un médico especializado en en traumas psicológicos. De momento, los refugiados pueden visitar a un doctor especializado en salud homosexual y medicina transexual. Para esas consultas, hay una pequeña enfermería en la que se resuelven “desde los temas de salud más simples hasta preguntas sobre salud sexual y cuestiones hormonales”, asegura Jäkel.
Para muchas de las personas que viven aquí es la primera vez que se les está ofreciendo una atención médica libre de discriminación
Lo relevante de este servicio médico es, según Jäkel, “que para muchas de las personas que viven aquí es la primera vez que se les está ofreciendo una atención médica libre de discriminación”. “En sus países el sistema de salud es por regla general algo muy controlado por el Estado y a quienes representan una minoría sexual no se les puede garantizar una atención segura y neutral”, agrega.
UNA DOCENA DE PAÍSES DE PROCEDENCIA
Los habitantes de este refugio para demandantes de asilo proceden en su mayoría de Irak, Siria e Irán, según las cuentas de Christoph Mann, el responsable del día a día del lugar. Auun así, la lista de países representados por los habitantes del edificio es larga. Se cuentan personas procedentes de, entre otros países, Argelia, Túnez, Nigeria, Somalia, Serbia, Moldavia, Turquía, Rusia, Turkmenistán y Paquistán
Sólo en Berlín, se estima que pueden haber llegado en 2015 entre 3.500 y 7.000 refugiados del colectivo LGBT
“Ahora mismo tenemos 85 residentes, pero a finales de junio habremos cubierto las 122 plazas de que disponemos”, augura Mann. “La mayoría de ellos son hombres homosexuales, pero tenemos también algunas mujeres lesbianas, dos mujeres transexuales y un hombre transexual”, explica. El centenar de plazas del que habla Mann no es suficiente para la demanda que existe entre los refugiados del colectivo LGBT. Sólo en Berlín, se estima que pueden haber llegado en 2015 entre 3.500 y 7.000 personas de estas características. “Este edificio no será suficiente para satisfacer las necesidades de este grupo”, reconoce Jäkel.
En su trabajo, hay una preocupación por ofrecer “estándares” que podrían satisfacer a los miembros de la comunidad gay en Alemania. “Nuestro proyecto es un modelo, no hay nada parecido en el mundo, tenemos una gran responsabilidad y la oportunidad de crear estándares a partir de los cuales se ayude a este grupo de personas”, expone Jäkel. En comparación con las condiciones en las que se vive en otros campos de refugiados, los hay que hablan de “lujo” al ver las instalaciones de este centro de acogida. Todos los apartamentos desde la tercera planta son pisos compartidos para tres o cinco personas.
Nouris, el joven homosexual procedente de Irak, lleva poco tiempo en este centro de refugiados. Pero se muestra muy contento. “La situación en este campo de refugiados es muy buena, es un sitio bonito, la comida está buena, da gusto estar”, asegura. No le falta tiempo en elogiar a la canciller Angela Merkel, cuya política de puertas abiertas hacia los refugiados del año pasado trajo a suelo germanos a jóvenes como él. “Lo que ha hecho Merkel me parece muy bueno, algo fuerte”, afirma este chico.
Para Nouris, recibir las llaves de su nuevo hogar fue especialmente emocionante. “Fue algo increíble”, recuerda. Mann, el encargado de dejar las llaves de acceso a los refugiados, señala que “todos los refugiados que las reciben, al cogerlas, dan la impresión de relajarse por fin, lo noto en la postura de sus hombros”. “Al coger las llaves, los hombros hacen ¡puf!, como diciendo, 'ya me puedo relajar'”, agrega.
UN PASO HACIA LA NORMALIDAD
Hay dos tipos de apartamentos en el bloque. Los que acogen a personas que ya cuentan con el estatus de refugiado y los que sirven de primer techo a demandantes de asilo que todavía esperan a que las autoridades se pronuncien sobre sus casos. Los primeros reciben de Lageso, además de la autorización para vivir allí, unos 360 euros con los que salir adelante cada mes. El otro grupo sólo recibe unos 115 euros al mes, pero tienen un abono transportes mensual y en el centro de acogida les reparten tres comidas al día.
Los apartamentos de quienes reciben más dinero están dotados de cocina. Pero tal vez el mayor “paso a la normalidad”, según los términos de Jäkel, sean los cuartos de baño. Están dotados de espaciosos lavabos y duchas con empuñaduras cromadas. Además de las habitaciones para dormir, donde puede haber una, dos y hasta tres literas, suele haber un salón con mesas y sillas procedentes del Ikea pintadas con los colores del arcoiris, como los de la bandera gay. Cocina, cuarto de baño y dormitorio para tres o cinco personas están distribuidos los 65 metros cuadrados de los apartamentos, que se encuentran mayormente a partir de la tercera planta.
En las dos primeras plantas, además del espacio para el médico, el equipo de seguridad, un lavadero con dos grandes máquinas de lavado y otras dos de secado de ropa y las oficinas de los responsables del proyecto, hay una gran zona común. Es ahí donde se encuentra una amplia cafetería, que comparte espacio con una pequeña librería en la que todavía sobra espacio y una zona de relax presidida por un futbolín.
CLASES DE ALEMÁN ORIENTADAS AL SEXO
Un poco más apartada en esta zona común hay una sala de reuniones para Jäkel, Mann y el resto de trabajadores sociales implicados en el proyecto. Ese espacio también se emplea para impartir cursos de alemán a los residentes. No hace mucho que se dio una clase de alemán aquí. Todavía se observan en la pizarra qué estuvieron aprendiendo los alumnos. A un lado se leen ejercicios de gramática: “yo me llamo, tú te llamas,...”.
Estos refugiados quieren vivir libres, enamorarse y tener sexo, y, de hecho, ya tienen sexo
Lo que ocupa más espacio en esa pizarra es, sin embargo, un dibujo esquemático de un hombre desnudo del que salen flechas que indican las palabras “pene”, “cuerpo”, culo”, “trasero”. “Los jóvenes que están aquí están recién llegados a una metrópolis gay como Berlín, dotada de una gran comunidad y con muchas ofertas”, apunta Jäkel. “Todos quieren vivir libres, enamorarse y tener sexo, y, de hecho, ya tienen sexo, por eso en las clase hay una orientación también a hablar de temas sexuales, porque en una clase normal de alemán no harían las preguntas que pueden hacer en esta clase”, añade el responsable de Schwulenberatung Berlin.
Al hacer sus explicaciones en esa aula, Jäkel luce una gran sonrisa, síntoma de una satisfacción sólo comparable con el esfuerzo que ha llevado organizar este hogar para refugiados. Su proyecto comenzó, en realidad, de la nada. “Comenzamos con amigos, que proponían el sofá de su casa o su cama si se iban de vacaciones”, recuerda Jäkel, que ya trabaja en la búsqueda de otro edificio para albergar más refugiados de la comunidad LGBT. Por su parte, Nouris piensa en cómo devolver el favor a Alemania. “Primero tengo que aprender alemán, pero quiero hacer lo que haga falta por este país”, concluye.