Víctor Joel Salas Coveñas, nacido en Lima (Perú) en 1981, llegó a España hace ocho años huyendo de la muerte. Pero esta le sigue de cerca, casi rozando su morena piel, allá por donde pasa el dueño del despacho de abogados en el que este miércoles aparecieron sin vida un cliente ecuatoriano, Pepe, y las dos empleadas cubanas del bufete, Maritza y Elisa. Con Eli se había casado hace diez meses. Él dice que fue por amor, aunque desde hace un tiempo ya no estaban juntos. Para los allegados de la chica, de 25 años y también letrada, fue un matrimonio de conveniencia.

El abogado peruano -de 35 años, tez tostada, cabello negro oscuro- ejerció de fiscal en su país a mediados de la década pasada. Abandonó su tierra después de trabajar codo con codo con varios jueces. Uno de ellos fue asesinado por sicarios tras condenar a varios integrantes del cártel mexicano de Tijuana. Poco después, Víctor Salas empezó a colaborar con la magistrada Ana Espinoza, a la que sacaría de la carrera judicial tras denunciarla por beneficiar penalmente a un narcotraficante. Tras aquello, empezó a recibir amenazas, temió por su vida y decidió emigrar a Madrid, a 9.520 kilómetros de su Lima natal. Pensaba que así podría vivir en paz. Estaba equivocado.

Elisa y Maritza, las dos empleadas asesinadas en el bufete de abogados.

Años más tarde, cuando el abogado ya residía en España y trabajaba sin miedos como pizzero, se enteró de que una íntima amiga de Espinoza, la empresaria Miriam Fefer, apareció estrangulada en su apartamento. Junto al cadáver se encontró un altar con varios objetos de brujería (un plato con un cuerno, canela y sal) y una foto del propio Víctor. Él, supersticioso, volvió a ver cómo renacían sus peores temores.

Ahora, tras la muerte de tres personas en su bufete, no se descarta que el objetivo del asesino -o asesinos- fuese matar al abogado peruano. Él mismo ha explicado ante la Policía que teme que se trate de una venganza o un ajuste de cuentas contra su persona por su pasado en Perú. Aunque en Usera, el barrio madrileño en el que se instaló al aterrizar en España, también tiene enemigos entre sus clientes, algo que conocen los agentes.

“Estoy conmocionado. Tengo miedo, por mí y por la familia que tengo en Perú [allí viven sus padres, una ex pareja y su hijo]”, explica en exclusiva el abogado, con voz dulce y pausada, a EL ESPAÑOL.

Al inicio de la conversación, que se desarrolla a primera hora de la tarde de este viernes, explica que no puede aportar información acerca del suceso debido a que el magistrado del caso, del Juzgado de Instrucción número 41 de Madrid, ha decretado el secreto de sumario. Sin embargo, mantiene una entrevista telefónica con el periodista durante quince minutos. Al inicio, confirma que salió de su país por miedo a que lo mataran.

- ¿Cómo está tras lo ocurrido en el interior de su despacho?

- Bueno, ya han pasado dos días y estoy más tranquilo. Ha sido una tragedia muy dura.

- ¿Sabe qué pudo ocurrir?

- No lo sé. Nadie lo sabe aún. Ahora estoy tomando conciencia de todo esto. Estoy con ganas de saber quién ha sido y cómo ha podido hacer esto.

Cadáveres de los fallecidos, junto a agentes de la Policía Científica.

El abogado Víctor Salas intenta volver a la normalidad tras la muerte de tres personas en el interior de su bufete. Desde que sucedió, ha pasado por comisaría el miércoles y el jueves. Cuenta que en todo momento se ha mostrado dispuesto a colaborar con los investigadores policiales.

- Me vine a España huyendo de las amenazas, como con la muerte en los talones, y fíjate lo que ha ocurrido ahora.

- ¿Estaba amenazado por algún cliente?

- No. Si alguien me hubiera dicho ‘te voy a matar’, le habría denunciado. Lo que no niego es que todos los abogados tenemos clientes rebotados. Yo, también.

- ¿Sospecha de alguien? ¿Creen que iban a por usted?

- No sé bien a por quién iban. De lo que estoy seguro es que no voy a dejar que las muertes de las dos chicas y de mi cliente queden impunes. A Maritza y a Eli las quería mucho. Con Eli me casé por amor. Pese a que rompimos al poco tiempo, ella llegó a España con su documentación en regla. El resto es mentira.

El abogado, tras confirmar algunos de los pasajes de su vida que se narran en este reportaje, prefiere concluir la conversación. Antes de despedirse, lanza un deseo: "Ojalá todo se esclarezca pronto", dice el hombre al que la muerte le persigue.

Puerta del bufete de abogados de Víctor Salas, precintada por la Policía.

DE PIZZERO CON VAQUEROS A ABOGADO DE TRAJE

Walter, un ecuatoriano treintañero, es amigo de Víctor Salas. “Me enteré de lo sucedido y aún no se me ha quitado el miedo del cuerpo”, dice frente al portal del despacho de abogados Eurasia, propiedad del letrado. “Me he pasado por si podía saludarlo. Hace unos días cambié de móvil y perdí su teléfono”, explica. “Pero claro, nadie abre ahora”.

Este hombre conoció al abogado a los pocos meses de su llegada a España, a mediados de 2008. Walter tenía por aquel entonces un locutorio y Víctor, cerca de alcanzar la treintena, acudía allí a llamar a su país y a imprimir la documentación que necesitaba para homologar en España el título de Derecho obtenido en Perú. Vestía siempre vaqueros y ropa de sport. “Estaba obsesionado con ser abogado en España”, explica. “Me contó que salió de su país porque vivía amenazado de muerte”.

Walter cuenta que hasta que Víctor consiguió que se le reconociera sus estudios en España, en 2011, trabajó en un Pizza Hut del barrio de Usera, donde se instaló en una habitación alquilada de una casa compartida con otros inmigrantes. Tras convalidar su título, en esta barriada también abrió un bufete de bufete de abogados y una inmobiliaria junto a un socio. Fue hace cuatro años.

Miriam Fefer, la empresaria asesinada en Perú que hizo brujería con una foto del abogado.

Tan sólo 12 meses después decidió tomar camino en solitario y abrió su propio despacho en el número 40 de la calle Marcelo Usera, lugar de la escena del crimen. Se especializó en temas penales y de extranjería. Atrás dejó los vaqueros y con el dinero que ingresó de sus primeros clientes se compró un par de trajes y varias corbatas.

“Pronto nos hicimos brothers”, dice Walter, con el que Víctor Salas solía ir a jugar a fútbol al polideportivo del barrio madrileño Ciudad de los Ángeles. “Últimamente venía poco con todo el lío del despacho. Se quejaba de que estaba gordito. Yo le decía medio en broma: 'Brother, si no corres es normal”.

Víctor le pagaba “cuando podía” a Walter las fotocopias y lo que gastaba llamando a su familia. “Yo le decía siempre que no se preocupara”, recuerda el hombre, al que el abogado le comentó en un par de ocasiones que tenía un hijo en Perú.

¿Lo viste con miedo las últimas veces que os encontrasteis?, le pregunta el periodista. “Nos vimos por la calle hace un par de semanas. No me comentó nada, pero lo encontré huidizo y nervioso. Supuse que sería por el trabajo, pero me extrañó porque es un buen tío, bien cercano el chico”, responde Walter. “A lo mejor ya pensaba que iban a por él”, apostilla.

“ERA UN INFORMAL DE MIERDA”

En el barrio de Usera no hablan tan bien de Víctor Salas como lo hace su amigo Walter. Varios clientes que no quieren que se revele su identidad cuentan que Víctor “era un informal de mierda”. “A mí me pidió dinero por adelantado y luego no se presentó al juicio. Al final resolvió aquello, pero me jodió bastante”, dice uno.

En Perú, Salas fue fiscal y trabajó como asistente de varios jueces.

“Sé que tenía muchas deudas porque un día, mientras lo esperaba en su despacho, Maritza me lo comentó. Más de uno le tenía ganas”, explica otro cliente del abogado que asumía desde casos de regularización de extranjeros hasta la defensa de ladrones y narcotraficantes en España.

“Meterte en ese mundo es lo que tiene - explica ahora Isabel, empleada de un bar de comida colombiana cercana al bufete de Víctor Salas-. Yo creo que iban a por él y se llevaron por delante a sus trabajadoras y al ecuatoriano que pasaba por allí”.

Isabel conocía bien a Maritza Osorio Riverón, la cubana de 40 años que repartía publicidad del bufete por las mañanas y luego se encargaba de atender las llamadas y a los clientes que llegaban al despacho de Salas. “Ella siempre me decía que quería dejar ese trabajo, pero no hasta que encontrara otro. Al parecer, sólo cobraba 600 euros. Una vez me dijo: ‘Me paga muy poco ese malparío”.

Maritza, que llegó a España hace 15 años, vivía en el número 43 de la calle Olvido, a sólo cien metros del despacho en el que le quitaron la vida. Allí residía junto a su hija y a un sobrino. El día del asesinato, justo antes de marchar a comer, Elisa Consuegra Gálvez llamó a su marido alertándolo de la llegada de un hombre “extraño” y “raro” que le estaba esperando por un asunto "muy importante". El desconocido se comportaba de una forma poco habitual e incluso se encerró en el baño durante un momento. Salas se ofreció a ir en ese mismo momento, pero Eli le dijo: "No, no vengas. Le digo que vuelva a las cinco".

Pero cuando Víctor Salas llegó en su moto al despacho, ya por la tarde, subió junto a un cliente paquistaní y su cuñada colombiana, que habían pedido cita con él. Fue en torno a las 18.30 horas del miércoles. En ese momento Maritza, Elisa y Pepe ya habían sufrido la agresión.

El hombre presentaba el cráneo abierto. Una de las chicas estaba degollada. La otra tenía la cabeza y el rostro destrozados por los golpes recibidos. El autor del triple crimen -toma fuerza la hipótesis de que fuera un solo agresor- usó un puñal y una barra de hierro, y no un hacha, como se pensó en un principio.

La colombiana que subió junto a Víctor Salas a su despacho se llama Esmilda. La mujer cuenta que el letrado se puso muy nervioso cuando se dio cuenta de que salía humo del interior del bufete, ubicado en la primera planta del número 40 de la calle Marcelo Usera. “No atinaba a abrir”, explica la mujer, que añade que el abogado entregó las llaves del inmueble al cuñado de Esmilda para que abriera él.

“No vimos ningún cadáver. Había bastante humo. Empezó a preguntar por las chicas y como nadie respondía se bajó corriendo al portal. Al rato llegaron la Policía y los Bomberos”, relata la mujer. “Mi cuñado y yo estuvimos tocando al timbre de la calle desde las seis y cuarto. Todo debió suceder antes porque no bajó nadie hasta que llegó Víctor”, añade.

Durante toda la noche del miércoles los investigadores estuvieron en el despacho de Salas.

CASADO CON SU EMPLEADA

Maritza y Elisa procedían de Holguín, una peligrosa región al sureste de la isla de Cuba. Víctor se había casado con Eli hace diez meses. Tras comenzar un romance juntos hace dos años, decidieron hacerse pareja de hecho. Pero dieron un paso y se unieron por el procedimiento civil. Al poco del enlace decidieron romper la relación, aunque no se separaron legalmente. Durante la entrevista, el propio Salas explica que la chica se había colegiado hacía sólo dos meses y que él ayudó a pagar parte de sus estudios.

Pepe, el varón asesinado, era de nacionalidad ecuatoriana y tenía 42 años. Llevaba quince viviendo en España. De gran envergadura, trabajaba como vigilante jurado. Había acudido a las oficinas a recoger una documentación de su mujer. Allí se topó de frente con la muerte.

Las fuentes consultadas piensan que Pepe simplemente era un testigo accidental y por eso el asesino acabó también con su vida. El arma utilizada para perpetrar el crimen fue una palanqueta que encontró en la oficina. Al parecer, alguien la utilizó también para forzar un armario bloqueado del despacho.

El asesino golpeó al hombre en la cabeza. El impacto fue tan brutal que condujo a error al SAMUR ya que pensaron en un primer momento que el arma homicida utilizada fue un hacha. La misma palanqueta fue utilizada por el agresor para golpear a otra de las mujeres. La Policía está analizando uno por uno todos los casos en los que trabajaba el despacho antes de descartar que se trate de una venganza encargada a sicarios. Las investigaciones se centran en los expedientes del bufete y los entornos de las víctimas.

Esta próxima semana Víctor Salas acompañará a los agentes de la Policía Científica a su despacho. Allí, tratará de ayudar a encontrar más información acerca de lo que ocurrió al inicio de la tarde de este miércoles, cuando la muerte volvió a su vida, aunque como hasta el momento, nunca para llevárselo.

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