En San Carlos del Valle, un pueblo de Ciudad Real de 1.200 habitantes, apenas una decena de vecinos habla bien de su párroco, Miguel Palomar. El cura, de 57 años y nacido en la localidad próxima de Tomelloso, se instaló hace una década en este lugar donde el cultivo de la vid, el cereal y la aceituna son el sustento.
"Desde el principio hubo problemas. Es un prepotente y un soberbio”, dice su alcalde, el socialista José Torres. “Lo único que le gusta es el dinero”.
Desde que llegó aquí, cuenta el regidor, el cura vive enemistado con la mayoría de la comunidad cristiana de San Carlos por sus múltiples irresponsabilidades: olvida las fechas de las bodas, se queda dormido cuando ha de oficiar un funeral o se muestra reticente a celebrar la comunión de los niños si sus padres no son de su cuerda.
Pero el hecho que acabó con la paciencia del pueblo ocurrió el pasado domingo, durante la misa de 12. La vecina más rica de la localidad, la beata soltera Ramona María del Pilar Álvarez Manrique, llegó a la eucaristía cuando el cura ya había iniciado su sermón. Varios vecinos aseguran que el párroco don Miguel, como se le conoce en el pueblo, la miró con desprecio y suficiencia cuando la mujer se sentó.
Al final de la ceremonia, cuando los feligreses acudieron a recibir la comunión, el párroco le negó el cuerpo de Cristo a la señora, de 81 años, y quien no se salta una sola misa. Del medio centenar de fieles que habían acudido a la parroquia del Santísimo Cristo del Valle, en torno a 40 de ellos salieron del lugar de culto como protesta por la ofensa a Ramona.
La mujer, que vive sola en un caserón de dos plantas con jardín y patio en el centro del pueblo, se encuentra apenada desde entonces. Apenas sale a la calle, no habla con casi nadie y pasa las horas muertas viendo la televisión y fumando tabaco rubio.
Al alcalde del pueblo y a la asistenta que la cuida, Antonina, les ha contado que la actitud del cura con ella se debe a que desde la muerte de su hermano Agapito, hace ahora dos años, ella se niega a entregar los 6.000 euros que éste donaba anualmente al párroco para los gastos de la iglesia.
El pasado domingo, después de que Miguel Palomar le negase la comunión y los feligreses se salieran de la misa como gesto de apoyo a Ramona, el cura le reprochó que ya no mantuviera la “generosa” colaboración de su hermano.
Algo similar vivió la mujer durante el entierro de Agapito. Tras la misa, el cura le dijo a la señora: “¿Qué vas a hacer ahora con los donativos que me daba?”. La señora se quedó a cuadros. No entendía que en aquel preciso instante le preguntara por aquello.
“Estoy muy triste”
Sin marido ni hijos, Ramona reside en la casa que ha heredado de sus padres, unos terratenientes que hicieron fortuna con el cultivo de la tierra. Ramona es la menor de tres hermanos. El mayor era Francisco, quien “murió de cáncer hace mucho”, según una vecina. El segundo era Agapito, fallecido hace dos años. Ella es la tercera y la única que se mantiene con vida. No tiene sobrinos ya que sus hermanos tampoco tuvieron pareja ni dejaron descendencia.
Su familia tiene tierras en el pueblo y varias fincas en localidades cercanas. Su carácter caritativo los llevó a ceder al ayuntamiento una parcela de terreno bajo la condición de que se destinara a un servicio social. Allí hoy se levanta una residencia de ancianos.
Cuando el reportero visita la casa de Ramona este martes, la señora rehúsa abrir el portón de su caserío pero se asoma por el balcón de la segunda planta. Es una mujer rubia que viste un jersey rojo, un pantalón oscuro y unos pendientes en forma de perla. “No voy a decir nada. Estoy muy triste y no quiero hablar con nadie. Discúlpeme”, explica.
A 500 metros de su vivienda reside Antonina, la mujer de unos 40 años que cada día, de nueve de la mañana a dos de la tarde, hace las labores del hogar en la casa de Ramona: cocina, limpia… y le hace “mucha compañía”. “Llevo 15 años trabajando en esa casa. Desde que murió Agapito, hace dos, sobre todo intento conseguir que no se sienta sola en un sitio tan grande”.
Antonina cuenta que el “feo gesto del cura del otro día” no es el primero. “Antes le había negado la comunión en dos ocasiones”, dice. ¿Y todo comenzó cuando murió Agapito?, le pregunta el reportero. “No es cierto eso que dicen. Agapito, antes de fallecer, llevaba cinco o seis años sin darle los 6.000 euros a don Miguel porque nunca le decía a qué destinaba el dinero. La cosa no viene de ahora. Pero el domingo el pueblo dijo basta porque a Ramona se la quiere mucho”.
Dice Antonina que Ramona “tiene miedo” ahora que todo el pueblo habla de ella y que algunos medios de comunicación han estado en San Carlos. Su asistenta dice que ella siempre ha llevado una vida humilde, tranquila, y ahora teme que, a raíz de que el alcalde dijera que procede de una familia adinerada, pueda sufrir robos en su casa.
“A su hermano Agapito –explica Antonina- le robaron cuando ambos vivían solos en la casa. Fue al poco de empezar yo a trabajar allí. Ramona fue a una misa de tarde y siete hombres con los rostros ocultos entraron en la vivienda. Cuando la señora llegó ya se habían ido y se encontró a su hermano maniatado y amordazado. Les robaron oro, escopetas… Por eso ella teme ahora”.
Albañil antes que cura
Miguel Palomar nació hace 57 años en Tomelloso, aunque sus padres, de origen humilde, nacieron en Campo de Criptana (Ciudad Real). A la familia de su madre la apodaban Los payasos.
Siendo un adolescente entró en el seminario, pero acabó abandonándolo antes de tomar el hábito. Después trabajó como albañil y como repartidor de paquetes durante varios años, aunque retornó al seminario y logró ordenarse cura.
Uno de los últimos destinos de Miguel Palomar antes de llegar a San Carlos fue Alcázar de San Juan, donde era el capellán del hospital. Allí se granjeó la fama de conflictivo y peculiar, y lo apodaron don Pimpón por su notable parecido físico con el personaje de Barrio Sésamo. Es un hombre que mide dos metros, de poblada barba y ancha nariz. Tiene dos hermanos (un varón y una fémina). El varón vive con él en la casa parroquial.
A San Carlos del Valle llegó en 2007. Desde entonces, gestiona la parroquia de la localidad y también la de Pozo de la Serna, un municipio vecino donde sólo da misa los domingos. El cura apenas hace vida en la población.
Varios vecinos cuentan que don Miguel suele desayunar chocolate con churros en un bar de La Solana, una localidad a 12 de kilómetros de San Carlos. Dicen que le gusta la caza y que Agapito lo llevó en más de una ocasión a cobrarse conejos en una de sus fincas.
“Le pierde el dinero –afirma el alcalde-. Nadie sabe qué hacía con los donativos que le daba la familia de Ramona. Nunca les entregaba facturas de aquello a lo que destinaba el dinero. Por eso Agapito dejó de dárselo”.
El regidor municipal, al que le llegó a negar el saludo y el pésame el día que murió su suegro, cuenta una anécdota que refleja la relación entre el párroco y el dinero. Hace unos años se remodelaron las cuatro torres de la iglesia del pueblo con una subvención pública. Pero como no había presupuesto suficiente para la cúpula, Agapito se ofreció a costear la reforma. El hermano de Ramona le dijo a don Miguel que mandara empezar las obras y que él iría pagando las facturas.
El cura, en cambio, le pidió el dinero en mano y le dijo que ya se encargaría él de abonar los costes. Pero Agapito, temeroso de que los donativos que entregaba no se destinaran a fines eclesiales, se negó en rotundo. Al final, la cúpula de la parroquia no se restauró con el dinero de los Álvarez Manrique.
En el pueblo lo quieren fuera
Desde que Miguel Palomar llegó a San Carlos del Valle hace ahora una década, los vecinos del pueblo han recabado firmas hasta en dos ocasiones para que el obispado de Ciudad Real, del que depende, le cambie el destino. Pero no sirvió de nada. Sigue allí.
EL ESPAÑOL ha contactado con el obispado ciudadrealeño para saber si van a tomar una decisión con respecto al controvertido cura, pero desde la institución no han querido hacer ninguna declaración oficial.
En San Carlos, todos los vecinos con los que habla el reportero sueltan pestes del párroco. Dicen que por las reprimendas que le echaba a los niños se han quedado sin coro infantil. Cuentan que en varias ocasiones han tenido que aporrear la puerta de la casa parroquial porque se había quedado dormido y no estaba presente en un funeral. Aseguran que pone “mil y una trabas” a los niños que quieren tomar la comunión en función de lo que opina de sus padres, o que olvida las fechas de las bodas.
No se sabe si el gesto de Ramona logrará que San Carlos del Valle se libre de su actual cura. Por el momento, le señora sigue empeñada en destinar parte de su fortuna a fines sociales. Por eso este año ha entregado 6.000 euros a Cáritas y otros 6.000 a Manos Unidas. Lo que tiene claro es que mientras siga viva nunca se los donará a don Miguel, el párroco codicioso que le negó la comunión hasta en tres ocasiones.