La vida de Catalina se sostuvo en un alambre, siempre con la muerte al acecho. Y las marcas que recorren su cuerpo son las de Colombia y sus guerrillas, acostumbradas a explotar a los niños y utilizarlos como armas para sus fines. "Son cicatrices de la guerra para enseñárselas a mis nietos".
Manuel dice que le perdió "el miedo" a "quitar la vida a otro". Se marchó de casa a los 8 años y, tras deambular con su hermano por las calles de Medellín, ambos se integraron en las FARC. La promesa de un futuro mejor pronto se convirtió en amenazas y castigos por el incumplimiento de unas normas muy estrictas: "A mi hermano le gustaba hacer lo que quería. "Chino, cuídese, ciao" fue lo último que me dijo antes de que lo fusilaran".
Catalina y Manuel -se escudan bajo identidades ficticias- tienen 19 años. Los dos pasaron su infancia en familias desestructuradas que propiciaron su paso a las guerrillas colombianas.
Vieron a compañeros morir. Empuñaron armas.
No se puede olvidar eso.
Y ahora esperan que su testimonio, que reproducimos a continuación en primera persona, suponga un pilar sobre el que se construya el futuro incierto que afronta Colombia. Catalina habla con voz pausada, suave, y cierra los ojos, bien cuando explica sus sueños o comenta los episodios de su vida más dolorosos; Manuel lo hace decidido, con tono firme que se vuelve quebradizo al recordar a su hermano.
Entre palizas y la calle
Catalina: Mi padrastro solía pegarme y también abusar de mí. Cogía un palo que ponía en el fuego y con él me quemaba en el cuerpo. Ahora tengo cicatrices que le enseñaré a mis nietos, porque son consecuencia de la guerra.
Cuando pegaba a mi madre, a veces la defendía. Pero entonces era ella la que se enfadaba y me pegaba. Llegué a consumir basuco [una droga basada en la cocaína].
Una noche escuché ruidos, eran como hierros chocando. Eran las FARC y la guerra había llegado donde yo vivía. Yo tenía 13 años cuando entre en la guerrilla.
Manuel: Mi familia estaba rota. Yo tenía 8 años y mi hermano uno más. Nos escapamos de casa y empezamos a vivir en la calle, como podíamos.
Así pasamos seis años. Entramos en la guerrilla cuando teníamos 14 y 15. Lo hicimos por curiosidad, porque no sabíamos de lo que se trataba.
La vida en las FARC
Catalina: A los ocho días me pusieron un arma en las manos. Nada era como yo creía que iba a ser. Muchas compañeras sufrían abusos y la vida empezó a ser muy dura.
Cuando se enfadaban, nos obligaban a cavar agujeros de tres metros de largo por uno de ancho. Caminábamos mucho y nos lanzaban a la guerra. El enemigo te disparaba y tú disparabas.
Manuel: La situación es muy difícil. Se le pierde el miedo a quitar la vida a otro. Te dan un arma y te dicen que luches. Hay muchos chicos que están en esa situación.
No se puede abandonar la guerrilla por las buenas. Hay unas normas muy estrictas que hay que cumplir. Te preparan para ser soldado y no puedes abandonar. Si no están contentos por algo que has hecho, te castigan.
La muerte llama a la puerta
Catalina: Estábamos en un campamento. Yo tenía un novio allá. Esa noche me quedé sola con él y los helicópteros empezaron a pasar. Entonces: "¡Fium, fium, bum!". Algo se derrumbó encima de mí. Me sentía con la cabeza tonta. El Ejército ya estaba cerca de nosotros dos y él me decía: "¡Corra, corra!". Me cubría cuando escuchamos: "¡Prapapapá!". Cuando dije "¡Niño, ya...!", él no me contestaba. Lo mataron ahí por estar cubriéndome. Aún guardo la cadenita que me dio. Había muchos muertos. Escapé de la guerrilla por el miedo que tenía a morir.
Manuel: Mi hermano era mucho de hacer lo que él quería. Le castigaron varias veces por no cumplir las normas que había en la guerrilla hasta que decidieron matarlo. Me despedí de él. "Ciao, Chino, cuídate", me dijo. Y se lo llevaron. Después de que lo mataran, todos me miraban a mí. En ese momento decidí abandonar la guerrilla.
Aprender a vivir
Catalina: Cuando llegué con 16 años al centro Don Bosco [de los misioneros salesianos] me encontré con que me abrazaban, que tenía una familia. Tenía que aprender a ser una mujer, porque en la guerrilla eso no existía: éramos todos soldados y no distinguían entre hombre y mujer.
Es difícil acostumbrarse a otra vida, a otra disciplina. Dejaba las armas y ahora tenía que contar todo lo que me había pasado a los psicólogos y educadores. Explicar lo que había vivido... Por quien más lo siento es por mi madre, que estaba muy preocupada. No sabía si yo había muerto en los últimos bombardeos o si seguía viva.
Manuel: Apenas sabía cuatro palabras y a partir de ahí tuve que aprender a leer y a escribir. Al principio la vida es difícil. Se convive con otros chicos que han sido también soldados y cualquier cosa es suficiente para que haya una pelea.
Poco a poco se aprende a vivir con todo esto. No se puede olvidar lo que se ha hecho. Tampoco se debe. Porque no hay que repetir los mismos errores. Pero hay que saber lo que hay que vivir, aprender un oficio y extender el mensaje de la paz, que es lo que hace falta.
Su futuro y el de Colombia
Catalina: Amo a mi madre. Ojalá llegue la paz para que todos los que hemos pasado por algo así podamos regresar a casa sin miedo a las amenazas. Ahorita soy muy feliz de poder transmitir mi mensaje, mi historia. Y sé que la paz debe de salir del interior, como el perdón. Hay muchos chicos [se calcula que aún quedan entre 8.000 y 13.000 niños soldado en Colombia] que cometieron algún error igual que el mío. Pero es hora de soltar las armas y de coger un cuaderno y un lápiz.
He estudiado Bachiller y un curso técnico de artes gráficas. Me gustaría ir a la universidad para algún día ser enfermera. Y abogada de los derechos de los niños. Y seguir transmitiendo un mensaje de paz.
Manuel: Todo en la vida se puede hacer. Yo he perdonado a los que me han hecho todas estas cosas. Si no hubiera sido capaz de hacerlo, me hubiera quedado en nada.
He estudiado Bachiller y ahora he hecho un curso de metalmecánico. Con 30 años me gustaría ser una persona libre, tomando mis propias decisiones.
*Catalina y Manuel visitaron Madrid con motivo de la presentación del documental 'Alto el fuego', dirigido por Raúl de la Fuente para Misiones Salesianas.
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