Fue declarado enemigo público número uno. Rafael Bueno Latorre era especialista en atracar bancos pero, sobre todo, en rocambolescas fugas carcelarias. Su balance: cuatro fugas y cuatro muertos, dos de ellos policías.
Huyó a limpio tiro de la prisión de Burgos o de modo genial de la madrileña Alcalá-Meco. Su biografía criminal es mucho más intensa que la de Eleuterio Rodríguez, el Lute, pero ha pasado desapercibida. A diferencia del famoso quinqui, cuya manipulada figura y reinserción en presidio fue presentada por parte de las autoridades como un éxito de la política penitenciaria, esta se ha ocultado.
En parte porque la libertad de este asesino, tras sus repetidas evasiones, supone una victoria delictiva frente a la maquinaria policial y judicial. Su rastro sangriento parece que se ha perdido para siempre.
A tiro limpio contra la Policía
Miembro de una familia numerosa que, procedente de Utrera (Sevilla), se asentó en una barriada marginal de Santa Coloma de Gramanet, fue un adolescente problemático. Varios hurtos de poca monta, tirones de bolsos y algún asalto a punta de navaja en el Carmel barcelonés lo condujeron al reformatorio.
Eran los primeros pasos sin retorno en la trayectoria criminal de Cañameras, apodo con el que empezó a hacerse conocido. La calle constituyó su escenario de vida y campo de batalla.
A los 18 años ingresaba en la prisión Modelo de Barcelona. Una vez recuperada la libertad empezó a atracar bancos. Extendió su área de acción a Valencia y Castellón. Detenido en varias ocasiones, en presidio fue uno de los más famosos 'kíes' (jefes de mafias).
El rey de la selva en un zoo de cemento. Tenía claro que la cárcel no era lo suyo, por lo que protagonizó, en la madrileña de Carabanchel, la primera de sus sonoras fugas.
Como siempre retornaba a Barcelona, la Guardia Civil dio con su paradero en la Costa Brava. A partir de aquel momento recorrió la mayoría de las prisiones de España. Finalmente recaló en la de Burgos, uno de los recintos penitenciarios más duros. Debía cumplir 30 años de condena. Estaba incluido en el FIES (Fichero de Internos de Especial Seguimiento).
A solas en su celda empezó a fraguar la huida. Eligió la fecha del 12 de octubre de l983, festividad de la Virgen del Pilar, patrona de la Guardia Civil. Confiaba en que las carreteras estuvieran menos controladas por la Benemérita en dicha jornada.
Dos días antes se autolesionó clavándose una tijera en el estómago, por lo que fue trasladado al hospital provincial. Esperó confiado durante unas 40 horas. Esposado a la cama, con gotero y vendas cubriéndole el vientre, donde le habían dado varios puntos.
Era mediodía cuando un par de compinches suyos accedieron al hospital haciéndose pasar por sanitarios, disfrazados con peluca, gafas de sol y bata blanca.
Se abrieron paso a tiros. Al policía que le custodiaba en la habitación, Jesús Postigo Pérez, le metieron seis balazos, muriendo al instante, y a Raúl Santamaría Alonso, que acudió en su ayuda, lo remataron en el suelo.
Tras desarmarlos y liberar al preso de los férreos grilletes que lo mantenían amarrado a la cama, huyeron velozmente. Un tercer agente también recibió algún impacto de bala, pero salvó la vida al parapetarse junto a una columna. Cañameras se marchó en pijama. Atrás dejaban dos cadáveres y un herido fruto de una refriega con 20 disparos.
La Guardia Civil reaccionó de inmediato, pero los fugados habían aprovechado unos minutos preciosos que les proporcionó el escaso tráfico, al no ser jornada laborable, y el menor número de agentes de servicio. Un plan perfectamente urdido, en el que intervino un comando formado por al menos cuatro hombres y tres mujeres.
Huida de la prisión más segura
Un mes después su banda secuestró a un par de delincuentes, por considerarlos confidentes de la policía. Se trataba de Manuel Andrés Sánchez Manzano, el Andresín, y Eduardo Aldama de la Red, el Guau, que fueron conducidos a sendos descampados, en las proximidades de la capital catalana, donde les hicieron cavar su propia tumba. Acto seguido los mataron a tiros. "Enterradlos boca abajo, por si todavía están vivos. Así, si escarban, que escarben para abajo", ordenó a sus secuaces.
Volvía a moverse por su hábitat natural. En poco tiempo perpetró con su banda ocho asaltos a entidades bancarias. Pero le estaba esperando la Brigada Antiatracos de Barcelona, capitaneada por el comisario Francisco Álvarez, el Técnico, considerada la más operativa de España. Precisamente con anterioridad había liberado de su secuestro al futbolista internacional Enrique Castro, Quini.
Dos policías habían muerto y era preciso vengar tan grave afrenta. Al poco fueron cayendo uno a uno sus compinches y también él. Era su decimoséptima detención.
De inmediato lo enviaron al centro penitenciario de máxima seguridad del país: Alcalá-Meco. Lema propagandístico con el que lo habían anunciado los gobernantes políticos de una UCD en descomposición cuando fue inaugurado en 1982. Fue proyectado como el más seguro del país y uno de los mejores de Europa. Su construcción superó los 1.500 millones de pesetas. Esperaban que no consiguiera huir del tremendo bloque de hierro y hormigón. Un fortín teóricamente inexpugnable. Pero, de nuevo, se equivocaron.
Cañameras pertenece a una estirpe que las autoridades penitenciarias consideran irreductibles, que anteponen arriesgar su vida a permanecer entre rejas. Nacidos para ser libres, cueste lo que cueste y pese a quien pese.
Tan solo permaneció recluido medio año. Volvió a escaparse aprovechando otra festividad religiosa. La fecha elegida fue el 20 de abril de 1984, Viernes Santo. El plan estaba perfectamente trazado, como en ocasiones anteriores. Contó con el valioso concurso de un par de internos, Antonio Álvarez Gallego y Antonio Retuerto González, ambos con amplio historial delictivo.
A las nueve de la noche, hora en que la mayoría de los reclusos veían la televisión, jugaban a las cartas o charlaban tranquilamente, arrancaron la taza del retrete de su celda y descendieron por el estrecho agujero circular hasta una galería de servicio, por la que discurren las tuberías, desagües y suministros eléctricos. Tras serrar una rejilla de hierro alcanzaron el sótano, donde estaban los interruptores del paso de agua y de la luz.
Mientras, otros presos que colaboraron con ellos rompieron el grifo en una celda, provocando una aparatosa inundación. Los funcionarios bajaron para cortar el suministro pero, nada más entrar en la estancia, fueron encañonados por los tres presidiarios, que estaban provistos de dos pistolas y un punzón.
Se trataba de armas simuladas que Retuerto –pastelero de profesión antes de emprender el camino delictivo– había modelado con trozos de jabón y tubos de acero inoxidable. Pintadas de negro a base tinta china, imitando a la Star de 9 milímetros, daban el pego por completo. Todo muy al estilo de Woody Allen en Toma el dinero y corre.
Seguidamente los desnudaron. Dos de los delincuentes se uniformaron con sus ropas y el tercero se colocó un mono de fontanero. Perfectamente disfrazados y portando las llaves se dirigieron con paso normal –los policías que los vieron no sospecharon nada– hacia donde estaban ubicadas las cocinas. Sabían que allí había una puerta que daba a la calle, por la que los proveedores entregaban los alimentos. La abrieron dirigiéndose hacia el puesto de vigilancia, donde redujeron a un cuarto funcionario. Después las sombras de la noche ocultaron su huida campo a través.
Desde las garitas de los muros les habían visto salir pero, por su indumentaria, no sospecharon nada. La evasión no fue descubierta hasta que se hizo el habitual recuento nocturno. De inmediato aullaron las sirenas y los focos empezaron a invadir con su haz luminoso los alrededores, pero ya era demasiado tarde. Ni rastro.
"En ridículo la máxima seguridad carcelaria", titulaba el semanario El Caso. La Dirección General de Instituciones Penitenciarias tuvo que ver de nuevo como tres reos, con un historial de evasiones más que considerable, volvían a poner en entredicho el sistema de vigilancia y seguridad en las cárceles. Fueron cesados el director de Alcalá-Meco, Carlos Parada, y otros responsables del centro.
El procedimiento que emplearon los fugitivos de desmontar el inodoro y preparar el hueco para la evasión fue un trabajo que llevaron a cabo en los días previos. Para que no se notara nada durante la revisión diaria del habitáculo, lo colocaban nuevamente en su lugar y taponaban el desagüe del váter con una botella de plástico. De este modo cualquiera podía observar que en el interior de la tazar siempre había agua. Ellos mismos se encargaban de llenarla con la del grifo. Ingeniosos y concienzudos preparando la gran huida. Para Cañameras, la definitiva.
El Papillon español
Se convertía en el fugado más importante de nuestra historia criminal. Toda la maquinaria policial activó los resortes en pos de su captura. Sus dos compinches fueron apresados a los pocos meses.
Consciente de que le seguían los pasos, renunció a volver a Barcelona, su campo de acción predilecto, tras su mala experiencia con la Brigada Antiatracos. Cruzó la frontera. Su ajetreada vida iba a proseguir por tierras foráneas, aunque hay quienes creen que ha realizado breves incursiones por el litoral mediterráneo catalán para dar algunos golpes. La última vez que se le vio fue en la Costa Azul.
Desde entonces, la ficha de este Papillon, el Henri Charrière español, permanece intacta en las comisarías. De complexión atlética, 1’70 de altura, cabello rubio, ojos verdes y alopecia; tiene algunas cicatrices, entre las que destaca un costurón trasversal en el vientre, recuerdo de cuando se clavó las tijeras en la prisión de Burgos. Varios tatuajes adornan su cuerpo; en la espalda luce una pantera negra, la fiera que más se le asemeja: ágil, veloz, silenciosa, astuta, sagaz y hábil.
El Grupo de Localización de Fugitivos de la Policía Nacional (GATI) realizó pesquisas principalmente por Francia y Bélgica. Se había convertido en uno de los grandes capos europeos del tráfico de hachís procedente de Marruecos. Por el Tratado de Prüm las bases de datos de ADN, huellas dactilares y de balística son intercambiables entre las policías europeas para la identificación de peligrosos fugitivos. Pero Cañameras ha dado esquinazo a todos.
La policía encargó una recreación virtual de su rostro, tras el paso de los años, al magnífico escultor Juan Villa, miembro de la Sociedad Española de Criminología y Ciencias forenses. Se necesitaba conocer el aspecto que tendría el evadido más longevo de la historia criminal española.
Aunque las autoridades no son muy dadas a establecer jerarquías entre los delincuentes, cuenta con los galardones suficientes para haber sido considerado como el enemigo público número uno. Desde hace casi 33 años se le busca como el fugitivo más peligroso del país. Nadie ha vuelto a saber nada de él.
Desde fuentes oficiales aventuran la teoría de que haya muerto. La postura más sencilla para dar carpetazo a sonoros casos agotados que suponen una asignatura pendiente para los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado.
"Es un hombre con una inteligencia normal, tiene un pensamiento pobre de contenido, su capacidad de ideación está parcialmente bloqueada por sus escasos recursos y sufre una gran inestabilidad afectiva, con predominio de la depresión", manifestaba el psiquiatra que lo examinó días antes de su última evasión. Pero, pese a no tener un coeficiente muy elevado, según el informe médico, dejó en entredicho a las autoridades penitenciarias y policiales.
Nadie cree que, provisto de una nueva identidad, haya abandonado sus viejos hábitos delictivos para desarrollar una vida normal y eludir a la justicia. Es un forajido de raza, de los que nacen, viven y mueren como tales. Destaca por su elocuencia balacera. Un indomable con muescas en la culata.
Su nombre ha pasado desapercibido aquí, en parte porque a las autoridades no ha interesado que se conozcan las andanzas sangrientas de este atracador. Preferían que la prensa difundiera las correrías del Lute. Pero, en cambio, en el extranjero sí se habla de él. La prensa rusa destacaba, a principios de esta década, que podía continuar por Marsella, con negocios de la mafia, o por Colombia, dedicado al tráfico de cocaína.
En 2011 la Dirección General de la Policía colgó en YouTube un vídeo requiriendo la colaboración ciudadana para localizar y detener a siete peligrosos delincuentes. El primero de ellos, Rafael Bueno Latorre.
La última foto suya de que se dispone es del año 1983. ¿Qué aspecto tendrá ahora con 61 años de edad?
"Su trayectoria delincuencial es una de las más importantes de España, no solo por la cantidad e importancia de los delitos que se le atribuyen, sino por la peligrosidad de este hombre", afirmaba un informe de la Brigada Antiatracos de Barcelona.
Su fama ha superado con creces a la de su colega francés Michel Vaujour, autor del libro y protagonista del documental No me liberes, yo me encargo, dado que sus correrías han sido muchos más sangrientas. Algo que convierte a sujetos como Cañameras en leyenda, cual bandidos de siglos pasados, creando cierta aureola de evanescente misterio. Un artista del escapismo. Todo un Houdini del mal.