Los familiares y amigos de J. y B., los dos adolescentes de 17 años que perdieron la vida este martes al romperse el ascensor del número 4 de la madrileña calle Hermanos Bécquer y precipitarse desde una altura equivalente a un noveno piso, no encuentran palabras para describir su desolación. El suceso ha conmocionado al colegio de Nuestra Señora del Recuerdo, donde los dos jóvenes, que eran novios desde hace casi un año, cursaban 2º de Bachillerato. Y también a los vecinos que viven en las inmediaciones de la finca, ubicada en uno de los enclaves más lujosos de la capital y que era propiedad de la joven fallecida. La pregunta que se hacen todos es: ¿qué ha podido fallar en un elevador que había pasado todas las revisiones, la última de ellas el pasado mes de abril?
La tragedia tuvo lugar a las 16.45 de la tarde de este martes. El escenario en el que ocurrieron los acontecimientos es de sobra conocidos por los allegados de B., la joven fallecida. Primero, porque ella vivía en la sexta planta con sus dos hermanos -B. era la más joven de los tres- y sus padres. Pero también porque la familia de la joven es la propietaria de la finca, que fue profundamente remodelada hace dos años.
De acuerdo a los informes catastrales, el edificio ubicado en el número 4 de la calle Hermanos Bécquer es propiedad de la empresa Bécquer de Arrendamientos S.L., con un administrador único y cuatro apoderados. Todos ellos son familiares directos de la joven fallecida.
El edificio cuenta con ocho plantas, de unos 300 metros cuadrados cada una. Cinco de ellas están dedicadas a oficinas y tres a viviendas. Además hay dos ascensores, uno de servicio y el principal, de suelo acristalado y las paredes también de cristal. Es en éste último en el que ocurrió la tragedia.
Los jóvenes se encontraban a la altura de la azotea, el equivalente a un noven piso, cuando por motivos que aún no se conocen se desprendió una de las paredes del elevador. Ellos cayeron por el hueco que quedó al descubierto.
Una reforma en la finca
La empresa Bécquer de Arrendamientos S.L., participada por los familiares de la joven, se constituyó en septiembre de 2005 con el único fin de gestionar el inmueble, valorado en unos 20 millones de euros. La gestión del edificio -mantenimiento, vigilancia, etc.- corresponde, no obstante, a la firma Milenium, especializada en la administración de fincas.
A esta empresa le correspondió gestionar las profundas reformas que dieron un nuevo aire al edificio, datado de 1947. Según ha podido saber EL ESPAÑOL, las obras sirvieron para acondicionar los espacios, readaptarlos a las exigencias arquitectónicas del siglo XXI y dotar al edificio de nuevos detalles estéticos. En las reformas no se manipularon las estructuras del ascensor, por lo que no influyeron en el desprendimiento que provocó la tragedia.
De acuerdo a los datos que maneja este periódico, el elevador lo instaló la empresa extinta Silves S.A.. La firma ThyssenKrupp asumió la gestión del aparato en 2006 y, desde entonces, lo revisa de forma mensual; la última vez, en abril de este año. Además, la Comunidad de Madrid, a través de un organismo de control organizado, lo inspeccionó en agosto de 2016. Todas las pruebas habían resultado satisfactorias según los informes de los técnicos.
Los agentes de la Policía científica investigan las causas del accidente. Una de las hipótesis que manejan en las pesquisas es la caída de un espejo de gran envergadura que recubría una de las paredes internas de la cabina del elevador. El desplazamiento habría provocado que una de las paredes cediese y que los jóvenes cayesen por el hueco en el que se encuentra toda la maquinaria.
La norma 81-20 de AENOR, aprobada en abril de 2016, recoge las condiciones en las que se deben mantener los ascensores en España. Los expertos consideran “increíble” que se produzca un suceso de estas características, teniendo en cuenta que el ascensor accidentado cumplía con la normativa vigente.
Un colegio “desolado”
Todas estas circunstancias influyen en el estupor que reina en el colegio de Nuestra Señora del Recuerdo, en el que los dos jóvenes cursaban 2º de Bachillerato. El director del centro, el jesuita Antonio España, trataba de dibujar este miércoles una definición de los adolescentes: “Dos personas excelentes, alegres, buenas… Dos alumnos de los que todos querríamos tener en nuestros colegios”.
La dirección del colegio decidió seguir este miércoles con la rutina escolar habitual; para todos los alumnos salvo para los 220 que cursan 2º de Bachillerato. A éstos últimos se les abrieron las puertas de las aulas, si bien no se impartió ninguna de las clases previstas. Sólo se les brindó la oportunidad de compartir su dolor, ya fuera con otros compañeros, profesores o con el servicio de asistencia psicológica brindado por la Universidad Pontificia de Comillas.
Los compañeros de curso de los dos jóvenes vienen reuniéndose en el colegio desde que se conoció la tragedia. Muchos de ellos, en señal de unión, llevan la sudadera del colegio con el número 99 a la espalda, el año en el que nacieron. Algunos, con ramos de flores en las manos, siguen preguntándose qué ha podido fallar en un suceso al que nadie encuentra explicación. Lo único que aciertan a pronunciar es una breve definición de su estado de ánimo: “Estamos desolados”.
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