La primera vez de Antonio en la ópera a sus 100 años: así vio Madama Butterfly en su pueblo
Más de 200 municipios acogen la retransmisión de ‘Madama Butterfly’ en directo desde el Teatro Real. “No me imaginaba lo bonita que era la ópera”, narra el anciano, hijo predilecto de La Campana, en Sevilla.
2 julio, 2017 03:37Noticias relacionadas
Antonio ha ido a la ópera por primera vez. O, con mayor exactitud, la ópera ha ido a su encuentro justo el año en el que este vecino de La Campana, en Sevilla, cumple su centenario. Pinturero, con su pelo cano bien repeinado, un polo burdeos abotonado hasta el cuello y bien remetido bajo el cinturón, el hombre de los cien años salía de casa con su andador ortopédico sin saber bien qué era eso de ‘Madama Butterfly’. Tampoco importaba. “Voy a las actuaciones de la banda municipal —esgrimía—, ¿por qué no iba a ir a la ópera?”. “Además, ¿cuándo iba a tener yo —razonaba— la oportunidad de ver algo con tanto lujo en la plaza de mi pueblo?”.
En la casapuerta, antes de cruzar el dintel que lo separa de una tranquila calle por la que apenas pasan coches —casi tampoco transeúntes—, Encarna, su hija, se engalanaba para tan insólita actuación. Un par de retoques en el pelo cardado, revisión a ojo de la compostura —de ella y de su padre— y ¡a la ópera! No querían hacer esperar a Cio-Cio y al oficial BF. Pinkerton, protagonistas de la obra de Giancomo Puccini.
No hay atascos. Tampoco remolones apurando sus cigarrillos a las puertas del teatro. Ni siquiera acomodadores repartiendo el programa de mano. En la plaza de Andalucía de La Campana, un pueblo de poco más de cinco mil habitantes situado en la campiña de Sevilla, apenas hay medio centenar de sillas de plástico dispuestas delante de una pantalla de cuatro por cinco metros.
Ópera, con una Cruzcampo y una tapa de adobo
Los bares cercanos, la Peña Cultural Sevillista y el Calerito, tienen llenos los veladores. Hace una temperatura agradable para estar en la calle. La cerveza, Cruzcampo, cuesta un euro; a 3,50 sale la tapa de adobo o la tapa de chipirones. Son las nueve y media de la noche, la hora prevista para que suba el telón.
Antonio, de apellido Oviedo Cadierno, llega puntual. Tocando con sus manos la piedra de la iglesia parroquial de Santa María la Blanca, una joya del neoclásico. “Mira, ¿ves los huecos? ¿Los tocas? Son los disparos de los falangistas de cuando la matanza”, explica el abuelo. “Corría la sangre…”.
Se refiere a uno de los hitos más funestos que se recuerdan en la reciente historia de La Campana. El día en el que murieron 116 campaneros y 16 campaneras, todos fusilados delante de la fachada principal de la iglesia del pueblo. Antonio, sindicalista de la CNT y anarquista, se libró. Salió del pueblo antes de que las tropas del bando nacional, dirigidas por el general Queipo de Llano llegaran de Sevilla y Écija.
“Fui un hombre de suerte, nunca me abandonó. Es un misterio. En los momentos más difíciles, ahí estaba”, confiesa Antonio, nacido el 17 de mayo de 1917 en La Campana.
“Mira ese callejón, por ahí salió corriendo un joven valiente para librarse de que lo ametrallaran. Dicen que corría mucho y que cuando salieron detrás de él, ya había llegado al campo. Se libró”, concreta el vecino más longevo de La Campana.
Para él ya no es difícil estar en la plaza, pese a que no deja de apuntar hechos relacionados con la guerra y los primeros años de la dictadura. Habla de Fulanito y Menganito, dando sus nombres y apellidos como si hubiesen estado ahí hasta hace apenas horas. Apunta profesiones, filiaciones, incluso las palabras que compartieron. Hasta que empieza a proyectarse ‘Madama Butterfly’. Y todo, al menos de momento, se olvida.
Más de 200 municipios conectados al Teatro Real
Se hace el silencio en la plaza de Andalucía de La Campana. También en la de Oriente de Madrid. En el Museo del Prado, el Thyssen-Bornemisza, el Guggenheim de Bilbao o el Centro Niemeyer de Avilés. O en la de otros municipios, unos 200 en toda España, en donde se puede ver, en teatros, centros culturales o cines, la retransmisión de ‘Madama Butterfly’ en directo desde el Teatro Real.
“La cultura lo supone todo para un pueblo; sin ella, no hay futuro; sin cultura, un pueblo es una masa predispuesta a que otros decidan por ella”, esgrime solemne Antonio, un hombre de una exquisita conversación. “Todo —apunta— lo aprendí de mi madre, que sabía mucho”.
Salió de su pueblo con su hermano, dos bicicletas y un diccionario. “Sí, un diccionario”, confirma. “Siempre he sido un hombre de letras y en esos años no era fácil conseguir un diccionario”, apunta. Recuerda Antonio, aficionado a la obra de Lorca y autor de Memorias de un campesino, un repaso por la historia reciente de su pueblo a través de su autobiografía.
Cuenta Antonio que a los ocho años ya empezó a trabajar con los pastores del pueblo. Que aprendió a leer y escribir gracias los maestros que recorrían las chozas, los caseríos y los cortijos impartiendo lecciones. “Y mira ahora —explica señalando al improvisado patio de butacas—, la juventud tiene más posibilidades y no se preocupan por aprender”.
Hay pocos jóvenes viendo lo que sucede en las tablas del Teatro Real. El público que se concentra en las primeras hileras de sillas del auditorio de La Campana supera los sesenta. Antonio Oviedo eleva mucho la media. Y pocos como él recuerdan cómo en el mismo espacio en el que en la noche de este viernes se proyecta la interpretación de la pasional soprano Ermonela Jaho y el tenor español Jorge de León, junto al resto del reparto y el Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real, todos bajo la dirección musical de Marco Armiliato, décadas atrás se podían ver películas en el improvisado cine de verano.
“Solo se proyectaban películas del oeste y de bandoleros, las que gustaban en la época”, recuerda Antonio. Entre risas narra cómo un grupo de jóvenes del pueblo, tomando el ejemplo de Diego Corrientes o El Tempranillo se lanzaron a la serranía como si fuese una partida. “La gente, siempre haciendo lo que ve”, se lamenta el centenario vecino de La Campana, que apenas aparta la vista de la pantalla.
“Me está gustando mucho la ópera”
De los ojos está perfecto, pero el oído falla. “Menos mal que está bien fuerte, porque me está gustando mucho la ópera, no me imaginaba lo bonita que era”, asegura Antonio en mitad del primer descanso entre actos, un poco antes de que la selección sub-21 perdiese la final de la Eurocopa frente a Alemania y justo cuando el ministro Méndez de Vigo decía eso de “un gran país lo define su cultura”. “Mira, habla hasta el ministro”, replicaba desde La Campana Antonio. “Lástima que a los jóvenes le guste más el fútbol que la ópera”, lamentaba el centenario.
Antonio es un gran conversador. Y aprovecha ese escueto descanso para enumerar la lista de paisanos ilustres. “En La Campana había muchas personas muy interesantes”, apunta. De entre todos, al que hoy echa de menos es a su amigo Luis Zarapico, que murió la macabra jornada de la matanza. Era el mancebo del pueblo y un informante de las reuniones secretas que hacían los falangistas en la rebotica. Por eso lo ametrallaron. Hace más de ochenta años de su asesinato, pero todavía habla de él con una sorprendente cercanía. “Me hubiese gustado compartir esta noche con él —confiesa compungido— , porque cuesta mucho conseguir un buen amigo y, cuando se tiene, pues gusta compartir las cosas bonitas con él”.
“¿Sabe usted que yo he estado en un campo de concentración?”, sorprende el anciano. “En Toledo, cuando el armisticio, cuando acabó la guerra, recibimos la orden de replegarnos y entregarles las armas a los de Franco. Y en el primer control militar, después de darles los fusiles y demás, nos pusieron a andar en dirección a Toledo. Cuando entramos por las calles, recuerdo perfectamente que un niño le preguntó a su madre: ‘Mamá, ¿quiénes son?’. Ella respondió que éramos los rojos. ‘Pero, mamá, no les veo el rabo’. [Ríe]. ¡Le decían a los niños que los republicanos teníamos rabo para asustarlos!”.
Antonio recuerda con gracia la anécdota. Y también lo duro de las condiciones en las que estuvo hacinado junto con 18.000 hombres más. “Todos habrán muerto ya”, asegura quien ha sido nombrado hijo predilecto de La Campana por su “contribución incondicional y desinteresada en pro de la libertad de expresión”.
“Mi padre es una persona ejemplar, un adelantado a su época en todo”, confirma orgullosa su hija Encarna, la persona que lo cuida. “Papá, ¿tienes frío?”, le pregunta. Él responde dando noes sin apartar la vista de la pantalla. No quiere que nadie lo moleste. A sus cien años está disfrutando de una experiencia nunca antes vivida. Está en la ópera, en la plaza de su pueblo, viendo ‘Madama Butterfly’.
“Es un espectáculo —apunta Antonio— digno de ver”.