Un chupete boca arriba en el suelo del andén. Ése fue el único rastro que dejó tras de sí la pequeña Lucía Vivar Hidalgo al desaparecer de la vista de sus padres, que cenaban este miércoles en el bar de la estación de Pizarra (Málaga) en compañía de los abuelos paternos de la niña, para celebrar juntos el Día de los Abuelos. Pero la celebración dio paso primero a la ansiedad y la angustia y, horas después, tras conocerse la muerte de Lucía, golpeada en la cabeza por un tren de Cercanías, al luto que tiñó de negro a la familia Vivar Hidalgo, y con ella a tres pueblos de la comarca malagueña del Guadalhorce donde se mezclan sus apellidos: Álora, Pizarra y Alhaurín el Grande.
Lucía era la única hija de sus jóvenes padres, Antonio y Almudena, que la habían deseado durante mucho tiempo. Y la única nieta de los abuelos maternos, los Hidalgo, muy queridos en Alhaurín el Grande, donde el abuelo de Lucía ha dirigido durante muchos años una importante empresa del sector de la construcción, Excavaciones HYG. La compañía ha logrado salvar, con bastante esfuerzo, las graves dificultades que la pusieron a prueba durante los peores años de la crisis y ahora parece remontar.
Lucía era la única nieta de los Hidalgo, pues los dos tíos de la pequeña no tienen todavía hijos. “Era la alegría de esa casa; allí pasaba muchas horas casi todos los días, al salir de la guardería”, relata una vecina y amiga de la familia. El abuelo materno, bregado en mil batallas empresariales, salía sin embargo desconsolado de su casa tras conocer la desaparición de la niña. “Se han llevado a mi Lucía”, repetía a sus vecinos.
Los abuelos paternos de Lucía, con los que se encontraba la noche de su desaparición, eran también muy queridos en su pueblo, Pizarra, donde ayer los vecinos no hablaban de otra cosa que del hallazgo del cuerpecito de la niña entre los raíles de las vías del tren. “Son una familia muy conocida, aquí les llamamos los Vicario; se han dedicado mucho tiempo a la venta e instalación de cocinas”, refiere otra vecina del municipio, que también participó en las batidas en busca de Lucía durante la madrugada.
Los Vicario sí tienen otros nietos. Los que jugaban con Lucía en el minúsculo bar de la estación la noche de su desaparición. La familia se había apiñado alrededor de varias mesas aprovechando el final de la jornada laboral. La madre de Lucía, Almudena, trabaja en una gasolinera cercana, y Antonio, su marido, forma parte de la plantilla de la empresa regentada por los padres de Almudena, Excavaciones Hidalgo y González (HYG), en Alhaurín el Grande.
Más de 500 voluntarios en vano
Mientras los adultos charlaban, Lucía jugaba con sus primos. Nadie advirtió el instante en el que Lucía se perdió de la vista. Cuando la echaron en falta, sobre las 23.20 horas, la oscuridad se tragaba a derecha e izquierda los raíles que partían de la pequeña estación de Cercanías. Los padres empezaron a llamarla a gritos y a buscarla por los alrededores del local.
“Serían unas doce o trece personas. Llamaban a gritos a Lucía. Nosotras íbamos a tomar algo, pero ni siquiera nos sentamos; nos pusimos a buscar a la niña con ellos por las vías y los alrededores. Poco a poco se nos fue sumando gente que llegaba de Álora, de Pizarra, de Alhaurín. Luego vino la Guardia Civil y repartió chalecos y linternas; entramos en todas partes, en las naves de piensos. Derribamos alambradas. Estuvimos así hasta las cuatro de la mañana, pero no encontramos nada”, relata Dolores, una vecina de Pizarra que la noche del miércoles acudió con otras tres amigas a tomar unas cervezas al bar de la estación.
Dolores no durmió en toda la noche. Esperaba que la volvieran a llamar para buscar a la niña junto a la red de más de 500 voluntarios que peinaron en vano los alrededores de la estación, gracias a la ayuda de perros entrenados para rastrear, y tras una llamada masiva de la Guardia Civil a través de las redes sociales. Pero pasadas las 7.20 de la mañana escuchó la sirena de un vehículo de la Guardia Civil y supo que el desenlace había sido fatal.
Un golpe en la cabeza, causa de la muerte
A esa hora uno de los maquinistas de la línea de Cercanías que recorre la ruta Málaga-Álora, el segundo de la mañana, observó un pequeño bulto en medio de la vía, a casi cuatro kilómetros de la estación de Pizarra. Paró el tren y dio aviso a los supervisores de Renfe, que a su vez avisaron a la Guardia Civil. En pocos minutos los agentes habían acordonado la zona y los investigadores de la Policía Judicial recogían muestras. Se avisó a la familia, pero los padres no fueron capaces de acudir a reconocer el cuerpecito de Lucía, arrugado entre los raíles; tuvo que ser el abuelo quien se asomara para confirmar que aquella niña era su nieta preferida.
Durante las primeras horas de la mañana los investigadores barajaron todo tipo de hipótesis, pero la principal apuntaba a un terrible accidente como causa de la muerte, una teoría que apuntaló la autopsia practicada al cadáver durante la tarde de este jueves. Lucía falleció por culpa de un golpe en la cabeza, el que le propinó el primer tren de Cercanías de la mañana, y falleció tras recorrer con sus pequeños y vacilantes piececillos cuatro kilómetros de líneas férreas, sola y en medio de la oscuridad de la noche, y caer desfallecida entre los raíles.
Los ayuntamientos de Pizarra, Álora y Alhaurín el Grande han decretado tres días de luto por lo ocurrido. Pero será en este último municipio donde descanse Lucía. El tanatorio del cementerio de Alhaurín el Grande ha acogido un masivo velatorio durante toda la madrugada, y la familia ha anunciado que este viernes, a las 17 horas, se celebrará una misa funeral por el eterno descanso de Lucía en la capilla de San Gaudencio de la localidad donde la familia vivía.