Al entrar en su cuarto, José Luis López Sabio está viendo Hit TV. Le encantan el grupo de rock Imagine Dragon y aún más el indie folk de Of Monster and Men. Entre los muebles de la habitación tiene pegadas fotografías de la República. La estantería está llena de libros sobre la que reposan botellas vacías de cristal. En una mesa, un exprimidor. Y un ventilador que ha tenido que comprarse él mismo. José Luis López vive en una residencia de ancianos y, como cientos de personas como él –como él en residencias, muchos no tienen la suerte de tener ni su salud ni su ánimo-, no cuenta con aire acondicionado.
Señala en la habitación las numerosas grietas que tiene. Las ventanas cierran mal, con unas persianas que malamente cumplen su función, dejando pasar la luz del sol durante toda la tarde, mientras que en invierno el viento logra filtrarse para complicarle conciliar el sueño. “He llegado a llorar de frío”, admite. Se queja de que la calefacción solo funciona de siete de la mañana a diez de la noche, que a veces se estropea y que no es suficiente. “¿Por qué a las siete? Porque es cuando entran los mandos a trabajar”, dice.
José Luis López cuenta todo esto en el espacio común que tienen en su planta, donde se puede estar más fresco. A su manera, ha comenzado una revolución para que su residencia pública, la de Colmenar Viejo (Madrid), tenga las condiciones que considera dignas para las 393 personas que viven allí. Y eso incluye, a su parecer, aire acondicionado.
Las residencias públicas de ancianos han sido noticia durante este verano por la situación en la que viven los internos. El pasado mes de julio una mujer -Cecilia- fallecía en una residencia de Arganda del Rey tras pasar sus últimos días atada a una cama. Un enfermero, el que halló muerta a la mujer de 93 años, denunció públicamente que él era el único enfermero de ese complejo aquella noche. Se encontraba solo junto a diez auxiliares al cargo de más de 300 ancianos. Esta semana fallecía una mujer en la residencia pública de Alcorcón. La familia denunció argumentando falta de personal médico, mala praxis profesional y escaso seguimiento sanitario, y ahora la justicia lo investiga.
José Luis nació hace 83 años en Madrid “por casualidad”. Hijo de un padre medio inglés y de una madre de apellido de origen judío, explica que nada le ha hecho doblegarse. Y pone un ejemplo. Su padre lo mandó a hacer el servicio militar para perderle de vista durante un año y consiguió estar de vuelta a los tres meses. Por saber inglés. “Mi comandante me dijo que si yo le daba clase de inglés él me suspendía del servicio. Por aquellos tiempos cuando un militar aprendía un idioma le subían el sueldo un 10 por ciento”, explica.
Su vida está llena de anécdotas. Estudió Derecho en Madrid pero acabó dedicándose al marketing en grandes compañías tras estudiar en Londres y cursar algunos cursos en la Universidad de Harvard. Dice que de volver a EEUU iría solamente a San Francisco, a un parque donde tienen las mejores exposiciones y música y a cenar al puerto, pero que lo echarían de allí. “Por comunista”, matiza. De allí le trajo cigarrillos a Carrillo. “Él siempre desconfió de mí porque dijo que debía de ser de la CIA. También tuve el gusto de conocer a Dolores Ibárruri, La Pasionaria, que nos hizo una tortilla de patatas estupenda en su casa, cuando ya había vuelto. Había aprendido a hacerla en Rusia. Esas cosas normalmente se aprenden cuando estás solo y en un país desconocido, que te animan un poco a volver a la patria. Y volver a la patria significa cosas como hacer tortilla de patatas, que yo nunca la he hecho bien”, afirma.
Hace 14 años que le dio un ictus. Como vivir solo era un desastre (tiene la movilidad reducida) –y un aburrimiento-, su hermana buscó qué posibilidades tenía de vivir en una residencia. Primero ingresó en una, pero compartía cuarto. Pidió el traslado y llegó a Colmenar Viejo. Y desde el primer día se queja de todo aquello que no le parece justo, como la comida. “Que sigue siendo fatal. Cuando pones una queja automáticamente la tiran. Yo al principio iba al supermercado hasta que me dije: 'Muy bien, pero no voy a regalarles nada'. Llegamos a un acuerdo mediante el cual yo recibo todos los días seis naranjas, que me vienen muy bien para hacer zumos, pero que cada vez son peores. Que ya sé que no estamos en época de naranja, pero se pueden elegir un poquito las que compran. Siempre hay una que es para tirar. Yo me aguanto y no la tiro”, explica. Y así, día tras día, ha ido –y continúa- reivindicando todo aquello que cree que se merecen personas que, como él, dejan el 80 por ciento de su pensión en una residencia.
Por la dignidad de los residentes
Tras la queja por el calor está también la Asociación Plataforma por la Dignidad de las Personas Mayores en Residencias. Esta agrupación imparable de familiares y amigos de residentes lleva tiempo quejándose de que sus mayores conviven con temperaturas muy altas. Por eso le enviaron una carta a Cristina Cifuentes el pasado 28 de junio. En ella, le explican que este problema es recurrente todos los años -y lo es tanto en residencias de gestión directa, indirecta o con plazas concertadas- y que puede poner en peligro la vida de sus familiares, por lo que exigen que se tomen medidas urgentes.
La asociación quiere que reconozcan que el calor es algo preocupante. “Que haya transparencia y respondan ellos cuál es la magnitud del problema porque tienen reclamaciones todos los años. ¿Qué adecuación hacen de las instalaciones? Nunca admiten ninguna reclamación ni de los usuarios ni de los trabajadores, a todas contestan que todo está bien”, afirma su presidenta, María Ángeles Bueno.
Y así es. Al ser preguntados por EL ESPAÑOL, fuentes de la Consejería de Políticas Sociales y Familia de la Comunidad de Madrid explican que la Agencia Madrileña de Atención Social, a la que pertenece la residencia, dispone de un plan específico para prevenir los efectos en casos de ola de calor: información general, información diaria a los profesionales de los centros con las temperaturas previstas y el nivel de ozono, ajuste de la hidratación… También, que la residencia dispone de climatización en los comedores, salas de estar y varios pasillos, así como en habitaciones de la enfermería.
“De las 6 plantas de la residencia, las tres plantas adaptadas para personas dependientes se han reformado íntegramente. Recientemente ha sido aprobado por el Consejo de Gobierno el desarrollo del proyecto para la adaptación de la 4ª planta –la de José Luis–, lo que supondrá una intervención integral (baños, ventanas, luminarias, puertas, ayudas técnicas…), adecuándola para personas con dependencia”, responden sobre la residencia de Colmenar Viejo. Insisten en que no son pocos los recursos que se destinan en inversiones a las residencias de mayores.
Pero para la asociación no todo es tan perfecto. "Cuando no se respetan sus derechos de cuidados se vulnera su dignidad, como es el caso, además de vivir situaciones indignas, como, por ejemplo, aglutinarles a todos en los espacios donde haya aire, los problemas de golpes de calor o deshidratación que se les pueden ocasionar. La temperatura ambiental en las personas mayores es muy importante tanto en invierno como en verano, y es un tema que no debería ser un problema, debería estar debidamente resuelto. En los hospitales hay climatización en todas las habitaciones además de en los espacios comunes. También en los hoteles. Así que esto no debería ser un problema", recalca Bueno.
El doctor Jose Antonio López Trigo, presidente de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología, explica que, en líneas generales, lo ideal es que la temperatura media en las habitaciones oscile entre 22 y 27 grados. “Entre los 28 y 32 grados, si no estamos expuestos al sol, no va a haber un golpe de calor, que puede ser un problema muy serio de salud. Lo que hay que hacer es hidratar más a las personas, facilitar que estén lo más frescos posibles. Porque las personas mayores, al deshidratarse, tardan más en manifestar los efectos de esta situación de disconfort. Tendremos que aportarles más líquidos. Habitualmente en una habitación no se deshidrata nadie si bebe. Otra cosa es que, aunque nuestra salud no corra peligro, no estemos cómodos. Sí que tenemos que procurar el máximo confort posible”, explica.
Con o sin líquidos, lo mismo José Luis que el resto de las 209 personas autónomas que viven en las tres últimas plantas, siguen pasando calor, tal y como expresan. También decenas de personas mayores que viven en otras residencias de Madrid, algunas con más opciones de quejarse que otras.
Cuando José Luis se despide en la habitación, una auxiliar entra con sus seis naranjas diarias. Todas están bien. Al menos esa batalla ya la ha ganado.