Aquella noche, Jesús Navarro estaba solo en la residencia de ancianos. Era el martes nueve de mayo y afrontaba, como hace muchas veces, una noche en solitario junto a 10 auxiliares que le echasen un cable. A su cargo, 347 internos de la residencia de ancianos de Arganda del Rey. Casi 350 ancianos cuidados por tan solo 11 responsables. Tienen que hacer malabarismos para gestionarlo todo. Jesús, 35 años, 10 de experiencia como enfermero, iba a vivir esa noche algo espantoso. Entró a las diez, preparado como siempre. A la mañana siguiente, su turno no acabó a las ocho, al alba, sino algo después. Eran algo más de las nueve cuando abrió la puerta de su casa, derrotado, sin fuerzas. “Hablé con mi mujer, desayuné. Ese día llegué y me fui a la cama. No tenía fuerzas para más”.
No resultó nada agradable encontrarse, en la sexta planta de la residencia, a Cecilia Martín Castro con la pierna enganchada en la cama, aprisionada hasta provocarle el desgarro del músculo, el hueso quebrado y la sangre brotando sin medida. Fueron horas angustiosas. Jesús ya había vivido algo similar un año atrás, el 30 de julio de 2016, como contó a EL ESPAÑOL, cuando otro interno de la residencia se ahorcó de forma accidental con la sujeción abdominal de su cama. Fue lo primero que pensó. Los peores temores se confirmaron cuando vio lo que le había sucedido a la mujer, que falleció a los pocos días.
Sin embargo, Jesús pensó que esta vez iba a ser muy diferente a lo ocurrido un año anterior. Por eso sacó el teléfono y realizó una fotografía. Una fotografía cruda y roja por la sangre, desagradable, pero que explica lo que le pasó a Cecilia, 93 años de edad, el pasado 9 de mayo. La noche en la que no apartó la mirada, sacó el teléfono, capturó el trágico instante para, días después, llevarlo ante la Fiscalía General del Estado. Un acto por el que estos días está recibiendo el apoyo de los compañeros de profesión de otros centros, quienes le felicitan por su valentía, jugándose su puesto por denunciar un terrible suceso.
La noche de este martes, Jesús volvió a trabajar al centro en el que entró hace nueve años y en el que siempre o casi siempre ha trabajado las noches de los martes, de los jueves, de los domingos y la de un sábado cada mes. Horas antes cuenta a EL ESPAÑOL, punto por punto, lo que sucedió aquella madrugada.
Un whatsapp a la seis de la mañana
-Jesús, quería preguntarte… ¿Cómo se pudo evitar la muerte de Cecilia?
-La pregunta es: ¿y cuánto tiempo llevaba en el suelo?
Tiene razón. A día de hoy, todavía no se ha determinado cuánto tiempo pasó esa noche desde que Cecilia se cayó de la cama hasta que la encontraron, a las seis y diez de la mañana, con la pierna desgarrada a la altura del tobillo, el pie contorsionado, el suelo bañado en abundante sangre.
Esa noche, como cualquier otra, Jesús repone medicamentos, atiende las urgencias, hace el papeleo habitual. Lo rutinario a lo largo de la noche. Mientras tanto, las diez auxiliares se repartieron el trabajo como suelen hacer: de dos en dos, pasan por las habitaciones de los internos a los que es preciso cambiarles el pañal. De ese modo, aunque son pocos, todas las noches pasan, al menos, una o dos veces por las habitaciones de todos los ancianos que se encuentran en la residencia. Cecilia era una de esas personas, por lo que a lo largo de la noche, alguna de las auxiliares pasó por allí para cambiar a la señora. El edificio tiene un total de siete pisos, por lo que, teniendo en cuenta que tan solo son 10 auxiliares que van revisando una por una las estancias, pudo pasar un largo tiempo hasta que pasaron de nuevo por su puerta.
Todos entran a las diez de la noche y se queda hasta las ocho de la mañana. Y ya se organizan. “A este hay que controlarle, a este hay que tomarle la temperatura… Y para eso tenemos el grupo de whatsapp. Luego, las auxiliares paran a cenar, pero eso es a las tres de la madrugada”, explica Jesús. A EL ESPAÑOL.
La última vez que ven a Cecilia es a las seis de la madrugada cuando está en plena agonía. Dos de las auxiliares realizan una de las rondas finales de vigilancia de la noche. Les toca pasar por la habitación de Cecilia, en la sexta planta. Cuando abren la puerta, se encuentran la escena. Cecilia está en el suelo, con la pierna girada en un ángulo imposible, rodeada de sangre, los huesos rotos, el tobillo abierto y el pie atrapado entre las rejillas de sujeción y la cama. No grita ni tampoco se mueve. “Había entrado en shock traumático. Cuando tu cuerpo genera mucho dolor, puede provocarse eso”, detalla Jesús.
Las dos compañeras del único enfermero presente aquella noche quedan aturdidas y lloran. Una de ellas, en pleno ataque de nerviosismo, se pone a limpiar la sangre que emana del tobillo de Cecilia. “Por eso, cuando llegué y vi que no había sangre, tan solo unas gotitas, me extrañó. Aquello era muy grave y no había sangre”. La respuesta a esa pregunta, Jesús la conoce horas después.
Mientras las auxiliares acaban de hallar a Cecilia en ese estado, Jesús se encuentra ya en su despacho, tecleando los informes y el papeleo final del día, reponiendo la medicación para la siguiente jornada. En ese momento, salta un mensaje en el grupo de whatsapp que tienen los del turno de noche. Hay una nota de voz nueva. Se la mandan desde arriba. En el mensaje de audio, la voz nerviosa de una mujer alcanza a decir en apenas unos segundos:
“Sube urgente a la sexta”.
Desde abajo hasta la habitación de Cecilia se tardan unos diez minutos. Un tiempo que resulta crucial. “Diez minutos que pueden ser muy largos. Me enviaron ese mensaje, pero yo no tenía ni idea de lo que me iba a encontrar. Además no me vuelven a contestar”. Jesús llega a donde están sus compañeras. Ambas están “en shock”.
Al ver aquello, Jesús llama inmediatamente al 112 y a los bomberos. Justo después, Jesús comprueba sus constantes vitales. Todavía está viva. Luego baja corriendo al primer piso del edificio. Allí está todo el material que necesitan para proporcionarle a Cecilia la atención primaria. Mientras se dirige a la primera planta, les dice a sus compañeras que tapen a la mujer con una toalla húmeda. “Mientras, voy a por todo el material para canalizarle la vía. Solo tuve, por suerte, que bajar una vez y no me dejé nada. No tuve que ir de nuevo. Pero es que ella, mientras, estaba en shock. Tenía que darme prisa”, relata.
La pierna de Cecilia estaba semiamputada, y ella, consciente todavía. Cuando llegan los bomberos y el 112, liberan la pierna de la mujer. La mantienen, la sujetan y se la llevan al hospital. Allí muere varios días después.
“Mientras hacía todo eso, llamé varias veces al director del centro (Pablo F. Corujo). Le dejé mensajes. Llamé a su mujer. Tampoco me cogió. Estaba desesperado y todavía me acordaba de lo del verano anterior. Así que cogí el teléfono y le hice una foto”, recuerda.
¿Qué le pasó a Cecilia?
Cómo se cayó de la cama Cecilia es difícil de saber, porque nadie estaba allí. La Comunidad de Madrid, de quien depende el centro, asegura que se trata de una caída fortuita. “Yo no lo puedo saber, porque no estaba allí. Ellos tampoco porque tampoco estaban. Pero tal y como estaba, coincide con lo que dice su hija”, relata Jesús.
La hija de Cecilia, ante la policía, declaró que su madre duerme siempre de lado. Todo apunta a que, en un momento de la noche, se intenta incorporar, se gira hacia el lado, pero mete la pierna derecha en el hueco de las barras metálicas de sujeción. Se le queda ahí atrapada y se cae al suelo. La barandilla cede pero se lleva la pierna y de ahí el desgarro de los tejidos musculares. También de los huesos.
A los pocos días de lo sucedido, Jesús tiene que cogerse la baja por una úlcera en el ojo. Está tres semanas fuera de combate, recluido en casa. En ese tiempo, sopesando las posibilidades, decide formalizar la denuncia. La prepara para presentarla en la Fiscalía General del Estado. En ella se puede leer: “Todo lo que esa noche sucedió es consecuencia de una serie de deficiencias que han conllevado que la residente Cecilia Marcos Castro falleciera cuatro días después en el Hospital Gregorio Marañón”.
Un enfermero “valiente”
La mañana de la entrevista, este reportero se cita con Jesús en Móstoles, donde vive desde hace años. Se trata de una mañana ajetreada, pues no deja de recibir llamadas de la televisión a lo largo del encuentro. También de otros compañeros que le reconocen su labor. Él está tranquilo, se toma la primera Coca-Cola del día, dispuesto a afrontar la atención mediática que ha generado su acción. “Si todos nos callamos, esto es un país de cómplices y morirán más personas como Cecilia. Hay que hacer un trabajo de concienciar de la gente. Hay que abrir un debate de todo esto. De cómo estamos cuidando a las personas mayores, que por su trabajo y trayectoria merecen una atención digna. A nosotros, cuando seamos mayores, también puede que nos tengan que limpiar el culo. Y querremos que nos traten bien”.
Jesús no tiene miedo a perder su trabajo. No se arrepiente de la fotografía, ni tampoco de la denuncia. Mientras, sigue esperando la llamada del director de la residencia de Arganda del Rey. “Si para ellos, diez auxiliares es el número correcto de personas que tienen que atender una residencia, yo le aplaudo. Por que si no, no lo entiendo. Yo la verdad que no lo entiendo”.
A raíz de lo ocurrido surge ahora otro debate, el de si es preciso quitar o no las sujeciones mecánicas de las camas de estos centros. Hay ya, de hecho, un movimiento que enarbola los centros libres de sujeciones en España. Ahí, Jesús no está tan de acuerdo. “Yo no soy partidario de quitar las sujeciones mecánicas. Cómo se van a quitar, si no hay quien pueda cuidar a todos estos pacientes. Las residencias han ido a peor poco a poco en los últimos años”.
"Si no hay gente, si no llegamos y hay que cerrar tres plantas, pues se cierran", reitera. El estado del centro, relata, no es el adecuado. "Aquí no hay válidos ya, todos los usuarios comen en comedores de las plantas y no en los comedores centrales de la primera planta. Allí siempre hay tropiezos, problemas.
Jesús termina la entrevista, se pone las gafas de sol y sigue su camino. En casa, le esperan su mujer y su hijo. Espera un segundo retoño en agosto. Ella fue crucial en la decisión de denunciar. “Lo estuvimos valorando y con su apoyo la posibilidad se hizo más firme. Ha sido fundamental”.
Su móvil, esa mañana, es un buzón repleto de agradecimientos, de buenas vibraciones. Vivió una pesadilla en una noche en la que estuvo despierto. Se debatió entre denunciar o no. Tenía la fotografía en su poder, y al final se arriesgó. Ya no tiene miedo a nada.