Era un honrado artista licenciado en Pintura hasta que se pasó al lado oscuro de la mafia de los traficantes del arte y se ‘doctoró’ como un maestro internacional de las falsificaciones de cuadros, con millonario caché. “El mejor”. Francisco José García Lora, paisano del genial pintor sevillano del Siglo de Oro, Diego Velázquez, confiesa en exclusiva a EL ESPAÑOL que con sus carboncillos y óleos ha creado “75 obras de Goya, Picasso, Van Gogh, Rembrandt, Murillo, Monet, Manet, Dalí, Sorolla…”, copias perfectas que están aún colgadas, inadvertidamente, en algunos de los mejores museos y colecciones privadas de Europa como si fueran los lienzos originales. ¿El Prado y el Louvre? “De ese nivel”, dice sin querer confirmarlo pero apuntando qué categoría alcanzaron sus reproducciones ilegales.

Tras cumplir una condena de cuatro años y cinco meses de cárcel por estafa pictórica, declara con orgullo profesional que aún nadie ha detectado dónde están y cuáles son sus ‘obras maestras’. Ahora explica a este diario cómo funciona este mercado negro que mueve fortunas: hacía falsificaciones para coleccionistas que timaban a otros, para amantes del arte que se encaprichaban de la obra de un museo y montaban una operación de ‘restauración’ a fin de pegar el cambiazo, para los que pagan en especie a Hacienda con lienzos ‘ful’… “Por mi primer cuadro, un Sorolla, me dieron cinco o seis millones de pesetas. Por un Goya cobré más de un millón de euros. Mis ‘dalís’ no se descubrirán nunca”, asevera.

El encuentro con el periodista se da lugar en la costa ibérica, frente al mejor lienzo, que es gratis: el doble azul del cielo y el mar.

–¿Cuántos cuadros falsos pintó?

Mira con ojos agudos de águila. Luce cabeza al cero. Es bajo y macizo. También es muy amable. Francisco José García Lora (Sevilla, 13 de abril de 1972) mide sus palabras para responder a EL ESPAÑOL. Es la primera vez que cuenta en público su paso por el lado B del mundo del arte, donde se convirtió en un maestro internacional. Tan bueno era, que en la cárcel sevillana, donde ingresó en 2008 condenado a cuatro años y cinco meses por estafa en la falsificación de cuadros, los presos a los que daba clases de pintura lo apodaron Velázquez, como su genial paisano del Siglo de Oro. Sus propios cuadros los firmaba –y vuelve a hacerlo, porque tras desaparecer del mundo unos años está retomando de nuevo su carrera legal– como G. Lora. Por ellos le pagaban entre mil y cuatro mil euros. Los ilegales, en cambio, los firmaba con los nombres de algunos de los mayores pintores de la historia. Por éstos confiesa que llegó a cobrar y repartirse con sus ayudantes “más de un millón de euros” por lienzo, que en el mercado negro multiplicaba su valor varias veces.

–Pinté unos 75. Ninguno de ellos lo han detectado aún. Están colgados en colecciones particulares y en museos y organismos oficiales de Europa y América.

–¿De qué autores?

Van Gogh, Picasso, Dalí, Goya, Manet, Monet, Rembrandt, Murillo, Sorolla…

Cuenta que en el juicio en el que lo condenaron se probó por las transacciones económicas y el “modus operandi” que él pertenecía a una red de falsificadores pero que, más allá de referencias a Picasso, no se pudo concretar qué obras exactas eran las que estaban circulando con su ‘sello’. Aunque él ya ha cumplido hace tiempo su condena por su pasado de falsificador, prefiere seguir manteniendo en secreto su lista de ‘obras maestras’. Da pistas para que el periodista se convenza de la veracidad de su relato. Pero no revela de qué cuadros al óleo y dibujos se trata, dice que tanto por juguetón orgullo profesional, porque le encanta que los espectadores sigan disfrutando de sus copias perfectas creyendo que son las originales, como porque no le conviene destapar del todo “la gran farsa, la gran mentira” del mercado de las obras de arte, donde se calcula que hasta el 40% de las piezas a la venta en el mundo son falsas.

García Lora haciendo una demostración de su arte de copiar Eduardo del Campo

Diez cuadros expuestos en grandes museos

Las bellezas que pintó y que las redes para las que trabajaba colocaron valen centenares de millones de euros siempre que se mantenga la “farsa”. Su valor se reduciría a casi nada si se descubriera el engaño que él nutría con su talento. El prestigio y la riqueza de coleccionistas públicos y particulares, especuladores, inversores e instituciones culturales se desmoronarían si el público y el mercado supieran que tal Picasso, tal Van Gogh, ese Dalí, aquel Goya o este Rembrandt no salieron de sus manos sino de las de García Lora. Asegura que en el juicio “no quisieron averiguar más”. “Había personas con mucho poder político, gente de Patrimonio del Estado de primera línea, que lo pararon. No interesaba tirar del hilo, porque aquí está uno de los mejores museos del mundo, el del Prado, y no interesaba empañar la imagen de España como destino del turismo cultural”, declara el antiguo estafador.

–¿Sus cuadros falsos están colgados en museos?

De los 75, por lo menos unos veinte son obras mundialmente conocidas, y de éstas, al menos diez están expuestas al público. Hay tres museos en Europa con obra mía, y no sólo una obra. Pinacotecas de primera línea.

¿Cuáles? ¿El Prado? ¿El Louvre? No lo precisa, pero confirma que se encuentran a ese nivel.

Se crió en el barrio sevillano de Triana, en su parte más castiza, donde se concentran desde hace siglos los talleres alfareros que dan nombre a la calle Alfarería: su cuna. “Pintar y dibujar me entusiasmaban desde chico”, rememora este hijo de un mayorista de pescado y de un ama de casa. Menciona con cariño a Francisco de la Hoz, maestro suyo del colegio público Reina Victoria, en la calle Pagés del Corro, quien, al ver las dotes artísticas del niño García Lora, que acababa de ganar el concurso de la exposición escolar de carteles de Semana Santa, llamó a su madre y le dijo: “¡Que no haga otra cosa!”. Su maestro, claro, no podía sospechar que su pupilo llegaría lejísimos en el mundo del arte… Por el camino prohibido.

Dice haber copiado a Van Gogh, Picasso, Dalí, Goya, Manet, Monet, Rembrandt, Murillo, Sorolla… Eduardo del Campo

Primero transitó por la senda oficial: estudió las especialidades de Dibujo Publicitario y Mosaico en la Escuela de Artes Aplicadas (primero en la sede de la calle Zaragoza y luego en la del barrio de Nervión), se licenció en la rama de Pintura en la Facultad de Bellas Artes, trabajó de aprendiz en el taller de la calle Alfarería con el escultor y ceramista Emilio García Ortiz (encargado de reponer las fuentes, pilas, medallones y demás ornamentación que su padre, Emilio García García, realizó en la plaza de España y el parque de María Luisa a las órdenes del arquitecto Aníbal González para la Exposición Iberoamericana de 1929). Siempre en Sevilla, la ciudad que acoge la segunda mejor pinacoteca de España tras El Prado. No le iba mal. Con 27 años vendía por encargo sus cuadros de estilo realista a “entre mil y cuatro mil euros”. Pero con esa edad, un día de finales del siglo XX, tentaron al brillante dibujante y pintor para ganar mucho, muchísimo más “en el mundo B”.

–¿Cuál fue su primer cuadro falso?

–Un Sorolla. Un genio del impresionismo. Es un pintor de pincelada muy anárquica. No se trataba de hacer una copia, sino de que su pincelada fuera la mía. Era una escena de playa, tamaño grande. Era como una prueba. Estas cosas se proponen entre risas, pero las risas se volvieron una conversación de cinco personas que me proponían, cuando yo era ajeno a este mundo, copiar este cuadro. Era de un coleccionista particular y podía tener acceso al original. El dueño era el implicado. Otro particular se lo quería comprar. El dueño no se quería deshacer de él, pero quería los beneficios. Iba a vender la copia como auténtica y quedarse con el original. Eso es muy propio. Lo hacen muchos. Aunque hay controles muy importantes, van con la garantía de que ese señor tenía el cuadro original. En ese caso no fue a subasta, sino una venta entre particulares. Los cuadros falsos también se venden en subastas, pero es más incómodo, por los controles. Los materiales los ponían ellos. Yo ponía el talento. Me dejaron copiar el original en dependencias del dueño. Tardé un mes y medio.

–¿Cuánto le pagaron?

–Cinco o seis millones de pesetas cobré [30.000 o 36.000 euros].

–¡Es mucho!

–¿Mucho? ¡No! Es una cantidad baja. Es que es totalmente ilegal. Es un negocio de guante blanco para enmascarar dinero de todas las grandes fortunas. La droga queda fea. Pero la obra de arte da un toque muy ‘cool’ e intelectual, y ahí se mueven cantidades tremendas.

Más de un millón de euros por su 'gran' obra

Explica que si no le pagaron más por su Sorolla –el primero de muchos otros– es debido a que el pintor valenciano cotiza a la baja por su prolífica producción y a que de él hay “muchas falsificaciones, pero fallidas”. Que él consiguiera colocar su primer encargo “fue un logro”. El dueño se quedó con su Sorolla auténtico y engañó al incauto comprador dándole la copia de García Lora. Mientras no se supiera la verdad, todos quedaban tan contentos. Sus honorarios dependían de la cotización del maestro al que había que falsificar. Si era de ‘segunda fila’ o ‘primera marca’.

–¿Y cuál es el cuadro por el que cobró más?

–Yo superé el millón de euros. Pero tenía terceros a los que pagar.

–¿De qué autor?

Un Goya grande. El original estaba en un organismo oficial. Se le dio el cambiazo aprovechando una ‘restauración’. Ahora el mío está allí colgado. El original se vendió por la línea B a un coleccionista particular.

¿Cómo lo hicieron? Francisco García Lora cuenta que “hay muchos caminos” en el mercado del tráfico ilegal de obras de arte falsas y auténticas. Una vía es la que conoció con su primer cuadro de Sorolla, donde se produce un engaño entre coleccionistas. Otra, la del mencionado Goya, es acceder a museos y colecciones con la excusa de una restauración, por encargo de un comprador que se encapricha con una obra determinada. Incluso, añade, patrocinan la restauración de la obra deseada como mecenas, para forzar así la ocasión de acercarse al original y manejarlo. Entonces, García Lora podía entrar y copiar tranquilamente el cuadro auténtico sin esconderse, aparentando si hiciera falta que era un experto que realizaba una réplica de estudio, o que formaba parte del equipo de restauración.

García Lora fue condenado a cuatro años y cinco meses por estafa en la falsificación de cuadros Eduardo del Campo

Dice que ha trabajado de noche en museos con personal de vigilancia dándole las buenas noches. Y también de día, a la vista de todos. Las redes de traficantes –por lo menos, aclara, en su época activa antes de 2008– compraban el silencio y la vista gorda de personal de las instituciones con diferentes subterfugios. “Una vez a un intermediario le pagaron 5.000 euros sólo por ponerlos en contacto con el director de un museo”. En las idas y venidas de la ‘restauración’, se colgaba la copia de García Lora en la pared y se llevaban el auténtico para entregarlo al coleccionista particular que había financiado la operación –y que no era tonto como para dejarse a su vez engañar–. La mayoría de sus clientes eran “españoles y americanos”, algunos “famosos” y todos “gente exquisita, muy culta”. Como en una comedia de enredo donde al final no se sabe quién es quién, uno de los coleccionistas –español– que encargó uno de esos cambalaches secretos disfrutaba luego íntimamente enseñando en su casa el cuadro original hurtado, pero tenía que decirles a las visitas que se trataba de una copia magnífica para no delatarse en su delito, puesto que el cuadro supuestamente original seguía colgado en el museo.

Cuenta que algunas veces daban el cambiazo “aprovechando un traslado de la obra” cuando salía en préstamo para su exhibición fuera de su hogar habitual. El antiguo copista clandestino destaca que otro destino para los cuadros falsos, en su época y ahora, es servir a quienes saldan sus cuentas con Hacienda, por deudas o herencias, pagando con ellos en especie. “En una sola ocasión me ha pasado que un Sorolla mío lo usaron para pagar a Hacienda sabiendo que era falso. Otras veces, el cliente ha pagado después a Hacienda con cuadros míos, pero creyendo que eran auténticos”.

¿Cómo funciona el entramado?

“Hay una logística muy bien organizada. Está el que se dedica a contactar con clientes exclusivos. El que tiene relaciones al más alto nivel con museos e instituciones. El que compra a personas que facilitan el ‘cambio’. Es un organigrama complejo pero apasionante. Cada uno llega en lo suyo a la perfección”, dice sin descubrir nombres. Para reproducir lienzos antiguos, él se abastecía, relata García Lora, de telas de lino vírgenes, “de la época”. Es decir, para copiar un Murillo hay que conseguir un lienzo realmente del siglo XVII, “sin manchar”. En Italia “tienen una mina de Potosí” con el comercio (legal) de esos materiales que son la materia prima de los falsificadores y en el que participan “personas con mucho poder”. “Yo iba a comprar telas a Florencia y bastidores de madera a Nápoles”. Una vez copiado el cuadro, tenía que simular su envejecimiento, “metiéndolo en un horno y aplicando diferentes temperaturas para que los aceites del óleo se secasen y la pintura se ‘craquelara’, se cuarteara, pero sin pasarme, porque si no la pintura no se fijaba al lienzo. Por el olor, como el cocinero, sabía si estaba en su punto. Sabían que por mi olfato llegaba a ese grado, y me tenían mucha fe”.

–¿A qué más autores ha falsificado?

El otro Velázquez se lo piensa y avanza un poco más:

A Sorolla lo he pintado mucho. Goya, más de uno. De Manet, dos; de Monet, cuatro. Monet era un reto, porque tenía el hándicap para mí de que pintaba a veces con los dedos, dejaba su huella. De Van Gogh debo ser más discreto, pero son obras suyas menores. También de la escuela costumbrista sevillana, que son pintores muy buenos pero de menor proyección en el mercado: García Ramos, Gonzalo Bilbao, Bacarisas, que es un autor excelso, con unas tintas planas maravillosas. Esos van a particulares muy concretos. De Murillo, me costaron mucho trabajo sus dorados y sus empastes.

–¿Qué más?

–Me propusieron en muchas ocasiones dar el paso a Andy Warhol, pero por su técnica y mis limitaciones, que conozco, no lo tenía claro y no lo hice.

Mucho mejor se le daba, agrega, el estilo pictórico de Salvador Dalí, al que admite que se dedicó con ahínco.

–Hay tantas falsificaciones de Dalí, tantas y tan malas... Él ya en vida tenía sus ‘negros’ pictóricos que le hicieron una cantidad de obras en sus años de decadencia, cuando ya no podía hacer hiperrealismo. Pero mis obras de Dalí jamás se sabrán. Dalí destaca por su dibujo, pero su color y su pintura son fáciles de hacer. Una vez que tienes resuelto su dibujo, te da pocos problemas. Mis ‘Dalís’, que son de primera línea, están colgados como auténticos en organismos oficiales y colecciones particulares en América y aquí, entre ellos un coleccionista americano que le compraba al Thyssen.

–Pero, ¿quién certifica los cuadros como auténticos?

–Hay una ‘expertización’ oficial. Pero es fácil colársela. La mayoría de los ‘expertos’ certificadores tienen un gran desconocimiento. Hay gente que se aprende el abecedario y se cree Cervantes y les pagan [por sus informes de certificación] como Cervantes, y son analfabetos en el mundo del arte. Hay un español que hace ‘expertizaciones’ e incluso libros y es un desastre. Se la he colado más de una vez.

–¿Quién?

–No me parece elegante dar su nombre.

Mirando atrás, Francisco García Lora, el Velázquez de Triana redimido de sus pecados artísticos, dice con su voz serena y reflexiva que el interés por el dinero de sus primeros encargos cedió pronto a una ambición superior: el ansia profesional de ser el número uno en su campo: “Vino algo mucho más fuerte que el dinero, que me arrasaba. Era el ego de decir, ‘yo puedo, no sólo lo hago sino que no os dais cuenta’; en definitiva, ‘soy genial’. Para ser falsificador hay que tener mucho talento”.

Dice que aunque el artista que creó la obra original es superior al falsificador, él, como copista, se siente, paradójicamente, con mejor técnica que varios de los creadores a los que ha falsificado.

–¿Ha sido el mejor?

–En este mundo yo he sido, creo, el mejor. He sido uno de los grandes.

–¿Volvería?

–Lo políticamente correcto es decir que no volveré nunca, pero la fuerza que mueve esta industria es muy poderosa y es muy difícil que no te seduzca si tienes el talento apropiado. Yo creo que no me compensó. Pero eso no quita que la seducción esté ahí.

–¿Cree que incluso ha mejorado un cuadro al falsificarlo?

Sí, estoy convencido de ello.

“El dinero ilegal, tan pronto como llega se va”

Amasó millones de euros, ayudó a otros a ganar muchos más, pero desde que salió en la cárcel vive, honradamente, con casi nada. “El dinero ilegal, tan pronto como llega se va”, sentencia sin querer ahondar en cómo perdió su riqueza clandestina y revelando sólo sobre su familia que está divorciado y tiene una hija y un hijo.

Ha pintado poco en los últimos años. En la cárcel de Sevilla regalaba cuadros de retratos familiares que le pedían algunos funcionarios, como una forma de obtener de ellos un trato benigno en un lugar “donde no era nadie”. En prisión celebró también una exposición con sus cuadros genuinos, a la que asistieron autoridades, como aparece en una noticia de El Correo de Andalucía, casi la única mención a su nombre en internet, de donde dice que ha borrado todo lo que ha podido de su pasado. En 2016 se atrevió a abrirse una tímida cuenta de Facebook, donde colgó algunos autorretratos y poco más en su única semana de actividad. En libertad, ha ejecutado apenas algunos cuadros pequeños como regalos para amistades, de calidad brillante. Pero no ha expuesto nada aún. Y considera que le ha llegado la hora de volver al mercado del arte, pero con su firma, G. Lora, y su propio mundo: “Sueño con la pintura. El olor a óleo me pone los vellos de punta. Me siento muchísimo mejor pintor que falsificador. Ahora quiero brillar con luz propia”.

Hacemos un alto para las fotos. Le he traído un cuaderno y un trozo de carboncillo para que haga una demostración, copiando alguna imagen de un libro de obras de Rembrandt. Autor, por cierto, puntualiza, al que también falsificó, pero en obras menores, más fáciles de colocar. “Me pagaban miles de euros por un apunte de Rembrandt”, breves bocetos hechos al modo de “aguadas tintadas en sepia, en sanguina, con lápices”. Elige la ‘Bañista’ de la National Gallery de Londres y en menos de cinco minutos esboza sus contornos con el carboncillo, demostrando cómo habría hecho para encajar el dibujo de la falsificación antes de aplicar los óleos. Lo firma ‘G. Lora’, para que se sepa que es una aproximación honesta al original.

'El Velázquez' de los cuadros falsos posa junto a su última réplica de una obra de Rembrandt Eduardo del Campo

¿Cómo hace ahora uno para saber que es verdad lo que nos cuenta de que 75 copias de obras maestras están por ahí pasando por originales? Imposible verificarlo. “Soy responsable de lo que digo”, contesta siempre tranquilo. Y García Lora, el (ex) Velázquez del lado oscuro, advierte de que si quisiera podría demostrarlo, pues como falsificador orgulloso de su genio dejó en todas esas obras marcas ocultas que le permitirían diferenciarlas de las originales que le sirvieron de modelo. Son marcas que a veces se expresan en clave con “mucha guasa andaluza”. Asegura que las copias incluyen también marcas casuales que sólo él conoce. “Una vez se ha caído una mariposita a un cuadro de Monet, la he camuflado… Y ahí está”.

No cree que su testimonio desate una operación por averiguar cuáles son, dónde están: “Una vez pagado el cuadro, a nadie le interesa investigar si es falso. Es una ruina”. Pero aunque hubiera una investigación a fondo, está seguro de que nunca detectarán sus obras falsas, tan hermosas como las primigenias.

Nos despedimos.

–¿No ha pensado dedicarse al mundo de las reproducciones legales?

–¡No me interesa nada!

Ahora Velázquez prefiere, dice bromeando, vender cuadros con su verdadero nombre. Ofrece sus ventajas a los coleccionistas. Son muy buenos y económicos.

–Cualquiera puede tener un auténtico ‘G. Lora’ en su casa. ¡Y sin falsificar!

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