“Piden un determinado plano de la foto, si es primer plano o de detalle. Que agarres el producto de una manera u otra, que cojas el zapato y te lo acerques a la cara o que pongas la bolsita de té de modo que se te vea colgando del bolso. O que la foto, da igual lo que anuncies, sea en bikini o bañador por narices”. El testimonio de una bloguera española a EL ESPAÑOL es un fiel reflejo de la realidad que sufren en nuestro país los jóvenes que sueñan con ser influencers. El precio a pagar por vivir de la imagen.
¿Qué es un influencer? El término alude a las personas con conocimiento, prestigio y presencia en determinados ámbitos en los que sus opiniones pueden influir en el comportamiento de otras muchas personas, según la Fundéu. Es una denominación utilizada en el mundo 3.0. Hay quien apoya esa influencia en una página web o un blog -blogueros- y quienes lo hacen únicamente a través de sus redes sociales -instagramers, tuiteros-.
Porque un simple me gusta en esas redes es cada vez más caro. No únicamente en términos monetarios: los profesionales de Instagram, Twitter o Facebook acusan más y más presión sobre su salud emocional. También las condiciones laborales impuestas por las marcas tienen consecuencias nefastas. “Te exigen parecer feliz, que salgas contenta”, cuenta esta bloguera, quien prefiere mantenerse en el anonimato para no ver perjudicado su negocio. El último caso conocido es el de Celia Fuentes (27 años), que fue hallada muerta tras pasar por un periodo depresivo. Aunque sus perfiles reflejaban todo lo contrario. No es la única
La dinámica puede ser peligrosa. “A todos nos gusta gustar y necesitamos, en mayor o menor medida, la aprobación social. Lo que hacemos, al final, es alimentar el ego a través del escaparate de las redes sociales”, indica a este periódico Cristina Wood, psicóloga especialista en ansiedad, estrés y depresión. 'Me gusta' a 'me gusta', el cerebro humano recibe una descarga de dopamina que genera placer y engancha, como cualquier droga.
Ese máximo de likes posible es también el objeto de deseo de cada vez más marcas, que ven un nicho de mercado en los usuarios de las redes. Al principio eran firmas de ropa o cosméticos. Ahora, cremas de manos, pasta dentífrica o incluso bolsas de té, relata la mencionada bloguera. Este último fenómeno es cada vez más agresivo, rayano en la extorsión. “Las marcas presionan a las chavalas, que lo hacen por cuatro duros y entran en un bucle asfixiante. Llegan a amenazarte con ‘multas’ económicas si te niegas. Es difícil aguantar cuando no eres una persona más mayor y más formada, que no tiene un equipo detrás, porque te puede tu inexperiencia y tu hambre de éxito”, relata esta joven, que posee más de 30.000 seguidores.
Un desequilibrio emocional peligroso
La presión puede repercutir en la estabilidad emocional del trabajador digital. “Si la persona es mínimamente insegura, bajo esta presión se vuelve tremendamente vulnerable”, valora Wood. Así que se pone una máscara e intenta hacer “lo que crea que los demás esperan de ella”. Una espiral de ansiedad de la que es difícil salir.
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Usar las redes sociales de por sí no es malo. “El problema y el peligro son los likes”, razona la doctora en Psicología de la Universidad Complutense de Madrid y profesora de la institución Vanessa Fernández. Si no hay me gusta, “parece que nuestra vida no existe”. El caso de Fuentes no es el único. Ella reconoció a su círculo que pasaba por sus horas más bajas. La mencionada bloguera, que conocía a la fallecida, se muestra de acuerdo: “[Celia] tenía mucho encima. Para sobrevivir tienes que tener la cabeza muy bien amueblada, los pies en el suelo y una estabilidad emocional”.
Influencers de mayor renombre también lo han sufrido. La bloguera Aimee Song (31), que acumula cerca de cinco millones de seguidores, pasó por sus horas más bajas a raíz de este fenómeno. Incluso confesó haber llegado a tener pensamientos suicidas en un vídeo de su cuenta de YouTube [minutos 2’39’’-7’38’’]. Entre lágrimas, Song se sinceraba: “Lo más complicado de ser bloguera o mostrar mi vida es fingir que siempre estoy contenta […]. A veces me siento tan triste y rota por dentro. Sobre todo, últimamente, cuando pienso que la vida de la gente parece perfecta”.
“A veces no soy feliz. Alguien me preguntaba cómo podía estar siempre tan segura de mí misma y la verdad es que lo fingía. Fingía todo el rato. No siempre, pero sí muchas. No me siento segura ni contenta”, continuaba. La doctora Fernández alerta que este pensamiento se está volviendo cada vez más común en un mundo donde la perfección parece la tónica, pero es impostada: “Hay quien no se da cuenta de que lo que se cuelga es solo un fragmento de lo que se quiere mostrar. Es peligroso, puede influir en el estado de ánimo”.
PAVOR A LAS CRÍTICAS
Está en la naturaleza humana el temer la crítica. Pero en las redes sociales este miedo irracional se incrementa. “Lo peor que te puede pasar es que no te den like, que no llegue ese refuerzo social”, sentencia Vanessa Fernández. El pavor acaba por tomar las riendas del protoinfluencer hasta crear una especie de visión túnel de la perfección de la vida de los demás frente a la miseria propia.
Que el perfil medio de las usuarias de Instagram sea de una chica entre 18 y 20 años, con muchas ganas de triunfar “y de ser Dulceida (28) -la influencer más seguida de nuestro país, con dos millones de adeptos y un emporio económico creado en torno a ella-, cueste lo que cueste” no ayuda nada. “Son menos fuertes, más vulnerables”, explica la mencionada bloguera a este periódico.
Alexis Ren (20) es una de las grandes gurús de Instagram. Con una audiencia de más de diez millones de fieles, esta modelo de origen estadounidense vendía una vida idílica. Hasta que comenzó a tuitear el pasado mes de abril de manera muy discreta sobre sus problemas de salud. Al poco soltó el bombazo: había padecido un trastorno alimenticio por mantener una relación tóxica con la comida. Así que no paraba de hacer ejercicio de manera compulsiva para intentar paliar sus sentimientos de culpabilidad. Quería ser perfecta. “Pensé que la gente solo me querría por mi cuerpo”.
"LO MÍO ES TODO FACHADA"
La importancia, al final, radica en saber identificar nuestros sentimientos, comprender nuestras emociones y saber gestionarlas. Aunque sea desagradable tener emociones negativas, “son necesarias”, manifiesta la psicóloga Cristina Wood. En el caso de Celia Fuentes, el último mensaje que envió a una de sus amigas dejaba entrever su naturaleza. "Ojalá estuviera bien, pero lo mío es todo fachada", decía. Wood cree que es un síntoma inequívoco: “Si se mantiene esa visión, a la larga, te puede llevar a la depresión, como el caso de esta chica. Seguramente era una persona obsesiva y comenzó a verlo todo negativo, con una visión muy dramática. Probablemente pensó que suicidarse era su única salida”.
Quizás el paso más difícil sea aceptar que es normal no gustar a todo el mundo. “Hay personas que no toleran la frustración, que sienten ira, rabia, tristeza y ansiedad cuando no se cumplen sus expectativas, que se sienten culpables y se autoimponen una disciplina que las agota mentalmente", indica Cristina Wood. Otra de las grandes influencers de España, la catalana Paula Gonu (24), intentó concienciar a sus seguidores para que no siguieran su ejemplo a través de un vídeo de Youtube: "He sufrido, sentía tanta inseguridad que me volví estricta conmigo misma. Me sometía una presión constante con mi cuerpo y me autoimpuse una disciplina diaria de gimnasio". No sería su última vez hablando sobre la inestabilidad que genera la exposición pública constante. Hace poco más de un mes, a través de Instagram, se sinceró entre lágrimas acerca de lo sola que se siente y de los pocos amigos de verdad que tiene, a pesar de su amplia comunidad virtual.
"El puto dinero, el postureo. Los putos likes y followers de una sociedad vacía que aparenta tenerlo todo pero no tiene puto nada. Celia te amo y siempre lo haré", decía una amiga de Celia Fuentes poco después de conocerse su triste desenlace. Los expertos alertan: las redes son una gran herramienta de socialización, pero con un uso saludable. No todo vale por un like.
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