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Paloma es periodista y "coñoescritora". Aprendió el oficio en la Universidad Complutense y a coñoescribir en una comunidad de menstruantes. Como periodista apenas ejerce —ya saben, la crisis—; como mujer documenta su día a día al dictado de su coño. Escribe, a diario, dando rienda suelta a su voz variable, como su propio ciclo. Así ha aprendido que es una y cuatro.
Es tarde y Paloma coloca sus manos sobre el teclado de su portátil. Ahí escribe su novela, por profesión; también lo que siente su cuerpo, por convicción. Paloma, la periodista, es recta, normativa, reflexiva; la coñoescritora es visceral, espontánea y dúctil. Por eso escribe su novela en un serio escritorio y su diario, algo muy personal, en el jardín.
Explica Paloma que la coñoescritura le ha enseñado a cuestionarse paradigmas, incluso a replantearse la naturaleza de los signos ortográficos. A zafarse de un lenguaje regulado y masculino, a encontrar puntos de encuentro con el resto de mujeres en textos escritos con tinta roja, sangre de mujer.
Paloma es una de las ochenta participantes que ha conseguido terminar el curso de coñoescritura que propone la pedagoga, investigadora y divulgadora del ciclo menstrual, Erika Irusta, creadora de la primera escuela menstrual del mundo. Lo empezaron 282 mujeres, más de la mitad de las integrantes de la comunidad Soy una, soy cuatro, un espacio privado en el que comparten experiencias privadas a salvo del escrutinio de mirones. Un lugar seguro, vetado para los hombres, donde expresarse.
¿Qué es coñoescritura?
Pero, ¿qué es la coñoescritura? La voz española de cuntwriting hace referencia a una forma de escritura orgánica, corporal, que nace del cuerpo cíclico y cambiante. Se trata, según su autora, de “un proceso creativo en el que la coñoescritora exorciza la grandilocuente Gramática Universal aprendida para escribir, por fin, desde su cuerpo; no a pesar de este, ni por encima de este”.
Tal definición aparece en el libro Diario de un cuerpo (Casa Catedral, 2016), el primer ejemplo práctico de coñoescritura, la referencia para quienes se inician en este proceso creativo. Un encuentro fortuito, según explica Erika, que surgió como la deformación de un encargo de la editorial.
“Querían que hablara sobre la menstruación y pensé en escribir un libro sobre el ciclo, algo muy canalla sobre la cultura y el sistema, pero no podía; no me salía. Hablé de nuevo con mi editora y les ofrecí mi cuerpo, tratar en primera persona los cambios que ocurrían en mí de manera química, y que me afectan anímica, física y mentalmente”, recuerda Irusta, miembro de la Society for Menstrual Cycle Research de Estados Unidos. “Quería que la lectora se topase con todas las personas que hay en mí —revela a EL ESPAÑOL— y lo quería hacer en forma de diario, para que mi cuerpo me contase qué pasaba”.
Así se percató de que escribía diferente en función del momento del ciclo en el que se encontraba. “No era igual escribir en premenstrual que en preovulatoria, me sentía más libre. Después de tener la regla era más rígida, más intelectual. El proceso creativo depende del estado químico del cuerpo. Porque escribes desde el cuerpo, por mucho que quieras silenciarlo”, argumenta Irusta.
Escuchando a su cuerpo, Erika se topó con una serie de acontecimientos latentes, algunos muy traumáticos, que han ido forjando su carácter. Poniendo en negro sobre blanco su diálogo con su cuerpo admitió lo que tanto le había costado verbalizar: era una mujer maltratada, por su padre, y víctima de los abusos sexuales de su tío.
Escribir para descubrir heridas
“Cuando haces coñoescritura —detalla la especialista— permites que el cuerpo empiece a decir las cosas, le vas quitando los filtros, le vas dando permisos, te echas hacia detrás y permites que él deje contar su historia, aparecen cosas que tú has mandado a callar. Es una chispa que está ahí, algo que silencias porque no tienes palabras y que, por lo tanto, es un fantasma: algo sin un cuerpo de realidad. La coñoescritura me permitió ver donde estaba la herida”.
El curso, que se ha desarrollado durante tres meses, consta de una parte teórica, en el que se profundiza en qué es esta forma de escritura, “que no es —advierte Erika— escribir lo que te salga del coño”; y una práctica en la que las alumnas documentaban su día a día bajo la pregunta “Cuerpo, ¿qué quieres decir hoy?” para que los textos sirvieran de ejemplo para el resto.
“Es importante saber coñoleer”, apunta Irusta. “Leer desde el cuerpo. No desde la cabeza. Te tiene que dejar tocar. Y así salen cosas muy fuertes, duras de asimilar porque nunca te las habías planteado”, detalla.
—¿Y qué ha salido?
—Temas sobre el propio cuerpo, de maltratos, violaciones, relaciones de abusos… hay textos que son muy difíciles de leer. La conclusión es que nos parecemos mucho en las heridas, es una epidemia. ¿Cómo puede ser que todas tengamos las mismas heridas? Abusos, violaciones, maltratos… ¿Cómo puede ser? Y no estoy en un grupo de violadas anónimas. Vivimos abusos constantemente. Estamos tocadas y heridas en los mismos sitios.
[Silencio].
“También que, a día de hoy, las mujeres decimos que conocemos nuestro ciclo menstrual cuando no tenemos ni idea de lo que nos está pasando”, apuntilla.
—¿La menstruación sigue siendo un tabú?
—Sí, joder. No solo es silenciado. Hemos pasado por muchos periodos en relación al tabú menstrual. Vivimos en una época más perversa, ya no se silencia, ahora se ignora. Se niega que el ciclo hormonal afecta. Y claro que afecta. La química, los cambios hormonales, afectan totalmente: nos regulan a nivel psicológico, anímico, comportamiento…
—¿Y qué hay de la frase: “Déjala que está con la regla”?
—Es horrorosa. Se invalida a la mujer por su momento hormonal. Es algo que nos ha dado mucha rabia. La cárcel de la mujer siempre ha sido el cómo han interpretado los hombres nuestro cuerpo. Nos han hecho creer que el problema no era su interpretación, sino nuestro cuerpo. Esa es la trampa. Tus hormonas no son el problema, es cómo se leen tus hormonas en esta sociedad. Y, cito a Violencia Rivas, un humorista argentino: “Yo menstrúo una vez al mes, pero vos sos un boludo todo el año”.
Erika concede esta entrevista a EL ESPAÑOL un par de días antes de su menstruación. Y habla su voz Lútea, la progestágena, la libre. La pedagoga, nacida en Ezkerraldea, Vizcaya, y residente en Sevilla, es un torrente de verbo rápido. Sonríe y se autodefine como un animal vulnerable. Antes siquiera de idear el término ‘coñoescritura’ recorría pueblos de Cataluña, primero, y del resto de España ofreciendo talleres a mujeres.
"Soy una, soy cuatro"
El éxito no fue inmediato. A su primer taller, destinado a adolescentes, no acudió nadie. Ahí reenfocó cuál era su público objetivo: las mujeres adultas. Idea que jamás abandonó, primero de forma presencial; después, mediante un blog, ‘El camino rubí’, y una comunidad online, ‘Soy una, soy cuatro’, un foro de encuentro en el que participan activamente 470 mujeres o personas menstruantes. “El género es una construcción social, hay transexuales que menstrúan. O mujeres que no menstrúan porque no tiene útero”, explica Erika.
En datos, más de 800 personas ha pasado por la comunidad en sus dos años de vida. Más de 2.000 mujeres esperan poder ocupar una de las 470 plazas, un número cerrado. Las pocas plazas que salen, solo si hay alguna baja, se vuelven a ocupar a las pocas horas. Cada usuaria tiene un tiempo de vida medio de 18 meses, muchas jamás lo han abandonado. El tiempo medio de permanencia a diario por casa suscriptora es de 41 minutos y 57 segundos. El 70% son españolas, sobre todo del País Vasco, Cataluña y Madrid, aunque hay representadas 90 países, entre los que destacan México, Argentina, Reino Unido, Rusia, Chile, Colombia, Estados Unidos, Alemania y Andorra. El precio de la suscripción, a elegir: 19,99 euros al mes; 99,90 euros cada semestre; o 149,90 euros al año.
Todas son mujeres, no hay hombres. No se admiten. “No tienen cabida —apunta— Erika, es ilógico que entren en una escuela en la que tratan temas que no les interesa”.
“La idea es crear un entorno de confianza real, trabajar vínculos; la idea es poder hablar de cosas de las que nunca hablas, porque hay mujeres que solo se sueltan aquí, porque en sus casas no pueden”, asegura Erika.
Se trata, según profundiza Irusta, de un proyecto pedagógico de conocimiento horizontal en el que la propia comunidad instruye a sus integrantes en investigadoras del ciclo menstrual. Con contenido didáctico para generar un conocimiento propio. “Aprender de nosotras mismas —resume Erika—, de nuestro cuerpo”.
—¿Qué ha aprendido que no sabía de tu coño?
—He aprendido que no era mío. Es una realidad incómoda. Le pertenecía a mi padre y luego le pertenecerá a mi marido, aparte de los abusos sexuales de mi tío. También es del ginecólogo, que es el que se mete ahí, mira como una vaca, es algo muy desagradable, él te dice lo que tomar o lo que no. Hay mujeres que sentirán que su coño pertenece a la iglesia o a Dios, por el pecado, sucio… No he podido, ni a pesar de los años, dejar de sentirme sucia después de masturbarme, es como si tuviese la Inquisición en las bragas. El coño también le pertenece a tus hijos, porque salen de él. También es de las modas, soy de la generación de la hipersexualización, pero antes se dieron otras.
Erika es tajante. De palabra rápida. Cita a Virginia Woolf: “Ninguna mujer ha conseguido escribir la verdad sobre la experiencia de su propio cuerpo”; y a Ludwig Wittgenstein: "Las fronteras de mi lengua son los límites de mi mundo".
“Hay que incomodar, usar nombres demoledores, que te pongan en alerta, que te predispongan a hacer y generen curiosidad. Eso es la coñoescritura”.