Un trozo de tela rojigualda espera, estirada, al hilo con el que le bordarán el escudo español. No sabe cuál será su destino. Sus compañeras, de distintos tamaños y texturas, que se agolpan en grandes rollos y se cuentan por centenares, tampoco. Pero no importa: aquí, en la mayor fábrica de banderas nacionales de España -con sede en Colmenar Viejo (Madrid)- se vive una revolución desde la última Diada catalana.
Las ventas de las enseñas patrias se han disparado a niveles sólo equiparables a cuando España ganó la Eurocopa, allá por 2008; a aquellos días en los que todos los ciudadanos se abrazaron a la rojigualda como quien recupera a un ser querido. A aquellos días en los que todos clamaban yo soy español. A aquellos días de hermanamiento, de cicatrización de rencillas, de Xavi y Casillas como adalid de la reconciliación de las dos Españas.
Ahora, en plena crisis catalana, el boom de las enseñas textiles también une a los independentistas y a los constitucionalistas. Se han convertido en armas arrojadizas: el pasado viernes la estelada acompañaba a todos los concentrados en la plaza Sant Jaume tras proclamarse la independencia unilateral al mismo tiempo que se retiraban las rojigualdas de los organismos oficiales de Cataluña. Pero, se mire por donde se mire, las banderas están por todas partes. En los lugares más recónditos y en los balcones de las viviendas.
José Luis Sosa Días Astigarraga (59 años) es el propietario de la fábrica de banderas de Colmenar, que lleva su apellido por denominación. Es el líder de su sector: no en vano, la rojigualda posiblemente más icónica del país, la que ondea en la madrileña plaza de Colón, es suya. “Mide 21x14 metros. Se acondiciona todos los meses: se baja, se lava, se vuelve a teñir. Pesa 35 kilogramos”, detalla, orgulloso, de memoria. Pero Patrimonio Nacional no es su único cliente ilustre: también fabrica las banderas de Casa Real, de las comunidades autónomas o las de los partidos políticos.
“En los últimos cincuenta días hemos vendido 37.000 banderas de España. Para que te hagas una idea, lo normal antes era vender 500 en un mes”, cuenta Sosa Días a la reportera. No es una cifra desorbitada: en cada esquina de su fábrica hay pedidos de rojigualdas, entre otras enseñas. “En las últimas horas hicimos 24.000 banderas para stock. Mientras, nos hicieron un pedido de 10.000 banderas. Y, en esas horas, agotamos y tuvimos que hacer 10.000 más para stock”, indica. “Aunque ahora siguen llamando, las cifras que doy se quedan antiguas en momentos”.
El negocio va a todo trapo, pese a que la competencia es dura de roer. “Los chinos lo hacen más barato y, contra eso, poco podemos hacer más allá que ofrecer calidad y mejorar los tiempos de entrega. Nosotros somos la única fábrica de España que estampa -a la manera tradicional- las banderas nacionales”, presume Sosa Días.
Es algo en lo que concuerda Manuel Martínez. Él es el copropietario de una empresa de fabricación de banderas en Terrassa (Barcelona) junto con Laura Fenoy. “La independencia fue un negocio hasta que llegaron los chinos”, cuenta. Su taller tiene una capacidad para hacer mil banderas independentistas al día.
Sin embargo, durante el procès los dueños de Estampser no han visto aumentada su producción. “La gente que ya tenía esteladas o señeras no ha vuelto a comprar. Al menos, a nosotros. También puede ser que se hayan ido a los chinos a por ellas”, destaca Fenoy.
“De verdad, no hemos tenido ningún aumento fuera de la normalidad. No ha sido una exageración como podríamos haber esperado”, indica la propietaria. La fábrica subsiste, principalmente, de la creación de banderas para publicidad y de la serigrafía.
Málaga, capital de las banderas 'indepes'
Pero el epicentro del textil independentista no está en Cataluña, pese a todo. Ni siquiera es uno de los territorios que reivindican los Països Catalans. La fábrica de las esteladas, de las banderas que gritaban ‘Sí al referéndum’ y las que ahora reivindican la libertad para los ‘Jordis’ se hacen en Málaga.
Allí, Juan Antonio Moreno, el director de Adivin Banderas, indica a la reportera que han vendido desde el 1-O unas 12.000 banderas. “Nos hemos visto muy beneficiados”, confiesa. “Porque es que somos los que más barato lo hacemos en toda España”.
En el taller de la capital malagueña también vuela la venta de rojigualdas, pero a otro ritmo. “Las banderas de España han subido un 500%. Desde el referéndum hasta ahora, hemos vendido más de 8.000 españolas y de 3.000 esteladas”. Para su empresa, esto supone un aumento del mil por ciento en cuanto a las enseñas independentistas.
Su éxito lo achaca al precio y al hecho de que no comercie con particulares, sino directamente con distribuidores en Cataluña. “Personalmente, creo que ni los de la CUP ni los de Assemblea Nacional Catalana (ANC) ni los de Òmnium Cultural, que son clientes nuestros, saben que sus banderas son de Málaga, se creen que sus banderas son catalanas”. Lo contrario sería un sinsentido.
En el momento en el que habla con la reportera, Moreno acaba de enviar dos paquetes bien distintos, pero con una misma dirección de remite: Cataluña. Por un lado, un pack de banderas patrias. Por el otro, unas que rezan Llibertat!! Us volem a casa (“¡Libertad! Os queremos en casa”), junto a dos bosquejos de los rostros de Cuixart y Sánchez, los líderes de las dos organizaciones independentistas que se encuentran en prisión preventiva por un presunto de sedición. “Las querían de un día para otro (la de los ‘Jordis’) y nos las encargaron. Si tú compras en China, tarda diez días. Así que no les compensa”, afirma.
Guerra de banderas
La guerra de las banderas es algo que viene de muy atrás. Pero ellos, fabricantes, tienen claro quiénes son los responsables. Y, desde luego, no son ellos, que fabrican “lo que nos encargan”. “La gente las usa como si fuera a animar a un equipo de fútbol, unos contra otros”, revela Sosa Días.
Puede que la crisis catalana sirva como revulsivo para cambiar esta tendencia. “Espero que ahora se utilice como ser español. Que no te llamen facha, que no te de vergüenza enseñarla. Porque eres patriota, no facha”, indica el empresario de Colmenar, que nació en Uruguay y lleva casi cuarenta años en España. La herida que se ha abierto entre españoles, la zanja en carne viva sobre Cataluña ha beneficiado al negocio de las banderas, pero se ha cobrado nuevas víctimas. El miedo es tangible: hace escasas horas, la fábrica malagueña amaneció con pintadas que les llamaban traidores y cercando un objetivo sobre ellos.
El Rojo 186 y el Amarillo 116, únicos colores legales para la enseña española, son los mismos que los de la señera. Quizás en la bandera se esconda la clave de lo que nos une.