Marbella (Málaga)

El melillense Abdelkader Benali Mohamedi, apodado Laca, entró en cólera cuando varios agentes de la Policía Nacional se acercaron a él, le dijeron que estaba detenido y le apretaron las esposas. Acababa de poner un pie en la terminal del aeropuerto de Málaga tras bajar de un vuelo procedente de Melilla. Vestía pantalón vaquero, camisa clara y cazadora oscura cruzada por un pequeño bolso de piel marrón. Iba junto a su hijo, Mohamed, asiduo de los prostíbulos más caros de la Costa del Sol. En ese momento hacía pocas horas que los agentes habían decomisado casi una tonelada de cocaína (993,7 kilos) en dos contenedores llegados al puerto de Algeciras (Cádiz). En el mercado habría alcanzado los 35 millones de euros.

El barco que transportaba la droga salió días antes desde Guayaquil (Ecuador). Los agentes del GRECO de la Costa del Sol sabían que la droga era del hombre al que investigaban desde hacía un año, un abuelo que de joven empezó enviando hachís dentro de botes de laca a los soldados españoles de Melilla y que ahora había dado el salto a la dama blanca, mucho más lucrativa.

Abdelkader Benali, de espaldas, junto a su yerno policía nacional (izquierda). EL ESPAÑOL (exclusiva)

Aquella mañana de principios de octubre no sólo cayó él, de quien EL ESPAÑOL reconstruye su vida en exclusiva. También lo hicieron sus peones. Los policías detuvieron a su mujer, a su único hijo varón, a tres de sus cuatro hijas, a todos sus yernos -uno, agente de la Policía Nacional- y a los tres empresarios españoles que le habían facilitado la logística para realizar los envíos de cocaína desde Latinoamérica. Dos eran almerienses. El otro, valenciano.

Con el arresto de todos ellos se daba por desarticulada la organización criminal del mayor traficante de droga del norte de África. Se le intervinieron 57 inmuebles, una farmacia de cuatro millones de euros, 15 vehículos de alta gama, dos pistolas… En ese momento Abdelkader Benali y los suyos ya habían conseguido blanquear diez millones de euros.

Pero el longevo narco, de 73 años, ya está entre rejas a la espera de juicio en la cárcel de Alhaurín de la Torre (Málaga). Creía que sus últimos días los pasaría en su amplio y lujoso piso de Fuengirola junto a su esposa de toda la vida, Zoulikha, diez años menor que él.

Mohamed Benali (derecha), hijo del narcoabuelo y contacto de la organización de su padre en Latinoamérica. EL ESPAÑOL (exclusiva)

Sus inicios como ‘camello’ de soldados

Abdelkader Benali nació el 11 de agosto de 1945 en Benichiker, una pequeña aldea marroquí a cinco kilómetros de la valla fronteriza de Melilla. Tiene la nacionalidad española desde hace décadas.



Esa proximidad a la ciudad autónoma española hizo que de joven, siendo un adolescente casi imberbe, viera una oportunidad de negocio: a diario cruzaba la frontera para suministrar hachís a los soldados españoles desplegados en Melilla. A bordo de una motillo, y dentro del asiento, introducía la droga en botes de laca que antes había vaciado. Así se ganó el apodo de Laca.

Años más tarde, siendo ya un narco del que todos oían hablar en Melilla pero pocos conocían, se construyó un palacete de cuatro plantas en la ciudad española al norte de África. Una sola de sus lámparas le costó 24.000 euros. El interiorismo lo dejó en manos de un decorador marbellí.

Al estilo de la mafia italiana

Un agente que lleva 30 años siguiendo a narcos dice a EL ESPAÑOL que la banda del abuelo Abdelkader es la “más complicada” a la que se ha enfrentado nunca. “Son herméticos”. “Emplean medidas de seguridad extremas”. El anciano de la coca no dejaba ningún detalle sin atar. Si se producía una reunión importante, a ella acudía él. Si tenía que cerrar un envío, prefería hacerlo en persona. Nada de móviles. Como los mafiosos italianos, que llegaron a comunicarse con palomas mensajeras.

El encargado de su seguridad y su mano derecha en España era su yerno Brahim Mohamed, policía nacional melillense destinado en la comisaría de Estepona (Málaga). Desde hace más de una década el anciano se había instalado en la Costa del Sol junto a su mujer y su familia, aunque con frecuencia iba y venía a Marruecos y a Melilla.

Cargamento de cocaína intervenido por la Policía Nacional a Albdelkader Benali en el puerto de Algeciras (Cádiz). EL ESPAÑOL (exclusiva)

Durante los doce meses de vigilancia a los que fue sometido, miembros del GRECO de la Costal del Sol siguieron muy de cerca todos los movimientos de Laca. En una ocasión el narcoabuelo viajó en coche junto a su hijo desde Málaga hasta Alicante. Salieron de noche. Llegaron a alcanzar velocidades de 230 y 250 kilómetros por hora.

400 kilómetros para una reunión de 37"

Aquella noche Abdelkader y su hijo Mohamed llegaron a la ciudad valenciana en torno a las 2 de la mañana. Los policías, que a duras penas lograban seguirles el rastro a una distancia de seguridad como para no perderlos, sabían que se trataba de una reunión importante. La cita se produjo en una gasolinera. Cuando Abdelkader Benali detuvo su coche se le acercó otro, que se puso en paralelo.

Ni siquiera se apearon de los vehículos tras 400 kilómetros de viaje. Bajaron las ventanillas, se dijeron algo y se esfumaron de aquel lugar. La reunión duró 37 segundos. Los policías que le seguían no se lo podían creer. 37 segundos de reloj.

En otra ocasión hicieron lo mismo en Algeciras. Y en Sevilla estuvieron durante dos minutos dando vueltas a una rotonda. Algo les debió incomodar, porque no contactaron con nadie, abortaron el encuentro y se volvieron hacia la Costa del Sol.

“Son obsesivos de la seguridad. Nunca usan las mismas rutas. A veces, mientras van por autovías, de repente se salen para enlazar con una carretera secundaria. Usan sistemas encriptados de comunicación, chats...”, cuentan fuentes policiales.

La banda de Abdelkader siempre se activaba de noche. A algunos encuentros iban cuatro y cinco coches en caravana: BMW M3, Audi RS3… Miles de euros volando sobre el asfalto importados desde Alemania. En el centro siempre se situaba el vehículo en el que viajaba el anciano. Le solían acompañar tres yernos, uno de ellos el policía a sueldo casado con su hija Dunia. “Por eso al abuelo nunca se le había detenido. Es muy metódico”.

Alijo cocaína aduanas

 

Su contacto, unos empresarios almerienses

Abdelkader Benali se inició en el mundo de la coca hace al menos una década. Es de los pocos traficantes de hachís que han dado el salto a la dama blanca. La mayoría de ellos piensa que la cocaína es más dañina para el cuerpo humano y prefieren mover una droga menos lesiva. Pero el anciano obvió ese detalle: sólo veía el dinero que iba a ganar traficando con ella.

Para ello decidió contactar con unos empresarios del sector hortofrutícola de Almería. Eran los hermanos Francisco José y Cristóbal José Sánchez Fornieles, también detenidos. Éstos pusieron en contacto a Abdelkader Benali con otro empresario valenciano, en este caso Juan Carlos Cervera, directivo de la compañía Ramafrut, con sede en la Comunidad Valenciana pero con oficinas en Almería.

Reunión de Brahim Mohamed, policía nacional expulsado del cuerpo, con uno de los empresarios almerienses (derecha) y con el valenciano (jersey rosa). EL ESPAÑOL (exclusivas)

Tras conocerlo, el narco le propuso a Cervera introducir su cocaína en algunos de esos barcos que él mandaba llenos de frutas de exportación desde puertos latinoamericanos hasta Algeciras. Cervera aceptó y entró en el juego de Abdelkader. Como los hermanos Sánchez Fornieles.

A principios de octubre el GRECO interceptó dos de esos envíos. Uno era de 960 kilos. Otro, de 33. Algunos fardos de cocaína ni siquiera venían ocultos. Otros los introdujeron en piñas vacías de carne.

Más allá de sus vínculos por el narcotráfico, Abdelkader y los dos hermanos almerienses habían invertido juntos parte de sus beneficios en Senegal y Guinea Ecuatorial. En este último país tienen una finca con 400 empleados. Querían montar allí una fundación para fomentar el fútbol entre los niños. “Lo hacían como un lavado de cara”, aseguran fuentes del GRECO.

En la empresa de Guinea, Grupo One Tropical, los administradores eran el policía y uno de los empresarios de Almería. Se había creado también para, en un futuro, hacer importaciones de contenedores cargados de frutas y crear un historial de envíos previos. Así, con el tiempo, no dependerían del empresario valenciano y nadie dudaría de ellos.

Su único hijo, el vividor de la familia

Las pocas personas, casi contadas, que en Melilla y en la Costa del Sol conocen a Abdelkader y a los suyos lo definen como un “hombre discreto”, “controlador”, “exigente” y “campechano”, pero “con mucha mala hostia”.

Había metido a toda su familia en el negocio. Mujer, hijos, yernos… Poca gente que no llevara su sangre trabajaba para él. A lo sumo sus parejas. Con los beneficios de la droga había levantado una farmacia en Arroyo de la Miel que le costó cuatro millones de euros. También tiene una tienda de regalos en Torremolinos. Las usaba para blanquear dinero. Cuentan que en Marruecos tiene una fortuna en dinero líquido y en inversiones inmobiliarias.

Dunia Benali, hija del narco, está casada con el policía nacional expulsado del cuerpo. EL ESPAÑOL (exclusiva)

A su mujer y a sus hijas, a las que ha enviado a las mejores universidades de España (Navarra, Rey Juan Carlos…) las usaba para blanquear dinero. A sus yernos, también narcos melillenses de medio pelo -menos el policía, que estaba limpio- los reclutó para su causa porque conocían el funcionamiento del negocio.

Su único hijo, Mohamed, de 39 años, era su hombre en el extranjero. Viajaba a Brasil, a Colombia, a México… Muchas veces partía en vuelos desde Lisboa. En Latinoamérica contactaba con los cárteles para llegar a acuerdos y enviar la droga a Europa.

Mohamed era el golfo de la familia. Mientras sus hermanas tienen carreras -una es ingeniera de telecomunicaciones- él se dedicaba a disfrutar de su lujosa casa en la urbanización Belaggio de Arroyo de la Miel, con ascensor hasta el interior de la vivienda, o a pasar días enteros en prostíbulos de la zona y de Madrid. Eso sí, nunca descuidaba su relación con las bandas del este de Europa, las cuales probablemente le distribuían la cocaína por todo el continente.

Si Mohamed es el hombre de confianza de Abdelkader Benali en el exterior, en España es su yerno Brahim, el agente apartado de la Policía Nacional. Tiene dos hijos pequeños. Hace poco se fue con ellos y su mujer, Dunia, a Dubái y a Singapur. Hace unos meses Brahim llegó a reunirse con un diputado español en el Congreso de los Diputados. Le dijo al político que su suegro, al que se lo vendió como un reputado empresario, quería realizar inversiones inmobiliarias en la Costa del Sol, en Almería y en Guinea. “No son paletos. Saben moverse”, explican fuentes policiales.

Pero el narcoabuelo, si nada ni nadie lo remedia, pasará sus últimos años de vida en prisión. Ya no podrá pasear de la mano junto a Zoulikha, su mujer, con quien casi llevaba una vida monacal en su retiro malagueño.

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