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“No sé si le valía cualquiera o no. Pero el hecho es que estaba esperando, al acecho. Tenía abierta la puerta del piloto y la puerta del maletero. Y yo no le conocía de nada. Estaba allí de pie esperando. Le pudo pasar a cualquiera”. 25 diciembre. Diez en punto de la noche. Una fina niebla cae como un manto sobre las calles desiertas de Boiro. La intersección entre la rúa do Cruceiro y la calle Bao forma una pequeña plaza de apenas 20 metros de diámetro. Una joven pasa por allí a esa hora cuando va al encuentro de sus amigos para tomar algo. Mientras camina, envía mensajes por whatsapp. En una de las esquinas de la plaza, pegado al lado de una peluquería, está aparcado un Alfa Romeo de color gris.
Su propietario se encuentra de pie, fuera del vehículo y allí no hay nadie más. “Entonces me empezó a llamar por un nombre que no era el mío”. Se llama José Enrique Abuín Gey y en la comarca es conocido por el seudónimo de El Chicle. Ella es Beatriz (nombre ficticio), tiene 28 años pero aparenta muchos menos. Es la joven que el pasado día de Navidad logró escapar de las garras de el autor confeso del asesinato de Diana Quer.
-Carla, tú eres Carla.
-No, yo no soy Carla.
-Que sí hombre, que tú eres Carla. Ven, esto es una pequeña broma de tu novio.
En ese momento, y empleando esa burda excusa, el hombre la agarra y empieza a forcejear con ella para introducirla en el maletero de su coche. La joven, en pánico, se defiende con todas sus fuerzas y a voz en grito chilla desesperada.
-¡Mira joder, que yo no soy Carla, te enseño el DNI!
Este es el testimonio que ella contó a Pedro y Adolfo (nombres ficticios), los dos jóvenes que impidieron que El Chicle la raptara introduciéndola en el maletero del Alfa Romeo de su mujer.
Beatriz encajaba en el perfil de los otros crímenes de El Chicle. Las víctimas que Abuín Gey escogía eran siempre de corta edad, como Diana Quer o las tres jóvenes de entre 16 y 19 años a las que invitó a subir a su coche en la madrugada anterior, el día de Nochebuena. “Observa, ve a la víctima y va a por ella”. Tan solo con esa frase le definió Manuel Sánchez Corbí, jefe de la Unidad Central Operativa (UCO).
Así se lo relató a Pedro y a Adolfo. EL ESPAÑOL recoge en exclusiva el relato en primera persona de Pedro -ofrecido a continuación y en cursiva- intercalado con los hechos que ocurrieron esa noche. La historia se cuenta desde el punto de vista de los jóvenes que impidieron el secuestro en Boiro el pasado 25 de diciembre.
Pedro: “Los gritos se escuchaban a sesenta metros de distancia”
Mi amigo y yo habíamos bajado a dar una vuelta el día de Navidad y a eso de las diez de la noche decidimos volvernos a casa después de tomar algo. Entramos en calle Bao por abajo. Es una calle algo larga y empinada, y cuando íbamos por la mitad escuchamos unos gritos que venían de la parte de arriba. A unos setenta metros de distancia.
Veníamos de comprarnos unas botellas de agua de unas máquinas expendedoras que hay más abajo. La calle estaba vacía y muy oscura, aunque no es que de por sí sea muy luminosa. Ese día estaba nublado y se hizo de noche bastante pronto. Fue todo muy rápido.
Al principio, a los gritos no les dimos importancia. Será cualquier cosa. Pero a medida que subíamos calle arriba, el volumen de la persona que gritaba era mayor, aunque seguíamos sin poder advertir nada. Era una chica. En ese momento no veíamos el coche porque estaba en la esquina en la que está la peluquería de la zona.
Una vez ya en la parte de arriba de la calle, empezamos a escuchar los gritos más fuerte y echamos a andar algo más rápido. Cada vez más fuertes. Al llegar al cruce entramos en el campo visual de la escena y vimos a la chica. Y también le vimos a él intentando meterla en su coche. El maletero estaba abierto, y él forcejeaba con ella. La chavala tenía todo el cuerpo metido dentro excepto las piernas.
Ella nos escucha llegar. En el forcejeo nos ve y nos dice: “¡Venid aquí chavales, ayudadme, por favor!”. Damos cinco o seis pasos más rápidos y nos acercamos para ayudarla. Ella nos alerta: “¡Cuidado, que lleva un cuchillo!”.
"Nunca voy a olvidar su cara"
Pedro y Adolfo apenas alcanzan la veintena. Ambos practican deporte y están en un buen estado de forma. Pedro tiene complexión atlética, aunque no es demasiado alto. En cuanto entran en el cruce, aligeran el paso ante la fuerza de los gritos y se encuentran con la escena. El Chicle lleva una capucha que le cubre buena parte de la cara. Deja al descubierto un mechón rubio, los ojos azules y una dentadura exagerada. Lleva también un vaquero igualmente oscuro, ni muy ancho ni muy estrecho. Talla estándar.
Beatriz no logra zafarse de él, pero él tampoco logra su propósito de introducirla en el maletero. La mujer pelea con uñas y dientes por no acabar en las garras de El Chicle. Esos minutos en los que se defendió con toda su alma fueron cruciales.
En cuanto nos acercamos, el hombre la suelta y la chica corre directamente hacia nosotros. El 'pavo' se nos queda mirando fijamente. Nosotros también nos quedamos mirando para él. Nunca voy a olvidar su cara. Fueron momentos eternos.
Lo cierto es que ahí pasa todo muy rápido porque en cuanto la chica llega a donde estamos Adolfo y yo, él cierra el maletero y se sube al coche para escapar. Yo le veo en ese momento y creo que se queda como sorprendido por nuestra presencia. Se dio cuenta de que allí había más gente, que le estaban viendo hacer lo que hacía cuando ella se dirigió a nosotros en plural. Y pensaría: son dos, tres, cuatro o los que sean. Soltó a la chica, se nos quedó mirando, insisto, y se piró escopeteado de allí.
Lo hace con mucha rapidez. Cuando el coche se va a escapar, ella dice: “¡Cogedle la matrícula!”. Por suerte se la pillamos– acaba por DYN- y también el modelo del coche. Era un Alfa Romeo de color gris.
Después de arrancar el coche se marcha recto, hacia la rúa Cruceiro y ya no lo volvemos a ver. Cuando ya se ha ido, nos damos cuenta de que la chica está muy alterada y desorientada. Beatriz echa a correr para todos los lados, nerviosa, muy nerviosa. Ahí empezamos a ver dónde refugiarla. Vimos entonces el bar Las Vegas, que está justo delante de donde pasó todo y la llevamos para estuviera en un sitio tranquilo. Relájate, le dijimos, relájate que ahora llamamos a la Guardia Civil.
Bar Las Vegas, el refugio
Dentro del bar Las Vegas está todo muy tranquilo este miércoles. La noche del día de Navidad el bar estaba plagado de gente, recién bajada a saludar a los vecinos tras la comida con la familia. Su dueña lo recuerda: “La chica lloraba y lloraba. Ellos mientras tanto llamaron a la Guardia Civil y a Emergencias. Aparecieron a los cinco minutos".
En el momento en que ocurrieron los hechos, no había nadie en esa intersección. Las calles estaban desiertas, y sin embargo, desde el bar nadie escuchó nada de lo que estaba ocurriendo fuera. O, al menos, nadie salió a ayudar a la joven. La dueña se inclina más por la primera opción. “Claro, hombre, si es que con el ruido que hay aquí siempre con la tele… Y ese día, con esto lleno de gente hasta arriba, pues no se escuchaba nada pero nada de fuera”.
Prosigue el relato Pedro, uno de los salvadores de Beatriz.
Te pones a pensar y en el bar tenían la puerta cerrada, la tele puesta, y no entiendo cómo nadie se pudo percatar del hecho. Porque nosotros estábamos a cincuenta metros y se escuchaban los gritos. Quiero pensar que cualquier ciudadano que pasara por allí actuaría así.
Después se dijo que El Chicle llevaba un cuchillo en ese momento, pero nosotros no vimos ninguno. Yo tuve la suerte de hablar con la chica al día siguiente y ella llegó a estar entera dentro del maletero. Pensó que él le ponía algo como un cuchillo en la nunca. Pero no era un cuchillo, era una palanqueta. Claro, si el tío en el momento te dice: llevo un cuchillo, no te muevas, por qué no ibas a pensar que es verdad. Si está intentando meterte en el maletero…
Cuando ya estaba más tranquila, y antes de declarar ante la Guardia Civil, la llevaron al centro salud.
Al día siguiente, ella me contó más despacio lo que había sucedido. Cómo la había parado, cómo tenía la puerta del coche abierta, al acecho. Todo. Lo primero que le pidió fue el teléfono móvil. “Dame el móvil, dame el móvil, ¡que me des el móvil!”. El tío pensaba en eso, sabía que le buscaban y por eso le pedía el móvil. Ahora lo ves en frío, con perspectiva, y es porque sabía lo de Diana Quer.
No quería que localizasen el móvil en el mismo sitio que el ella esta vez. Ella llegó a estar casi dentro del coche pero nunca le dio el teléfono. Grabó un audio sin querer en el que se escuchaba lo que ocurría, los gritos, todo. Ese audio se lo mostró a la Guardia Civil y se escuchaba la voz de El Chicle.
"Ella es el héroe aquí"
El martes 26, Pedro y Adolfo fueron a la Policía Judicial a declarar por lo que había pasado la noche anterior. Les mostraron seis fotografías de seis hombres diferentes. Una de ellas era la de El Chicle, asesino confeso de Diana Quer.
Los agentes le preguntan si puede reconocer al hombre. Ellos le dicen que "cien por cien" no son capaces, pero que por los rasgos faciales -flequillo, ojos, dientes- tenía que ser él. Señalaron a Enrique Abuín Gey, 41 años, nacido en la parroquia de Asados, en Rianxo.
Pedro prosigue su relato.
Estas son las Navidades más raras de mi vida. Ahora que lo relacionan con un caso tan mediático como el de Diana Quer... Y dices: "Buff...". Es todo un shock. Para nosotros y para el pueblo. En frío, lo piensas y es verdad que se detuvo al asesino de Diana por eso que hicimos.
Pero la que más mérito tiene es la chica porque aguantó y resistió como nadie. Ella es el héroe aquí.