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Lo que más recordaban de él era la forma de sus dientes. Una jueza nacida en la parroquia de Asados (Rianxo), asomada al margen norte de la gallega Ría de Arousa, conversaba esta semana con una concejal del ayuntamiento del pueblo. Ambas susurran e intercambian impresiones acerca de un antiguo compañero del colegio. La magistrada y ese hombre, que hoy tiene 41 años, compartieron pupitre en la escuela pero con los años el destino no ha podido dibujarles caminos tan diferentes.
Ese hombre se llama José Enrique Abuín Gey, tiene 41 años, le apodan El Chicle y es el asesino confeso de la joven Diana Quer, cuyo cuerpo ha aparecido esta semana, 500 días después de que desapareciera cuando regresaba a su casa en mitad de la noche del verano de 2016. En el último recuerdo que la jueza tiene de él todavía están los dientes de conejo, la prominente dentadura, el único rasgo que al presunto delincuente le queda de los años de la infancia. "El año pasado por allí, cerca de la zona de la iglesia y del cementerio y estuvimos hablando. No fue una conversación muy larga: qué tal estás, cómo te va todo, qué bien entonces, a mí también me va bien, etc. Lo vi como siempre. Y mira ahora. Eso me hace pensar. Fíjate de un sitio tan pequeño como este, qué destinos tan distintos”, explica la magistrada.
Rianxo (11.295 habitantes) es hoy un pueblo abatido por la pena y la rabia. “La gente está muy quemada. Echan chispas, y es normal”, lamenta uno de los tres únicos taxistas que hay en el pueblo. Un lugar que siempre ha sido reclamo por su tranquilidad, por la paz que reina durante sus veranos, por las bondades del clima y por el paisaje casi onírico que ofrecen al turista las rías gallegas. Este pueblo se mira ahora a sí mismo con reparo y una cierta vergüenza. Y no hablan de otra cosa. Cuando la imagen de El Chicle, aquel vecino que le vendía las almejas de contrabando, aparece en la televisión de los bares todo el mundo se calla, escucha y agacha la cabeza.
No ha dejado de llover en toda la semana. Un ejemplo del sentir que ha germinado en el pueblo son las pintadas que han aparecido estos días en la casa que Abuín poseía a pocos minutos del almacén en el que arrojó el cadáver de Diana. La casa ya está marcada, como quien lleva un sambenito. Pese al temporal que azota la zona, varias personas se acercaron hace dos noches al domicilio del asesino confeso para decirle, escribiendo en blanco, sobre la pared verde que da a la carretera, lo que piensan de él. “Asesino, estás muerto”.
El Chicle ya era un tipo raro para sus vecinos y también para algunos de sus familiares. “Ese hijo de puta destruyó tres familias y ni siquiera pide disculpas a la de Diana”. La rabia no le permite pronunciarse de otro modo a uno de sus familiares más cercanos en la convdersación con EL ESPAÑOL.
El Chicle, o Chiquilín, como también le conocían sus vecinos, tenía una muy justificada fama de fanfarrón. Lo cuenta, en concreto, su sobrino:
-“Él era así, fachendoso. Decía que tenía de todo. Él sabía de todo. Y en realidad ni tenía ni sabía de nada. Era un bocachancla. Siempre queriendo quedar por encima tuya en todo y en realidad era un mierdas. Yo cuando tenía 16 años me enfrenté a él por una discusión familiar y escapaba. No tuvo cojones a levantarme la mano y eso que era mucho mayor que yo”.
La vida de este hombre, cuya personalidad variaba dependiendo de la persona que tuviera delante, podría estructurarse en tres actos bien diferenciados. El primero sería todo ese período de la infancia y adolescencia en la que, como dicen sus familiares y vecinos, “no tenía mal ninguno”. Después, su época como distribuidor de cocaína para el clan de Os Fanchos, los que mandaban y todavía tienen gran influencia en la comarca de O Barbanza.
La tercera es algo más difusa de definir. Todavía no se sabe con exactitud cuándo comenzó El Chicle a acometer sus oscuros propósitos. No se sabe todavía a cuántas jóvenes trató de raptar y asesinar. Lo que está claro es que su apellido y su apodo se quedan ya ligados, como tristemente sucede en múltiples ocasiones, al nombre de la mujer a la que asesinó.
Lo que sí se sabe de él es que -presuntamente- violó a su cuñada. Que trató de secuestrar el pasado 25 de diciembre a una joven en Boiro. Que no lo consiguió. Que la madrugada anterior abordó a tres chicas más. También se sabe que de pequeño era "chulo" y "gamberro" en clase. Que le pegaban. Que luego se convirtió en mariscador furtivo. Que se puso a descargar alijos de cocaína. Que le detuvieron. Que delató a su tío narcotraficante. Que le condenaron. Que era un fanfarrón. Que siguió haciendo de las suyas. Que raptó a Diana Quer y después de matarla la arrojó a un pozo atada con unas bridas. Que le pueden caer más de 30 años de cárcel. La autopsia determinará si la violó.
Esta es la reconstrucción de la vida de El Chicle.
1. "Un pringao" en el colegio
El Chicle fue al colegio en la única escuela que había en la parroquia de Asados. No era un joven que destacase por nada: no era un chaval conflictivo, que se metiera en líos. Era uno como cualquier otro. El único hecho diferencial es que le pegaban. “Mi hija fue con él al colegio cuando era pequeño. Él no tenía ningún problema en la cabeza, si acaso algo corto. No daba para más. Un animal un poco idiota. Y chulito”.
Durante ese tiempo, la gente le pegaba en el colegio. “Era así. Le pegaba todo el mundo. Tanto los chicos como las chicas”. Era “un pringao”. El que se llevaba las collejas, con quien todos se metían. “Para mí que siempre fue un chaval al que le faltó algo”, reflexiona otro vecino de la zona.
Su trato con las mujeres, incluso entonces, no era el mejor, el más adecuado. En su familia lo reconocen. “Ahora se ve que no. Pero él ya las trataba como si fueran inferiores”.
El apellido es muy conocido en la zona. Pocos hay en la parroquia de Asados cuya familia no tenga un Abuín. Y difícil es también hallar a alguien que no se gane el sueldo con su trabajo en el mar, la principal materia prima de la zona. Uno de ellos era el padre de El Chicle. Hombre trabajador, humilde, pasó más de media vida echando las redes. La madre, quien ahora le llama “monstruo asesino” entre lágrimas desconsoladas, también dedicó su tiempo a los manjares de las aguas gallegas. Trabajó toda su vida en empresas conserveras de la zona. Como ahora hacen sus hijas, las hermanas del asesino confeso de Diana Quer.
No queda muy claro en qué momento, pero fue en esta etapa de su vida en la que le endosaron el sobrenombre que ahora, por desgracia, abre las portadas de los periódicos y los informativos nacionales. Lo que sí se sabe es que tiene, al menos, una explicación. Abuín hablaba “como si tuviera todo el rato un chicle en la boca”. Chicle, chicle, chicle… Y desde entonces que le quedó.
Hay, sin embargo, diversidad de opiniones entre los vecinos del pueblo en cuanto a este seudónimo. Durante una etapa de su vida, José Enrique Abuín fue mecánico en un taller de coches. All, al principio se mostraba trabajador, participativo, voluntarioso. Al poco tiempo, acabó desapareciendo del lugar tras robar uno de los vehículos. Fue despedido al momento.
De esa etapa, comentan otros vecinos de la zona, proviene el apodo: “Era conocido también como Chiclé. Por el aparatito este que tienen algunos motores”. En algún momento, quién sabe cuando, el mote debió de perder la tilde. Esa sería la otra teoría del origen del nombre de un tipo a quien en Rianxo no quieren ahora ni mencionar.
2. El traficante chivato que delató a su tío, el narco
Es el año 1997 y Enrique Abuín Gey apenas pasa de la veintena. Lleva el pelo teñido de rubio platino. Dejó atrás el colegio y comenzó a realizar trabajos esporádicos. En su tiempo libre, comenzó a practicar una de esas rutinas que todavía mantiene a día de hoy. El marisqueo furtivo. “Iba de casa en casa, nos dejaba almejas, berberechos. Todos le dejábamos entrar sin problema”, explica una vecina de Asados, el lugar en el que nació El Chicle.
Mientras tanto, son años duros en la ría de Arousa. Pese al esfuerzo policial, los grandes y pequeños narcos gallegos campan a sus anchas contando con los favores de muchos en la zona. También en Rianxo, Boiro y alrededores. Hubo uno de esos clanes cuyo nombre no era hasta hoy especialmente conocido pero que llegaron a ser muy activos en el triángulo que forman Ribeira, Boiro y Rianxo, al norte, al otro lado de la ría. Se llamaban Os Fanchos y llegaron a mover cantidades cuyo valor ascendía a los tres millones y medio de euros en un solo año. Uno de los jefes de esta pequeña trama iba a jugar un papel importante en la vida del hoy asesino confeso: Rafael Rivas, uno de los líderes de Os Fanchos. Y algo más importante: su tío político.
Abuín vio en aquello dinero fácil y rápido. No dudó en alistarse a filas como un peón más del que servirse para descargar decenas de fardos en playas ignotas y roquedales escondidos que los narcos de la zona manejaban (y manejan) mejor que nadie. Aquel era un grupo pequeño pero importante. La Guardia Civil valoró con mucha fuerza la hipótesis de que este clan hubiera participado en una descarga de dos toneladas y media de cocaína organizada por David Pérez Lago, el hijastro del conocido narcotraficante Laureano Oubiña.
Fue en aquellos años, a principio de los 2000, cuando se casó con Rosario Rodríguez Fraga. La mujer, que sigue siendo su pareja, tenía 16 años. La suya es una familia sencilla procedente de Catoira, a diez minutos en coche de Rianxo, en la desembocadura del río Ulla. En ella todos se dedican a la industria de las conservas de productos del mar. Juntos tendrían una niña que ahora tiene diez años. La vida parecía tranquila. No sospechaban que desde entonces llegarían los problemas.
En casa de Rosario, son al menos cuatro hermanos: tres chicas y un chico. Rosario y una de ellas son gemelas. Su aspecto es casi idéntico al de la mujer de El Chicle. En el año 2005 El Chicle trató de violarla. La mujer contó en la denuncia cómo la llevó a un descampado y la agredió sexualmente. Denunció lo que le había ocurrido a manos de aquel hombre de dentadura prominente y cara enajenada.
Sin embargo, la presión de la familia, que nunca la creyó, llevó a la joven a retirar la denuncia. Nadie la apoyó dentro de la casa. Ni siquiera su madre y tampoco su hermana, que todavía hoy sigue con Enrique Abuín. El Chicle quedó libre de toda culpa, judicialmente hablando.
Pasaron más cosas aquellos años. Casi a la vez que aquello sucedía, El Chicle se compró una casa en la parroquia de Taragoña, a cinco minutos de la casa de sus padres, en la que nació. Ya desde ese momento se recuerda su fama de fanfarrón, de echado para adelante, “de tener mucho pico”. Fue por aquel entonces cuando cogió la costumbre de ver los partidos del Real Madrid en el bar Piñeiros, en Boiro, que tiene a quince minutos de casa.
Fueron años malos para Os Fanchos. En 2007, él y decenas de miembros del clan fueron detenidos en la Operación Piñata. La Guardia Civil encontró 17 kilos de cocaína escondidos en la casa de sus padres. Se las hizo pasar canutas. Después de que les atrapasen a todos, 'El Chicle' colaboró con las autoridades y delató a su tío con la esperanza de no acabar entre rejas. Pasó cuatro meses en prisión provisional y le cayeron más de dos años de cárcel que no ha cumplido todavía. Por el pueblo, debido a ese episodio y desde entonces, todos le llaman “chivato”.
Hay un detalle que todavía no ha salido a la luz sobre esta época suya y que se está investigando. Si perpetró más secuestros y asesinatos como el de Diana.
3. "Si lastimas a mi hija, acabaré con tu vida"
Desde que se alejó del clan de Os Fanchos, El Chicle comenzó a ponerse en forma. Se metió a hacer atletismo en un club del ayuntamiento de Moraña. Se puso también a hacer remo. Arrastraba todavía el pasado: le faltaba por cumplir dos años y medio de condena por la detención del año 2007.
Pasó el tiempo y llegó el 26 de agosto de 2016.
Para hacerse a la idea de la frialdad con la que actuó El Chicle, conviene apuntar un detalle que ocurrió el año pasado. En agosto de 2017, Enrique Abuín Gey se fue con su mujer y con su hija a las fiestas de A Pobra do Caramiñal. El año anterior también había estado, aunque había ido él solo en esa ocasión. Se cumplía un año desde que raptase y asesinase allí a Diana Quer. Esta es la tercera parte de su vida, el último año y medio, los 500 días desde que metió a la joven madrileña de 18 años en el maletero de su coche.
Según señala ahora el juez de Ribeira que lleva el caso, Abuín es un individuo con un potencial delictivo enorme, de “un altísimo riesgo”. Tanto él como la Guardia Civil están convencidos de que aquella noche de agosto de 2016 no fue la primera vez que actuó. Tampoco fue la última.
Abuín, dice el juez en su auto, asaltaba a las mujeres en lugares aislados, cuando estaban desprotegidas. Siempre jóvenes de edad cercana a los 18 años, morenas y de pelo largo. Trataba siempre de incomunicarlas y de dejarlas sin teléfono móvil. Siempre jóvenes desconocidas.
Es el caso de la chica a la que asaltó la semana pasada en Boiro, el día de Navidad. Sabía que estaba vigilado por los investigadores de la Guardia Civil. Aún así, decidió salir de casa. En esa ocasión le salió mal. Una lesión en el hombro que arrastraba desde el mes de septiembre, sumado a la heroica resistencia de la joven y la ayuda de dos chavales que acudieron a socorrerla hicieron que El Chicle tuviera que subirse al coche y perderse en la oscuridad de la noche. Sin embargo, los jóvenes se quedaron con la matrícula del vehículo.
El día de verano en que desapareció Diana Quer, Enrique Abuín Gey salió de su casa de Taragoña a las diez de la noche. Le dijo a su mujer que se iba a robar gasoil. Era una de las decenas de ocupaciones que él decía que tenía. Esa noche estuvo al menos cinco horas fuera. Lo contó su mujer a los investigadores tras derrumbarse ante ellos el pasado sábado, al día siguiente de que El Chicle fuera detenido. En esas cinco horas, Abuín perpetró uno de los crímenes que más han conmocionado a España en los últimos años.
Diana Quer desapareció sin dejar rastro de la noche a la mañana y durante muchos meses no hubo pruebas con las que señalar a nadie. No había noticias. No había datos. No había nada. Se señaló en base a rumores a su familia, a su madre, a su padre, a su hermana, a los gitanos feriantes de las fiestas de A Pobra, a sicarios… Ninguna de esas opciones fue la correcta. El asesino siempre estuvo a cinco minutos de distancia. Y también el cuerpo de Diana.
A las cinco de la mañana del 31 de diciembre, El Chicle condujo a los agentes de la Guardia Civil al lugar en el que había arrojado su cadáver. Era el mismo sitio en el que había crecido en medio de una familia sencilla y buena que ahora ya no le reconoce. Uno de sus sobrinos ejerce de altavoz de todos: "Es un asesino. Que se pudra en la cárcel para siempre. Por desgracia tenemos la misma sangre pero no tengo nada que ver con él".
Al poco de que a Diana pareciese que se la tragaba el océano, El Chicle comentó la desaparición de la joven con un vecino de la parroquia. Decía que al que hizo eso "había que colgarlo". Y así, el año y medio que siguió al crimen, José Enrique Abuín Gey prosiguió con su vida como si nada hubiera ocurrido, con absoluta frialdad: siguió yendo a correr, saliendo de fiesta, comiendo con la familia, sonriendo para las fotos, quedando con sus amigos... Todo lo que Diana nunca volvió a hacer.
Seis meses después de asesinar a Diana Quer, El Chicle colgó en su cuenta de Facebook una foto con el siguiente mensaje: “Mi hija siempre será mi pequeño ángel. Si la lastimas acabaré con tu vida".