Acaba de caer la noche. Isabel, vecina de Alcalá La Real (Jaén), se acerca caminando hasta la puerta de la casa de un hombre al que en el pueblo conocen como santo José, un septuagenario que obra milagros, dicen. La residencia del santero se encuentra en una calle estrecha de adoquines en el centro de Alcalá. Tiene dos alturas y un garaje. Desde afuera, nada místico.
Isabel se ha acercado hasta aquí porque quiere darle las gracias. Supuestamente, el santo José ha sanado el cáncer que una sobrina embarazada de la mujer tenía en la parte inferior de la boca. Pero una nota en el portón de la vivienda del taumaturgo invita a Isabel a volver otro día. “José hoy no visita. Perdonen las molestias”. Enero es tiempo de cosecha de la aceituna y eso, en tierra de olivos, resta tiempo hasta al más bendito. “Ay, qué pena”, dice la mujer, de unos 50 años. “Volveré mañana. ¡Le estoy tan agradecida por lo que ha hecho!”.
Isabel vive en una localidad enclavada en la sierra sur de Jaén, un territorio convertido por tradición, costumbres y creencias en la capital europea de la santería. Municipios como Alcalá la Real, Frailes, Noalejo, Martos o Valdepeñas de Jaén albergan santos, unos ya bajo tierra y otros aún con vida. A ellos acuden creyentes de todo el país, incluso extranjeros, en busca de amparo.
EL ESPAÑOL recorre esta tierra de supuestos milagros en la que miles de personas confían en santeros vivos y muertos. En Noalejo, el reportero visitará los restos del santo Custodio, un humilde hombre de campo que, según cuentan, sanaba enfermedades a través de masajes, con la saliva o incluso soplando. Su sepultura se ha convertido hoy en lugar de peregrinación para miles de personas. Los fines de semana llegan ríos de gente en autobuses para tumbarse junto a su lápida. Hay quien dice que una vez sanó a un niño inválido de la sierra de Cádiz tras visitar el cementerio en el que está enterrado.
A 37 kilómetros de allí, en Santa Ana, una pedanía de Alcalá la Real, abrirá las puertas de su casa Francisco, un anciano de 69 años. Dice ser santero. O curandero, como le quieran llamar. El hombre cuenta que hace dos décadas se le apareció la Virgen de Fátima. Desde entonces, sus manos tienen capacidades sanatorias que cualquier médico ya quisiera para sí.
Esta tradición de taumaturgos y creyentes en la sierra sur de Jaén, zona fronteriza con la provincia de Granada, ha provocado también la llegada a estos pueblos de supuestos santeros cubanos y africanos. Si los locales dicen no cobrar, y lo corroboran sus fieles, estos hacen su agosto con la desesperación de la gente. Hay alguno que asegura ser capaz de conectar con los muertos previo pago de 250 euros. María lleva dos meses intentando hablar con su hijo, que se suicidó hace años. Sigue sin conseguirlo.
La santa trinidad
Para llegar hasta Hoya del Salobral, una pedanía de Noalejo, hay que serpentear con el coche durante kilómetros por carreteras sin arcén y con cabras a ambos lados. Durante el trayecto, cruzarse con otro vehículo puede que ni suceda. De hecho, al reportero no le sucede.
En Hoya del Salobral hay censadas dos centenares de personas. Todas ellas coinciden: su vecino más ilustre fue Ángel Custodio Pérez Aranda, nacido el 8 de septiembre de 1885. Hijo de labradores y de carácter tímido, se casó con Adoración Álvarez. El matrimonio tuvo seis hijos.
Cuentan en Hoya de Salobral que de joven a Ángel Custodio le gustaba visitar a Luis Aceituno, al que en la zona se le conocía como santo Luisico. El hombre era un pastor que vivía en Cerezo Gordo, un cortijo a unos ocho kilómetros de esta pedanía. Luis Aceituno era célebre en la zona por su don de sanar y ayudar a todo aquel que acudía a verle.
Por aquellos años, Ángel Custodio visitaba al santo Luisico. Entre los lugareños era costumbre besar la mano de Luisico en señal de respeto. Pero con Custodio sucedía al revés: era el santo quien se la besaba a él. Aquel acto dejaba perplejas a las personas que lo veían. Luisico únicamente afirmaba: “Pronto se sabrá”.
En la actualidad, se considera a Luisico el primer hombre de la sierra sur de Jaén en recibir “la gracia” de Dios”, la cual decidió transferírsela a Ángel Custodio por su bondad. Años después, el santo Custodio haría lo mismo con el santo Manuel, natural de Los Chopos, una pedanía de Castillo de Locubín. Los tres, Luisico, Custodio y Manuel formaron una trilogía de milagros, relatos y devociones entre los habitantes de esta comarca serrana.
"Jaén aún no ha hecho ese cambio a la modernidad"
José Luis Anta, profesor de Antropología Social de la Universidad de Jaén, explica que la sierra sur de la provincia jiennense mantiene viva esa creencia en la santería debido a varios motivos. Este experto, que estudió el fenómeno hace años, asegura que "Jaén es la zona de Europa donde todo ha llegado más tarde, donde no se ha hecho ese cambio a la modernidad que supone acabar con conceptos o prácticas de lo irracional, y si se ha hecho, ha sido muy rápido".
Anta reconoce que dicha fe en supuestos taumaturgos se da en un territorio "convertido en una excepción a nivel nacional, sólo comparable a las creencias que se siguen manteniento en Galicia". El antropólogo sostiene que "la comarca alberga población muy mayor y empobrecida", dos factores que "facilitan" el mantenimiento del fenómeno.
El santo Custodio, el más venerado
Se cuenta que Ángel Custodio, elegido por el santo Luisico, recibió su don cuando tenía 25 años. “Pronto se sabrá”, decía. Y al final se supo. En Hoya del Salobral sus vecinos se saben su historia al dedillo. La leyenda dice que un día, estando en el campo, la Virgen María le anunció un terrible suceso. Cuando Custodio regresó a Hoya del Salobral se encontró su casa en llamas. En el incendio murió una de sus hijas. Desde entonces adquirió su don.
Poco después, en 1912 moría santo Luisico. Fue cuando la fama de Custodio traspasó los límites de la comarca. A su casa acudían personas aquejadas de todo tipo de males. Lo hacían desde otras provincias de Andalucía, e incluso de fuera de la región. Solía vérsele orando en una cueva o bebiendo agua de una fuente que él mismo bendijo.
Hoy, la casa en la que vivió el santo Custodio es lugar de peregrinación para sus devotos. Está casi al final de Hoya del Salobral. Dos de sus sobrinos, los únicos descendientes que siguen vivos, se encargan de abrirla al público todos los domingos.
Custodio, nombre en honor al santo
En esta pedanía de Noalejo reside Custodio Rosales, de 75 años. Es un hombre chaparro, enjuto, cuyos padres le pusieron el nombre en honor al santo. El anciano Custodio conoció en vida al santo Custodio. Dice que fue de joven. Cuenta que le ayudó cuando le tocó realizar el servicio militar. Custodio tenía mal los tendones de dos de sus dedos de la mano derecha y le costaba cargar peso o empuñar un arma. “No vas a ir a la mili. Pero si te obligan, estarás bien”, le dijo el santo.
Finalmente, Custodio hizo la mili, pero le mandaron de practicante al hospital general de Granada. “Estuve de lujo”, dice el hoy anciano, quien atribuye el hecho a la intermediación del santo y al instante rememora una de los supuestos pasajes de la vida del taumaturgo.
Cuenta que un médico que desconfiaba de sus presuntas sanaciones denunció al “tocado por la gracia de Dios”. El santo se vio obligado a pasar por la cárcel durante la Guerra Civil. Se dice que el día de su detención Custodio volvía del campo cuando una pareja de guardias civiles se presentaron a por él. El santo les pidió asearse y cambiarse de ropa. Los agentes se sentaron a esperarle. Cuando Custodio les dijo que estaba listo, los miembros de la Benemérita no podían levantarse de sus sillas.
El santo pasó dos meses en prisión. Cada mañana aparecía abierta la puerta de su celda. “Era un santo real, un hombre bueno y buen consejero”, dice el Custodio que sigue vivo. “Aquí, hasta su antigua casa, ha venido gente en silla de ruedas y se ha ido andando por su propio pie”, cuenta mientras sostiene un pequeño retrato del santo.
Richard, al que el santo Custodio hace levitar
El santo Custodio, que como su antecesor, Luisico, o su sucesor, Manuel, no están reconocidos como tal por el Vaticano, murió el 15 de agosto de 1961. La noticia de su fallecimiento se conoció rápidamente en los pueblos de alrededor. A su entierro asistieron multitud de personas que llevaron a hombros el ataúd desde su casa en Hoya del Salobral hasta Noalejo. El taumaturgo pidió que se le enterrase en Noalejo porque sus vecinos, precisamente, apenas creían en él.
Hoy, la tumba del santo es un atractivo turístico de Noalejo. Los restos de Custodio se encuentran en el cementerio de la localidad. Durante años, venía gente a tumbarse sobre su lápida. Le traían flores, le oraban y pedían para que les ayudara. En la actualidad, como tumbarse sobre ella ya es imposible debido a que una verja blanca rodea el sepulcro, la gente se recosta junto a él a un par de metros de distancia.
Richard es uno de ellos. Es un treintañero diabético desde niño. Dice que la enfermedad puede hacerle perder pronto la vista de su ojo izquierdo, pero que su devoción por el santo Custodio se la mantiene intacta.
Richard asegura que cuando pasa “por malos momentos” coge el coche, se acerca a Noalejo, entra el cementerio y se tumba junto a los restos de este obrador de milagros. En esa posición, cuenta que su cuerpo comienza a levitar. “Yo no lo noto, pero me levanto un palmo del suelo. Mi mujer lo ha visto. No miento”.
Consuelo, coja durante ocho meses, sanada en una noche
Si en vida el santo Custodio se quejaba de que los vecinos de Noalejo no creían en su poder de cura, ahora que está muerto hay quien desmiente esa teoría. Consuelo Duro es de esta localidad. Tiene 82 años. Camina por las calles del Noalejo con la agilidad de una quinceañera. Pero no siempre fue así, dice la anciana. “Este pueblo le quiere. Nunca ha dejado de hacerlo”.
A los 14 años, Consuelo sufrió una fuerte caída y se lastimó la rodilla derecha, que se le inflamó. Durante ocho meses estuvo coja. Los médicos a los que iba, cuenta la mujer, no sabían darle un remedio. Hasta que un día su abuelo la subió “a una bestia” (se trató de un burro) y la acercó hasta Hoya del Salobral por caminos de montaña, sinuosos, durante 10 kilómetros.
El santo la atendió, le puso una “especie de papeles en la rodilla” y le pidió que aquella noche, a su vuelta a casa, se metiera en la cama a descansar. “A la mañana siguiente”, dice Consuelo, “la hinchazón y el dolor bajaron. Mi hermana no se lo podía creer. A los pocos días ya estaba sanada”.
El negocio paralelo
Si en vida los santos Luisico o Custodio no aceptaban dinero a cambio de su ayuda, hoy hay quien hace negocio con su recuerdo. Rafael Cortés tiene un puesto a 20 metros de la puerta del cementerio. Vende velas, calendarios, estampas y tejas con el rostro del santo Custodio. Los domingos, con la llegada de los creyentes, hace su agosto. Las velas las vende a euro y medio. Las tejas, según el tamaño, pero la alguna tiene puesto el precio: cinco euros.
Al que llega de fuera, como al reportero, le suele contar un par de historias relacionadas con las “bondades” del taumaturgo. Rafael explica dos de ellas. Dice que una vez, hace ahora tres décadas, vino una abuela de Mallorca a dar gracias a la tumba del santo Custodio. El año anterior, la mujer había traído a su nieta, muda, y la niña al poco habló. “La tumbó junto a la tumba un rato y el santo obró el milagro”, dice Rafael.
El hombre, ya anciano, rememora otra supuesta sanación del santo Custodio. Cuenta que el verano pasado visitó el cementerio de Noalejo un matrimonio de Grazalema (Cádiz). Traía a su hijo, que apenas podía sostenerse en pie y caminar. Tras visitar la tumba del “divino”, el niño ya caminaba. Aquello sólo lo vio Rafael, dice. “Era un día entre semana, cuando menos gente viene. Hacía calor, mucho calor. Yo no me lo podía creer”.
Francisco, santo Martillo
Pero si muchos creyentes son fieles devotos de supuestos santos ya muertos, también hay quien confía en personas vivas que dicen estar tocadas por la mano de Dios. Francisco tiene 69 años. Vive en Santa Ana, una pedanía de Alcalá la Real situada a 4 kilómetros de su pueblo matriz. A este hombre se le conoce como el santo Martillo en la sierra sur de Jaén. Se debe al mote que heredó de su abuelo.
Francisco cuenta que hace 19 años, “casi 20”, se le apareció la Virgen de Fátima en el cortijo en el que vivía. Fue de madrugada. Vio una luz, un cielo azul. Se le paralizó la parte derecha de su cuerpo, tembló y un frío helador le recorrió por dentro. “Estuve 18 meses sin habla”, dice el hombre. Desde entonces, asegura, ayuda a la gente a sanarse.
Ahora recibe a sus creyentes en el cortijo en el que vive o en un pequeña ermita levantada con las donaciones de sus devotos. Los sienta en una silla, ora por ellos, los toca y los bendice. Francisco explica, sin ambages ni rubor, que en una ocasión sanó a una mujer que padecía cáncer de mama. “La mujer tenía fiebres altísima, estaba muy mal. Vino a verme y al poco se curó”.
Antes de despedirse, Francisco dice que tiene “prohibido tocar dinero”. Sólo acepta estampas, velas…
María, en manos de un santero cubano para contactar con su hijo muerto
La creencia existente en este rincón de España en torno a la santería ha provocado que supuestos curanderos y santeros cubanos y africanos se instalen en esta comarca del sur de Jaén en busca de negocio. En internet, en prensa local e incluso por las calles aparecen anuncios de maestros de budú o expertos en brujería con sede en Alcalá la Real, Jaén o Frailes.
María es de Alcalá la Real, el pueblo con la tasa más alta de suicidios del país: 26 por cada 100.000 habitantes. En España, la media es de 8,3 muertos. En realidad, la mujer no se llama María. Para acceder a la entrevista ha pedido que, a cambio, no se revele su verdadera identidad y que se den de forma inconcreta algunos de sus datos. Dice que ni siquiera su marido sabe lo que cuenta al reportero.
María perdió a uno de sus hijos hace unos años. Se suicidó en un olivo, como otros muchos aquí. Sentada a la mesa de una cafetería, mientras un toma un té verde, cuenta que desde hace dos meses, cada semana, va a la consulta de un santero cubano de Frailes que, supuestamente, le puede a ayudar a conectar con su hijo muerto.
“¿Estás ahí, hijo?”
María no ha conseguido “nada” en las ocho semanas que lleva acudiendo a la consulta. La mujer explica que el santero la sienta a una mesa en una habitación vacía y a oscuras. En ese momento le echa las cartas, enciende una vela blanca y ambos se agarran de la mano. “¿Estás ahí, hijo?”, le pide a María que pregunte en voz baja. “¿Estás ahí, hijo?”, repite la mujer como en un susurro.
María le paga 250 euros al mes al cubano que dice ayudarla. ¿No cree que está haciendo negocio con su dolor y su desesperación?, le pregunta el reportero. “No lo sé. Pero a una amiga le ayudó a hablar con su hijo”, responde la mujer. “¿Por qué no lo va a hacer conmigo?”.