Miguel espera el autobús con su familia en una calle cualquiera de Valencia. Un joven frena en seco, le abraza y grita: "¡Abuelo!". Cuando se va, una hija salta: "Papá, cuidado, mira a ver si llevas la cartera".
Lo recuerda media hora antes de su cita con el médico. Miguel se parte de risa: "Era un compañero de clase muy amigo mío. Trabaja repartiendo pizzas por las noches, luego le tengo que pegar codazos para que no se quede dormido. El tío tiene mucho mérito". Como ésta, Miguel Castillo (Liria, 1937), notario jubilado de 81 años, puede relatar mil anécdotas. Estudiante de tercero de Historia, el lunes que viene marchará a Verona armado con una beca Erasmus.
Lo de Miguel es volver a empezar. O puede que no. Porque, aunque lo que ahora toca ya fue vivido, le asalta de forma distinta, con arrugas en el rostro, pero con el corazón en primavera, a pesar de un infarto y un cuádruple bypass.
La filtración de su viaje a Italia le ha encumbrado en la facultad como ese estudiante que busca salas, ayudado por los conserjes, para conceder entrevistas. Él cuenta su segunda etapa universitaria como si nada, como si fuera tan cotidiano como empezar a estudiar a los 18. "Me jubilé a los 70 y estuve tres o cuatro años sesteando, de paseo... Hasta que sufrí el infarto. Aquello me hizo recapacitar. ¿Por qué iba a tener que estar esperando la sopa boba?".
En plena reflexión coincidió con un catedrático de su ahora facultad, Miguel Requena. De ahí surgió el arrojo y la matriculación en Historia. El año que viene será el último curso, al que pondrá broche con una tesis. "Me contaron que existía una modalidad para gente mayor. Vas a clase y tal, pero luego no te examinas. Yo me lo tomé como un desafío y elegí la universidad común. Claro, coincido con gente muchísimo más joven".
"También voy a la discoteca"
Esos "jóvenes" se han convertido en sus amigos. Aunque, cariñosamente, le llaman "abuelo", su relación es como la de cualquiera, salvando las limitaciones físicas de la edad. Cuando van a la discoteca, Miguel "participa menos" y se va antes; cuando toca manifestarse, Miguel no marcha, sino que va directo al punto de encuentro.
Probablemente sea el único socio octogenario del Palau de la Música y del Palau de les Arts que compagina Mozart, Verdi o Bach con los últimos éxitos reguetoneros. "A veces les digo que van a tener que acabar llevándome a casa a rastras", suelta una carcajada.
"Aprendo mucho de ellos. A grandes rasgos, están muy preocupados por las cosas que pasan. Voy a las protestas porque tienen razón en el 80% de los casos. Esta facultad, curiosamente, es una de las más reivindicativas, donde se gesta la mayoría de concentraciones", reseña.
Aunque Miguel profundiza menos en eso, son sus compañeros los que exprimen su condición, la del que camina con ellos habiendo sorteado los obstáculos que van apareciendo. "¿Qué te parece mi novia? ¿Cómo te cae? ¿Cómo se hace un testamento?". "¡Eso me lo preguntan porque saben que fui notario!", bromea.
"Haremos una buena paella a los nuevos amigos"
Miguel ya ha hecho las maletas. Le espera Verona, donde hace treinta años escuchó cantar a María Callas.
-Ya sabe lo que dicen de los Erasmus, ¿no? La fiesta, el alcohol, el sexo..
-Sí, sí, ya lo había oído. Yo me voy con mi mujer, que es un ángel, ella tiene 65, fue enfermera. Egoístamente, le pedí que me acompañara para cuidarme. Al principio, la idea le pareció un poco... Ahora está encantada.
De la conversación con Miguel se desprende que incluso pensó en alojarse en un colegio mayor: "Me acuerdo de que mi mujer me preguntaba a ver qué haríamos nosotros en una fiesta nocturna de pijamas... Vamos a ir a un hotel, pero ya tenemos fichado el apartamento donde viviremos, para que así puedan venir los hijos y los nietos. Pero, oye, eso no significa que no vaya a invitar a mis amigos de clase a casa, les haremos una buena paella".
El tonteo con el Barça
Miguel Castillo se describe "sociable", enamorado de "conocer" y "hacer amigos". Igual que en su primera vida universitaria.
-¿Cómo fue?
-Soy de un pueblo de Liria, hijo de agricultores. Fui premio extraordinario de bachillerato en el instituto. Cuando me matriculé en Derecho en la universidad de Valencia, me entró la tontería, me puse fanfarrón. Tonteé con varios equipos, se me daba bastante bien el fútbol. Suspendí todas.
-¿Qué le dijeron en casa?
-A mi padre le prometí que lo arreglaría en septiembre, pero me respondió que para mí no habría septiembre. Me puso a trabajar en el campo un año entero. Después me preguntó: "¿Qué prefieres? ¿El campo o estudiar?". Con mi orgullo mal entendido, elegí estudiar, pero para demostrar que me podía valer por mí mismo, me fui a Barcelona. Allí coincidí con gente de mucho más nivel económico que yo, pero tengo un grato recuerdo, me acogieron de maravilla. Canté en el Liceo con ropa que no era mía, para que te hagas una idea. Mi familia no tenía mucho dinero, fui enlazando becas...
En la ciudad condal, Miguel se sacaba un dinerillo jugando en el C.D Fabra i Coats, que luego se convertiría en el filial del Fútbol Club Barcelona. Militaban en Tercera, lo que hoy sería Segunda B, por no existir entonces esta categoría.
"Tengo que aprobar todas y hacer la tesis"
Ya licenciado y con éxito en las oposiciones, Miguel dio clases a futuros notarios: "Nunca cobré por ello porque a mí me formó un maestro que no quiso cobrarme". Su primera mujer, fallecida hace quince años, montó una farmacia cuando los dos volvieron juntos a Valencia. Miguel, alumno de Historia, volvió a casarse hace seis: "Es un ángel, mucho mejor persona que yo, mis hijas la quieren un montón".
-¿Qué hará el año que viene cuando se licencie?
-Primero tengo que aprobar todas y hacer la tesis. Me gustaría seguir vinculado a la facultad de algún modo. Profesor asociado... Si hace falta, sin cobrar.
Ese es Miguel Castillo, de 81 años, y con toda una vida por delante.