Apenas ha amanecido y ya empieza el trajín de los trabajadores en la entrada de la fábrica cordobesa de Pastas Gallo en El Carpio. Hace frío junto al Guadalquivir, visible casi desde la misma puerta por la que empiezan a desfilar coches y camiones. Al fondo, en lo que se intuye es el pueblo, se distingue imponente la torre de Garci Méndez, el origen en torno al que se crea este pequeño municipio de casas de piedra y economía sostenida en la industria agroalimentaria. Aunque hoy todas las miradas apuntan a los silos de la factoría de la que salen toneladas de macarrones, espirales o espaguetis. La familia Espona, los propietarios y fundadores, han decidido dejar Cataluña por la inseguridad que provoca el conato de independencia y trasladar la sede a este pueblo cordobés. Y una misma sensación invade a los vecinos: “Nos ha tocado la lotería”.
Las calles de El Carpio están vacías de jóvenes por la mañana. Sólo se ven algunos ancianos resguardándose en una céntrica panadería situada junto al ayuntamiento. El frío poco invita a salir a la calle sin un propósito concreto. Quienes trabajan se reparten, grosso modo, entre el campo y la fábrica de Pastas Gallo, inquilina desde mediados del siglo pasado en este municipio de casi 5.000 habitantes situado en la comarca del Alto Guadalquivir, a apenas 15 minutos en coche de la capital cordobesa.
“No hay familia que no tenga a alguien trabajando en Pastas Gallo”, explica rotunda María del Carmen Muñoz, de 63 años. Sus dos hijos viven de la multinacional. Ya jubilada, cuenta con orgullo que su padre tuvo mucho que ver en las primeras andanzas de la empresa en El Carpio. José Eugenio Muñoz, comercial de trigo en Écija, se convirtió en el único accionista de la compañía que no pertenecía a la familia de José Espona, el catalán por el que muchos carpeños se labraron un porvenir.
No recuerda Maricarmen el número exacto de acciones que llegó a tener su padre. Solo sabe que las vendió a los Espona cuando este falleció en 1987. Quizá por eso, o por los cuarenta años que estuvo al servicio de la compañía como administrativa en la fábrica de El Carpio, considera a Pastas Gallo como algo más que una empresa, que una marca. “Es algo mío, de mi familia, es mi vida”.
Empezó a los 18 años y se prejubiló a los 58. Duda, pero conjetura que pudo ser la primera mujer en trabajar en la fábrica, gracias a su padre, gerente de Pastas Alimenticias del Sur SA, uno de los primeros nombres de Pastas Gallo. Tras ella llegaron más. “El empaquetado demandaba mucha mano de obra y casi todas eran mujeres”, recuerda. “Aunque cargábamos y descargábamos camiones”, como cualquier hombre. “Se puede decir que me cambió la vida, me dio una oportunidad y gracias a ella la vida me ha ido bien”, zanja Maricarmen.
Pastas Gallo, una oportunidad para las mujeres de El Carpio
“Pastas Gallo facilitó el acceso de la mujer al mercado laboral en una época en la que eran los hombres los que llevaban el jornal a casa”, detalla la concejala de Turismo de El Carpio, Emma Fernández. “Carmeli, Mamen, Ana, Petri…” fueron de las primeras en conseguir una independencia económica. Eran los primeros años de los setenta, justo cuando Gallo se consolida como líder del mercado nacional.
La marca se anunciaba en televisión con un eslogan que da norte de la escasa penetración que sus preparados tenían en las despensas españolas: “Descubra la pasta con Pastas Gallo”. Reclamo que dio en los 80 título a un libro de cocina italiana editado por la compañía española. Para muchos fue la primera aproximación a los macarrones, espaguetis o espirales.
Después llegó la época de Sophia Loren y el eslogan “La buena pasta nunca cansa; y con Gallo, a triunfar”. Eran tiempos de exuberantes cardados, vajilla de mucho brillo y televisores en cuatro tercios. De la italiana fueron varios anuncios antes de que la sustituyera otra de las caras que más veces se repitió vinculada a la marca: Karlos Arguiñano, con pajarita, para no romper con el boato impuesto por la actriz.
Tras el cocinero volvieron a verse los rostros de mujeres Lydia Bosh, Ana Duato y Silvia Jato. Tras ellas, le llegó el turno a Carlos Herrera, Susana Griso y el cocinero Pepe Rodríguez Rey. Caras conocidas que, según explica la compañía han “avalado la calidad de los productos”.
La empresa fundada por José Espona cuando este solo tenía 20 años ya tenía repartidas fábricas por toda España. Desde Rubí, el imperio se expandió a Tarrasa, El Carpio, la Puebla de la Calzada, Madrid, Góngora, Ferrol, Vigo, Torrelavega, Málaga, Cádiz, Granada, Cartagena, Bailén, Palma de Mallorca y, por último, Calella y Granollers y Esparreguera.
Esa expansión empresarial tuvo impacto en la familia Montori, que abandonó Tarrasa de la mano de José Espona para instalarse en El Carpio. Ahí permanece cincuenta años después. “Mi padre era técnico molinero y lo hicieron gerente de la Semolería de El Carpio SA”, explica Juan Manuel Montori.
La familia se mudó a la misma fábrica, a un piso junto a la zona fabril. Allí nacieron los tres hijos menores del matrimonio entre Juan Manuel y Bonifacia, diez años menor que él. “A mi madre le costó adaptarse, de venir de una ciudad a un pueblo en mitad de la nada, viviendo aislados, escasos de comercios… se pegó un lote de llorar”, explica el segundo de una descendencia de cinco.
Una marca que se siente como propia
Juan Manuel siente como propia la marca. Dejó de vivir en la fábrica justo antes de casarse. Allí se granjeo la amistad de los empleados, unos 30 —nada que ver con los más de 300 actuales— y estrechó lazos con su padre, “un hombre serio, muy trabajador que no tenía horas para el trabajo”.
Su vivienda lindaba con la fábrica. No era raro verlo revisando la fábrica de noche. “Era tan fino en su oficio que cuando dormía, tenía hecho el oído a la fábrica; tanto es así, que si algo fallaba, cambiaba el sonido, se despertaba y acudía a la fábrica para ver si algún motor se había ido”, comenta su hijo, que estudió Económicas y acabó trabajando en la banca. Juan Manuel Montori vivió en la fábrica hasta que se jubiló. Gallo ya había cambiado el destino de su familia.
“Gracias a Gallo hemos tenido una vida buena, cómoda —concluye Montori—; en mi casa nunca faltó nada”.
El sentimiento de gratitud es extensible al resto de los habitantes de El Carpio. Todos sus vecinos conforman la historia de la compañía. También Blas Jiménez, agricultor como su padre. Gestiona unas 150 hectáreas en la campiña cordobesa y la mitad de sus tierras las dedica a cultivar trigo duro gracias a Pastas Gallo.
El trigo para harina no sirve para la elaboración de las pastas, que requiere un grano vítreo para la sémola, la base de los macarrones y otras variedades.
Esta especie de trigo llega a El Carpio gracias a Espona, que reunió a los agricultores y los incitó a que lo sembraran. “Era una variedad desconocida, aquí solo se sembraba el panificable”, apunta Blas. El cambió le pilló a su padre, que fue uno de los valientes que se animó y gozó de un trato muy bueno de parte de Espona, con cosechas muy buenas. “Trataban a los agricultores del pueblo muy bien”, afirma el carpeño, ingeniero técnico agrícola.
Blas explica que el trigo duro pide la pluviometría de los cereales de invierno, que llueva, y que en la primavera haga sol; también tierras ricas como las de la campiña de Córdoba.
Estabilidad para la empresa y para los vecinos
Toda su producción de trigo duro va a parar a Pastas Gallo. “Ya sembramos teniendo la certeza de que nuestra cosecha tendrá comprador y eso es una garantía”, explica Blas. “Y paga bien, a tiempo y por encima del mercado; da seguridad y estabilidad”. Él, como el resto de sus vecinos, espera que el cambio de sede de Productos Alimenticios Gallo dé estabilidad a quienes dependen de la empresa.
El Boletín Oficial del Registro Mercantil (Borme) confirmaba este miércoles la salida de Cataluña del grupo alimenticio, que factura al año 106,7 millones de euros y vende sus productos en más de 40 países. Un día antes ya se había registrado el cambio en la sede social de Comercial Gallo, que ingresa anualmente unos 200 millones de euros. Las dos empresas se mudan a El Carpio.
El Ayuntamiento de este pueblo cordobés ya se frota las manos. Sabe que será uno de los grandes beneficiarios de este hito. Suyo será el monto que se derive del Impuesto de Actividades Económicas, una cifra elevada, pero que todavía no ha calculado la alcaldesa, Desireé Benavides (PSOE).
—¿De verdad que no ha hecho los cálculos de lo que se quedaría en El Carpio a nivel tributario?
—No, [ríe] he sido muy prudente. No quiero hacerme contar con algo que luego no se cumpla. Pero ahora nos pondremos a hacerlos, porque habrá un beneficio fiscal. Y para el pueblo es muy bueno.
La alcaldesa explica que más allá de lo que le corresponda por la vía tributaria, El Carpio se beneficia de la presencia de Pastas Gallo en su municipio. Lo hacía antes de instalar su sede social, con donaciones a las asociaciones, hermandades, clubes deportivos y demás organismos; y lo hará ahora, mucho más, “por la promoción que supone el nombre del municipio aparezca en todos los paquetes de pasta”, apunta. “Nos sitúa en el mapa”.
Asegura la alcaldesa a EL ESPAÑOL que nunca pensó que con el runrún de la independencia en Cataluña pudiese acabar llevándose una multinacional a su municipio. “Creía que una empresa de esta envergadura no podría verse en esta situación de incertidumbre”, explica. Pero en los últimos meses, las conversaciones con los propietarios de la empresa, los cinco hijos de José Espona, apuntaban a eso.
“Han tratado de llevarlo todo con pies de plomo, porque no quieren que esta decisión sea revocable en el corto plazo”, confiesa la alcaldesa. “Se lo han pensado mucho. Yo les he pedido que no se vayan a los dos días y ellos me aseguran que no, que el traslado es una decisión firme”. Ahora El Carpio tiene una multinacional.
—Ha sido de las pocas que ha caído en Andalucía, ¿ha recibido alguna llamada de Susana Díaz?
—No, pero sí un mensaje de su gabinete mostrándome el interés de la presidenta de la Junta para hacernos una visita. A ver si le cuadra la agenda…
Una de tantas empresas que ya se han ido
Junto con Pastas Gallo este miércoles se confirmaba la salida de Cataluña de Fujifilm. La compañía japonesa de fotografía ha decidido cambiar la sede social de su sucursal en España a Getafe, en Madrid. La incertidumbre que se vive por la independencia ha provocado que más de 3.000 empresas se hayan mudado a otros puntos de España.
Desde Endesa a Donuts, pasando por Codorniù, la administración de lotería de Sort La Bruixa d’Or, Bimbo, Catalana Occidente, el Grupo Planeta, eDreams, Abertis, San Miguel, Aguas de Barcelona, Gas Natural Fenosa, Caixabank, Banco Sabadell, Arquia Banca, Banco Mediolanum, MRW, AXA Seguros, Grupo Zurich, Allianz Seguros, Argal, Stada o Radio Taxi Barcelona.
Muchas de ellas, como la propia Pastas Gallo, argumentan su decisión apelando a la inseguridad empresarial que genera el pulso independentista. “Eso me dijeron en una carta —detalla la alcaldesa—, en la que también me mostraban su voluntad de que esta decisión tuviese una repercusión positiva en la economía del municipio”.
En El Carpio prometen estabilidad a Pastas Gallo y a cuantas empresas de Cataluña quieran fijar su sede allí. “¡Tenemos un polígono industrial muy grande! Y con una ampliación prevista”, bromea —o no— la alcaldesa.
—¿Cómo se ve la independencia de Cataluña desde El Carpio?
—Lo lamento por los ciudadanos de Cataluña, que están viviendo una situación muy difícil y en la que el descrédito roza todos los sectores, pero cómo voy a decir que me parece mal que Pastas Gallo se afinque en El Carpio. Siempre digo lo mismo: “A río revuelto, ganancia de pescadores”.