Vanessa ha pasado 23 de sus 59 años entre rejas. Ha tenido varias novias en prisión. Esas relaciones siempre la obligaron a plantar cara a lo que ella llama “homofobia” de las instituciones penitenciarias de su país, Francia. Vanessa es lesbiana. En la cárcel, su orientación resultó ser un gran problema a la hora de tener una vida sexual activa. “Yo traté de hacer lo posible para que las cosas cambiaran, aunque no variaron mucho”, reconoce Vanessa a EL ESPAÑOL.
Tuvo hasta tres novias mientras cumplía condena. Eso quiere decir, también, que mantuvo relaciones sexuales en la cárcel, pese a tenerlo todo en contra. La falta de libertad, de intimidad y la vigilancia permanente no frenaron a esta mujer, que siempre reivindicó su sexualidad. El apetito sexual no tiene por qué desaparecer en las personas privadas de libertad.
Vanessa sufrió una infancia difícil. Es hija de una enfermera. “Mi madre era de clase media, pero yo viví con ella muy poco tiempo”, cuenta. De su padre no habla. Teniendo apenas tres años, entró en un internado, en el que pasó toda su niñez. “Hasta que me fugué con 15 años”, señala. “Con mi madre siempre tuve una relación difícil. Desde 1989 no tengo contacto con ella”, añade esta mujer nacida en París.
Un crimen pasional
Entró en la cárcel por primera vez siendo muy joven, en los años ochenta. Estaba recién entrada en la veintena. “Un crimen pasional. Así se llamaban entonces”, dice sobre la causa de su primer ingreso en prisión. Mató a su compañera sentimental en una fuerte discusión.
“Fue un horror”, recuerda. “Teníamos una relación muy conflictiva y, por desgracia, la maté en una pelea. Le clavé un cuchillo”, añade con pesar. Fue condenada a 18 años, de los cuales pasó 11 entre rejas. Después de purgar aquella condena en el centro penitenciario para mujeres de Rennes (oeste galo), esta parisina no estuvo en libertad mucho tiempo.
En libertad tras haber cumplido esos once años, no tardó en encontrar otra pareja. Pero, “por los mismos motivos”, acabó volviendo a prisión. “De nuevo, caí en una relación muy tensa, de esas que llaman patológicas”, cuenta Vanessa. Otra vez, otra pelea. “Tentativa de homicidio, no hubo muerte, pero era reincidente y fui condenada a 20 años. Pasé 15 ó 16 en prisión, ya no recuerdo”, explica esta mujer, que salió de la cárcel el pasado verano. Su voz está consumida porque ahora se dedica, entre otras actividades de voluntariado, a la iniciación a la lectura para niños de origen inmigrante. Una incapacidad le impide trabajar.
Su segundo ingreso en prisión le cambió la vida. “Tuve que hacer un trabajo psicológico profundo sobre mi personalidad. Tenía que corregir aquello que hacía que yo entrara en esos estados, en esas situaciones...”, manifiesta aludiendo a las trágicas peleas que explican sus casi cinco lustros encerrada. “Fue un trabajo enorme, me llegué a preguntar incluso si era homosexual”, abunda esta mujer. Ella siempre se ha definido como “mujer homosexual”. De hecho, encontró un acuerdo con un amigo cercano para poder tener sus dos hijas.
Sexualidad femenina, un tabú en prisión
En la cárcel, Vanessa cambió. Pero su orientación sexual fue siempre la misma. Por eso llegó a tener tres compañeras sentimentales en prisión. Eso, pese a las dificultades de tener una vida sexual activa en cárceles como la de Rennes. “Todo lo que tiene que ver con la sexualidad en prisión es un tabú. Pero en el caso de las mujeres lo es todavía más. No hay nada previsto en la normativa sobre una situación de pareja. La normativa habla de las mujeres, de la familia, pero no de la sexualidad, es muy triste”, comenta Vanessa.
Este extremo lo confirma a EL ESPAÑOL Myriam Joël, una socióloga parisina autora del libro La sexualité en prison de femmes. “En Francia, el ámbito de la prisión para las mujeres es más familiarista que otra cosa, un lugar de apoyo a la familia tradicional”, dice Jöel. Su libro, publicado en la editorial del prestigioso Instituto de Estudios Políticos de París es su tesis doctoral, realizada en la Universidad de Paris X, en Nanterre.
Jöel empleó cinco años de trabajo entrevistando a responsables penitenciarios, funcionarios de prisiones, voluntarios implicados en actividades con presos y varias decenas de prisioneras. Vanessa es una de ellas. Entre otras cosas, la investigadora preguntó a las presas qué les parecía el sistema de visitas vigente en España, que permite lo que se llaman “comunicaciones íntimas”.
Vis-à-vis íntimos, el ejemplo español
Así se refieren en la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias a la posibilidad de recibir visitas que mantienen los presidiarios sin permisos de salida para estar con sus parejas en habitaciones habilitadas con una cama y poco más. Ahí está garantizada la intimidad. Según el reglamento, estos vis-à-vis íntimos pueden tener lugar, como máximo, una vez al mes. Duran entre una y tres horas. Los presos que desarrollen una relación sentimental dentro de la cárcel también pueden beneficiarse de ellos.
“La persona presa tiene que solicitarlo y se le concede si se cumplen los requisitos que se piden para ello”, aclaran a EL ESPAÑOL desde la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias. “Ha de acreditarse que esas personas son pareja, demostrando que llevan un tiempo determinado en una relación”, abundan. Da igual si la relación es homosexual.
Ese sistema no existe en Francia. Vanessa lo sabe y por eso ve las cárceles españolas más avanzadas. “En Francia debería existir algo como lo que hay en España. Porque en las cárceles habría que incluir todos los aspectos de la vida humana, y la sexualidad es uno de ellos”, comenta Vanessa.
El sexo en una prisión sin visitas íntimas pasa por ser algo clandestino y casi siempre prohibido. Pero eso no quiere decir que no exista. Bien lo sabe Vanessa. Eso sí, se conoce poco sobre las formas que adopta la sexualidad en las cárceles de mujeres. “Nos ocupamos poco del estudio de este tema bajo el pretexto de que son pocas. Las mujeres representan un 4% de la población carcelaria, un 3,8%, para ser exactos”, precisa Joël.
Luchar por tener sexo en prisión
Su tesis doctoral es una rara avis en la sociología contemporánea. En ella se recogen testimonios como el de Vanessa, quien terminó enfrentada a las autoridades de la cárcel de mujeres de Rennes. Ella optó por manifestar abiertamente su homosexualidad ante vigilantes y funcionarios de prisiones.
“El problema en prisión es que no hay intimidad. Las vigilantes entran en las celdas sin llamar ni nada. Entran y punto”, cuenta Vanessa. Para ella, que casi reúne un cuarto de siglo en prisión, esa situación se hizo insostenible. Ella conviene en afirmar que “la sexualidad es como respirar, es algo de lo que una no se puede privar”. Por eso, una vez, estando con una de sus novias en prisión, fue a ver a las vigilantes con una petición muy clara:
“Por favor, estamos juntas, no vengan a verificar en seguida los barrotes porque voy a tener relaciones con mi novia”.
Las vigilantes no supieron qué responder. “Aquello las dejó un poco perturbadas, porque algo así es muy raro que ocurra. Pero es que, llegado un momento, uno tiene necesidad de intimidad”, explica. “Por eso les pedí que nos dejaran tranquilas un momento. Me vi obligada a decírselo”, añade. Su razonamiento consistía en argumentar que “lo que no está prohibido está autorizado”. “No está escrito en ninguna parte que algo así no pueda hacerse”, comenta. Y Vanessa lo hizo.
Es más, Vanessa consiguió estar con su pareja durante una temporada en la misma celda. “Les llegué a decir a los responsables: 'Si no nos ponéis juntas en una celda, me obligáis a hacer un atentado a la moral porque nos van a obligar a exponernos en público”, rememora. Ella reconoce que sus argumentos son “muy forzados”, pero no encontró otra vía en un “mundo cerrado como es la prisión”, según sus términos.
Ir de cara le costó más de un disgusto. Tener relaciones sexuales en la celda con otra prisionera puede verse como un “atentado contra la moral y las buenas costumbres”. A Vanessa le abrieron varios procesos disciplinarios. “Me hicieron la vida imposible, me retrasaban todos los plazos cuando pedía algo, pero bueno, salí reforzada”, asegura.
No contribuyó en su relación con las autoridades de la cárcel que pidiera tener acceso a una Unidad de Vida Familiar (UVF). Éstos los definen en el Ministerio de Justicia francés como “un apartamento de dos o tres habitaciones, separada de la detención, donde la persona presa puede recibir su visita en familia, en la intimidad”.
La homofobia como telón de fondo
En esa unidad se puede estar entre seis horas y tres días. “Se puede hacer vida familiar normal en ese tiempo”, asegura Joël, la socióloga. Muchas de sus entrevistadas sí reconocían que allí muchas presas se reencuentran con la sexualidad, al volver a estar con sus parejas en un espacio íntimo. Sin embargo, para Vanessa, la UVF nunca fue una solución. No porque ella no quisiera.
“Yo pedí tener acceso con mi pareja en prisión a un UVF. Pero me dijeron que no incluso después de la liberación de mi pareja. No quisieron, argumentando que mi pareja ya había sido presa”, cuenta Vanessa. “Yo les dije que aquello era homofobia”, añade.
La aversión a la homosexualidad abunda en las cárceles de mujeres. Vanessa señala a las autoridades, pero Joël recuerda que “si hay mucha homofobia, los agentes van a intervenir si hay demasiada porque la prisión también es un lugar protegido”. Lo cierto es que mucha de la homofobia que se vive en la cárcel viene dada por las características de la población entre rejas. La que describe Joël en su libro la componen mujeres procedentes de clases desfavorecidas, apegadas a una sexualidad tradicional.
“El discurso de numerosas detenidas estaba saturado de estereotipos negativos sobre la homosexualidad, me quedé estupefacta por la virulencia de algunos comentarios”, escribe Joël en su libro. “La mayoría era gente salida de la exclusión social. Sólo había algún caso representativo de la clase media y sólo encontré una persona de clase acomodada”, sostiene la autora de La sexualité en prison de femmes.
“La cárcel favorece la homosexualidad”
Sin embargo, para Vanessa, la cárcel es un lugar extremo donde “se favorece la homosexualidad”. “El sexo es una de esas necesidades fisiológicas que existen, especialmente en la gente que es muy joven, y en Francia no hay acceso a habitaciones para poder pasar tiempo con su pareja si ésta está fuera o dentro de la prisión”, recuerda. Ella habla de muchas chicas que conoció en la cárcel.
“En las mujeres también se crean esas relaciones homosexuales. Se crean por defecto. Es triste pero es así”, comenta Vanesa. “En un universo como la cárcel hay tal necesidad de afecto, más que de sexualidad, que se acaban dando este tipo de relaciones”, agrega. Hay mujeres que mantienen en la cárcel relaciones homosexuales, aun habiendo sido heterosexuales. “Para algunas mujeres, la prisión hace que se tambaleé su identidad sexual, acaban en una relación homosexual sin llegar a definirse como homosexuales”, confirma Joël.
La última novia que tuvo Vanessa vivió así su relación. “Ella no era homosexual, para mí no era nuevo, pero para ella sí”, explica. Esa relación duró tiempo después de la liberación de la que fue la compañera sentimental de Vanessa. “Seguí con ella, vino a verme, pero hace un año paré la relación, cada cuál había ido por su camino. Luego, ella encontró un hombre. Y ya está”, abunda Vanessa.
Cuando le llegó su turno de ser libre, Vanessa decidió quedarse a vivir en la ciudad de Rennes. “Es una ciudad pequeña, abarcable, universitaria y no está lejos de París, a una hora y media en tren”, comenta. “Estoy feliz por estar en libertad, pero es difícil vivir bien después de haber estado tanto tiempo en la cárcel. Tengo que aprenderlo todo de nuevo”, agrega.
Encontrar pareja no forma parte de sus prioridades. “Aunque me mantengo activa socialmente con varias actividades en grupo, soy alguien solitaria, me gusta la soledad. No tengo ganas de vivir con nadie”, asegura antes de alertar sobre los efectos de la cárcel. “La prisión te deja un poco rota. Yo soy fuerte, pero la prisión rompe muchas cosas”, concluye.