En sólo un puñado de años, algunos de los que hicieron suya la estatua de Serrat cuando la dictadura todavía fusilaba han arrimado el hombro para colocarla en la trinchera de enfrente. En fila, marciales, le han ido cambiando las etiquetas por el camino: de antifranquista a “fascista”, de profeta a “traidor, de "moderno" a "ceniza". Han pretendido arrimar su silueta al Gobierno del PP, que nada tiene que ver con él. Joan Manuel Serrat (Barcelona, 1943) es el ídolo caído de la república catalana de Puigdemont, que duró cuatro horas y 58 minutos. Si sale en TV3, planean el boicot. Si dice no a la independencia -como ha hecho repetidamente en los últimos meses- tratan de cerrarle la boca. A Serrat no le dejan bajar las escaleras como quiere ni ser Siux en lugar de séptimo de caballería.
Esta semana se han cumplido cincuenta años del “no” de Serrat a Eurovisión. Un episodio donde germina el manoseo del que, en uno y otro lado, es víctima el cantautor. Un buen momento para desentrañar sus ideas, incómodas porque no son blancas ni negras, malinterpretadas porque, se traguen o no, pocos las mastican. Que hablen, entonces, sus amigos y adversarios.
Era marzo de 1968. Televisión Española (TVE) eligió a aquel joven de 24 años para cantar en el festival. Serrat era lo suficientemente “progre” para que el franquismo transmitiera una imagen renovada, pero también lo suficientemente “formal” para no dar alas a la ruptura. Y, como recuerda Luis García Gil, biógrafo del catalán, todavía no llevaba melena. Porque el pelo a la altura del hombro en un varón siempre escoció demasiado a dictaduras de izquierda y derecha.
Eurovisión: en catalán o nada
Serrat, que apenas había grabado en castellano, dijo sí al ofrecimiento. Viajaría a Reino Unido para entonar el “La la la” fabricado por el Dúo Dinámico. Pero dos semanas antes de subir al escenario dijo que en catalán o nada. Por supuesto, TVE, y por ende Franco, respondió: “Nada”.
“En aquel momento, le representaba Lasso de la Vega, el mánager de hierro, volcado en dar alas a la carrera de Serrat. El error fue aceptar. Creo que se dio cuenta de que no iba a representar a España, sino a la televisión del régimen. Echó ese órdago a sabiendas de que la respuesta sería no”, discurre García Gil.
Massiel, que sustituyó al artista en el festival, saluda a este periódico: “¡Pensé que Serrat se había matado en un accidente de coche! Hice las maletas y viajé corriendo a Madrid”. “Conseguí que me enchufaran en un avión y llegué sola. No pude hacer promoción, me aprendí la canción a contrarreloj”. Y aún así, aquella chica de falda blanca y melena azabache ganó Eurovisión.
Serrat: “No hubo delito, sino dignidad”
Nueve años más tarde, 1977, Joan Manuel Serrat, explicó en una entrevista con Joaquín Soler Serrano -TVE- las razones de su maniobra. Atrás quedaban los titulares a quemarropa que le dispararon los periódicos y emisoras oficialistas. Aunque todavía era “Juan Manuel” en boca del presentador, pudo mencionar la “fuerte represión que sufría la cultura catalana”, en una flagrante “situación de inferioridad”. “No hubo delito, sino dignidad”. Un titular parecido al que ofreció, hace unos meses, tras explicar su “no” al proyecto separatista actual: “Prefiero pasar miedo a sentir vergüenza”. En 2012, le confesó a Julia Otero: “Lo que debía haber hecho es no haber aceptado la propuesta en un principio, pero una vez metido tenía que actuar en conciencia”.
Aquella decisión, evoca Karina, una de las aspirantes a sustituir a Serrat, tuvo mucho más impacto en el vulgo que en los círculos musicales: “Yo lo percibí como antifranquismo, y no como nacionalismo. Lo viví muy de cerca y recuerdo que pensé: 'Si no quiere ir, que no vaya'. No me pareció un capricho. Fue valiente”. La que representaría a España en Eurovisión tres años después describe cierto hermetismo en el círculo de la canción protesta y una “mirada por encima del hombro” respecto a los poperos: “Nosotros parecíamos de segunda división. De una manera u otra, todos peleábamos por una España más libre… Conmigo, Serrat fue distante, eso no significa que lo fuera con todo el mundo o que fuera maleducado, ni mucho menos”.
Boadella: “Serrat era considerado el menos comprometido con el catalanismo”
A Albert Boadella, que coincidió con Serrat en los círculos de lo subversivo, sí que le sorprendió la exigencia de Serrat a TVE: “Hasta ese momento no se había manifestado demasiado. En la Nova Canço era considerado el cantante comercial, el menos comprometido con las cuestiones catalanistas. Visto con distancia, imagino que quiso hacer un gesto precisamente para contrarrestar ese complejo”. García Gil puntualiza: “Ya entonces fue considerado un traidor por esa Cataluña purista. Una tontería. Él tuvo agallas contra Franco, cuando muchos de los que le criticaban se callaron”.
Los inicios de Joan Manuel Serrat fueron convulsos. Igual que sus días de hoy. Cincuenta años de sospechoso habitual. De tercera España. Poco antes de ser anunciado como cantante eurovisivo, había hecho sus primeros pinitos en castellano, lo que le convirtió en diana del catalanismo más acérrimo. Luego, con su no, le atizarían del otro lado. Y así, suma y sigue.
Del barrio obrero del Poble Sec, hijo de un trabajador de la compañía del gas y de una costurera mañosa, el primero catalán y la segunda aragonesa -de ahí su bilingüismo natural-, se matriculó en Ingeniería Técnica Agrícola cuando terminó el colegio. En aquellos años cogería una guitarra y se estrenaría en febrero de 1965 en Radio Barcelona, donde lo descubrió Salvador Escamilla. Con su Canço de matinada logró alzarse número uno en las listas nacionales.
Serrat fue vetado en la tele pública y objetivo del tribunal del orden público. Sobre su gira por toda España con el pianista Tete Montoliú, dijo: “Hasta el último momento no sabíamos si podríamos tocar”. Los últimos fusilamientos de Franco sacaron su vena más reivindicativa, lo que le granjeó un exilio mexicano de varios meses. A Chile, una de sus plazas predilectas, dejó de ir cuando el golpe de Pinochet acabó con la vida de Salvador Allende.
Serrat: “La independencia no va a hacer una Cataluña mejor”
El viaje al presente, de las horas de “matinada” a las crepusculares, no ha ofrecido demasiada calma a Serrat. Aunque más tarde y menos tajante que otros de su generación, ha ido rejoneando el proyecto secesionista conforme ha adquirido temperatura. Decía Baroja que el escritor tiene derecho a la sordera respecto al presente. Y así se lo reconoció a Jordi Évole el cantautor, aunque confesó no ser capaz de evadirse. Tachó el referéndum del 1-O de “feria de disparates” y acusó al Govern de “marginar a la oposición”. Sin amilanarse, esgrimió: “No creo que el independentismo vaya a hacer una Cataluña mejor”. Entonces volvió contra Serrat ese odio enconado, vestido de otra forma, pero el mismo que cuando empezó a cantar en castellano.
Aunque las ideas de Joan Manuel Serrat no acaban ahí, en el “no” a la ruptura, como pretenden los unionistas conservadores, conscientes de que con esos lemas se apropian de una figura relevante, imprescindible en la configuración de la opinión pública y publicada. Serrat también apuesta por un referéndum pactado, critica las cargas policiales del 1-O y lamenta el encarcelamiento de los líderes independentistas. Aunque no llega a hablar de “presos políticos”, probablemente porque sepa realmente lo que es un preso político. Él mismo pudo serlo de no haber dejado España cuando Franco ya agonizaba. El propio Serrat rogó que no se politizara su Mediterráneo para luchar contra las caceroladas separatistas.
Juan Marsé: “Serrat considera que cualquier veleidad independentista es ilegal”
Porque el manoseo de Serrat es por partida doble. Sólo posible a marchas forzadas, tragando sin masticar. Él ya se definió hace mucho tiempo, “palomo torcaz”, no se siente extraño en ningún lugar, donde haya lumbre y vino tiene su hogar y, para no olvidarse de lo que fue, su patria y su guitarra lleva consigo. Prefiere “las ventanas a las ventanillas”, “bailar a desfilar”.
Juan Marsé, además de pasar muchas tardes con Teresa, también las ha disfrutado con Serrat, como en los setenta, cuando fue guionista de una película titulada Mi profesora particular, donde actuó el cantautor. “Serrat ha sido siempre un hombre con sólidas convicciones y opina que España es un Estado de Derecho que vive en democracia después de casi cuarenta años de dictadura, dotado de una Constitución cuyas normas garantizan la libertad. Por tanto, considera que cualquier veleidad independentista es ilegal, y más cuando una minoría propone imponer una patria catalana que es pura fantasía”, relata el escritor a EL ESPAÑOL. Lo describe como alguien “lúcido, culto, divertido, poeta y solidario”. Menciona que ejerce “su pleno derecho a la libertad”. “Si eso le hace incómodo en algunos medios, en ciertas mentalidades de vía estrecha, no creo que le importe demasiado”, continúa. El premio Cervantes se despide: “La Cataluña que amamos tanto Serrat como yo, no ésta que intentan imponernos unos políticos ineptos, embusteros y ridículos, nunca lo considerará un traidor”.
Esos que le llaman “traidor”, los mismos que intentaron que un programa en TV3 acerca de él cayera en saco roto y luego vieron como era lo más visto de la cadena, razonan, más o menos, de la siguiente manera: ¿cómo un antifranquista que renunció a Eurovisión por no poder cantar en catalán y que ha sido el mayor propagandista de nuestra lengua al otro lado del charco se muestra ahora en contra de fundar una Cataluña independiente?
En la Cova del Drac
Josep María Espinàs, escritor vernáculo, bravo luchador contra el régimen y para muchos fundador de la Nova Canço, fue uno de los primeros en ver cantar a Serrat. Sucedió en la Cova del Drac, según Boadella, “un pequeño búnker, escondrijo etnográfico catalán, con capacidad para cincuenta afectos a la causa, al que había que descender por una única y estrecha escalera”. Siempre según Boadella, Espinàs dijo de Serrat: “¡Vaya lata! Este chico no tiene ningún futuro en la canción. No lo presentes en la segunda parte”. Espinàs, ahora 91 años, atiende a EL ESPAÑOL mientras escribe un artículo en su casa de Barcelona. Niega la versión del presidente de Tabarnia: “Es rotundamente falso”. No quiere decir mucho más, pero deja caer ese viraje atribuido a Serrat por miles de secesionistas: “Sería una dictadura obligar a la gente a ser como ha sido antes. Con los años que tengo, he visto muchos cambios”.
Boadella, que insiste en la versión comentada e incluso la ha dejado por escrito, ubica a Serrat en el PSC. “Hace años participamos juntos en algunos mítines de los socialistas. Cuando se pasaron al nacionalismo, yo abandoné la militancia y él continuó. Ha hecho lo propio del PSC. Después de avivar la hoguera del nacionalismo y de perder el apoyo de muchos electores han tenido que rectificar el desastre que han producido en la política catalana. Mejor tarde que nunca”, dice sobre el artista, al que cataloga como “hombre cálido y cariñoso, sensible y con mucho tirón popular”.
¿En medio y a salvo?
Bernat Dedéu, fílosofo, escritor y tertuliano habitual en Cataluña, no ve cambio de chaqueta en Serrat: “No ha engañado a nadie. El problema es que tendemos a analizar fenómenos del tardofranquismo y la Transición con el prisma del presente. Él siempre ha defendido esa España como nación de naciones, ese multiculturalismo… Ahora, la viabilidad de sus posiciones está en duda”.
Esa posición que menciona Dedéu permitió a Serrat “estar en medio y a salvo” durante muchos años, pero el órdago separatista ha volado por los aires los matices y ha obligado una dicotomía: a favor o en contra de la independencia. Ahí Serrat dice no, pero con muchos grises, los que le hacen víctima de una continua malinterpretación. Luis García Gil, que ha publicado un estudio poético de sus letras, lanza: “Se le ha escuchado mal. ¿Cómo iba a ser separatista en su día alguien que cantaba a Miguel Hernández y Antonio Machado? Su temprana universalidad rompió con la Nova Canço. Ya en 1983, Serrat dijo que prefería los caminos a las fronteras”.
La directora de cine Isabel Coixet, reciente Goya, fue galardonada junto a Serrat por la Comunidad de Madrid: “Es de las personas más sensatas y honestas que conozco. No me sorprendió su paso al frente. Es un artista libre. Cuando este maremágnum pase, seguirá actuando por todo el mundo y emocionando a la gente. Cada uno tiene que manifestarse cuando sienta y quiera hacerlo. ¡En esto no hay normas!”.
Y en esas está Joan Manuel Serrat. Quizá “harto de estar harto”, de que todos los locos anden con el mismo tema y le asalten en cada rueda de prensa con Cataluña en el punto de mira. Él insiste, se explica, recurre a los matices y vuelve a convertirse en esa estatua que unos y otros, amantes y detractores, alaban y odian casi siempre sin motivos.