Para Pedro Horrach (Sa Pobla, 1966), fumar sin que le persiga una cámara es sibaritismo, un lujo extraño. Durante ocho años, levantó una muralla de colillas en torno a los papeles del caso Nóos. Pitillo en boca, trabajó el paso rápido para escapar de los periodistas. Esta tarde, a orillas de la Puerta del Sol, enciende un cigarro y… “Venga, Pedro, tenemos que empezar, vamos muy justos de tiempo”, le apremia el gestor de su agenda. Dos caladas y para dentro.
La opinión pública encumbró a este hombre de traje oscuro y piel tostada cuando su labor como fiscal anticorrupción metió entre rejas por primera vez a un exministro del PP, Jaume Matas. Tiró del hilo y aparecieron los nombres de Iñaki Urdangarin y Cristina de Borbón. Defendió a la infanta a capa y espada. Se convirtió en villano. En este hotel a media tarde, avasallado por una carretera en obras, asegura que no le importa que le acusen de “defender” a la hermana del rey Felipe. Porque “esa es también la función de un fiscal si no encuentra indicios de culpabilidad”.
En la biblioteca que este establecimiento brinda a sus clientes, figura Los títeres de cachiporra, de Federico García Lorca. Un epíteto que ha acompañado el nombre de Pedro Horrach en varias portadas. Recién publicada su biografía por Ana Martínez Aguirre (Península, 2018), acepta las preguntas e invita a rectificar a quienes lo llaman marioneta. Reconoce haber sentido “alivio” con la sentencia del Supremo. En líneas generales, se muestra conforme con la absolución de la infanta, pero él hubiera condenado con más dureza a Urdangarin. Reitera que nunca recibió órdenes ni mensajes para salvar a la Casa Real y considera que el tiempo y los hechos le han dado la razón. Aunque Horrach ha dejado la fiscalía para trabajar como abogado, sigue echando humo con las críticas. Se mantiene en sus trece: la infanta ni hacía ni conocía.
¿Ha sentido la sentencia como una victoria?
No. La he sentido como un alivio. Han transcurrido ocho años desde que se inició el proceso. Por fin ha terminado.
Después de haber recibido tantas críticas por haber defendido a la infanta, ¿cree que la ratificación del Supremo le redime ante la opinión pública?
En ese sentido, sí. Aunque, en realidad, se trata de una reivindicación. Muchos medios de comunicación me han tratado como un títere en manos del Gobierno y de la Casa Real. Lo dije y lo repito ahora: las decisiones fueron exclusivamente mías. La única responsabilidad es mía. No hubo órdenes, mensajes ni sugerencias. El prejuicio es injusto, derivado de los medios. Esta sentencia sirve como reivindicación.
Se conforma con la absolución de la infanta, pero como fiscal pidió más años de cárcel para Iñaki Urdangarin.
Pedí 19 años. La condena de la Audiencia Provincial fue de seis y pico. Ahora, el Supremo ha incluido alguna rebaja. No lo comparto, pero en algún momento tiene que terminar el proceso. Lo dicho: no comparto el criterio, pero lo respeto.
A pesar de la sentencia del Supremo, todavía planea una sensación: Urdangarin podría librarse de la cárcel de algún modo.
La normalidad implicaría que Urdangarin recibiese el mandamiento de ingreso en prisión. Esto es lo lógico y lo que creo que va a ocurrir.
Le leo algunos de los adjetivos que le han arrojado: “Títere”, “marioneta del Estado”, “corrupto”, “hijo de puta”, “salvador de la soldado Cristina de Borbón”. ¿Qué siente?
Han sido muchos años recibiendo ese tipo de descalificaciones. Me acusan de un delito: no haber cumplido con mi labor para proteger a la Corona. Siento que ahora los hechos y el tiempo me han dado la razón. Los periodistas que me dedicaron algunos de esos calificativos no han rectificado.
Asegura que no le importa que le acusen de haber “defendido” a la infanta porque “acusar no es la única función de la Fiscalía”.
La Fiscalía tiene que defender la legalidad y los derechos de los ciudadanos. Entre esos derechos está postular la absolución cuando el fiscal no ve indicios de culpabilidad. No sólo ha pasado en este caso, pero en el resto nadie se llamaba Cristina de Borbón.
¿Ha hablado con la infanta una vez concluido el juicio?
No. Jamás he tenido trato con ella ni con Urdangarin más allá de encontrarnos por los pasillos de la audiencia mientras se celebraba el juicio.
¿Qué me dice de aquella fotografía en la que aparece reunido con los abogados de la infanta?
Igual que cuando me he sentado con el abogado de Jaume Matas o con los letrados de cualquiera de los imputados de este proceso.
¿Se sentó también con Manos Limpias -institución que ejerció la acusación particular contra la hermana del rey-?
Con Manos Limpias me he sentado muchas más veces que con los abogados de la infanta. Con diferencia.
¿Y el informe que publicó Interviú? Aquel texto parecía un manual de pasos a seguir para absolver a la infanta. Usted, en el libro, reconoce que “lo parece”, pero asegura que no lo es.
“Manual para salvar a la infanta” es el título periodístico. En realidad, era un informe interno que incluía una serie de reflexiones cuyo único destinatario fue el fiscal jefe de anticorrupción. Nada más. En manos de un periodista se transformó en el “manual” que usted menciona.
Entonces, ¿qué objetivo tenía ese informe?
Era interno. Explicaba cómo iba el proceso. Nada más.
Parecía una hoja de ruta.
No. Eran reflexiones acerca de mi posición procesal y del porqué de mi decisión de recurrir.
El libro de Pilar Urbano relaciona ese informe con una reunión mantenida entre Mariano Rajoy, el rey emérito y el ministro de Justicia. ¿Le consta que existiera esa reunión?
No tengo ni idea de si existió esa reunión. Si ocurrió, no me lo comunicaron. Es muy fácil decir que hubo una “reunión”. ¿Cuál es la fuente, quiénes se reunieron, de qué se trató? Me han llamado corrupto, pero no han explicado por qué. Se escucha mucho eso de “los aparatos del Estado defienden a la infanta”. ¿Quién, cómo, dónde, cuándo? En todo caso, nadie me ha dado una puñetera orden.
¿Usted preguntó por esa reunión?
A mí me lo preguntó Pilar Urbano, pero le dije que lo desconocía. No puedo andar trasladando seudoconspiraciones a otros. Me niego.
Un pequeño paréntesis. Ha criticado la inviolabilidad del rey.
No critico la inviolabilidad, sino el ámbito. Hay determinados hechos delictivos que no deberían estar bajo esa protección.
Sin ella, ¿habría declarado Juan Carlos I?
Sinceramente, no lo sé.
Ha insistido en varios de sus escritos en la diferencia entre los delitos y lo éticamente reprobable. Conoce bien el caso, ¿hay algo que moralmente deba reprocharse a la infanta?
Yo no soy nadie para decirlo. Ni antes como fiscal ni ahora como ciudadano. ¿Quién tiene autoridad moral para decir lo que es ético? Precisamente, me sorprendió la facilidad con la que se trasladó un análisis ético a un procedimiento judicial.
¿No puede opinar? Usted es uno de los que mejor conoce el caso.
No soy quien. Siempre me he intentado abstener de las opiniones éticas.
Para cerrar capítulo: ¿tiene la convicción de que la infanta es inocente?
Cuando no se puede probar la culpabilidad de alguien, es inocente. Con Cristina de Borbón hubo una inversión total del principio de presunción de inocencia. Se partió de una presunción de culpabilidad.
Se lo pregunto de otra manera. Si Ana, su mujer, hubiera montado un entramado al estilo Nóos, ¿usted se habría enterado?
Principio básico de derecho penal: conocer no significa participar. En el caso de Cristina de Borbón, ni siquiera se ha podido probar que conociera. He participado en cientos de procesos penales. Me gustaría que usted pudiese ver a través de mis ojos la cantidad de datos que son desconocidos por uno de los miembros de la pareja. Es el pan de cada día. Si esto era lo habitual, ¿cómo me va a sorprender en el caso de la infanta?
Durante la investigación, a medida que iba recabando todo lo que ocurría con el Instituto Nóos, ¿tampoco le sorprendió?
No me sorprendió. Los casos en los que esposas o maridos figuran como socios o administradores florero son inmensos. Cuando no se puede probar una participación efectiva del administrador formal, no se le imputa. La infanta ni siquiera era administradora, sino socia.
Cambio de tercio. Hablemos del juez Castro. Usted dice en el libro que la imputación de la infanta fue fruto de “muchas tardes de programas del corazón”. Esto supone acusar a Castro de no ser independiente -conviene reseñar que este juez y Horrach fueron uña y carne durante años, pero la imputación de la infanta resquebrajó su relación-.
A ver, a ver. Esa frase que usted refiere, aunque no con esos términos, la puse en un informe dirigido al juzgado. Todo eso lo he dicho de forma oficial. En este caso, han primado más las consideraciones mediáticas que otra cosa. Sí, creo que se tomaron decisiones muy condicionadas por los medios de comunicación. Pero no es la única vez.
Yo le pregunto por esa.
Si esto lo entiende como una acusación de prevaricación, entiéndalo como quiera. Yo lo llamo sesgo.
La palabra prevaricación la ha utilizado usted. Le digo que eso de “las tardes de programas del corazón” supone acusar a Castro de pervertir la independencia judicial.
Mire, la sentencia de la Audiencia Provincial, ahora ratificada por el Supremo, dice que la acusación de la infanta por parte de Manos Limpias fue temeraria. Si la acusación fue temeraria, el juez y la audiencia fueron temerarios al admitir la acusación. Es así. A ver si algún periodista razona un poco. Es muy fácil de leer. “La acusación popular fue temeraria”. No tenía base alguna.
En su biografía, se incluye el siguiente chiste. “A ver si imputamos a Letizia, que los pondrá verdes a todos. Así se acaba el juicio”. ¿La broma es suya?
Ocurrió con algunas personas durante la investigación, pero la broma no fue mía.
Sobre su actual etapa: trabaja como abogado. Conoce las debilidades del sistema. Sabe cuáles son las triquiñuelas que puede aprovechar para defender a quienes antes perseguía. El Estado ha invertido dinero en que usted –y el resto– sean fiscales eficaces contra la corrupción. Ha recibido críticas por pasarse al “lado oscuro”. ¿Las entiende?
¿Tengo que estar esclavizado toda la vida por haber aprobado una oposición? La aprobé con mi único esfuerzo, no con el del Estado. Trabajé unas horas que no me van a pagar nunca, durante unas vacaciones que no me van a pagar nunca. No somos monjes. El Estado no me ha sufragado nada, la oposición me la pagué yo. No me la regalaron. En mi nómina ponía ocho horas y yo metía catorce o dieciséis. Tampoco me han pagado la exposición mediática ni los insultos que he recibido. La excedencia es un derecho legítimo de los funcionarios.