Cuando José Luis Ábalos Meco (Torrent, Valencia, 1959) se prende del cine de la memoria y viaja hasta su “adolescencia revolucionaria”, encuentra a un chaval risueño, pitillo en boca y Mundo Obrero bajo el brazo. Si algún compañero de juerga en las Juventudes Comunistas le hubiera dicho que, cuarenta años después, sería ministro, se habría echado a reír.
La carrera del maestro de EGB que da barniz político al Gobierno técnico de Pedro Sánchez es inesperada si se colocan en el espejo los primeros veinte años de este hombre que ahora roza los sesenta. Pero si se bucea todavía más en el retrovisor... Sorpresa. Así lo reflejaron algunos rostros en la bancada del PP cuando Ábalos, presentador de la moción de censura, reveló ser nieto de un guardia civil. ¿Y si además hubiera contado que su padre, apodado Carbonerito, fue torero en plena guerra? Quizá de ahí la facilidad que mostró el socialista para rejonear y poner las banderillas al difunto presidente, Mariano Rajoy.
La biografía de los Ábalos Meco podría haber sido material de relato para los reportajes “a sangre y fuego” de Manuel Chaves Nogales. En la casa valenciana del secretario de Organización del PSOE, las fotografías en blanco y negro cubren las paredes como una enredadera.
El abuelo Julián, guardia civil en la revolución del 34
Por orden de ascendencia, el primero en aparecer es su abuelo materno, Julián Meco. El retrato que mejor se conserva muestra a un hombre uniformado en verde, de grueso bigote, apoyado en una silla y con la prensa del día en la mano. Zapatos negros y un tricornio bien calzado.
En agosto de 2017, los trabajadores de la concesionaria responsable de la seguridad del aeropuerto de Barcelona proclamaron una huelga indefinida. Rajoy empleó la Guardia Civil para “garantizar la protección” de los pasajeros, lo que Ábalos, visiblemente encendido, tachó de “esquirolaje”. Javier Maroto, vicesecretario del PP, cargó contra el ahora ministro y le acusó de desprestigiar a la Benemérita. El socialista, quizá con la fotografía en la cabeza, respondió: “Mi abuelo, guardia civil, falleció de una pulmonía contraída en servicio. He criticado al Gobierno, no a la Guardia Civil, y lo sabes”. Fue la primera vez que Ábalos, al que sus amigos definen como “reservado” en lo que tiene que ver con la familia, dejó entrever su origen militar. Su mensaje, no obstante, cayó en saco roto. Un usuario de Twitter le increpó: “Usted es un hijo de la gran puta, no tiene ni idea de quién es la Guardia Civil, imbécil”.
Pero Ábalos lo sabía de sobra. A su abuelo Julián, le contó su madre, se lo llevó por delante uno de los episodios más escabrosos del siglo XX: la revolución de 1934. Fue en octubre. La República estaba gobernada por la derecha. Companys proclamó un Estado independiente en Cataluña y los obreros se sublevaron borrachos de anarquismo en Asturias y otros puntos de España. En total, casi 2.000 muertos y cerca de 20.000 detenidos. Julián Mecos, destinado en Campo Real (Madrid), intervino junto a otros compañeros para sofocar la insurrección. Contrajo una pulmonía en pleno servicio y falleció. Dejó viuda y cuatro hijos, entre ellos la madre de José Luis.
Dos años más tarde, llegaría el Frente Popular. También el desprestigio de las fuerzas armadas, cada vez peor vistas por las agrupaciones de izquierdas que gobernaron entre febrero y julio del 36, cuando se sublevaron los generales golpistas. Según relata el entorno del ministro Ábalos a este diario, “la familia lo pasó mal”. Les estigmatizaron por el tricornio que, con orgullo, lució el abuelo Julián.
Las ilusión frustradas de Carbonerito, matador de toros
El final de la década de los treinta también fue peripecia para la familia paterna de José Luis. Heliodoro Ábalos, su padre, ya era por entonces Carbonerito. El nombre de faena le viene de su pueblo: Carboneras de Guadazaón, en Cuenca.
Carbonerito está enmarcado varias veces en el salón del ministro Ábalos. Unas fotografías que, junto a su familia, quizá se instalen en Madrid de forma definitiva. Hasta ahora a caballo entre Valencia y la capital, su nombramiento probablemente le exija achulaparse al completo.
Carbonerito posó en lo que parece un retrato profesional con una camisa de cuello duro y el pelo engominado. Nariz picuda y la ilusión del que quiere abrirse paso en los ruedos. Sin apenas un duro, su sonrisa es la del Juan Belmonte -salvando las distancias- que se sabe a punto de consolidarse torero. Carbonerito fue de aquellos niños valientes -o locos, según quién lo escriba- que se colaban en cualquier sitio con tal de dar unos pases. Daba igual la noche o la lluvia.
Igual que su suegro Julián o que el propio José Luis Ábalos de las Juventudes Comunistas en los setenta, Carbonerito se hubiera echado a reír si le hubiesen dicho que uno de sus hijos sería ministro. Este torero figura hasta en El Cossío, la enciclopedia taurina de más renombre. La referencia dice así: “Matador de novillos en funciones sin caballos y en plazas de pueblos. En 1934, toreó doce tardes; en 1935 no llegó a diez y en el siguiente no se dejó oír su nombre”. La segunda mitad del texto -la que atañe al 36-, probablemente por la ruina que supuso la guerra para los ejercicios de documentación, no es correcta. Con España partida en dos, Carbonerito fue torero “rojo”. Saltaba al ruedo en plena contienda y se ofrecía gratis para organizar corridas en favor de los republicanos. Fue su temporada al borde del éxito, pero también el prólogo al abismo.
El ministro Ábalos conserva varios carteles de aquellas ferias de balas y fuego. Uno es del 27 de septiembre de 1936. Se trata de un festival benéfico en favor de las milicias populares. Se celebró en la plaza de Cuenca y la ganadería fue López Cobo. El otro menciona el 4 de octubre del mismo año. En Villagarcía del Llano, también Cuenca, esta vez para ayudar a los hospitales de sangre. Las pocas reseñas que se conservan lo alaban como “valiente” y “prometedor”, pero llegado el franquismo Carbonerito no pudo volver a torear.
De novillero a fabricante de muñecas
En los días de posguerra y maletilla, Heliodoro Ábalos -tras quedar viudo- se casó en segundas nupcias con la madre de José Luis. En total, el torero tuvo siete hijas -tres de la primera mujer- y un sólo hijo, José Luis. Carbonerito, que con dolor volvió a ser Heliodoro, cerró una droguería que regentaba en el centro de Cuenca y, con la familia al completo, se mudó a Torrent, donde unos amigos les prestaron un piso. Allí nació, de forma circunstancial, José Luis. Tardarían poco en echar raíces en Valencia.
Quizá el capote no sea lo más llamativo del padre del ministro de Fomento. Para salir adelante, se recicló en artesano de muñecas de porcelana. La casa de los Ábalos Meco en Valencia fue al mismo tiempo taller. José Luis y sus hermanas se familiarizaron con el trabajo desde niños. En una entrevista con la revista Plaza, el político socialista contó que fue educado en una escuela de pago porque sus padres no querían constar entre quienes disfrutaban de los recursos del régimen. “Nos llegaban varias reclamaciones por impago (…) Mi única herencia fueron unos cuantos tomos de El Cossío”.
Así se fue apagando Heliodoro, muchas veces en el sofá, con la ilusión partida en la retina. “Por lo que me contaba José Luis, tengo la sensación de que su padre fue un hombre que nunca superó no haber podido dedicarse a los ruedos por culpa de la guerra”, relata en conversación con este periódico un buen amigo del ministro.
Ábalos compaginó el instituto con el trabajo en una tienda de souvenirs; y el COU, con una gestoría. Fue en ese momento cuando llegó la “adolescencia revolucionaria” -el adjetivo es suyo- y la afiliación al Partido Comunista, en el que permanecería hasta 1981, cuando viró hacia el PSOE. “La situación en casa no tenía que ser fácil. José Luis se casó muy joven y tuvo hijos prontísimo, con apenas veinte años. Me suena que, después de haberse mudado y haber empezado a trabajar, todavía tenía que llevar algo de sueldo a casa de sus padres”, explica alguien que coincidió con el ministro a principios de los ochenta.
Su nieto es más mayor que su hijo pequeño
Estudió Magisterio, ha contado en alguna entrevista, porque era la carrera “más breve” y él entonces “quería dedicarse a cambiar el mundo”. Con su primera esposa, Pilar, tuvo dos hijos. Después fue padre con otra mujer. Con Carolina, su pareja actual, volvió a serlo en dos ocasiones. El tiempo, que se estira como un chicle, le ha regalado esta rareza: su nieto es mayor que su hijo más pequeño.
En el plano financiero, su situación poco tenía que ver con la de ahora, que en resumidas cuentas es la siguiente: dos viviendas en Valencia y una muy pequeñita en Madrid -no alcanza los cuarenta metros cuadrados-, un par de locales comerciales también en la ciudad del Turia, un sueldo anual de 71.424 euros brutos, un todoterreno de segunda mano, alrededor de 240.000 euros pendientes de hipoteca y dos planes de pensiones -de 15.000 y 10.000 respectivamente-.
Para conocer al José Luis que todavía no era ni fontanero del partido, ni hombre de confianza del presidente del Gobierno, ni por supuesto ministro, conviene preguntar a sus primeros compañeros de trabajo en la política. Su primer jefe, el delegado del Gobierno en Valencia, Eugenio Burriel, lo define como “avispado y trabajador”. “Lo tuve de jefe de gabinete, aunque el puesto todavía no tenía ese nombre”, saluda a EL ESPAÑOL. Ofrece esta anécdota para resumir la “precariedad” de los medios que dispusieron: “Cuando había manifestaciones, muchos herederos del franquismo apostaban por cargar a la mínima. Como yo no me fiaba de algunos policías, mandaba allí a José Luis, que me llamaba desde una cabina y me contaba cómo estaba la situación”.
“Le costaba mucho madrugar”
Como virtudes le atribuye “escribir muy bien” y “ser eficaz en el papeleo”. Como defecto, se ríe: “Le costaba mucho madrugar. Nunca estaba cuando yo llegaba. En general, tengo buen recuerdo de José Luis. Fue leal”, se despide Burriel.
“¡Oye! ¡Pero es que nos quedábamos hasta tardísimo!”, sale en su defensa María Ángeles de Toro, secretaria del delegado del Gobierno y uña y carne con Ábalos durante aquellos años. “Aguantamos desde el 83 hasta el 87, tuvo mucho mérito. Eran jornadas maratonianas, apenas teníamos tiempo libre”, recuerda. “José Luis siempre estaba a buenas, era majísimo, me gustaba trabajar con él porque, a pesar del estrés, nunca perdía la buena cara”. ¿Y alguna anécdota? “Una vez se vistió muy elegante para ir a una recepción oficial. Se puso una chaqueta blanca y... le confundieron con un camarero. Cómo se reía al contármelo, éramos unos críos”, se despide María Ángeles desde Suiza -actualmente trabaja allí en la embajada española-.
De la delegación del Gobierno en Valencia, Ábalos pasó a la consejería de Trabajo de la Generalitat en calidad también de jefe de gabinete (1988-1991). Luego fue director de cooperación internacional en el Ejecutivo valenciano (1989-1992) hasta que entró como asesor del grupo socialista en el Ayuntamiento de Valencia (1992-1999). Estrenó el siglo XXI como concejal -hasta 2009- y también logró acta como diputado provincial. Su amplia trayectoria en el partido le ha labrado fama de “fontanero”, “aparatero” y “conspirador” entre sus detractores. Aunque siempre le ha tocado nadar a contracorriente. Primero contra el president Lerma, luego contra Bono -muy pocos apoyaron a Zapatero en Valencia- y después fiel al actual líder socialista cuando aquello era una batalla perdida.
Su trayectoria en Madrid va ligada a Pedro Sánchez. La confianza con el presidente del Gobierno quedó sellada cuando el todavía candidato en primarias a la secretaría general del partido recorría España en busca de votos. Si tocaba el Mediterráneo, se hospedaba en casa de Ábalos.
“Para ser ministro no hace falta más que una cosa: tener la confianza del presidente. José Luis la tiene. Jugó una batalla muy dura y resultó vencedor”, resume casi en forma de tuit un histórico del PSOE. “Ahora, al frente de Fomento, le toca hacer de rey mago. Se llevará bien con aquellos a los que dé y le miraran mal aquellos a los que quite. Es lo que le toca”. Por muy fea que se ponga la política, ni le perseguirá un toro ni se verá amenazado por un octubre revolucionario. Carbonerito y el abuelo Julián se acurrucan en el recuerdo.