Santiago de Compostela convertido en Villar del Río. Alberto Núñez Feijóo en lugar de Pepe Isbert. Un circunloquio a la altura de las circunstancias. Un rodeo berlanguiano -galleguizado- que no sufre colocado en el espejo de Bienvenido, Míster Marshall. El "como alcalde vuestro que soy os debo una explicación y esta explicación que os debo os la voy a dar como alcalde vuestro que soy..." ha sido, 65 años después, actualizado por el presidente gallego: "He alcanzado una conclusión y esta es mi conclusión".
Pero, ¿cuál? ¡Presidente, dispare! Que se acerca el telediario, las baterías se agotan y el abuelo, al otro lado de la pantalla, tiene que ir al baño. Feijóo, aunque ha llamado "compañeros" a los periodistas, ha sometido a la canallesca a un martirio taquigráfico sin precedentes. Los titulares se derramaban por las mesas de redacción: "Da un paso adelante...", "Renuncia a...". Y todos tenían razón. O ninguno la tenía. O...
Americana de sport, por lo que iba a sudar y hacer sudar, Alberto Núñez Feijóo se ha plantado ante una muralla de micrófonos poco después de las ocho de la tarde. Ha empezado patadón arriba, presumiendo de su botín electoral, esa mayoría absoluta que para el PP es hoy un oasis en el desierto.
Ahí estaba, Feijóo, en plan Chuck Norris. ¿Y todo esto para decir que se presenta? Ha cogido aire, ha bebido de un vaso de agua que, seguro, alguien llenaba de extranjis. Porque no podía haber tanto líquido ahí dentro. ¡¡¡Y!!!... nada. Que si Pedro Sánchez se ha aliado con Fulano, que si el momento es muy importante para el PP, que si en el pasillo se había cruzado con no sé quién y le había avisado de que no iba a hacer declaraciones...
Un minuto tras otro, el presidente de Galicia ha rendido honor al tópico, como aquel personaje de Airbag que, antes de liarse a tiros, decía: "Lo mismo te digo una cosa que te digo la otra". Quizá Rajoy, con los pies mojados en el puerto pesquero de Santa Pola tras un día de duro papeleo, haya pensado: "¡Pero si lo mío de que 'es el vecino el que elige al alcalde y es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde' es agua cristalina!". Y Rajoy tiene razón.
Para más inri, Feijóo ha elegido la palabra "lustros" cuando su discurso empezaba a ser como ese chupito que avisa de que la noche se va a torcer. Una palabra que casi nadie emplea por ser difícil de digerir, como un torrezno a la hora del desayuno. Aunque ahí estaba ese vaso de agua alumbrado en el infinito, dispuesto a prolongar la agonía hasta el aburrimiento absoluto. Hasta Pablo Casado y García Margallo, candidatos, habrán aparcado la copa y el puro muertos de aburrimiento.
Pero ahí estaba Feijóo, amagando como el delantero al borde del área que, después de enseñar el disparo tres o cuatro veces, se tropieza y pierde el cuero. "En apenas días de vida...". Sí, días de vida, y esto no es una licencia literaria o periodística. Lo ha dicho el líder del PP gallego, igual que empleó "lustros" o dio vueltas con el "he alcanzado una conclusión y esta es mi conclusión".
Durante el tercer trago de agua, el público ha roto a aplaudir. "Esto lo ha producido Netflix", tuiteaban los Spielberg de los memes. Una ovación difícil de describir: ¿apoyo de los suyos o la risa de algunos presentes? Don Ramón María del Valle Inclán, enterrado en el cementerio de Boisaca, también en Santiago, se revolvía en la tumba y agitaba hasta el brazo que le falta: "¡Un paisano me ha robado la licencia del esperpento!".
Hasta que Feijóo, apiadado de su propia lengua, lo ha soltado: "No puedo fallar a los gallegos, también sería fallarme a mí mismo". Ahí estaba la noticia, pero oigan, no tan clara. Después podía haber añadido: "Y para defender a los gallegos voy a optar al liderazgo nacional del partido". Pero, claro, comparada esta frase con la biblia de naderías precedente, ha salido el sol en Galicia: "¡No se presenta!".
Alguno se daba la media vuelta en ese instante, pero qué va: Feijóo ha seguido hablando, predicando como Isbert en el balcón de Villar del Río, que no callaba ni cuando lo agarraban por la espalda. Aunque parezca increíble, el político popular -capaz de aburrir a cualquier pueblo- se ha alejado de los micrófonos por su propio pie. No sin antes disfrazarse de aquel personaje de José Mota, que se despedía a las dos porque al día siguiente madrugaba y, horas más tarde, seguía diciendo adiós: "Ya perdonarás, me voy así un poco a la francesa, que son las ocho y mañana me levanto a las siete". Exactamente lo mismo, sólo que a la gallega.