José Antonio Romao mantiene su vivienda casi en penumbra. Mientras le visita el reportero, la única luz que hay en el comedor de su casa en Archena (Murcia) es la que se desprende de la pantalla del televisor. “Me molesta mucho la claridad en los ojos desde que sucedió aquello”, dice este hombre, un camionero portugués de 52 años que emigró a España en 2002.
El hombre lleva cubierto con gasas y vendas el cuello, la zona derecha del pecho y la espalda, y algunas partes de la cabeza. Su mujer, una brasileña un año mayor que él, está acusada de rociarle sosa caústica mezclada con agua caliente por el cuerpo. Sucedió la madrugada del 15 de mayo de este año. En ese momento, José Antonio dormía porque a la mañana siguiente tenía que levantarse temprano para ir a trabajar.
La Guardia Civil detuvo a Deijanira esa misma noche. Luego, ingresó en prisión. Desde entonces, no ha salido de la cárcel murciana de Campos del Río. Durante la instrucción ha insistido ante el juez en que es inocente. Que todo se trató de un accidente. José Antonio lo niega. “Es mentira. Tras rociarme el ácido, me dijo: ‘Ahora sí que vas a estar guapo para que te vean tus amiguitas’.
En 2002, Portugal sufría una dura crisis económica. Miles de personas estaban en paro. José Antonio Romao era una de ellas. Decidió buscarse la vida en Murcia. Al poco de llegar encontró un trabajo como camionero en la ruta internacional. En el país luso se quedó Deijanira, la mujer de origen brasileño a la que había conocido poco antes de emigrar a España. Cuatro años después, la mujer de José Antonio viajó hasta Archena para empezar una vida juntos.
José Antonio dice que la agresión de Deijanira se debió a “sus celos absolutamente enfermizos”. Cuenta que “aunque nunca le gustó que hablara con mujeres”, la relación entre ambos empeoró hace dos años. “Dejé la ruta internacional y mi sueldo ya no era el mismo. Yo empecé a pasar más tiempo en casa. Comenzaron las discusiones por todo. Le molestaba todo de mí: el pueblo en el que tengo esta casa, mi trabajo… Todo”.
Este camionero portugués se reconoce como un “hombre maltratado”, aunque, en cierto modo, asumirlo le causa “bochorno”. “No es fácil. Me da vergüenza admitirlo. Pero es así”, afirma.
José Antonio explica que su ya antigua pareja le pegó por primera vez hace cerca de cuatro meses. Fue un sábado de febrero, mientras él dormía la siesta. En un momento de la tarde, sonó el teléfono móvil de José Antonio. Le acababa de llegar un mensaje. Deijanira lo leyó. "Siempre me revisaba todas las conversaciones", afirma.
Según José Antonio, quien le escribió era una amiga que se lamentaba porque él no había podido participar en una recogida de alimentos para personas necesitadas. “Me pegó puñetazos y también con una rama de árbol seca y gruesa que yo antes me llevaba al camión cuando dormía por la carretera”.
Una relación "rota"
Aquel día, José Antonio supo que su relación con Deijanira estaba “rota”. Dice que él entendió en ese momento que debía separarse de ella. Y se lo explicó. Pero la mujer se negó en rotundo, cuenta él. “Me dijo que ya no la quería porque ahora estaba gorda y vieja. Yo le quise hacer entender que era porque las discusiones eran continuas. Ella decía que íbamos a tirar a a basura 14 años de vida juntos”.
Sin embargo, José Antonio, según explica, decidió aguantar unas semanas más. Pero nada cambió. Cuenta que cuando salía por la calle solía llevar la cabeza gacha para no tener que saludar a nadie. Dice que si alguna vez hablaba en presencia de Deijanira con una dependienta de una frutería o una pescadería, luego ella le decía: ‘¿Qué, te has acostado con ella? Reconócelo, anda’.
José Antonio le contó a varios amigos el problema que tenía en casa. Ellos se alarmaron y le aconsejaron dejar a su mujer. También se sinceró ante su jefe, quien le ofreció ayuda económica para dejar el adosado que compró a las afueras de Archena e instalarse en un piso de alquiler. “No es fácil abrirse al resto. Parece que no hay hombres maltratados, pero ¡y tanto que los hay!”.
El 14 de mayo, Deijanira encontró en el coche de su marido algunos papeles con varias direcciones y algunos teléfonos. Eran de dos pisos de alquiler a los que había llamado para interesarse por el precio y el contacto de una asociación de hombres maltratados en Murcia. “Entró en cólera cuando los vio”, recuerda José Antonio.
Esa noche, José Antonio y Deijanira tuvieron una “fuerte discusión”. José Antonio quiso zanjarla y se marchó a dormir sobre la medianoche. Ella, poco después, subió a la primera planta, se acercó a la cama y, según las palabras de su marido, le preguntó: ‘Al final ¿te quieres ir? ¿Te quieres divorciar?’. José Antonio le respondió que sí y que ya hablarían al día siguiente porque necesitaba descansar.
"La cara me quemaba"
Sobre las tres de la madrugada del martes 15 de mayo -José Antonio supo la hora a posteriori- Deijanira le roció sosa cáustica a su marido, que dormía solo en la cama recostado sobre su lado izquierdo y dejando al descubierto la parte derecha del torso.
De repente, José Antonio notó “un calor ardiente y un líquido viscoso” recorriéndole el pecho, la espalda, las manos, el cuello, la lengua y la boca. “ La cara me quemaba, la piel se desprendía y sangraba. Me ahogaba porque se me hincharon los labios y la lengua”, rememora la víctima este miércoles para EL ESPAÑOL.
José Antonio intentó llegar al baño para echarse agua en el cuerpo. Ella, según dice él, le habría impedido el acceso. José Antonio apenas veía. Deijanira, mientras, le habría dicho: '¡Ahora ya estás guapo para que te vean tus amigas', insiste él.
El camionero portugués se lanzó al suelo. Temía que lo tirara por las escaleras. Poco a poco, logró bajar a la planta inferior de su casa sin que su mujer le dejara de pegar puñetazos. Cuenta que gritaba para que los vecinos llamasen a la Guardia Civil, que tardó alrededor de 15 minutos en presentarse en su domicilio. Cuando los agentes tocaron a la puerta, Deijanira, según su marido, decía en voz alta: ‘No pasa nada. Está borracho’. Pero José Antonio siguió pidiendo ayuda y logró abrir.
"Si me llego a defender, ahora yo estaría en la cárcel"
Tras salvarlo de lo que a su juicio “era una muerte segura”, José Antonio ingresó en la UCI de un hospital murciano. Los médicos lo entubaron durante día y medio. Temían que el ácido le llegara a la tráquea por haberle entrado a través de la boca. “Por suerte no fue así”, dice. “Temieron por mi vida”.
Ahora, un mes después de la agresión, Deijanira sigue en prisión y José Antonio ha vuelto a la casa que un día compartieron. Apenas tiene visión en el ojo izquierdo y ha perdido el oído de ese mismo lateral de la cabeza debido a que el ácido le perforó el tímpano. Los galenos le extrajeron piel del muslo de su pierna derecha para recomponer parte de su espalda y del cuero cabelludo debido a las severas quemaduras de distinto grado que presentaba.
José Antonio teme que su mujer salga de prisión. Dice que se vengaría porque es una “mujer rencorosa”. Ahora, lejos de ella, este hombre maltratado reflexiona en voz alta sobre la relación, a su juicio desigual, entre hombres y mujeres ante la ley: “Si me llego a defender, le pego dos puñetazos y la dejo en el suelo tirada, hoy no estaría en este sofá desde el que te hablo. Yo estaría en la cárcel y ella en la calle”.
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