Pepe Barahona Fernando Ruso

José Antonio Sánchez Paz, el cabo Paz, llora cuando habla de la Legión. “Es lo más grande que me ha pasado en la vida”, insiste en voz baja y entrecortada, casi susurrada.

Su cuerpo, ahora escuálido y huesudo, ya no recuerda al del legionario vigoroso y nervioso que fue hace cuatro décadas. Tiene 60 años y se ahoga en las frases largas. Por eso desmenuza sus conversaciones en pequeñas exhalaciones a modo de sentencias.

“Ser legionario es el mayor honor —respira hondo—, al menos para mí; es ser una persona muy capacitada, que vale para muchas cosas —inspira—; y no sé por qué cuando dejamos de interesar, cuando ya nos han usado —toma aire—, nos ignoran, nos olvidan”.

El cabo Paz explica que en la Legión hay un dicho: “Lo imposible lo hacemos al momento; los milagros también, pero tardamos un poquito más”. En su caso, lo imposible es sobrevivir con una exigua paga de 360 euros al mes, una pensión por su enfermedad. El milagro, haber salido de la calle y vivir bajo techo en una casa que comparte con otros ocho legionarios auspiciados por la Fundación Tercio de Extranjeros.

“Que vengan los problemas, que aquí estamos”, sentencia con propósito férreo y ánimo desvencijado quien sirvió en la Segunda Bandera de la Legión y a punto estuvo de intervenir con otros legionarios en el que fue el Sáhara español cuando la Marcha Verde. “Pero Franco —apunta decepcionado José Antonio— no dio la orden y lo entregó a Marruecos”.

Los legionarios olvidados por España

Poco después de la quimérica intervención en el Sáhara Occidental, José Antonio se vio obligado a dejar la Legión por culpa de unas varices que le hicieron pasar en más de una ocasión por el quirófano. “Me dijeron que no era apto —respira—. Cosa normal, porque al Ejército no se va a jugar”. Su vida castrense se limitó a cinco años. “Quise hacer carrera militar, pero…”. En ese punto y seguido empezó su batalla.

Varios años de albergues y noches a la intemperie después, el cabo retirado Paz cura sus heridas desde hace dos años en una casa de dos plantas en el centro de Málaga. Las piernas siguen doliendo y la respiración cuesta, pero por lo menos no tiene que hacer uso de la tienda de campaña y la bombona de camping gas que todavía guarda por si las cosas vienen mal dadas.

“Sé que ellos no me van a fallar. En todo lo que me ha pasado, la Legión siempre ha estado a mi lado. No tengo ninguna queja, todo lo contrario —se emociona—; es mi mejor aliada, lo mejor que me ha pasado”.

A José Antonio se le saltan las lágrimas. “Vaya —se disculpa secándoselas con su flaco brazo de venas marcadas y tatuajes descoloridos—, sabía que no tenía que hablar”.

Los ‘heridos con zarpas de fiera’

La casa que José Antonio comparte con ocho antiguos caballeros legionarios en Málaga es el último recurso para quienes pertenecieron a la Legión y que tras su servicio no encuentran su sitio en la vida civil.

Detrás de esta iniciativa está la Fundación Tercio de Extranjeros, creada en el año 2009 a iniciativa del coronel y abogado Juan Antonio Díaz Díaz, recientemente jubilado y presidente de la misma.

Sede de la Fundación Tercio de Extranjeros en el centro de Málaga. En la imagen aparece su fundador, el coronel y abogado Juan Antonio Díaz Díaz

El objetivo fundamental, explica el coronel Díaz, es “esencialmente prestar atención social a los que han sido legionarios, a ‘los que han sido heridos con zarpas de fiera’ como dice el cuplé El novio de la muerte, a los menos afortunados, a quienes todavía no les han cicatrizado esas heridas”.

- Y, coronel, ¿cuáles son esas heridas?

- Los han hecho guerreros. Somos hombres de guerra para mantener la paz. Y las postguerras generan muchos profesionales militares que después no saben integrarse en la vida civil, o no los han preparado para ello. Problemas familiares, sentimentales, de empleo, físicos, psicológicos…

Esa orfandad a la que quedan relegados los legionarios al finalizar su servicio preocupa al coronel Díaz desde que en el año 1995 recibió la encomienda de poner en marcha una herramienta que solucionase, o al menos parchease, la situación de los soldados retirados.

El encargo vino del general Pallás, Tomás Pallás Sierra, “sin duda —apunta el coronel—, el hombre que más ha hecho por la Legión en toda su historia después de Millán-Astray”.

“Él quería hacerlo desde el Estado, le preocupaba la situación en la que se quedaban los legionarios y pedía que construyeran residencias, pero se estrellaba una y otra vez contra la legislación”, explica el coronel Díaz. “Se lo planteó al jefe del Estado Mayor, José Gabeiras. También a los ministros de Defensa Serra Rexach o Trillo”, narra. Siempre se negaron.

“No se ha amparado al legionario después de su vida militar”

“La Legión no ha generado el problema —defiende el coronel—, lo ha generado la legislación. Nuestro obstáculo es que en la Ley española no se ha amparado al legionario después de la vida militar. Había gente que firmaba años, cumplía y cuando salía se daba cuenta de que no tenía nada”, argumenta Díaz.

- ¿La fundación está haciendo lo que debería hacer el Estado?

- La fundación está haciendo labores que no hace el Estado, no digo que debiera hacerla el Estado. Podría actuar igual que la Legión Extranjera de Francia, que tiene residencias para los profesionales que acaban su vida militar o que ofrece modos de vida para sus antiguos soldados. Por ejemplo, trabajando los viñedos. Y el Ejército francés no bebe otro vino que no sea el de la Legión.

El cabo Paz tiene 60 años.Vive en la casa de acogida para legionarios de Málaga. Fernando Ruso

El francés es el modelo que inspira a la Fundación Tercio de Extranjeros, que se financia únicamente con aportaciones privadas, desde donaciones a herencias de seis cifras o pequeñas cuotas con las que se obtiene unos siete mil euros anuales. “En el año 2009 empezamos de cero, y mira ahora”, cuenta el coronel.

Esta organización integrada por antiguos caballeros legionarios tiene dos viviendas situadas en Málaga. En una de ellas viven nueve hombres, al que hay que sumar uno más del segundo piso. Además, gracias a la abultada donación de un cabo alemán sin herederos, la fundación es propietaria de una finca de unos tres mil metros cuadrados en Rojales (Alicante), donde espera construir una gran residencia. Y matiza: sin ayudas públicas, “porque no queremos perder el control de nuestra iniciativa, perder la esencia: ser un grupo de legionarios viviendo en camaradería”.

El ambiente castrense se respira en la que es ya la casa de Jesús Clavijo, antiguo caballero legionario y compañero de piso de José Antonio, Jesús Benito, David o Sergio. Una bandera de España ondea en uno de los balcones de la entrada. Separados en habitaciones individuales conviven ocho hombres de distintas edades, procedencias y etnias.

Un cuadro de varios legionarios, o ‘legías’ —como ellos se autodefinen—, portando el Cristo de la Buena Muerte de Málaga preside el salón. A la derecha cuelga un retrato de Millán-Astray, fundador de la Legión. Cabe poco más.

Leche de pantera para los veteranos de la Legión

Clavijo, un tipo alto, fuerte, calvo y con la dentadura incompleta, gobierna la casa. Su cometido es asegurar una tranquila convivencia y realizar labores de intendencia con un machacado SEAT Toledo de más de veinte años que ya no paga seguro como vehículo clásico.

Lo llama ‘el Tanque’, aunque la carrocería esté reventada y el interior hecho jirones. En cada curva, la trócola, haciendo gala del apodo, suena como una ametralladora.

El legionario, ceremonioso, se cuadra con un taconazo delante de legionarios de rango superior y evita beber cerveza delante del coronel. Es nieto e hijo de militares. “La Legión es mi familia”, afirma.

Cumpliendo con el objetivo de dar, además de casa, un modo de vida a los antiguos legionarios, Clavijo ha recibido la encomienda de poner en marcha el bazar del veterano, una tienda online que comercializará camisetas confeccionadas por los legionarios o la famosa leche de pantera, el licor que tradicionalmente se asocia a la Legión.

En la casa conviven ocho antiguos legionarios. Fernando Ruso

“Dos partes de leche condensada por una de ginebra”, explica el antiguo soldado y guardaespaldas pirata en el País Vasco, que llegó a la fundación después de una larga temporada en el paro. “Es dulce, hay que beberlo muy muy frío y entra muy bien; da valor”.

Solo la Fundación Tercio de Extranjeros comercializa este brebaje que Millán-Astray encargó con el mandamiento de que fuese barata y se pudiese preparar en lugares dificultosos. “La otra teoría —explica Clavijo con una botella en la mano— es que lo inventaron unos legionarios que le echaban alcohol a la leche condensada que recibían los heridos para recuperarse”.

Además de la leche de pantera, la fundación vende libros de supervivencia y varios títulos relacionados con la Legión. “El dinero no crece en los árboles”, resuelve Clavijo. “Y esta iniciativa merece la pena —sigue el legionario, que impone porque es grande como un trinquete—, con lo que saquemos podemos ayudar a muchos veteranos”.

“El Gobierno nos da la espalda, no nos ayuda”, denuncia. “Si una persona se juega el físico, su vida, abandona a su familia para defender los intereses de este país, ¿por qué cuando ya no sirve se le da la espalda? ¿por qué no aprovecha ese talento?”, se pregunta Clavijo. “No lo entiendo —sigue—; tengo amigos, compañeros, que han estado en Bosnia y que ahora están por ahí tirados. El trato es vergonzoso. Y nosotros jamás, jamás, vamos a abandonar a un compañero”.

¡A mí la Legión!

El espíritu de unión y socorro aparece en el credo legionario, doce máximas escritas por Millán-Astray que dan base espiritual a la unidad creada en 1920. “A la voz de ‘¡A mí la Legión!’, sea donde sea, acudirán todos, y con razón o sin ella defenderán al legionario que pide auxilio”. Lo cita el teniente en la reserva José María Rosales Cuadra después de 50 años en la Legión, hoy uno de los responsables de prestar ayuda en la fundación.

“El único requisito es haber tenido un vínculo con la Legión, no exigimos tiempos mínimos ni nada más; si ha estado en esta unidad y está necesitado, ya tiene derecho a estar aquí”, explica a EL ESPAÑOL el teniente. “Porque la Legión no juzga, no enjuicia, no es un fiscal, no valora los actos del compañero, lo defiende y punto. Como se defiende a una madre o a un hermano. La Legión es una familia, donde la hermandad existe y se practica”.

JESUS BENITO, CABALLERO LEGIONARIO Fernando Ruso

Los casos llegan a la Fundación Tercio de Extranjeros derivados de las hermandades de antiguos caballeros legionarios repartidas por toda España. “Cuando ellos no son capaces de arreglar el problema, nos llaman”, explica el coronel Díaz. E insiste: “Esto solo se puede hacer en la Legión. Solo esta unidad del Ejército tiene esa mentalidad de familia, porque somos una familia y ellos acuden a su familia”.

A ellos llamó el salmantino Jesús Benito Sánchez, caballero legionario de la Bandera de Operaciones Especiales, “la más completa de Europa”, advierte. Su situación era crítica. “Se me partió la vida por la mitad”, adelanta. Trabajaba para su suegro y la separación de su esposa le acarreó también la pérdida del empleo. A punto estuvo de dormir en el coche, pero le hablaron de la fundación. Rápido, llamo al coronel Díaz narrándole la situación.

“Me dijo que cómo me iba a quedar yo a dormir en un coche habiendo sitio en esta casa —recuerda Jesús—; así que vine y me quedé. Por eso digo que la Legión es mi segunda familia”.

CABO CLAVIJO Fernando Ruso

Jesús, a sus 46 años, no cobra subsidio por desempleo. Realiza trabajos por encargo tallando escudos en piedra, “pero, como se suele decir, bajo cuerda”. Así saca unos doscientos euros al mes. En la casa recibe las atenciones básicas completamente gratis. “Estoy muy a gusto, de no existir este recurso estaría muy malamente”, advierte este legionario, repleto de tatuajes alusivos a la unidad.

“Siempre quise ser legionario, por eso llevo el emblema tatuado —esgrime Jesús—; también el cristo de la Buena Muerte, que me lo hice en la espalda a los catorce años, y a aguja e hilo, a la antigua usanza”.

“Casi todo en la vida me ha fallado, todo menos la Legión”, zanja Jesús. El salmantino bromea con Clavijo, le dice Matamoros por su parecido a los televisivos hermanos; también hay munición contra Sergio Guerrero, otro de los huéspedes —“un superviviente”— de la casa, legionario durante cuatro años y nueve meses y seguidor de la cantante Alaska. Sus desafinadas interpretaciones de los temas de la cantante de la Movida alteran el calmado ritmo de José Antonio, que se refugia en su cuarto a la espera de que mengue la jarana. Hay ganas de broma. “Todos somos hermanos”, insisten.

“La Legión —concluye Jesús— es una gran familia”.

Sergio Guerrero Trueba, 40 años, caballero legionario. En la actualidad se encuentra desempleado tras su última experiencia como camarero. Fernando Ruso

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