Un aeropuerto no es lugar para vivir. Sin embargo, un pasillo del aeropuerto internacional de Kuala Lumpur se ha convertido, a la fuerza, en lo más parecido a una casa que Hassan Al-Kontar ha tenido en los últimos cinco meses. Este sirio de 37 años lleva desde el pasado 7 de marzo allí atrapado, sobreviviendo como puede y esperando una solución a su incierta situación. “Me siento secuestrado”, reconoce Hassan a EL ESPAÑOL. En una pequeña parte de la terminal del aeropuerto tiene que cubrir todas sus necesidades.
Antes de verse atrapado en el aeropuerto malayo, este hombre estuvo trabajando en Emiratos Árabes Unidos. Allí, pidió hace unos años renovar su pasaporte a la embajada siria. Pero se le denegó la renovación, probablemente en represalia a que Hassan ignorara en su día la llamada a filas del régimen sirio. “Me dijeron que me uniera a las armas y yo dije 'no'. Así, me convertí en un indeseable para el régimen. Y no renovaron mi documentación”, cuenta Hassan al otro lado del teléfono.
Es de madrugada en Kuala Lumpur cuando Hassan se explica a este periódico. Él acaba de empezar su día. “Lo primero que hago es buscar una taza de café. La verdad que es un desafío hacerse aquí con una taza de café. Tengo que pedirle a algún empleado del aeropuerto que me compre un café”, dice porque 'vive' en un pasillo sin acceso a las tiendas.
“Yo no tengo acceso a la zona de los productos del duty free”, explica un Hassan que está obligado a levantarse muy temprano. La actividad de un aeropuerto internacional como el de Kuala Lumpur no para casi nuca. Esta infraestructura es uno de los mayores aeropuertos del sudeste asiático y del planeta. Por allí transitan al año casi 60 millones de personas. Hassan, anclado como está allí, es una excepción entre toda esa gente.
“Me levanto y tal vez son las tres o las cuatro de la mañana, ese es el inicio de mi día. Suelo dormir tres horas por la noche y media hora o algo así, después, durante el día”, explica. Duerme poco. Nadie en su lugar podría hacerlo más. “El sonido de los anuncios de los altavoces siempre está ahí, la luz también está ahí, así es difícil dormir. Por la noche es cuando hay menos. Por eso puedo llegar a tener tres horas de sueño”, abunda.
También es por la noche, cuando hay menos actividad en el aeropuerto, el momento en que el hombre se asea en los cuartos de baño públicos. “Me doy una ducha en el baño, no es una ducha en el sentido estricto, pero logro mantenerme limpio”, cuenta. Allí también, a pesar de sus “dificultades”, se ocupa de limpiar su ropa como buenamente puede. Por su actividad en las redes –Hassan tiene acceso a Internet– y el número de vídeos y fotografías suyos que va subiendo a las redes para dar cuenta de su situación, se percibe que Hassan hace todo lo posible por mantenerse presentable.
Esperar y comer lo mismo tres veces al día
Para él, los días se resumen en un verbo: esperar. “En un día típico mío aquí hay mucha espera. Así es como paso la mayoría del tiempo. Leo y hablo con mi familia y amigos a diario”, afirma. “Por las tardes, lo de siempre es escuchar música, leer, echar un vistazo a los artículos sobre derecho internacional y a las noticias sobre Siria. Siempre sentado en estas sillas”, aclara. “A veces veo una película, pero no siempre”, añade.
En el limbo aeroportuario en el que ha quedado dice no necesitar dinero. “No uso dinero, tengo comida de las compañías aéreas, sólo compro un café o una comida del McDonald's”, apunta. Tiene motivos para quejarse de la comida del aeropuerto. Pero no lo hace, aunque esté perdiendo peso. “Me traen comida de las líneas aéreas tres veces al día. Siempre es lo mismo”, asegura Hassan.
De quien sí parece renegar Hassan es del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (UNHCR), o al menos de los responsables de la oficina de este organismo en Malasia. “Han estado dando falsas declaraciones a la prensa según las cuales estaban en contacto conmigo y me habían estado ofreciendo soluciones. Pero desde hace cuatro meses no sé nada de ellos”, lamenta.
“Me han hecho más daño que aportado ayuda. Han dañado mi reputación frente a la gente que tiene el poder de facilitarme una solución permanente porque dan la impresión de que tengo una serie de opciones que no dejo de rechazar, y eso no es verdad”, subraya.
Como Tom Hanks en la película Terminal
El otro día, Hassan ironizaba en las redes. Se había hecho dos fotografías con los avances que había hecho tejiendo una bufanda azul. “Parece que el invierno estará aquí antes de que deje el aeropuerto (...) Necesito prepararme”, se leía en uno de sus tuits recientes.
Su situación recuerda a la del personaje Viktor Navorski interpretado por el actor estadounidense Tom Hanks en la película Terminal, estrenada en 2004. Aquel largometraje era una comedia con dosis homeopáticas de drama. En la cinta, Hanks se metía en la piel de un europeo del este que deambulaba por una zona de tiendas del duty free de un aeropuerto de Nueva York. Al actor que inmortalizara a Forrest Gump le dio tiempo incluso a flirtear con una azafata habitual del aeropuerto, interpretada por Catherine Zeta-Jones.
Hassan no es ajeno al paralelismo cinematográfico de su situación. Pero mantiene las distancias. “Tom Hanks tenía a Catherine Zeta-Jones actuando con él, yo no tengo a nadie”, según este sirio atrapado en el aeropuerto Kuala Lumpur. La situación de Hassan, que no tiene nada de ficticia, es mucho más dramática que la Navorski. Su voz suena seria al otro lado del teléfono.
No hay nada cómico en ver pasar los días esperando desde el asiento de un incómodo banco de aeropuerto. Sobre todo cuando por las ventanas pasan los aviones de la empresa low-cost Air Asia, que llevan escritos por todo el fuselaje: “Ahora todo el mundo puede volar”.
De comunicación empresarial Hassan sabe lo suyo. Trabajó entre 2006 y 2011 como responsable de marketing en el sector de los seguros en Dubái y Abu Dabi. Tuvo tiempo para formarse como experto en energía solar, diseño, instalación y mantenimiento de plantas solares. Al estar sin pasaporte, en 2016 fue deportado a Malasia, país donde pudo estar varios meses. Tenía permiso como turista. Pero estuvo más tiempo de lo permitido, algo que se apuntaron las autoridades malayas.
Durmiendo en sillas o en el suelo
Desde Kuala Lumpur, Hassan quiso volar hasta Ecuador, porque en ese país los sirios no necesitan visado, pero Turkish Airlines canceló su billete. “Los sirios estamos enfrentados desde 2011 a este tipo de racismo, de rechazo y odio, las compañías aéreas no nos dejan embarcar. Tampoco nos dejan usar las zonas de tránsito de los aeropuertos europeos”, comenta.
En su intento de ir a Ecuador perdió casi 3.000 dólares (unos 2.650 euros). También trató de viajar a Camboya, país en principio 'amigo' de los sirios. Sin embargo, el Gobierno camboyano lo devolvió a Malasia. Aquí supo Hassan que las autoridades no le habían perdonado que superara el tiempo de estancia que le otorgaba su visado de turista. El 7 de marzo le denegaron la entrada al país y se quedó en el aeropuerto. Malasia no ha firmado la Convención relativa al estatus de los refugiados de 1951. No hay posibilidad alguna de que ese país sea una solución duradera para Hassan. Esto explica por qué vive en el pasillo de la terminal 2.
“Primero dormía en las sillas del pasillo. Me hice con una manta. Así estuve los primeros quince días. Luego, alguien me trajo un colchón delgado, uno de esos que se utilizan para ir de acampada. La verdad que es mejor así”, cuenta Hassan. También, con el tiempo, consiguió un cojín. A estas alturas, ya ha perdido la cuenta exacta de los días que lleva en el aeropuerto. “Creo que llevo 165 días en esta situación”, señala dudoso.
¿Último destino Canadá?
De un tiempo a esta parte, la solución permanente que Hassan tienen en el horizonte es Canadá. Allí se ha organizado una iniciativa que está coordinando ayuda y apoyo logístico para él. “Ningún otro país se ha atrevido a facilitarme ayuda”, pero en “Canadá se está tratando de hacer algo para llevarme allí”, asegura, aludiendo a los esfuerzos en su favor de la ONG Canada Caring.
Hassan pasa gran parte de su tiempo en contacto con los voluntarios de esta organización. Con ellos dio a conocer su caso a nivel internacional. “Él tenía miedo a ser deportado”, dice Laurie Cooper -una de las responsables de Canada Caring- a EL ESPAÑOL.
Ésta es una asociación de ayuda humanitaria creada a raíz de la crisis de los refugiados de 2015 que empezó a funcionar en 2016. Cooper y su equipo trabajan desde hace meses para llevar a Hassan a Canadá. Han reunido dinero y tienen preparados un puesto de trabajo y una vivienda para el sirio. Pero todo depende de si las autoridades del país dan una respuesta afirmativa a las peticiones de asilo y residencia que la ONG ha realizado en favor del hombre que vive atrapado en el aeropuerto de Kuala Lumpur.
Antes de que Canadá dé una respuesta a Hassan, éste podría pasar hasta dos años esperando en el aeropuerto internacional de Kuala Lumpur. Él tiene esperanza. “Canadá es la única opción”, concluye.