Habían pasado pocos minutos del mediodía cuando apareció. Sonriente, radiante. Era el 4 de agosto, el día de su boda ―otra más―, y Conchi brillaba. Estaba a punto de conseguir su objetivo. Su fórmula era infalible.
La alegría brotaba en su rostro. Con un vestido marrón, adornada con distintas joyas, ella era la protagonista de la ceremonia. Daba igual la silla de ruedas, que decía necesitar dada su supuesta discapacidad, en la que la desplazaban habitualmente. Nada la eclipsaba. Porque el acto, extremadamente sencillo, con apenas un par de testigos más los novios, fue la culminación de sus planes: unir su destino al de otro hombre, evitar ingresar en una residencia y conseguir beneficio de todo ello. No había problema: en eso, María Concepción M.V., Conchi, a sus 45 años, era toda una experta. Cuatro maridos, cuatro desplumes. Hasta que algo truncó sus planes en la noche del lunes.
Sólo dos semanas separan ambas escenas. De darse el sí con José Luis ―69 años― a acabar con su vida con un destornillador. En pie.
Una víctima de sus circunstancias
Conchi siempre había sido una mujer descontentadiza. De difícil acceso y sintiéndose “una víctima” constante de sus circunstancias, según la retratan quienes la conocen a EL ESPAÑOL, consideraba que el mundo estaba en deuda con ella. Que no merecía lo que vivía. Que ella era digna de otra cosa.
La describen como “poco sociable”, “celosa de todo el mundo”, “chabacana”, “nada amigable”. No dejaba indiferente a nadie e iba dejando un reguero de conflictos allá por donde pasaba. En su Onil, su localidad natal, no queda nadie que mantuviera relación alguna con ella, ni siquiera su propio hermano. Consultado por este periódico, admite que “hace años” que no quiere saber nada de Conchi. “Mejor así”, resopla. No la invitan ni a las celebraciones familiares.
Desde pequeña, Conchi fue problemática. “Demandaba constantemente atención”, admite un vecino. En este pueblecito alicantino, de algo más de 7.000 habitantes y a media hora en coche de la capital, hace mucho que no la ven. “Venía poco, muy poco, dada la relación con sus hermanos”. Eran cinco, dos chicos y tres mujeres. El padre, de profesión policía municipal, murió cuando eran pequeños. Y, desde que falleció hace un par de años su madre ―a la que conocían con el sobrenombre de “la municipala”, por el trabajo de su difunto marido―, nada.
Cosía ropa de muñecas
No guarda amigos en el municipio, célebre por ser la casa de la fábrica de muñecas Famosa. A ellas también unió Conchi su destino, puesto que uno de sus poquísimos trabajos conocidos fue cosiendo la ropa de estos juguetes. Es lo habitual en Onil, conocida como la villa de las muñecas: esta industria emplea a gran parte de la población, mujeres y hombres, mayores y jóvenes, ya sea en la confección de vestidos, en la preparación del muñeco en sí o en el embalaje y distribución.
Lo dejó. “Decía que ella no podía trabajar de eso porque una enfermedad ósea se lo impedía, que no podía mover los dedos bien”, cuentan sus conocidos. Era uno de los múltiples pretextos que había ido perfilando a lo largo de su vida. Siempre con mentiras, siempre con engaños. Y, cuando uno de sus hermanos sufrió un accidente que le causó graves secuelas y quedó en silla de ruedas, lo vio claro. Supo cuál sería su siguiente método. Un dinero fácil y relativamente sencillo.
Porque a Conchi siempre le pudo el parné. Detrás de cada uno de sus movimientos y, especialmente, sus matrimonios, siempre había un móvil económico. Una herencia, un inmueble al que hincarle el diente.
Al primer marido le quiso robar la herencia
Eran los últimos instantes de los años 90. Conchi se casó y tuvo dos hijos, un chico y una chica. Con el primer marido ―que nació en Villena, un municipio al lado de Onil― se trasladó a Ibi. El hombre, preguntado por este diario, no guarda ningún buen recuerdo de la época. Se expresa con pocas palabras y prefiere mantenerse en el anonimato.
La pareja vivía junto a los dos niños. Pero Conchi le “puso los cuernos”, según admite él mismo a través de un portavoz. “Fue un matrimonio que no funcionó. Ella tuvo una hija que no era mía y que me quería encasquetar para llevarse la herencia de mi padre”. Conchi volvía a tener la mira puesta. Al final, se hicieron una prueba de paternidad y quedó acreditado la falta de lazos entre su marido y su hija. El niño, en cambio, sí era suyo. Con el tiempo, el padre reclamó su custodia y ganó.
A la niña le quitó sus apellidos. Ella continuó junto a su madre, quien siempre la trató como a su criada. La chica se quedó embarazada a los 17 años y ahora es una madre joven ―ronda la veintena―. No guarda mucha relación con su progenitora: Conchi siempre la vio como un lastre del que tirar, una carga más que soportar en su desdichada vida de víctima constante.
Tomás, segundo esposo: "Es tan víctima que todos la creen"
Con el cambio de siglo, la ahora detenida volvió a contraer matrimonio. Estuvo con Tomás, un hombre de Alcoy. Con él, Conchi mantuvo la que sería su relación más longeva: estuvieron 13 años juntos. Sellaron su amor el 2 de septiembre de 2001.
En esa época, Tomás ya era padre de una niña de una relación anterior. Ella misma, en conversación con EL ESPAÑOL, ha relatado cómo aquella época fue un infierno. “Me maltrataba”, admite. “Me castigaba ―sin motivo― poniendo los brazos en cruz, de rodillas, y sujetando libros en las manos”. No serían sus únicas acciones: también le clavaba las uñas en el rostro o la despertaba pinchándole con una aguja las plantas de los pies.
Porque Conchi estaba celosa. Quería toda la atención y el dinero de Tomás para sí y veía a la niña como un peligro para sus planes: la relación entre su entonces marido y la exmujer de éste era fluida, en pos del cuidado de la pequeña que tenían en común. Pero pronto llegó la situación al Juzgado. La exmujer de Tomás y madre de la niña denunció a Conchi. También a Tomás: quería la nulidad del régimen de visitas. Lo consiguió. Ahora, suspira en conversación con la reportera. “Tantas denuncias en su contra, para nada. Se hubieran evitado un montón de desgracias si la Justicia hubiera investigado a esta señora. Era evidente entonces y es evidente ahora que esta señora no está bien de la cabeza”, esgrime. “Es tan víctima que todos la creían”.
Denuncias por violencia de género
Conchi denunció a Tomás por violencia de género. Era, según esgrime el entorno de él, su manera de tenerlo controlado, atado en corto. Conseguía lo que quería a través de las amenazas. Primero, el juez le impuso a Tomás una orden de alejamiento. Acabó ingresando en la cárcel durante seis meses. Al salir, se le siguieron controlando los movimientos a través de una pulsera electrónica. Ella, mientras, vivía con la ayuda que ofrece el Gobierno para víctimas de violencia de género.
A Conchi le daba igual. Al tiempo volvió con él, aunque de puertas para afuera mantenía la farsa. Quería seguir cobrando. Consiguió que la vivienda de él, los vehículos que poseían, incluso las nóminas estuvieran a su nombre. También convenció a su marido para que firmara un seguro de vida, de 500.000 euros, que la designaba a ella como beneficiaria.
En el año 2009, la pareja sufrió un accidente de tráfico. Conchi acabó herida, con una pequeña lesión en las cervicales que le obligó a operarse. Fue la excusa perfecta y la gran patraña de su vida: comenzó a exagerar sus padecimientos, a argumentar que no podía moverse. Es el pretexto por el que comenzó a utilizar la silla de ruedas y que ha mantenido hasta el final, a pesar de ser perfectamente capaz de andar, tal y como pudo observar la Policía Nacional en el momento de su detención.
Mientras estuvo con Tomás, Conchi tuvo un amante. Era el mejor amigo de su esposo. “Ellos ahora van de víctimas, pero en su día colaboraron y la protegieron de la Justicia. La apoyaban”, indican fuentes cercanas a Tomás.
El tercer marido acabó degollado a manos del amante de ella
Su tercer matrimonio tampoco fue tranquilo. Mantenía una doble vida: además de estar con su esposo, era la amante de su cuñado. A través de él, los vecinos dicen que tramó para convencerle de que le sacara dinero, pero es un extremo que no ha confirmado la Policía.
Poco más se conoce de la relación. Tan sólo que, en febrero de 2016, su marido apareció muerto, envuelto en un gran charco de sangre. El hermano le echó la culpa, en un primer momento, a un encapuchado que se había fugado, pero había sido él. Estaban discutiendo por un dinero que le había dejado a su hermano. En mitad de la pelea se rompió un cenicero de cristal y le provocó un corte mortal en el cuello al tratar de defenderse, según la versión del cuñado. Él fue condenado a diez años de prisión, que ya cumple.
Los investigadores de la Policía nunca vincularon a Conchi con el crimen. Pero fuentes cercanas afirman ahora que “una cosa es ejecutar y otra planear. Ella jamás se mancharía las manos, pero no dudaría en convencer a alguien para que lo haga por ella”. Por eso, se refieren a ella como “una arpía” o “un demonio en vida”. “Es mala, perversa”, farfullan.
Paco, el cuidador y cómplice
De manera paralela, la madre de Conchi falleció. Para entonces, ella ya había pasado unas temporadas en el área de Psiquiatría del Hospital de Alcoy, según cuentan sus hermanos. Estaba ingresada, aunque no veía el momento de salir. Convenció a Francisco P.O., Paco, su excuñado ―estuvo casado con una de las hermanas de Conchi― y amante, de que la sacara de allí. Él, diligente, así lo hizo.
Paco lo era todo para Conchi: vivían juntos ―él afirmaba estar “loco de amor”, según cuentan fuentes de su entorno a EL ESPAÑOL―, y, en su patraña contra el seguro ―estaba pendiente del cobro de una importante indemnización por su supuesta discapacidad―, hacía las veces de su cuidador. Llevaban juntos algo más de un año.
Aunque de cuidador, nada. Paco se las apañaba haciendo pequeños arreglos de fontanería o mecánica. Era un chapuzas. En la actualidad, residía en un apartamento en Sax junto a Conchi, que ella había adquirido recientemente. Lo había comprado al contado. Es un pequeño piso a las afueras del municipio, en un viejo bloque de viviendas de protección oficial. Los inmuebles de la zona oscilan en una horquilla de precios de entre 20.000 y 40.000 euros, dependiendo de si están renovados o no.
Un nidito de amor sin adaptar
Para acceder a la vivienda que compartían, hay que subir una escalera. El pasillo es sumamente estrecho y llama la atención, puesto que no está adaptado ni hay rastro de que se haya tenido que utilizar una silla de ruedas, tal y como ha atestiguado la reportera.
Paco presentó a Conchi a su último marido. Fue él quien le propuso a José Luis que se casara con la mujer. Eran viejos amigos y se conocían de hacía más de una década. “Paco le pidió el favor a José Luis”, relata un buen amigo del fallecido a este periódico. Jamás pasaron una noche juntos, ni mantenían ninguna relación. “Le había dicho que sufría él una enfermedad, un cáncer de pulmón y colon terminal y que él [Paco] se iba a morir”. Si su amigo aceptaba y contraía matrimonio con Conchi, evitarían que ella volviera al psiquiátrico.
Incluso en la gran estafa de su amante, Paco tuvo un papel coprotagonista. Cuando Conchi alegó que se había quedado inválida de cabeza para abajo, rápidamente adujo que Paco era su cuidador. Su chico para todo. Le hacía las veces de masajista, fisioterapeuta. Decía que él había conseguido con sus tocamientos que ella recuperara algo de movilidad. Mientras, Paco empujaba su silla de ruedas para llevarla allá donde fuera necesario. Tiró de ella hasta los Juzgados de Sax el pasado 4 de agosto para que contrajera matrimonio con su amigo José Luis. Incluso le ponía los cigarrillos en la boca para que su amada pudiera fumar.
Quince días de matrimonio y un destornillador
José Luis era un camionero santanderino que emigró a Santa Pola de joven. Conocía a Paco de sus chapuzas, puesto que él también echaba un cable allá donde podía reparando automóviles. Esta ocupación se había incrementado en los últimos tiempos, puesto que José Luis acababa de enviudar. Había perdido a su esposa hacía cinco meses. Se había mudado a otro municipio alicantino, Guardamar, y allí vivía de alquiler con una exigua pensión que cobraba al estar jubilado.
Accedió a casarse "de buena fe". Incluso acudió a la "cena romántica" que le había preparado su flamante esposa este lunes. Pero la escena que se encontró cuando bajó del coche en la playa alicantina de la Albufereta era bien distinta. Allí estaban Paco y Conchi, vestidos de negro, con gorra y guantes de látex.
Entre ambos acabaron con la vida de José Luis con un destornillador. Le causaron heridas en el cuello y en el pecho con tal violencia que los agentes sólo pudieron recuperar el mango de plástico del cuerpo de la víctima, según fuentes policiales. Los médicos no consigueron salvarle debido a la gravedad de las lesiones que presentaba.
La principal hipótesis que barajan los investigadores es que el crimen se cometiera por motivos económicos. Todo apunta a que fuera un matrimonio de conveniencia para tratar de encubrir la falsa enfermedad de Conchi. Ella querría asegurarse la posibilidad de alegar que alguien la tenía a su cargo y así evitar que la ingresaran mientras esperaba la indemnización. Y José Luis, según fuentes policiales citadas por Efe, habría accedido a cambio de una compensación económica.
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