Así expoliaba la falsa paralítica Conchi a sus maridos quedándose con sus herencias
- La Justicia ya acreditó que llevó a cabo una "simulación contractual" para quedarse con un inmueble de uno de sus maridos.
- Fingía ser millonaria: convencía a sus conocidos de que era seguro confiar en ella al poseer distintas empresas y haber ganado el Euromillones.
- Los cuatro maridos 'timados' y amantes 'compinches' de Conchi, la viuda negra en silla de ruedas
Un pequeño detalle, una aparente estupenda idea. Tras semanas y semanas de convencimiento, de charlas, de darle vueltas una y otra vez, los planes que proponía Conchi a todos sus maridos siempre acababan pareciendo una buena opción. La dialéctica, quizá un tanto sofista, era uno de sus puntos fuertes. Por eso, siempre conseguía lo que se proponía. Por eso, heredaba pisos y bienes de todo aquel que la tratase.
Conchi decía que era “millonaria”. A sus 45 años. De origen humilde. Sin haber tenido jamás un empleo estable. Viviendo, como dicen los que le conocen, “del cuento”.
EL ESPAÑOL ha tenido acceso a una de las sentencias que enfrentaban a Conchi a su círculo más cercano. En este caso, la Audiencia Provincial de Alicante condenaba a Conchi a devolver un inmueble ―un piso― que uno de sus múltiples maridos le había entregado. La Justicia acreditaba que existió una “simulación contractual” entre la ahora acusada de un delito de asesinato y uno de sus maridos. Se anuló la compraventa del apartamento y se consideró probado que la “escasa cuantía del precio de venta”, junto a las inexistentes pruebas sobre el método de pago, eran indicios inapelables. Pero no sería ni la única, ni la última de sus estafas.
Mentiras hechas realidad
Conchi siempre tuvo labia. Es el mejor de sus argumentos y todo aquel que la ha tratado así lo relata. Mentira a mentira, la mujer se construyó un imaginario que, a base de repetirlo, comenzaba a sonar real. Lo llevaba haciendo así toda su vida.
En su Onil natal todos conocen su supuesta enfermedad ósea, la primera que esgrimió para “reclamar atención”, según relató su propio hermano a este periódico. Sólo sería el inicio de una ristra de imposturas que incluirían la posesión de una fábrica juguetera, distintos hoteles repartidos por la costa alicantina e, incluso, en un delirio de avaricia ficticia, una granja de gallinas en San Ildefonso (Segovia), que, en su discurso, era proveedora de Mercadona, tal y como relatan fuentes cercanas a Conchi en los últimos quince años. También, que le había tocado el Euromillones. Ninguno de esos ingresos figuran en las diligencias policiales.
Negocios propios
Argumentaba que eran negocios propios. Así se presentó a José Luis, su último marido y víctima mortal. Una mujer millonaria y discapacitada que buscaba “un favor”: si su novio ―y falso cuidador―, Paco, fallecía por un supuesto cáncer y ella no se casaba, su familia “la metería en una residencia”. Le ofreció dinero a cambio y expuso su rosario de empresas como aval, según el mejor amigo del difunto. José Luis, un camionero santanderino que emigró a Santa Pola de joven, accedió. Él acababa de enviudar. Vivía de una exigua pensión y su casa era de alquiler.
Quizás el más grave de todos sus desfalcos fue el que hubo de juzgar la Sección Sexta de la Audiencia Provincial de Alicante. Era febrero de 2011 y Conchi continuaba con su segundo marido. Con él, mantuvo la que sería su relación más longeva: estuvieron 13 años juntos. Habían sellado su amor el 2 de septiembre de 2001 y, para cuando la Justicia falló, estaban a punto de cumplir su décimo aniversario.
La relación era convulsa y no era la primera vez que el matrimonio se veía en los tribunales. Algunas veces iban en el mismo equipo; otras, se enfrentaban.
La hija de su marido, centro de la diana
En esa época, Tomás ya era padre de una niña de una relación anterior. Ella misma, en conversación con EL ESPAÑOL, ha relatado cómo aquella época fue un infierno. “Me maltrataba”, admite. “Me castigaba ―sin motivo― poniendo los brazos en cruz, de rodillas, y sujetando libros en las manos”. No serían sus únicas acciones: también le clavaba las uñas en el rostro o la despertaba pinchándole con una aguja las plantas de los pies.
La exmujer de Tomás y madre de la niña denunció a Conchi. También a él: quería la nulidad del régimen de visitas. Lo consiguió. Pero también tuvo que pelear porque él le pasara la pensión compensatoria.
Para aquel momento, Tomás ya había cedido todos sus bienes a Conchi. Consiguió que los vehículos que poseían, incluso las nóminas, estuvieran a su nombre. También convenció a su marido para que firmara un seguro de vida, de 500.000 euros, que la designaba a ella como beneficiaria.
"Falta de capacidad económica" acreditada por la Justicia
Su último movimiento fue la “simulación contractual” del piso. Tomás lo había heredado de su padre y era su única posesión, para aquel momento. Si lo vendía, nada dejaría a su hija. Por eso, la madre de la chica optó por litigar por la titularidad de la vivienda.
Sin embargo, la triquiñuela ideada por Conchi no llegó a buen puerto. La Audiencia Provincial lo vio claro: la “escasa cuantía” del precio de venta, la relación sentimental y posterior matrimonio de Conchi y Tomás, añadido a “la falta de capacidad económica de la compradora demandada, que carecía de empleo estable, trabajando de forma esporádica ―así, en el año 1997, trabajó 95 días; en el año 98, 10 días; en el año 99, 64 días; en el año 2000, 193 días―” reflejaba el proceder de la mujer.
Fue el único momento en el que se pudo recuperar algo, aunque el inmueble acabó embargado. De todo lo demás, nada queda. Pero si hay algo que se mantiene estático, fijo, clavado en la vida de Conchi es la farsa que ha dominado el grueso de su vida y que se niega a abandonar: que no se puede mover de cuello para abajo. Que sufre una discapacidad. Que necesita silla de ruedas.
No se separa de ella en la cárcel de Fontcalent, donde está internada en prisión preventiva. Siempre la mueven en su silla, que clamanecesitar. Y, mientras no cause problemas, la dirección del centro se lo permitirá.