A.F.M es una mujer de 46 años. Desde que tiene uso de razón, incluso “desde mucho antes”, su pasado le ha perseguido y le persigue como un puñal que no cesa de herirla donde más duele. ¿La razón? Los infinitos abusos sexuales por quien dice llamarse su padre cometidos en la impunidad de su infancia.
“Mi padre se masturbaba, se frotaba sobre mí y eyaculaba desde que era muy pequeña”, relata en exclusiva a EL ESPAÑOL. “Mi padre es un pederasta. Abusó de mí durante al menos diez años. Miro para atrás y lo que veo es que, en mi infancia, esa era la normalidad”, añade triste.
Ahora, a punto de cumplir un año más en diciembre, y con un intento de suicidio a su espalda, quiere regalarse un pedacito de paz. Quiere ser una mujer normal, con una vida normal. “Me merezco dejar de llorar, dejar de sentir que cada segundo de mi vida no tiene sentido porque los recuerdos se agolpan sobre mi cabeza y sobre mi corazón. Quiero sentir que vivo, en lugar de sentir que muero a cada instante”, relata.
Por eso ha decidido romper el silencio y contar su historia a los cuatro vientos. Una historia que es la misma que padece una de cada cuatro menores en sus hogares. Una historia que es puro tabú social. “Quiero que esto deje de estar en el ámbito privado de mi familia, única conocedora de todo lo que me ha pasado y he sufrido, para poder ayudar a otras mujeres que estén pasando por mi mismo calvario”, añade decidida.
Y es que el dolor que el abuso de su padre provoca en A. M. F es tan inmenso e intenso como los efectos que provocan en ella. Le han roto la vida a pedacitos.
“Me quedo de repente sin voz, me entran crisis disociativas, pierdo el conocimiento o caigo en coma durante horas. Ese es mi calvario. Nunca puedo estar sola porque no sé cuándo me puede pasar. No puedo trabajar con todos estos episodios de crisis. Me han dado la invalidez absoluta. No puedo conducir. No puedo tener ninguna responsabilidad. Puede que esté hablando tan normal y me caigo redonda al suelo de repente y no sé si voy a despertar o a convulsionar”, añade.
- ¿Qué mujer ve cuando se mira al espejo?- pregunta la periodista.
- Veo a una mujer que no sabe quién es. A una mujer que no sabe qué es lo que le falta pero que siente que le falta todo. Veo a una desconocida. Nunca jamás pensé que llegaría a esto. Siempre me sentí muy cobarde e insegura. Aprendí a ponerme una coraza para que la gente no descubriese nada. Aprendí a vivir de puertas para afuera una normalidad que nunca existió. Y al final tanto fingir me pasó y me pasa factura. Tanto fingir y actuar no pudo ser. Me estalló todo cuando menos esperaba.
- ¿Cómo le estalla todo?
Tras un año de pruebas, el neurólogo nos dice que lo que me pasa no es neurológico y que me deriva a salud mental. No entendíamos nada. El caso es que me derivaron a un psicólogo y tras siete sesiones este descubre, a través de una de las conversaciones en la que le cuento que acabo de tener un sobrino, todo lo que me pasaba. En aquella sesión me derrumbé. Comencé a llorar y le dije que no podía soportar la imagen de que mi padre tocara a mi sobrino.
Su psicólogo ató cabos y descubrió que todos los episodios que empezó a padecer física y mentalmente coincidían con una fecha concreta: la del nacimiento del nuevo miembro familiar. “No paraba de sollozar. Empecé a contarle que desde que era pequeña, yo tengo recuerdos de 4 años o así, pero siento que fue incluso de mucho antes, y a esa edad ya recuerdo todo lo que me hacía él y que yo lo veía como algo normal. Le recuerdo entrando en mi habitación, se acostaba en mi cama, me tocaba, se rozaba conmigo hasta que eyaculaba. También que entraba en el baño cuando yo estaba en él y se masturbaba delante de mí. Siempre era igual”, rememora.
Casada desde hace cuatro años, su marido y su familia política son el mejor flotador al que agarrarse. Ellos, y no su familia de sangre, son quienes la quieran y a quien ella quiere sin miedos. “Él lo es todo para mí. También el resto de su familia. Mi suegro es un padre de verdad, para mí es lo más y mis cuñados son un amor”, dice tratando de entender que la vida le ha recompensado con este regalo.
El chantaje del silencio
Una familia de ensueño que en nada se parece a la de un cabeza de familia que además de ser un pederasta era y es un maltratador de libro. “Mi padre, después de que acabara un curso, me traía la mejor muñeca, el mejor juguete que hubiera en el mercado. Yo no los quería. Cuando venían mis primas y me decían la suerte que tenía por tener todos esos regalos de mi padre que me quería tanto yo les decía que se los regalaba. Ellas me respondían que era muy amable con ellas, que siempre quería compartir y darlo todo. Para mi aquello era pura contradicción. Yo pensaba que cómo me podían decir que tenía el mejor papá del mundo con todo lo que él me hacía. Pensaba que si él era el mejor, ¿cómo serían los demás? Por un lado me obligaban a quererlo y por otro yo no sentía que le quería. Solo sentía miedo”.
El miedo que A. tenía de pequeña a su abusador era tal que prefirió callar su infierno a arriesgarse a contarle a nadie por lo que estaba pasando. “Me decía que era un secreto del que no se podía enterar nadie. Y que en caso de que alguien se enterase me llevarían al colegio de los niños solos y allí no vería nunca a nadie. Él se encargaría de no dejarme ver a mi familia. Me decía una y otra vez que mi madre y mi hermano se avergonzarían de mí. Era un pavor tal el que tenía a que me pasase nada de eso que reaccionaba abrazando y besando a mi padre para que la gente viera que él era el mejor del mundo”, cuenta mientras llora.
Hasta que un día decidió que ese sería el último de su calvario. “Con 15 o 16 años, no recuerdo exactamente la edad, estando en el cuarto de baño, él entró. Cuando empezó a tocarme no sé cómo lo hice pero le dije que en su puñetera vida me volviese a poner una mano encima. Él se enfadó muchísimo y ahí empezó el otro maltrato. El psicológico. De cara a la galería continuaba siendo el padre perfecto pero luego era un machaque total. Yo era, de la misma forma que lo era mi madre, su criada. La que no valía nada”, explica.
Entre lo que esta superviviente tenía que oír lo más suave era que “no valía una mierda”, que era “un parásito” y que con la barriga que tenía nadie la iba a querer. Por eso en cuanto pudo se fue de casa. “Cuando aquel día salí por la puerta me dijo que volvería, a lo que le respondí que nunca lo haría. Nos repetimos varias veces cada uno nuestra respuesta. Y cerré la puerta tras de mí”.
Aquel portazo a su vida era el comienzo de una etapa entre la tranquilidad de saberse segura lejos de él y la pesadilla de seguir sintiendo todo sin poder romper los lazos familiares.
“Me fui con 16.000 pesetas de las de antes y sin sitio donde dormir. Tenía trabajo de camarera de pisos en un hotel en el que me daban habitación y comida. Era un trabajo inhumano. Mientras, los visitaba algunos fines de semana o en los cumpleaños. Era como la hija que se independiza, pero de la que nadie sabía la verdadera historia. Él seguía maltratando a mi madre y metiéndose en mi vida para todo. Si me quería comprar un coche, tenía que venir conmigo y decidir hasta el color. Yo me había ido de casa pero él era el dueño y señor de mi vida”, subraya cuando está a punto de volver a llorar.
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Vuelve la pesadilla
Al cabo de tres años de estar viviendo independizada del horror de los abusos y de una casa marcada por la violencia de género, un día A. recibió la llamada de su madre. Entonces, la profecía que su padre le hizo cuando se fue de casa, se cumplió.
“Mi madre me llamó para decirme que a mi padre le habían encontrado cáncer de próstata y que ella no podría llevar la enfermedad sola. Mi padre se había encargado con su maltrato de anularla tanto que no sabía ni escribir, ni ir al banco a sacar dinero, ni llamar por teléfono. Llorando me dijo que ella no podría con tanto y que regresase a casa por favor”, rememora.
A. hizo de tripas corazón y por su madre volvió a cuidar de su padre no sin antes pedir un año de excedencia en el trabajo en el que estaba.
El mismo día que le dieron el alta del hospital y su padre volvió a casa todo fue a peor. “Mi padre decidió prescindir de los servicios de enfermería que tenía en casa. Quería que yo fuese su enfermera. Así que me pasé el tiempo cuidando de él y curando su sonda. Cada uno de esos días, después de curarle recuerdo que me daba tanto, pero tanto asco, que me tenía que duchar. Después me iba con mi coche hasta la sierra de mi pueblo, me ponía la música bien alta y empezaba a vomitar. Allí me quedaba durante dos o tres horas. Después regresaba a casa como si no hubiese pasado nada”, relata.
Pasado un año y medio, cuando él ya pudo valerse por sí mismo y veía que su madre podía apañarse con cierta normalidad, ella se fue y siguió con el contacto esporádico.
“Pasaron los años hasta que nació mi sobrino y entonces cada vez tuve más crisis. Me llegué a partir un brazo en uno de los desmayos, me arrancaba el pelo, me hice arañazos en el pecho. Y fue cuando mi psiquiatra me dijo que, o bien cortaba con la relación y con ver a mi padre, o aquello iría a más. Yo no podía cortar porque si lo hacía se enteraría mi madre de todo y con lo dependiente que ella era de él iba a ser mayor el sufrimiento para ella que no iba a poder dejarle”, explica angustiada.
- ¿Cómo decide romper ese lazo con su padre?
- Después de un intento de suicidio. Un día cogí un bote de pastillas de tranquimazín de 2 miligramos y me lo tomé. Fue gracias a que mi marido, que es un ángel y cuando me entran estas crisis entro en un sueño que puedo durar hasta 10 horas. Él pasa a la habitación de vez en cuando y en una de esas que vio que estaba muy dormida vio la caja y llamó a la ambulancia. Debería de haber tomado las pastillas hacía unos 20 minutos. Me ingresaron en psiquiatría 15 días. Allí mi psiquiatra me dijo que esa era la mayor prueba del daño que me hacía ver a mi padre y que o cortaba la relación o el final sería el suicidio. Al regresar del hospital le pedí a mi marido llamar a mi padre.
- ¿Cómo fue la llamada?
- Mi marido le dijo que me había intentado suicidar por su culpa, que él ya sabía todo lo sucedido y que no queríamos volver a saber nunca nada más de él. Después me puse yo y le pregunté si no tenía nada que decirme.
- ¿Y le dijo algo?
- Me dijo que si quería que se matase y que esperaba que algún día le pudiese perdonar. Yo le dije que en su conciencia estaría su penitencia, pero que nunca le iba a perdonar nada de lo que me hizo. Después me dijo que qué le íbamos a decir a la familia del porqué nos habíamos dejado de hablar y que nos pusiéramos de acuerdo en el argumento. Le contesté que dijera lo que quisiese, que hiciera lo que le saliese de los cojones.
- ¿Y su madre?
- Mi madre no supo nada hasta tiempo después. Mi padre le dijo que los dos teníamos mucho carácter y que habíamos discutido y que para no hacerlo más habíamos decidido no volver a mantener ninguna relación. Un día mi madre vino a verme y, tras mucho insistir qué era lo que había pasado para dejar de hablar a su marido, le conté toda la verdad. Ella me preguntó si lo que había pasado era que él había abusado de mí. Por fin le contesté que sí. Recuerdo que se enfadó mucho y cómo puso el grito en el cielo. Me dijo que nunca se lo perdonaría pero que ¿dónde iba a ir ella? Yo le dije que solo le pedía una cosa. Que me entendiese y me respetase.
- ¿Y su hermano?
- También se lo conté pero me contestó que me lo había hecho a mí pero no a él. Que él era su padre y que le quería mucho. Que sentía la mala suerte que había tenido pero que entendiese que él no le iba a decir nada a su mujer con la que tiene un hijo en común y dos hijos de ella y que elegía esa familia y no a mí. Me ha dejado de hablar y hace un año y medio que no veo a mi sobrino. Le he mandado varios mensajes. A los dos primeros no me contestó. Al tercero le dije que se pensara lo de que su hijo tuviera un abuelo así y no una tía. Su contestación fue que su hijo no tenía tía alguna.
- ¿Cómo explica esa frialdad, esa reacción tan dolorosa?
- Porque mi padre siempre se ha visto reflejado en mi hermano. Siempre se ha sentido muy orgulloso de él. Además mi hermano siempre ha sido muy atractivo para todo. Vivíamos en un pueblecito pequeño y desde los 15 estaba muy bien considerado porque era campeón de Cataluña de natación y tercero de España. Digamos que era el famosillo de allí. Para mi padre él era un orgullo y mi hermano estaba siempre muy cerca de él. Él es el niño y estaba cerca de él, y yo como soy la que se parece a su madre pues era otra cosa. Mi hermano sigue viéndome a mí y a mi madre como seres despreciables.
- ¿Qué es lo peor de su vida?
- La impunidad. El que mi padre siga con su vida como si nada. Que siga celebrando cada cumpleaños en familia como si nada, disfrutando de mi sobrino, de mi hermano, y yo que mientras esté muerta en vida, sin levantar cabeza o intentado levantarla poquito a poco. Me duele sentirme apartada. Me duele saber que ha sido el cumpleaños de mi sobrino y yo no haya podido regalarle nada y mientras mi padre esté brindando en la cena.
- ¿Y con su madre qué relación hay?
- Ella está bien. Nos llamamos de vez en cuando. Cuando la llamo y él está delante hablamos del tiempo y cuando no está mi padre a lo mejor me cuenta alguna cosa, pero tampoco mucho. En un momento pensé cómo podía ella justificar que siguiera con él y dejarla de hablar. Pero yo pienso que sería hacerle mucho daño y que no iba a solucionar nada. Yo me iba a quedar con la misma pena o más y ella iba a pasarlo muy mal. Ellos viven bajo el mismo techo pero sin apenas hablarse. Duermen en habitaciones separadas.
- ¿Y ahora hablar es la mejor terapia?
- Hablar es recuperar la fuerza. Es reconstruirme por dentro. Yo sé que ahora anímicamente estoy muy mal pero sé que este pellizco en el estómago, el del miedo constante, ese no lo tengo. La tranquilidad de saber que nunca más voy a tener que verle, eso no se paga con dinero. El saber que nunca le voy a tener cara a cara es el mejor premio que puedo tener. Saber que no tengo que volver a darle dos besos, que no tengo que oler ese olor tan nauseabundo… Eso es mi libertad.
- ¿Aconseja a otras mujeres hablar y sacar todo a la luz como está haciendo usted?
- Creo que hacerlo es dar un paso hacia adelante. Es una manera de coger armas para poderse defender, para que te puedan ayudar y sentirse un poco mejor. En mi caso hablar y sacar todo del silencio me ha dado paz. Me gustaría que otras mujeres supieran que si cortan por lo sano no es tan grave como parece. Yo pensaba que se iba a acabar el mundo y he comprobado que esto no pasa. Que hay que luchar por una. Y que a veces quien mejor te entiende es quien ha pasado por lo mismo.
- ¿Y además hay que señalar a los culpables de todo esto?
- Así es. Hay que señalar a los culpables, a los únicos responsables de todo lo que nos pasa. Hay que llamar a las cosas por su nombre y decir que son pederastas. Cuando yo hablé con él me dijo que todo había sido un mal momento. Y yo le dije que no tenía perdón ninguno y que como era capaz de llamar un mal momento a los más de diez años de abusos primero y después el maltrato psicológico. Aun así yo no quiero venganza.
- ¿Qué desea entonces?
- Solo una cosa: tranquilidad. Deseo, a punto de cumplir los 47, que por primera vez en mí solo haya tranquilidad porque hasta ahora no he descansado ni un solo día.
- Si pudiera imaginar su vida dentro de un año, ¿qué le gustaría que hubiera de diferente y de bonito en ella?
- Me gustaría ser una pareja plena en todos los aspectos. Hace meses que no podemos tener relaciones porque es superior a mí. Me avergüenza ver una película o ver que haya una simple escena de sexo. Me gustaría poder viajar juntos, disfrutar, tanto del sexo como de la vida cotidiana, ver a mi marido feliz. Solo añoro el día a día de una pareja normal. No queremos tener hijos y no queremos ataduras, económicamente no nos falta de nada y nos podemos permitir algún capricho. Me gustaría poder disfrutar porque a día de hoy no me apetece hacer nada. Así que con imaginar la normalidad ya me basta y me sobra.
Mientras A.F.M empieza a pasar de la teoría a la práctica con esa visión ha decidido dar un paso más. Quiere aprovechar este encuentro con EL ESPAÑOL para comunicar que ha abierto una cuenta de correo electrónico para recibir las historias de otras mujeres y hombres que hayan pasado por lo mismo (yosufriabusoinfantil@gmail.com). Aunque no pueda cambiar sus vidas y ayudar todo lo que le gustaría, se sentirá útil por poder escucharles. Que así sea.