María José Pallarés tenía una sonrisa tímida, contenida. Detrás de sus gafas, una suerte de escudo sobre su mirada que a veces retiraba cuando se encontraba en casa, se escondía una mujer de 67 años que se había mudado recientemente a Arganda del Rey (Madrid). Allí, en su nuevo hogar, no se prodigaba mucho. Aunque tampoco le chirriaba a sus hijos: lo achacaban a una depresión.
Su día a día avanzaba sin mucha alteración. No solía salir. Por eso, cuando su marido alertó a sus hijos de que María José había desaparecido en mitad de la noche, sin teléfono móvil y con algo de dinero en efectivo, saltaron todas las alarmas. Lo que no sabían era que él, su esposo, de 70 años, era quien la había asesinado.
Sucedió el 12 de octubre. Y sólo cuando apareció el cadáver de María José maniatado de pies y manos, con una bolsa en la cabeza y la boca tapada con cinta, en el pantano de El Arenoso, cerca de Montoro (Córdoba), a más de 360 kilómetros de distancia y ocho días después, el asesino confesó.
La asesinó a martillazos
De María José poco pueden contar los vecinos de Arganda. Vivía junto a su marido, el asesino confeso, en una casa unifamiliar a escasos minutos de la estación de metro del municipio madrileño. La vivienda, de una única planta y en una calle algo escondida, rodeada de inmuebles similares, había sido adquirida por el matrimonio hacía 3 años. Los dos primeros años de propiedad los habían pasado haciendo obras. Se mudaron hace un año, finalmente.
“No solía salir mucho. Tampoco sabemos más sobre ella: nos sonaba su cara de ser argandeña, pero se habían mudado hacía muy poco”, suspira una vecina en conversación con EL ESPAÑOL. No constaban denuncias por violencia de género en el matrimonio, según la Guardia Civil.
En circunstancias que aún se encuentran bajo investigación, el marido de María José, según detalla Telemadrid, la asesinó a martillazos. Después, ideó abandonar el cadáver de su esposa en el embalse cordobés. Le pareció una buena idea deshacerse del cuerpo allí: él es natural de Montoro, la población anexa al pantano, que, además, estaba de fiestas. Si le veían, a nadie le extrañaría su presencia allí.
Una zona de difícil acceso
El cuerpo de María José apareció en una zona de muy difícil acceso, a la que sólo pueden llegar personas con conocimiento del terreno. Por eso, la Guardia Civil investiga si el autor confeso trasladó el cuerpo solo o en compañía de otras personas. Después de abandonar el cadáver, el asesino volvió a su casa, en Madrid.
Presentó la denuncia de la desaparición de su mujer. Movilizaron un dispositivo de búsqueda. La familia -con la ausencia del marido de María José- se presentaba en los medios de comunicación buscando pistas de su paradero. “Mi abuela sufre depresión y cuando le da el bajón es una bomba de relojería, pero nunca antes había pasado algo así”, llegó a relatar su nieto. La impostura del autor del crimen se mantuvo hasta que se localizó el cadáver, el pasado viernes, al mediodía. Entonces, tomó una decisión: se personó ese mismo día, en torno a las 23:30 horas de la noche, en el puesto de la Guardia Civil de Arganda del Rey, y confesó.
Víctimas de violencia de género con depresión
“Muchas veces la sintomatología depresiva suele ser habitual en las mujeres víctimas de violencia de género”, explica a este periódico la psicóloga experta en violencia de género Bárbara Zorrilla. “Lo que suele pasar es que les dan un tratamiento farmacológico sin averiguar las causas reales. Si vamos más allá de lo aparente, podremos combatir situaciones como esta”.
La experta opina que, “probablemente, se lo ocultaría [la violencia recibida] a todo su entorno para ahorrarles sufrimiento y porque no querría privarle de la figura de su abuelo, de su padre, a los familiares. Esto nos deja una víctima más indefensa, más vulnerable y la deja ante una situación de violencia más recrudecida”. Este caso, según Zorrilla, con la ocultación del cadáver a varias horas en coche y en una zona de difícil acceso, representa el patrón “que nos ayuda a entender que la violencia de género es intencional y selectiva, que es un control total de los impulsos”.
Es la “doble fachada del maltratador: tiene un diferente comportamiento ante otras personas y salvaguarda así su integridad”. El hecho de que María José sufriera depresión es síntoma, según la psicóloga, de que “una de las estrategias es el aislamiento emocional, no compartir sus emociones. No sólo el físico, de no dejarle ver a nadie”.
María José Pallarés es la cuadragésimo mujer asesinada por un hombre desde que comenzó el año. En España, en 2018, también han sido asesinadas Anna María Giménez Martínez, de 48 años; Manoli Castillo, de 44; Maguette Mbeugou, de 25; Nuria Alonso, de 39; Nerea y Martina, de 6 y 4; María de los Ángeles Egea, de 41; Jhoesther López, de 32; Yésica Domínguez, de 29; Dolores Mínguez, de 60; Ivanka Petrova, de 60; Ana Belén Varela Ordóñez, de 50; Leyre González, de 21; María Isabel Alonso, de 62; María Judith Martins Alves, de 57; Paula Teresa Martín, de 40; Cristina Marín, de 24; Ati, de 48 ; María Isabel Fuente, de 84; Martha Arzamedia de Acuña, de 47; Raquel Díez Pérez, de 37; Jénnifer Hernández Salas, de 46; Laura Elisabeth Santacruz, de 26; Pilar Cabrerizo López, de 57; María Adela Fortes Molina, de 44; Paz Fernández Borrego, de 43; Dolores Vargas Silva, de 41; María del Carmen Ortega Segura, de 48; Patricia Zurita Pérez, de 40; Doris Valenzuela, de 39; María José Bejarano, de 43; Florentina Jiménez, de 69; Silvia Plaza Martín, de 34; María del Mar Contreras Chambó, de 21; Vanesa Santana Padilla, de 21; María Soledad Álvarez Rodríguez, de 49; Josefa Martínez Utrilla, de 43; Magdalena Moreira Alonso, de 47, y una mujer de 40 años que no ha podido ser identificada.
La serie 'La vida de las víctimas' contabilizó 53 mujeres asesinadas sólo en 2017. EL ESPAÑOL está relatando la vida de cada una de estas víctimas de un problema sistémico que entre 2003 y 2016 ya cuenta con 872 asesinadas por sus parejas o exparejas.