Los relojes de las iglesias de Cabra marcaban las 07.31 de la mañana. A esa hora, quizás un par de minutos más tarde, explotó la primera bomba en el antiguo mercado de abastos. Era 7 de noviembre de 1938 y España seguía inmersa en una guerra civil tras el alzamiento de Francisco Franco. Pese a que esta localidad del sur de la provincia de Córdoba se encontraba ajena a la primera línea de batalla, que había discurrido siete meses atrás por la vecina Baena, aquel día la sobrevolaron tres aviones Tupolev SB-2 de fabricación soviética. Los pilotaban militares republicanos. El resultado fue calamitoso. Murieron más de un centenar de civiles. Aquel día todavía faltaban 19 años para que viniera al mundo la hija del matrimonio formado por Carmelita Poyato y Francisco Calvo. Aquella niña, a la que llamaron Carmen Calvo, es hoy la mujer con más poder de España.
En ese momento, aunque el frente estaba en El Ebro, se sucedían los bombardeos en localidades próximas a Cabra. El 25 de octubre, dos semanas antes, hubo 43 muertos en Aguilar de la Frontera. Siempre se ha contado que aquel 7 de noviembre de 1938 los militares del bando republicano tenían directrices de atacar a una unidad italiana mandada a la zona por Benito Mussolini para apoyar a los sublevados.
Aunque aún era temprano aquel día, la plaza del mercado de Abastos de Cabra estaba concurrida. Los comerciantes ya habían instalado sus puestos. Algunas amas de casa acompañadas de sus hijos recorrían el mercado haciendo las primeras compras del día: leche, verduras, fiambres, carnes, carbón... Pese a la contienda, en el pueblo se respiraba una tranquilidad que en sólo unos segundos iba a saltar por los aires a base de bombazos.
Este miércoles habrán transcurrido justo 80 años del ataque republicano sobre la población de Cabra. Aquel día la aviación del Gobierno de la II República bombardeó el centro de la localidad, que en 1938 contaba con 20.000 habitantes. Se dijo que los pilotos republicanos confundieron las lonas que cubrían los puestos de los comerciantes con un campamento militar de una unidad italiana que daba apoyo a Franco.
Aquellos tres aviones rusos dejaron caer sobre la plaza de abastos de Cabra y su barrio de la Villa una veintena de bombas con 2.000 kilos de explosivos. La de mayor peso, de 200 kilos, cayó donde los vendedores estaban haciendo negocio. Murieron 109 personas y resultaron heridas más de 200. Todas las víctimas fueron civiles. Ni un solo militar. Entre los fallecidos se contaron numerosas mujeres y niños. La última muerte se produjo el 28 de diciembre de ese año, casi dos meses más tarde de la lluvia de proyectiles.
Tiempo después se acuñó aquel episodio casi olvidado de la Guerra Civil española con el nombre del ‘Guernica de la [cordillera] subbética’. Aunque no hay cifras exactas de los fallecidos en Guernica (Vizcaya), el estudio más riguroso realizado hasta el momento estima que en abril de 1937 murieron allí 126 personas a manos de la aviación italiana y alemana.
Pablo Picasso recreó para la posteridad aquel ataque en una de sus pinturas más icónicas, El Guernica. En Cabra también murieron más de un centenar de personas pero del pincel del pintor malagueño no salió ninguna obra. Sí lo hizo del de la artista alicantina Maryla Dabrowska, mucho menos conocida, en un cuadro de similar tamaño, 8 metros de ancho por 3,5 de alto. Fue dado a conocer hace un par de años. Lo tituló Guerra y Paz. Quiso que fuera una imagen para “la reconciliación”.
La Guerra Civil acabó en abril de 1939, seis meses después del ataque republicano sobre Cabra. Franco, que salió vencedor, instauró una dictadura durante casi cuatro décadas. En 1957, 19 años después de aquel trágico suceso, en la localidad cordobesa nació una niña a la que pusieron Carmen Calvo.
Hoy, con 61 años, aquella niña es vicepresidenta del Gobierno español y es quien está llevando el peso de las negociaciones con el Vaticano para sacar los restos del dictador del Valle de los Caídos y enterrarlos en la catedral de la Almudena. Por el momento ya se ha topado con la respuesta negativa de la Santa Sede.
Los regueros de sangre corrían por la calle
Aquella niña que luego estudió Derecho y fue profesora universitaria creció en un pueblo marcado por el bombardeo del que mañana se cumplen ocho décadas. El relato de aquel día fue llegando de padres a hijos. Carmelita Poyato, madre de la vicepresidenta, debió de contarle que aquella masacre cogió a muchas amas de casa haciendo la compra y a los vendedores, la mayoría hortelanos, poniendo los puestos.
La dirigente socialista sabe que la mañana del 7 de noviembre de 1938 los regueros de sangre corrían por la calle, la gente gritaba e iba de un lado para otro presa del miedo y que habilitaron una casa en enfrente de la plaza adonde llevaban los muertos y heridos.
Carmen Calvo es ahora, si no el que más, uno de los personajes más ilustres de Cabra, al igual que su familia. Uno de sus dos hermanos, José Calvo Poyato, fue alcalde de la población pero no por el PSOE. Lo hizo bajo las siglas del Partido Andalucista (PA). Catedrático de Historia por la Universidad de Granada, también ha publicado varias novelas y fue diputado autonómico en el Parlamento andaluz. El otro hermano de la vicepresidenta, Francisco, es profesor jubilado de instituto.
El triste recuerdo de uno de los fallecidos
Uno de los 109 fallecidos el 7 de noviembre de 1938 por las bombas de la República se llamaba Rafael Castro Arroyo. Era vendedor de “chacinas y carnes”, explica este lunes en Cabra su hijo Francisco, que hoy es un anciano de 86 años que dice recordar aquel bombardeo “como si fuera ayer”.
“Mi padre murió una semana después del ataque de los rojos. A él le daba igual la política. Yo era un niño de seis años y mi madre me mandó al monte con otra familia junto a mis tres hermanos. Nos resguardamos en lo alto de una atalaya por si los aviones volvían a tirar bombas sobre el pueblo. Mi padre fue por su propio pie al hospital. Aguantó seis o siete días vivo. Las bombas no lo mataron en el acto”, cuenta el hijo de Rafael Castro en un bar justo al lado del Ayuntamiento de Cabra. El consistorio se edificó sobre la antigua plaza donde estaba instalado el mercado bombardeado.
“Mi madre, que se llamaba Dolores y también vendía chacinas con mi padre, se salvó, pero se quedó viuda. Se hizo cargo de los cuatro hijos que tenía. Como aún era joven, se casó de segundas y tuvo cuatro niños más”, añade Francisco.
“Recuerdo el día del bombardeo como algo muy triste. La gente corría con miedo. No sabíamos lo que pasaba, aunque todo el mundo entendía que era por la guerra. A los vecinos de Cabra nos pilló por sorpresa porque hasta esa fecha aquí no había caído ni una sola bomba. Aquel día solo murieron inocentes”.
La cruz que retiró un alcalde del PA
Durante años, en la fachada del colegio San José de Cabra, gestionado por la Fundación Escolapias, una cruz junto a dos lápidas recordaba a los 109 muertos en noviembre de 1938. No estaban todos. Sólo aparecían los nombres de 73 de los fallecidos.
Carmen Calvo dio sus primeros pasos estudiantiles en aquel colegio. Por eso es probable que lleve grabada en la memoria una escena de la que fue testigo. Cuando ella vivía en el pueblo había una cruz en la puerta del colegio de las Escolapias con todos los caídos aquel día. Todos los 19 de noviembre se celebraba 'el día del dolor' porque un día después, el 20 de noviembre de 1936, fusilaron a José Antonio Primo de Rivera. Todos los alumnos de las escuelas profesionales Felipe Solís hacían un recorrido con las luces del pueblo apagadas. El final era junto a la cruz para rezar y cantar el Cara al Sol en conmemoración de las muertes.
En 2003, el PA, con el apoyo del PP y del PSOE, retiró las lápidas y la cruz, y las instaló en el cementerio del pueblo, aunque de allí se han retirado también por su mal estado de conservación.
Tras el bombardeo del 38, en el camposanto de Cabra se enterró en una fosa común a más de 50 de los fallecidos. “No se le ha incluido en el mapa de fosas comunes que contempla la Ley de Memoria Histórica. Se ve que los que hay allí debajo no son muertos con pedigrí”, explica en conversación telefónica Antonio Arrabal Maíz, profesor de Latín y autor del libro El bombardeo de Cabra. El Guernica de la subbética (Editorial Sarriá, 2012).
“El bombardeo republicano sobre Cabra siempre se ha querido vender como un error, pero de error no tuvo nada”, dice Arrabal. “Hay constancia de tres reconocimientos aéreos en los seis días anteriores al 7 de noviembre. Se hicieron al menos 1000 fotografías. Los italianos solo estuvieron aquí a principios del 37, cuando los sublevados preparaban la toma de Málaga. El Gobierno de la República sabía que ahí había población civil”.
Este miércoles se inaugura en Cabra una exposición fotográfica sobre el bombardeo con imágenes del archivo de la Biblioteca Nacional. El sábado, el gobierno municipal, del PP, descubrirá un azulejo en la fachada del consistorio en recuerdo a los 109 fallecidos. Ese mismo día, Antonio Arrabal Maíz ofrecerá una charla sobre uno de los sucesos más dolorosos de la historia de la localidad. Es seguro que acudirán muchos egabrenses, pero que no estará presente la vicepresidenta del Gobiern.