15 minutos antes de ponerse en manos de un cirujano para someterse a una reducción de abdomen y a un reafirmamiento mamario, la gaditana Sandra Martín Cortés, de 33 años, envió una foto al grupo de Whatsapp de su familia. En la imagen se le veía sonriente con un gorro y una bata azules de quirófano. “Lista”, decía la mujer. A los pocos minutos, una prima hermana le respondía: “Anda, qué guapa. Antes muerta que sencilla”.
Esa misma noche, tras casi ocho horas de operación, Sandra murió. Ya era 1 de noviembre, día de Todos los Santos. Desde entonces, su familia no sabe la causa real del fallecimiento de la joven, madre de dos niños de 12 y 14 años. El Juzgado de Instrucción número 3 de Cádiz se ha hecho cargo de la investigación.
“Pienso y siento que a mi hija la subieron [a planta] para que muriera a mi vera”, explica este martes Juana Cortés, la madre de Sandra, cuando la noche comienza a caer sobre la ciudad de Cádiz.
“Llegaré hasta el final con tal de saber qué pasó para que mi hija muriera al rato de salir del quirófano. Sé que iremos a juicio y que va a ser duro. Al cirujano le dije mirándole a los ojos: ‘Quédate con mi cara porque voy a ir a por todas’”.
La familia de Sandra se encuentra ahora a la espera de conocer los resultados de la segunda autopsia a la que se va a someter a los órganos vitales del cadáver. En caso de negligencia médica, demandarán al hospital donde se le operó.
11.300 euros por la intervención
Miércoles 31 de octubre. Son las 13.55 horas. Sandra, acompañada de su madre, ingresa en el Hospital de la Salud de Cádiz. Se trata de una clínica privada. La mujer lleva meses esperando este día. Va a someterse a un reafirmamiento del pecho y a una abdominoplastia.
Sandra no fuma, no bebe y suele practicar deporte. Es una mujer sana. Ha pagado 10.000 euros por la doble intervención, otros 500 por un seguro que le exige la clínica y 800 más por dos bolsas de plaquetas por si son necesarias en caso de pérdida de sangre. Es una medida por mera precaución: como su madre, Sandra padece de plaquetas bajas y, en caso de hemorragia, usarían las que ha adquirido a través del hospital.
Sobre las 3.30 de la tarde, una enfermera se la lleva a quirófano. Minutos después -sobre 30 minutos más tarde, según calcula la familia-, comienza la intervención. El cirujano empieza por las mamas.
Tras cuatro horas y media, desde quirófano llaman a la habitación donde esperan Juana y una amiga. A la madre de Sandra le dicen que la primera intervención ha sido un éxito y que ahora van a quitarle los pequeños pliegues de grasa que su hija tiene en el abdomen. Tres horas después, vuelven a llamar para contarle que la operación ha terminado de forma satisfactoria.
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El cirujano habla con Juana: "Todo ha ido bien"
Son las 11 de la noche pasadas, casi las 11.30. 15 minutos más tarde, una enfermera se presenta en la habitación de ingreso de Sandra y le pide a su madre que baje a quirófano. En ese momento, Juana se cruza con su hija, a la que trasladan a la sala del despertar. La madre de Sandra la ve temblando de frío y muy pálida, pero piensa que se trata de algo normal por el efecto de tantas horas de anestesia y de quirófano. Su hija no le dice nada. Sigue dormida.
“En ese momento el cirujano me contó que todo había ido bien, que la operación había salido a la perfección y que, pese a que había sangrado un poco, algo normal, le habían puesto un bolsa de plaquetas. Yo seguí sin preocuparme. Confié en él”, afirma Juana. “Me dijo que sobre hora y media después la subirían a planta para que estuviera en su habitación conmigo”, añade.
Pero pasados 25 minutos, mientras Juana sale a la puerta de la clínica para fumarse un cigarro, se encuentra con la camilla que traslada a su hija a planta. La madre dice que en ese momento Sandra lleva las gomillas del oxígeno puestas en la nariz y dos goteros en los brazos, uno con suero y otro con medicación para reducir el dolor.
"Me estoy asfixiando"
Según relata Juana, le pregunta a su hija, que ya comienza a despertar: “Sandrita, Sandrita, ¿por qué llevas oxígeno?”. A lo que Sandra responde: “Me estoy asfixiando”. La amiga de Juana, a la que en la familia llaman ‘Tata’, insiste con la misma pregunta. Sandra contesta: “Estoy cansada y tengo frío”.
El reloj ya pasa de las doce de la noche. En ese momento ya ha llegado al hospital el marido de Sandra, Francisco, tras cerrar la tienda de comestibles en la que trabajan juntos. Los celadores cambian a Sandra de la camilla en la que ha salido del quirófano a la cama de su habitación. Le retiran de la nariz las gomillas de oxígeno pero le dejan puestos los dos goteros.
Juana se sienta al lado de su hija. A Sandra, cuenta su madre, se le pone pálido el rostro, se le agrietan los labios y se le hinchan las manos. El marido y la madre de la joven comienzan a preocuparse. “No me preguntes cómo, pero mi instinto de madre me decía que algo malo estaba pasando”, explica la madre de la fallecida, que se había vuelto a dormir.
Minutos después, el esposo de Sandra toma el pulso a su mujer en la muñeca y en el cuello. “La niña no tiene pulso”, le dice a su suegra. De inmediato, llaman a las enfermeras y llegan los médicos, que piden salir de la habitación a los familiares de la paciente.
25 minutos más tarde, una doctora sale y les dice a Juana y a su yerno que Sandra está en parada cardiorrespiratoria pero que están haciendo todo lo posible para reanimarla y mantenerla con vida. Cuando vuelve a salir, entre las 02.05 y las 02.10 horas de la madrugada del 1 de noviembre, les dice que lo siente mucho, Sandra ha fallecido.
"El cirujano puso cara de sorpresa"
Tras la muerte de su hija, Juana, que está divorciada, llamó a su exmarido, que al poco se presentó en el hospital. Su yerno telefoneó al abogado Álvaro Illesca, amigo de la familia. La policía judicial llegó poco después. También el forense.
“Esa misma noche, no recuerdo la hora porque todo fue caótico, el cirujano me dijo que no sabía lo que había pasado. Le dije que a mi hija la subieron a planta 25 minutos después de verme con él en la puerta del quirófano, no hora y media más tarde como él me había dicho. Puso cara de sorpresa, como si le extrañara”, explica la madre de la mujer fallecida.
Juana cuenta que a las siete de la mañana trasladaron el cadáver de su hija hasta el Instituto de Medicina Legal de Cádiz, donde se le realizó una primera autopsia. El forense le explicó después a su madre que, en un primer estudio del cuerpo, no había sido capaz de determinar la causa del fallecimiento, por lo que había ordenado enviar al Instituto Nacional de Toxicología de Sevilla pequeñas muestras de órganos vitales (corazón, cerebro, hígado y pulmón) para conocer la razón exacta del fallecimiento. La familia de Sandra desconoce por el momento cuándo recibirán los resultados, aunque se prevé que los obtendrán en el plazo de un mes.
“La clínica nos trató como a perros -asegura la madre de Sandra-. Cuando llegó la policía desaparecieron hasta las enfermeras. No nos ofrecieron ni un mísera tila. Me dieron el pésame seis días después a través de la prensa local. En los pacientes no ven a personas, sólo a muchos ceros uno tras otro con los que engordar su caja. Yo no sé quién ha tenido la culpa, si el hospital o el cirujano, aunque sospecho que las dos partes son responsables".
Juana, de 56 años, ya ha vuelto a su trabajo como limpiadora. Pese a que apenas duerme de noche, la mujer se levanta cada día a las 6.30 de la mañana. Su yerno, Francisco, también ha levantado la persiana del negocio en el que trabajaba con Sandra. Alejandro y Cristian, sus hijos, han retornado al colegio.
“Alguien tiene que explicarle a esos niños por qué han dejado de ver a su madre”, sentencia la abuela de los dos hijos de Sandra. “Que nadie se piense que no van a encontrar respuesta. Pienso llegar hasta donde haga falta. Soy una madre coraje”.